31.12.10

CONFIDENCIA


Nadie se salva de lo que es propio del ser hombre.
Carl Gustav JUNG
Arquetipos e inconsciente colectivo

En este avanzado estado de decrepitud universal, nadie que esté armado con una robusta capacidad de análisis y discernimiento creerá en la existencia de una naturaleza moral, pero sólo un monstruo de sensibilidad podrida querrá actuar menospreciando a su paso el simulacro de la dignidad humana. Algunos considerarán este pronunciamiento como un remanente cristiano o una debilidad de carácter –para el caso es lo mismo–, y sin embargo, desprovisto como voy de toda carga de fe, puedo reconocer mayores flaquezas en la aspiración a ser más de lo que se es que le sirve de abogado a esa crítica presumible cuyo cinismo, no por estar en alza, se sustrae a la tantas veces burlona atracción de los opuestos donde queda demostrado que cuando un individuo persiste en volverse más que humano termina revolcándose en la ciénaga de sus miserias cual bruto de la peor especie.

Despido el año sobre la arrebatadora grupa de La Folie interceptada por Podkowinski.

27.12.10

UNIDOS POR EL CRIMEN


A ti te puedes de ti en ti escaparte.
Conde de VILLAMEDIANA
Aconseja a un amigo al retiro

Entre los mitos que favorecen la vida cívica, hay prejuicios que merecen una defensa activa por servir ellos mismos de fortín contra las inclemencias de las relaciones sociales expuestas a la ambición desmesurada de poder. Es lo que ocurre con la libertad de pensamiento, un ilusorio concepto moderno donde caben, perfectamente, expresiones tan reales como diversas puedan ser las mentes que las generan; seductor concepto, imbricado de falsas correspondencias, que cuando recibe sanción jurídica pretende garantizar la variedad de interpretaciones del mundo dentro de una ínsula de amparo legal –paso clave de la invención al hecho– a condición de que no se conviertan en conducta: amago de autoridad que se figura gesto de largueza frente al chantaje de los que piensan igual, o la conjura inepta de la manada que transforma en amenaza las connotaciones de todo aquello que no comprende. Pero libertad de pensamiento ficticia, en definitiva, no solo porque nadie piensa lo que quiere cuando quiere pensar, sino porque apenas quiere lo que piensa quien pensando se piensa.

Aun profundo, el pensamiento sigue el péndulo de las emociones ajeno al control de la voluntad y transcurre por la conciencia como una fuerza anónima que arrastra la experiencia propia junto a elementos anómalos con los que se combina. Por apetencia de equilibrio, pudiera concebirse que el pensamiento de la libertad encauzará en rendimientos positivos la libertad de pensamiento y, sin embargo, casi nada es lo que uno puede pensar libremente por mucho que piense acerca de lo que quiere. Además, si eludimos los excesos académicos de la jerga filosófica, ¿qué nos queda del pensamiento? Una metralla de nervios sin dueño, aunque con víctimas que le procuran soporte. ¿Y de la libertad? Un pastiche de suposiciones que han de ser cargadas de resonancias pasionales para estimular la ilusión de un sujeto pastor de sus acciones. En última instancia, pensamiento y libertad se reconcilian como artilugios psicológicos de afirmación que comparten su indisoluble cualidad poética o metafórica, es decir, mentirosa, en dos estados complementarios que atienden a la humana necesidad de construirse una verdad a la carta: así, en lo pensado, la realidad se torna idea, se volatiliza; en lo liberado, el espejismo deviene real, se condensa. Con el pensamiento, hacemos y deshacemos ideas a partir de las apariencias; con la libertad, alteramos las apariencias a partir de creencias que proceden de ideas enquistadas y llegan a crecer hasta petrificarse en fantasías monumentales que ejercen sobre nosotros un efecto de succión. Lo irónico es que ninguna creencia salva su inocencia, pues incluso los sistemas doctrinales de más benigno cariz nacen de un atentado contra el espíritu y se propagan a expensas de la destrucción del pensamiento, crimen incorpóreo cuya única resistencia digna de mención es el intelecto desbocado que, por un acto de simetría inversa, se enfrenta a la arriesgada labor espiritual de asesinar creencias, de las cuales algunas resultan en extremo difíciles de matar dado su estrecho parentesco con la reflexión asilvestrada, como el dogma que postula, precisamente, la fe en la capacidad de la razón para ejecutar proyectos de carácter iconoclasta.

Zambullida radiactiva de San Pablo en el plasma místico según el siberiano Oleg Korolev.

25.12.10

ACERO Y MIEL


A la Hechicera que con su belleza me dispensa de ser letal antes de dar guerra

¿De qué sirve una filosofía cuya premisa mayor no sea la racionalización de los propios sentimientos?
Aldous HUXLEY
Contrapunto

Madurar es tener el coraje de aceptar como una credencial de realidad que en el despliegue universal de los seres no se ha previsto un lugar para el hombre, a no ser como residuo de una creación accidental, ni la oportunidad de completar sus momentos de dicha al margen de la corrupción que dicta el tiempo. Salvo en empresas locas de amor y en otras relacionadas con la subsistencia que es mejor confiar al instinto o preservar en lo posible de la corrosión de la incertidumbre, si sometiéramos a un análisis exhaustivo las decisiones que nos corresponde tomar la más convincente conclusión que obtendríamos es que debemos abstenernos de actuar. A causa quizá de este divorcio entre pensamiento y sentimiento al que conducen las fracturas de conciencia, los intereses que impulsan y mantienen en movimiento a los demás por regla general me hastían o, en los casos de mayor efecto, rara vez logran franquear mi acendrado filtro de indiferencia y, cuando lo consiguen, de ellos no queda sino un rastro de lo que fueron; poco o casi nada, de cualquier forma, para rearmar la voluntad de un comienzo. Carezco de la emoción acuciante del ahora, odio conducirme con urgencia tanto en los asuntos importantes como en los triviales, pero —deliciosa paradoja— apenas hago otra cosa que flotar en un presente continuo al que repelen los horizontes previstos, probables o imaginarios que se extienden allende el día inmediato.

Mi actitud más arraigada se asemeja a la de alguien que estuviera sobrado de siglos para enmendarse. Solo el amor, con sus genuinas explosiones de magnanimidad y sacrificio, puede hacer de mí una flecha llameante lanzada contra un blanco que adquiera a partir de entonces la fuerza de atracción de un hechizo burlado al vacío con la motivación fanática de un evangelio, de una razón entregada al núcleo de un destino en el que terminar absorbido después de haber visto a cada instante renovada mi capacidad para precipitar los actos en la pasión atómica de lo absoluto.

Como un síntoma onírico de originalidad, lo orgánico y lo mecánico van fundiéndose en la concreción de quimeras que caracteriza la obra de Heidi Taillefer, una artista natural de Montreal de quien reproduzco el atribulado lienzo Frustration Attraction.

21.12.10

DRENAJE


Del misterio y secreto que rodea a todo lo profundo e importante, surge el típico error de creer que todo lo secreto es al propio tiempo algo profundo e importante.
Georg SIMMEL
El secreto y la sociedad secreta

Sumidos en el refinamiento cruel que para la fatalidad es la autoconciencia, a falta de utopías sólidas tras el ocaso de la fe en las instituciones sociales e ineptos para adaptarnos a la ruinosa condición humana fermentada durante milenios en segundas y terceras naturalezas en las que se fue agotando nuestra frescura, queremos redimirnos del vacío en una pasión asequible de ficciones privadas antes que compartidas, pero como adolecen de una carencia de sustancia afectiva que solo pueden adquirir a base de impregnarse con el hollín tenaz de la tragedia (que vuelve visible lo invisible, y también, mal que nos pese, hace memorable lo que sería mejor olvidar), la gravedad a la que se confía su transferencia de entidad empieza por corroerlas desde dentro y prosigue hasta desvanecerlas, así que cualquier esperanza de salvación en una razón sensible deja de funcionar incluso en el terreno más fértil de lo puramente imaginario. Mejor nos iría si supiésemos renunciar con claridad de temperamento a las tentativas de realizarnos en nuestros simulacros o, al menos, si llegáramos a entender las proyecciones de sentido como una innoble flaqueza de la que, podéis suponerlo, tampoco estoy exento, pues me he pasado media vida buscando justificaciones filosóficas para mi forma de ser, y la otra media echándolas a perder por el gusto inútil de hacer algo sin justificación; tanto me he involucrado en esta reversión del contenido, que debo más a mis disidencias de lo factible que a la materialización de mis aciertos, ¿por qué emperrarme en sufrir la atadura de lo contrario? ¿Por qué tomarme en serio el accidente que soy? Cualquier persona despierta puede descubrir que cada existencia traza una trayectoria azarosa cual bala perdida, jamás un sentido objetivo. Que la gente siga haciendo como si todo lo que le atañe estructurase una narración comprensible e importantísima se adscribe únicamente a su propensión a la creencia y se mantiene mientras no traspase el feudo engañoso de sus pretensiones: hasta el viento pensaría que sopla por decisión propia de acuerdo a un plan fehaciente si pudiera percibirse a sí mismo y llenar de palabras el empuje antojadizo de su presencia. Los humanos, por muy postreros que se consideren, son continuadores de un arcaísmo emocional donde se muestran previsibles: creen en lo que hacen porque hacen lo que creen, salvo que un acontecimiento desnude hasta la nada su apego a la simulación; a partir de entonces, si fueran coherentes, se dedicarían a contemplar aburridos el tiempo pasar, y si además de coherentes fueran un poco menos animales, darían por concluida al instante su lucha por la supervivencia.

El mundo ha desaparecido, se ha estancado en su nulidad, pero casi nadie se atreve a proclamarlo, urge fingir que sigue ahí con el ardor de sus trajines. Evidentemente, a los amos les interesa que el efecto de esta sustracción increíble se limite a redoblar el horror al vacío con las precariedades que conlleva porque la actividad por la actividad les produce inmensos beneficios. Sin embargo, existe la posibilidad de celebrar lo ignoto que nos circunda para hacer del horror atracción. Cuando al fin estemos abatidos de no estarlo ya, ¿podremos ignorar el fluir de los restos del naufragio hacia la alcantarilla que siempre ha estado presente en cada átomo? Quizá seamos demasiado occidentales para experimentar el retorno a la vacuidad como un triunfo metafísico... Delego en otros la jabonosa cuestión de averiguar en qué proporción de picardía la aceptación tranquila de una vida viuda de sentido y despejada de propósito contribuye por sí misma a establecer un intento solapado de recuperar por sorpresa la anhelada trascendencia de un imposible tan fácil de creer como difícil de cuestionar.

La foto es mía. Fue tomada hace alrededor de una década en las colinas de Alcázar de San Juan.

16.12.10

ASÍ ESTÁN LAS COSAS


Las debilidades actuales son efectos directos e indirectos de las pasadas demostraciones de fuerza.
Zygmunt BAUMAN
¿Qué hay de malo en la felicidad?

Provocar un brusco descenso hacia el fango de la actualidad puede que no sea el modo más elegante de romper el silencio del blog tras una pausa destinada a la recomposición anímica, salvo que la noticia haga pupa en las costuras de esa misma reparación u ofenda al carácter que asume el riesgo de creer en el control personal de las emociones. Con motivo o sin él, sucede que para escribir una observación crítica con el nivel requerido de humor y desparpajo beligerante hace falta haber cruzado el umbral mínimo de indignación hasta verse atravesado a quemarropa por el rigor de un inspirado malestar. Ya dijo Camus –¿o fue Bataille?– que el mal es prolífico, mientras que el bien se agota en su autocontenida monocromía. Para ilustrar con palabras las ascuas del malestar bastan penas de amor, averías crónicas del yo o trastornos agudos de las circunstancias en la que uno se halla instalado; para narrar desde el enojo, sin embargo, se necesita cierto sentimiento de compromiso con una causa, la que sea, con tal de que sea vivida en alma propia como una herida transferible. Hoy, a pesar de mi escasa inclinación por las causas perdidas y aún menos por las victoriosas, escribo empujado por algo que acaso se parezca mucho a la indignación. So pretexto de los recientes disturbios en Roma desatados en respuesta al pucherazo de Berlusconi, una imagen ha sido difundida por los medios a título de anécdota adobada con altas dosis de demagogia. En ella pueda verse a un policía que acaba de echar mano de su tuerta y pugna contra la cascada de dificultad que representan varios manifestantes, quienes a toda costa tratan de impedirle que apriete el gatillo. El comentario del informativo de sobremesa emitido por la primera cadena pública –ahora comprendo lo acertado de la expresión eslabonada–, resumía la escena de batalla proporcionándole un sentido bien distinto: según los redactores, el agente del orden luchaba para evitar que un grupo de agresores le robara el arma reglamentaria. La instantánea es evidente; la glosa, lamentable. Por si fuera poco lustre en asuntos de cirugía periodística, ninguna referencia a los trueques parlamentarios del primer ministro italiano ni una mísera mención sobre la multitud de heridos civiles tras la refriega. Asqueado, a punto estuve de escupir a la pantalla la tortilla de patata que masticaba jugosamente en ese momento. Tan sólo la celeridad de reflejos de un puñado de black bloc –que no son un colectivo organizado, sino una táctica espontánea de guerrilla urbana– pudo ahorrarnos una chapuza mayor en la praxis cínica de la propaganda, pues en caso de que el esbirro hubiera conseguido zafarse de sus rivales y abrir fuego, ¿qué hubieran contado? ¿Que un terrorista pretendía robar munición al vuelo valiéndose del inmejorable escondite de su cuerpo? Así están las cosas.

¡Que haya dioses, demiurgos crueles, a fin de que puedan parar de una vez el espectáculo que ofrecen estas criaturas que infestan el planeta con su ambiciosa vanidad y superchería! No hay reforma viable: cuando a uno lo han subido por la fuerza a un tren del que no puede apearse y cuyos tripulantes se empeñan en acelerar a toda máquina en dirección al abismo, preocuparse por el color de los vagones o la comodidad de los asientos es, además de un ejercicio de ceguera selectiva, una provocación que insulta cualquier atisbo de inteligencia. Sería deseable regresar al punto de partida, pero para ello habría que exterminar a tres cuartas partes de la población y mantener la hemorragia en la memoria de los supervivientes. Sospecho, y con razón, que hasta el más lanzado de mis lectores estará de acuerdo en reconocer que esa operación implicaría bastantes inconvenientes...

En lugar de ventilar la foto aludida, opto por reforzar el tono apocalíptico con La barca de Caronte, óleo de José Benlliure.

29.9.10

CONTRAPUNTO


Comprendí que el designio estaba latente en mi voluntad.
Knut HANSUM
Pan

El señor Ori Nokoi era muy severo con la educación de sus vástagos, sobre todo en las facetas relacionadas con el arte de la expresión armónica aplicada a los flujos de melodía y ritmo, lo que ocasionaba por su nivel de exigencia notables fricciones en el trato cotidiano con sus hijos, pero no podía ser de otro modo porque se sentía depositario de una responsabilidad inmensa, la de ser el único heredero vivo de una tradición secular que había llegado a dominar la estructura de la composición musical como un territorio conquistado al tiempo por concienzudos laberintos de arquitectura abstracta.

Los signos del devenir mutaban velozmente, y con cierto pesar observaba que lo que antes se movía a la velocidad del caballo ahora se comprimía en la concatenación íntima de los sucesos a causa de la presencia a gran escala del vapor y la electricidad. Sabía que con suerte y una rigurosa disciplina alimentaria tal vez alcanzaría a prolongar durante otra década su lucidez didáctica, un plazo que temía insuficiente para la transmisión de un conocimiento que a él como virtuoso le había costado un cuarto de siglo asimilar y casi otro tanto depurar de elementos espurios. Sus descendientes reunían cualidades sobresalientes para el estudio, en especial la joven Gadna, y en ella concentraba el afecto destinado a renovar el deseo de entrenarla para una completa excelencia. Sin embargo, aun aceptando que el legado de los antepasados debía ser respetado en su integridad, había descubierto en el análisis pormenorizado, microcósmico, la existencia de lo que para sí mismo designaba como «la tentación de la tiniebla», a la que podríamos referirnos también como una presencia de factores viciados, inaprensibles para el profano, que distorsionaban el resultado ejecutado conforme a la ortodoxia de la vieja usanza. Sombras de duda que el señor Nokoi, cuya humildad tenía por un referente en permanente estima, saldaba en circunstancias normales decidiendo que el desviado era él, pues era harto improbable sospechar que ese giro hacia lo siniestro hubiera pasado inadvertido a sus sabios precursores, o peor aún, que todos ellos se hubiesen entregado al cultivo de una práctica secreta disponiendo aquí y allá, de una forma tan delicada y sutil los principios rectores de un sabotaje encubierto que nadie incapaz de hallarse a su nivel podría percibir como una luxación creciente en el despliegue interno de cada obra. En los raros e insondables momentos que se dejaba caer en picado a la suspicacia aferrado a las alas negras de su delirio, pensaba que sus maestros habían sido más perversos de lo que nunca imaginó, y que la mayor entre las proezas artísticas que les había atribuido se reducía, en realidad, a reírse soberanamente de sus discípulos a través de las generaciones, a quienes enseñaban una perspectiva trucada con el propósito de que la confianza ciega los hiciera desmerecedores de continuar el magisterio por su falta de discernimiento para entender el sarcasmo, acaso una estrategia maliciosa preparada para una selección a la inversa. Consideró con profunda zozobra la gravedad de que sus mentores hubieran sucumbido a los desgarros masoquistas del escepticismo, hipótesis que una vez contemplada desde todos los ángulos concebibles sustituyo por otra conjetura, no menos disparatada, a la que terminó por adaptarse con taciturna expectativa cuidándose de no mostrar el menor indicio de cambio en su semblante: la última lección y su refinamiento, el verdadero desafío, consistía en desenredar los misterios paranoicos de un juego cifrado en la doctrina que le permitiría alzarse por encima de la misma y comprenderla mejor.

Gadna, prodigiosa con el santoor, se propuso interpretar ante su anciano padre y su hermano menor Ipsarko la evocadora pieza Gnossienne 1 de Satie en memoria de su madre, que no sólo la tasó a lo largo de su vida como su sinfonía predilecta, sino que además cumpliría al mediodía un año exacto que había escapado por su propia mano de la vehemencia anticipada de un cáncer incurable. Tenso el ánimo de los presentes en un arco de reflexiones abismales y añoranzas sin sosiego, ya desde los primeros compases el señor Nokoi advirtió que su hija estaba introduciendo con una técnica intachable un porcentaje demasiado alto de tiniebla en el desarrollo de la partitura, vislumbrando de inmediato, segundos antes de que ocurriera, la fatídica conexión de efectos que provocaría en caso de proseguir: la vibración exagerada de una nota próxima inquietaría al mastín que dormitaba a escasa distancia, cuyos ladridos se sumarían a los siguientes acordes de una manera terrorífica que pondría en desbandada a los gorriones refugiados en el nogal más frondoso del jardín, dispersión instintiva que a su vez, allende el muro que delimitaba el perímetro de la casa, pasaría rozando con estrépito la gorra de un policía ebrio desde primeras horas de la mañana para atenuar el descubrimiento de una infidelidad conyugal, quien de forma impulsiva sacaría su arma reglamentaria y abriría fuego a tontas y a locas contra el nubarrón de aves, que no estaban por dejarse cazar por el azar que acertaría en pleno rostro a Damolko, el otro hermano de Gadna e Ipsarko, quien a paso raudo y con bastante retraso doblaría la esquina en ese instante para acudir a la cita que tenía con su familia.

El señor Nokoi rugió a tiempo un «¡así no!» y su hija, sin explicarse la razón del inesperado énfasis recriminatorio, habituada como estaba a tragarse las protestas, enmudeció las cuerdas que dieron unísono volumen a su fantasía agitadas por una escena donde el padre era la víctima de un disparo a quemahueso en la cara.

Trasiego brujeril en un aquelarre alucinógeno, fechado en 1510, por el pintor y grabador Hans Baldung.

24.9.10

TRÍO DE NEGACIONES



Exonerado del ímpetu falaz de dar consejos, y rematada sin asomo de lástima la arrogancia de encadenar consignas que siento cada vez más ajenas a mi incumbencia, quiero abandonarme en lo que duran varios parpadeos a la fruición artesanal de compartir mis tres negaciones medulares para entonar una vida asertiva (que es palabra que odio tanto como altruista, problemática o dismenorrea):

– No hacer nada que contribuya a que el mundo sea más feo de lo que es (por supuesto, recae sobre cada uno la responsabilidad de delimitar esta categoría afectiva, ética y sensorial).

– No fingir capacidades que no se poseen (la ambición es una pésima instructora, máxime cuando no la precede el talento).

– No comprometerse a emprender iniciativas que tengan un origen extraño al propio convencimiento, así como evitar especialmente aquellas que lo tengan como finalidad.


El texto me ha servido de coartada para mencionar que Santiago Caruso es un artista que sabe arrancar música a las vísceras con pinceladas dotadas de suave elegancia. Como no me decidía entre la primera imagen (la número 11 de las 29 que ilustran el libro La condesa sangrienta) y Remordimiento (publicada en la revista argentina Caras y caretas), al final he optado por subir ambas.

23.9.10

VIUDO DE FE


Incluso un reloj roto acierta dos veces al día.
Máxima popular

Podría empezar diciendo que no sé si creerme que mi sombra es alargada porque la luz de mi entendimiento también lo es, pero como aserto sentencioso se presta bien al estraperlo de pasar por un hecho probado frente a mi perenne falta de convicción la idea de que donde penumbra e iluminación se abrazan, nace y declina mi conciencia en una mayonesa de experiencias morbosas que acompañan al epicentro abúlico y la dorada agonía de mis fuerzas. Otra imagen amartillada para romper la cáscara de este párrafo convidaba a la sugerencia de que todos tenemos un agujero oculto por donde nadie puede mirar; un agujero tenebroso por donde se escurre el alma –lo siento, no es el ano– con la misma celeridad que perdí hace tiempo por el desagüe el apoyo de Dios –miserable criatura– y el beneplácito de los hombres –fabuladores incorregibles– en lo que juzgo un menoscabo bicéfalo que antes celebro al cuadrado que sustraigo al suspiro, pues lo triste del detrimento se reduce, a mi criterio, a haber extraviado con ellos la confianza que me tenía en calidad de hombre capaz de proyectarse a lo divino o, mutatis mutandis, de divinidad zurcida en lo humano. A cuestas, por tanto, con la investigación de esta errata de mi destino, creo que lo apropiado sería dar comienzo de una vez con el relato de un descubrimiento de dolores atípicos cuyos ecos apaisados atraviesan todas las direcciones biográficas dejando sentir su impacto no sólo mucho después de que el estrépito se haya diseminado, cuando apenas queda sustancia sensible para el recuerdo ni remembranzas emotivas que sustantivar, sino antes incluso de que se produzca, que es justo lo que empaña ahora mis córneas por los tormentos que anticipo inmensos e indestructibles más que por los sufrimientos que he causado o padecido –dos líneas paralelas convergentes en el infinito–, y que son, en definitiva, los desafueros que me han motivado para enraizar estas precarias razones por escrito.

Uno más entre las huestes de altos cardos y cicutas.

22.9.10

RELAPSO


Tengo que hacer un gran esfuerzo para creerme lo que veo, y empiezo a estar asustado de ver algunas cosas por si acaso tengo que creérmelas.
Flann O'BRIEN
El tercer policía

Cuando escribo, actividad que normalmente ejercito recluido en mi gabinete, pienso que la vida está ahí fuera, que dentro del observatorio que he alzado con ladrillos de textos propios y ajenos solo puede haber un pálido reflejo de la auténtica experiencia; sin embargo, cuando salgo al mundo, pronto vuelvo a convencerme de que la vida está entre mis libros y lucubraciones, hasta que a fuerza de escribir agoto la certidumbre. Por el camino de ida y vuelta entre lo uno y lo otro, el uno se pierde y el otro se escapa. Y si la vida está en ambas partes, como razonablemente sugiere un amigo, ¿dónde estaré yo que no la encuentro? Lo ignoro y tampoco me importa, porque de igual forma que la realidad no necesita ser verdadera para existir, mi existencia no necesita ser real para extraviarse. Es entonces cuando me susurro mantras incandescentes como «de yo a yo no hay nada, salvo una ilusión de principio y un presagio seguro del fin», o diamantes en bruto del tipo «por el mero hecho de nacer cada individuo es un atentado permanente contra su conciencia, y quien no lo sea, carece sencillamente de conciencia», pero claro, se trata de conceptos enrarecidos por la atmósfera opresiva del pensamiento al que he de atizar en estos términos para que se consuma cuanto antes:

«Paseante solitario demorado junto a mí, ¡aléjate o te rompo! Eres la herida abierta de mi náusea sin arcada, el espejo roto de mis deseos marchitos, la sombra pegajosa de mi traición».

18.9.10

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS PESADILLAS


A Sonia con cariño por su deliciosa vulnerabilidad

El mundo del querer sobrevivir es el infierno; sólo lo que no quiere sobrevivir a todo precio tiene la ocasión de una vitalidad real. Pero semejante vida no puede menos de presentarse como nula desde la perspectiva de la lucha por la existencia.
Rüdiger SAFRANSKI
El mal o el drama de la libertad


La religión organizada fue concebida para dirigir desde dentro la conducta de las masas; la publicidad contemporánea también, salvo por una diferencia con su predecesora: lo hace mejor. Técnica y tecnocráticamente, el dogma publicitario es la eucaristía del pueblo que se consagra al nuevo culto acelerado del hiperconsumo. Atacar la contaminación mental que representa esta cruzada propagandística es hoy un requisito de la crítica como antaño, con la Ilustración, lo fue desmitificar los fantasmas morales de la superstición, pero es una empresa ardua cuya ruta está sembrada de trampas para la conciencia, pues a cada instante se nos ofrecen como antídotos actitudes que derivan de la misma ruindad responsable, en gran medida, de los trastornos actuales; de ese carburante de calamidades que algunos intoxicadores especializados llaman pensamiento positivo, y que instituye una forma de referirse con apostura, eludiendo la negación, al acto hueco de no pensar en absoluto.

En estos tiempos de amasijo en los que proliferan los ciegos que se creen tuertos y raro es el tuerto que no se cree rey, la acomodación ansiosa de la voluntad a una creencia de efectos dopantes nos asegura un cerco de vacío, cuando no una abierta repulsa, a quienes acusamos directamente al optimismo de contribuir en muchos quilates a hacer del mundo un lugar más inhóspito. Sin embargo, ¿quién puede rebatir que por optimismo se devastan los recursos disponibles, se tienen hijos en exceso y se embrutece la gente trabajando más horas de las que precisan sus necesidades a instancias de la presión mediática para alcanzar el paraíso desechable del éxito? El optimismo es una de las cargas más activas de esa imparable bomba de relojería que es la sociedad globalizada, y mientras algunos permanecemos intrigados a la espera de que explote –¿puedo frotarme las manos por anticipado?–, su espectacular despliegue de incontinencias nos va llenando de porquería.

Por gentileza de Ash Sivils, artista oriunda de Nashville, este The Queen fechado en 2008.

16.9.10

REMUERTE


No hay mayor teatro para la virtud que la propia conciencia.
CICERÓN
Conversaciones en Túsculo

Cualquier fórmula que solucione el problema de la angustia existencial (del vacío de vivir, de la inanidad de los afanes y del fracaso del pensamiento), tendrá que empezar por exterminar social y psicológicamente a quien lo padece. El dolor es el hueso del sujeto; privado de su pena, sin tuétano venenoso que roer, el hombre se desploma.

A: ¿En serio?
Z: Vaya, te lo dice un experto en tumoraciones del alma.
A: ¿Y qué haré yo si cada vez soy menos humano?
Z: Pues lo mismo que yo, musiquita de látigo con arabescos de ironía.
A: Es patético.
Z: No lo dudes, so criminal:

Anoche lloré lava,
magma de mi cobardía,
pensé que si me mataba
–tal como yo quería–,
nacería de inmediato
sin haber cambiado nada.

A: Ya puestos en rotura, salgan de mí los versos cimarrones de unas coplas que me delatan:

Duro me llaman
porque pretendo
no entrar al trapo,
sino romperlo;

mas soy blando
porque no quiero
ir al entierro
de mis lamentos.

Querido Vania Zouravliov, ¿a ti qué te te ha pasado para poder dibujar así? No me canso de tenerte otra vez por aquí embelleciendo con la imaginería de tus obsesiones mis artefactos verbales tan dados a lustrar esplendores patibularios. Creo que ambos sabemos lo que significa sentirse desbordados por un amor inmenso ante el quebrantamiento de las ilusiones.

8.9.10

LAS GALERADAS DE MI GALERÍA


Sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo.
NIETZSCHE
El nacimiento de la tragedia

Azares y pesares han contribuido a que el elenco de mis personajes se estreche en vez de ampliarse con la experiencia. El ermitaño acapara demasiado tiempo, mientras que el currante abrasa, día tras día, la flor estoica de mis energías; poco le queda al amante, casi nada al seductor, menos aún al familiar que compagino con el amigo, y debo esforzarme por mantener a raya al escritor que se vanagloria cuando lo denuncio ante el tribunal de la conciencia por su testaruda monomanía. Sé que la geometría variable de la personalidad no es un haber, sino un poder facetado donde lo idóneo es dotar de una máscara flexible a cada emoción así como de una función heurística a cada máscara, pero de momento, y aun siendo escasos mis papeles, no es despreciable lo que consigo al impedir que se enreden unos con otros, porque en las más diversas situaciones caracterizadas por un cambio continuo de relaciones que mantienen la esencia del juego inmutable, lo realmente miserable, lo que uno jamás debería perdonarse, es acabar pareciéndose a sí mismo demasiado.

3.9.10

AXIOMA


Cuando creas estar en la cima de la montaña, pregúntate lenta y atentamente si no estará la montaña encima de ti.
(Yo, en dura charla con/contra mi Ello)

El universo es simultáneo –esto lo intuyo–, pero el conocimiento es sucesivo –esto lo sufro–. Concebido en el seno de la tensión entre uno y otro, el engendro humano no se cansa de inventar dioses cómplices que lo eximen de pensar y lo ayudan a matar, añora una inmortalidad de la cual abominaría si fuera cierta, y, tras haber subrayado su presencia con una copiosa contribución de mierda a la que se aferra hasta pringarse el alma, se pudre inevitablemente incluso antes de morir.

Por supuesto, esta diatriba solo ha sido un pretexto bravucón para poder subirme en el A trip to the moon, fechado en 1901, que encontré en un variopinto catálogo dedicado a las exposiciones universales.

26.8.10

SECUESTRÁNDOME


Existe un principio clásico en la profesión: no tomar a los consumidores por estúpidos, pero sobre todo no olvidar nunca que lo son.
GRUPO MARCUSE
De la miseria humana en el medio publicitario

Si fuera un pelín más cínico (valga también menos escrupuloso), montaría una ONG (Organización Necesitada del Gobierno) y elegiría un escenario rentable para mis operaciones vacunadas por la opinión pública contra la sospecha, lugares depauperados que ofrezcan mano de obra a precios de escándalo y autoridades fácilmente sobornables; quizá el norte de África o alguna región difusa en las selvas de Centroamérica, la cuestión sería objeto de estudio para el departamento de marketing. Aunque la tentación sea grande, no podría llamar a mi empresa Mercenarios Sin Fronteras, Invasión Solidaria, Chantajes Unidos o Sicarios de la Paz porque estas tribus de necrófilos y especialistas en el blanqueo de finanzas con mácula existen con nombres muy parecidos y gozan de buen predicamento. A continuación, para darme publicidad y obtener una liquidez inmediata libre de impuestos, fingiría un secuestro que atribuiría a una franquicia local de la agencia que patentó la última moda en terrorismo internacional, pues la amenaza terrorista está para eso y mucho más, otros la inculparon antes con notable éxito. Entre las exigencias del guión, tendría que entorpecer las negociaciones durante el tiempo suficiente para ganar prestigio como víctima y valor comercial como presa, tiempo que aprovecharía para viajar en la clase preferente de mis apetitos por los rincones más exóticos del mundo dejándome crecer un matojo facial que me sirva de mascarada aciaga frente al mundo. Cuando me sienta agotado o se acaben mis fondos, lo que antes suceda, enviaré un ultimátum al gobierno del país donde tengo la sede y exigiré en rescate una cantidad que me permita seguir ampliando humanitariamente mi negocio. Da igual que la sociedad con la que está en deuda ese gobierno se hallé estancada en una cenagosa fase de crisis económica, lo importante es que en los subterráneos del trapicheo global se comenta que dicho Estado tiene fama de ser dispendioso, de pagar pronto y sin plantear problemas a granujas de toda laya. Tampoco es ningún secreto que muchos de esos canallas se encuentran dentro de sus fronteras y pasan con relativa facilidad a tener nómina en calidad de asesores al servicio de los cargos públicos de turno; incluso abundan los compatriotas que se jactan de haber puesto al peor de ellos al timón otorgándole privilegios de monarca, un lobo guardando al rebaño... Por supuesto, el rescate incluirá cobertura inmunitaria a los actores que han posado para los medios haciéndose pasar por mis secuestradores y con quienes he compartido venturosos momentos en la pasarela televisiva. Finalmente, cuando el entuerto quede resuelto (no aclarado, sino remunerado y blindado a las investigaciones críticas que pudieran hacer mofa de las instancias oficiales implicadas), llegaré triunfante a mi ciudad natal y seré recibido en baño de multitudes entre aplausos que sonarán sinceros y un alud de actos conmemorativos a los que rehusaré acudir por sentirme exhausto. El colofón lo pondrán mis ilustres camaradas de retaguardia, quienes anunciarán mediante un comunicado que seguiremos luchando con tesón y coraje para poder ayudar a las familias que, carentes de los recursos elementales, sería un crimen privar del altruismo de nuestras campañas.

Si fuera menos escrupuloso (valga también un pelín más cínico), permitiría que el lector atento decidiese hasta qué punto cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Puesto que el mercado recurre en ocasiones al talento de los artistas como herramienta de impacto propagandístico (a falta de buenos creadores los publicistas deben conformarse con sus comandos creativos), el finlandés Akeselli Gallen-Kallela, ilustrador del Kalevala (poema épico escandinavo equiparable a los cantares de gesta medievales), no fue una excepción y en 1907 percibió el potencial lucrativo de asociar la velocidad de un descapotable color sangre con el desnudo de una mujer extasiada en la litografía hecha por encargo, a modo de cartel, para la Bil-Bol.

16.8.10

KRANOG



En mi cabeza cada cabello piensa en otra cosa.
Vicente HUIDOBRO
Altazor

En un universo paralelo no muy distinto de nuestra ficción multitudinaria, yo escribí una novela negra de atributos visionarios titulada Llamamiento a los caídos en la que tangencialmente mencionaba que el MIT, en colaboración con la Genius Company (una corporación internacional especializada en fabricar ilusiones para los ricos), desarrolló un biomanoide de «naturaleza íntegramente artificial» bautizado Liberto Freedman por sus creadores y transfigurado por sí mismo en el Frankenstein de la Era Digital gracias a una biografía repleta de episodios que rayan lo fabuloso.

Tras una colorista ebullición publicitaria que lo exhibió por los platós de teleadicción hasta mustiarlo como vulva de meretriz poligonera («una criatura casi perfecta fruto de la imperfección humana», según la última encíclica del papa Bribión I o William Henry Gates III antes de travestirse para el Altísimo), trabajó en el comité de árbitros del proceso de revisión por pares de la prestigiosa revista Artifice (trasunto de Nature, no os quepa duda) para sufrir poco después una profunda crisis existencial que le indujo a sabotear su carrera con una controversia, de características similares al Escándalo Bogdanov, que puso en solfa a la comunidad de físicos teóricos. Al ser repudiado por quienes lo habían aupado, eligió como exilio voluntario un lupanar de Río de Janeiro donde estableció, junto a su primer círculo de adeptos, una base para el Frente Rezagado de Caín, la autoproclamada «senda de la demolición interior» que servía de complemento espiritual al Frente Adelantado de Caín, una organización apostrofada de terrorista por los gobiernos que desde siempre han pretendido monopolizar el horror.

Concluido su apostolado nihilista, Liberto se suicidó por la mera fuerza de su pensamiento al concebir su creación matemática más debatida y compleja: el Número Óseo. Sobre su cadáver, reposaba manuscrito El cruel arte de la noluntad, un salterio que expone por etapas la filosofía del Kranog a modo de magisterio nulificante (la palabra se me atravesó en un sueño) en el que la predisposición a encarnar actitudes insoportables se lleva hasta el paroxismo de fundir en cada ser el yunque con el martillo, la víctima con el criminal, el citoplasma con el vacío, por medio de una praxis que matiza la senda hacia la sepultura perfilada por Quevedo: «Dichoso serás, y sabio habrás sido, si cuando la muerte venga no te quitare sino la vida solamente». En exclusiva para vosotros, he aquí su primera docena de salmos:

1. ¡Benditos sean los autistas, ellos han roto el camino!

2. Hay mayor grandeza en abandonarse a las carencias de lo truncado que en querer completarse para el olvido. A quien abdica de su voluntad, todo le es dado en la negación soberana del mundo y nunca más tendrá que cargar con la vergüenza de ganarse la vida, de cuyos sofismas y motivaciones se burlará con esa amplitud de mirada que sólo alcanzan los muertos.

3. La verdadera aventura del conocimiento empieza cuando a uno dejan de pasarle cosas; cuando uno se entrega derrotado al bloqueo.

4. La ambición de la inacción, de no tener en cuenta los deseos que pretenden doblegarnos, de despreciar al simio que se cree alguien en nombre del simio que ya no es nadie.

5. La pasividad que nace del hastío para relacionarse con los otros, el desdén apático de no albergar más esperanza que la de culminar el aislamiento en una monótona suficiencia, la soltura en renunciar ante el menor indicio de pasión y de escupir veneno sobre las propias ganas cuando el único imperativo que se ha adoptado como válido es el desaliento, todo ello, no son sino las reglas sublimes y delicadas del arte de arruinarse a sí mismo.

6. No asirse a nada, excepto a los horrores sutiles de la propia descomposición, constituye el tesoro de una visión que ninguna experiencia posterior puede borrar y desde la cual la correspondencia con los anhelos humanos resulta imposible porque todo movimiento contribuye a la caída en una sola dirección: la oscuridad absoluta.

7. Continuar viviendo cuando cada instante nos recuerda que deberíamos perecer, supone, más que un aplazamiento por cobardía, un amargo refinamiento que agudiza en el alma la conciencia de su podredumbre con un préstamo de muerte que será un suicidio del suicidio para que nada sobreviva a la decadencia del ánimo y así, cuando haya que matarse, no haya por fin nada que matar.

8. Mi cansancio es el anagrama de mi desolación y una metáfora de mi libertad por el desprendimiento, pues no necesito actuar para sentirme vivo, ni viajar para sentirme fluir, ni triunfar para sentirme grande, ni competir para sentirme útil, ni ser admirado para sentirme seguro. Mi cansancio es más listo que yo, por eso lo acato.

9. Me entusiasmo con ligereza por cualquier nimiedad porque sé que muy pronto me cansaré de ella, incluso antes de que pueda hacer algo por obtenerla.

10. La pregunta del hombre es la respuesta a una ausencia.

11. La diferencia entre renacer y resucitar es que en el primer caso se vuelve a la vida con renovada pujanza para hacer de voluntades realidades, mientras que en el segundo falta el convencimiento necesario para poder salir de ella y las realidades, en vez de reanudarse, se deshacen corroídas en noluntades. El primer pensamiento cabal de un resucitado estará dedicado a la perpetua vanidad de los mortales, pero la flecha emponzoñada de su intención se orientará contra sí mismo por verse desterrado de su único hogar, la tumba.

12. ¡Cuánto celebra el sujeto hundido en el lodo de sus tedios la alegría que se posa efímera recordándole que hubo un tiempo de ilusiones, que otra vida aún es posible, mas no para él! El leve peso de esa alegría es justo lo que le faltaba para terminar de hundirse.

Tanto los siameses unidos por la pelvis como el sátiro de alado rulé proceden del libro de grabados que Giovanni Battista de Cavalieri hizo publicar en 1585.

14.8.10

ASCESIS


Cuando ni gemimos ni nos encolerizamos ante lo que nos disgusta, no queda más que una actitud: la burla. Es ésta una posición desde la que no pretendemos matar al adversario, sino, en todo caso, hacer que se suicide.
Wenceslao FERNÁNDEZ FLÓREZ
El humor en la literatura

¿Es necesario que lo diga? Desprecio a mis congéneres, anhelo el exterminio de mi asquerosa especie, un magno antropocidio, pero hasta donde me es posible decidir en mi radio de acción e influencia no lo promuevo porque sé que el crimen sanguinario nunca es perfecto y deja tras de sí furibundas secuelas que intervienen como un poderoso excitante de la vida humana, vida que, puestos a elegir, prefiero ver como se hunde y apaga por sí sola a la vez que cultivo mi propia fórmula de ascesis: no dejarse, sino dejar ser; no dejar de ser, sino dejarse de ser.

Cuando estés en disposición de maldecir a tu madre por la insensatez de haberte parido, alzaré mi copa señera en señal de amistad y beberé sin pudor el licor más fuerte de mi bodega deseándote una buena muerte, una muerte lúcida y tempestiva, una muerte en sosiego bienvenida, porque entonces, seas quien seas, te consideraré digno de mi rango: mejor planeta vencido que satélite convencido.

Juguetón, irascible y vigoroso, hasta el Pan congelado por Atget representa con gracia la naturaleza esquiva de esta divinidad agreste. Los testimonios acerca de su genealogía son dispares, aunque generalmente se lo considera hijo de Hermes y Penélope, la esposa de Odiseo, o así al menos lo creían los antiguos griegos. También se ha especulado mucho sobre su nombre, y si hemos de creer la tesis propuesta por Platón su razón de ser hay que buscarla en el deleite que Pan instilaba en el corazón de todos los dioses.

9.8.10

INTRATABLE


Habiendo un hombre hallado
una gran suma de oro,
el dogal arrojó con que intentaba
acortarse la vida.
Otro que perdió el oro, no hallándolo,
halló el dogal, y se quitó la vida.
PLATÓN

Algo que rara vez advierten quienes padecen alergias de síntomas reivindicativos es que el culto a lo popular que aspira a concitar bríos no está inspirado en la empatía con una supuesta urgencia emancipadora de las masas de miserables, sino en una veleidad burguesa deudora de un complejo de culpa secular que también se detecta en el humanitarismo filantrópico de ahora y de siempre. Seamos honestos en cuanto al origen de los afectos que se disfrazan con los harapos de la indignación moral, es lo mínimo que puede exigirse a la comunidad llegados al agotamiento de la hipocresía que ha lubricado con verdadero talento prostibulario el aparato de toda ideología política: al obrero, así como al aristócrata, al monarca, al religioso, y a cuantas categorías de espantajos sociales se nos presenten, sólo cabe odiarlo en justicia y tal es el fermento de una revolución que nunca se ha hecho; de una revolución inaprensible que tiene a sus protagonistas desconectados por necesidad, por un exceso de celo o quizá por la convergencia de ambos extremos en lo inédito: la revolución minoritaria de los inauditos, esos seres adustos y difícilmente gobernables entre los cuales me cuento más por deserción del mundo que por gusto. Nadie elige el asco por bandera, aunque asco sea esto que ondea.

Desde el otro lado de la luna os mira Witkacy, otro soberano intratable que, además –al contrario de lo que le sucede a este cronista cansado–, resultó ser un genio.

28.6.10

LA PROCACIDAD DE UN DESLIZ


Quien me caga no me lava, y si me lava, no me deja como estaba.
Perla del acervo popular

Sin la actitud de quien dicta una ley, con demasiada frecuencia he comprobado escarbando en los matices cuán pronto se accede al meollo. En el asunto que quiero comentar, la presencia aislada de una preposición como piedra en la lisura de un discurso me ha puesto frente a una pista reveladora donde muchos tropiezan sin reparar en ella: cuando los políticos y otros altos cargos de las administraciones públicas, pero también del coto empresarial, nos sermonean llenándose las fauces con arengas del tipo «vivimos en democracia» –literalmente, sin el artículo indeterminado «en una democracia» que podría sugerir otros modelos–, deslizan, tal vez inconscientemente –lo cual le aporta mayor relevancia a efectos analíticos–, la idea despótica de que todo está dentro del sistema, de que su democracia, planteada en principio como una forma representativa de gobierno, se ha propagado a partir de su foco original mediante un proceso de metástasis que acota, horada y encapsula a la sociedad hasta convertirla en una especie de embalaje destinado a albergar pasivamente sus excrecencias, anomalías y detritus. De manera también muy sintomática, tanto en la prensa como en los mentideros habituales se ha pasado del ingenuo «tenemos democracia» a salmodiar las virtudes aparentes de la misma con el vicio manifiesto del impersonal «la democracia tiene esto, aquello...», haciéndose patente quien es el dueño de la cosa pública o, más exactamente, quienes no lo somos. Ignoro si la democracia tiende por sí misma a este crecimiento desaforado de sus tentáculos o si más que nada sirve de fortín a las camarillas que medran a su amparo; lo que sí sé, es que vivimos bajo el peso de una demo y de una cracia que se han vuelto insoportables.

El pintor rumano Adrian Ghenie, más joven de lo que pudiera parecer a la vista de su arte, culmina en Pie Fight su interpretación (chiste fácil: descaradamente ácida) de la agonía en amorfo proceso de disolución que es el mundo.

20.6.10

EL HONORABLE OFICIO DEL AJUSTICIADO


Si la naturaleza fuera tan equitativa zanjando las riñas humanas como parece serlo dirimiendo la agresividad ocasional de las abejas, después de matar por su propia mano el hombre tendría que morir, pero dedos no son rejos, así que lo natural en el humano es la venganza en cualesquiera de sus extremos: brava en la gestión directa del odio, o disipada por delegación a través de los órganos que se presumen de justicia. Aun sabiéndolo, nada de esto me importa, pues he afianzado bien mis reglas y puedo, desde la confianza que me dan, en modo alguno por inane moralidad sino por un sentido congruente de reciprocidad en el antagonismo, mantener hasta el final una visión del homicidio que depara al criminal una suerte pareja a la que corren las desafortunadas obreras melíferas. Como no hay por qué ser melindroso, declararé que si yo fuera un asesino –cosa que no descarto– preferiría que me matasen en caso de ser capturado y sufrir una reacción proporcional al daño que he causado, antes que aceptar pudrirme en una jaula custodiada por mis enemigos con la seguridad de igualar mi condición a la de un animal exótico en un zoológico. Al ser culpable a voluntad, sin contrición, por haber ejercido la violencia por mi cuenta y riesgo, exigiría de mis rivales un tratamiento similar al que le corresponde al oficial al mando de una tropa caída durante la contienda, y lejos de pedir misericordia vería con orgullo el no ser tolerado por quienes desprecio. Me reiría, además, de las instituciones que procurasen estropear mi conducta con programas de rehabilitación dedicados a glorificar un concepto de civilización que, siendo un matador, me ha de resultar ajeno y siempre malquisto. Incluso si pudiera ser uno de esos taumaturgos que solo existen en las sagas legendarias y los evangelios, agotaría las ganas de devolver la vida a mis cadáveres antes de mover un párpado: ningún artista destruye su obra cuando a través de ella experimenta la forja de su identidad. Hombre de guerra al fin y al cabo, ¿qué respeto voy a reconocerle al Estado que se pregona soberano y ni siquiera es capaz de suprimir con diligencia a sus reos más fieros? Para mí, lo inhumano sigue siendo predicar caricias a cambio de ultrajes; por ello, si alguna vez soy atroz con mis congéneres y sufro a consecuencia cautiverio, lo que humanamente espero de los agraviados no es benevolencia ni una celda digna con tres ranchos al día, atención psiquiátrica y varias horas tontas de televisión; espero, como poco, que me dediquen la misma aversión que les inspiro.

Nunca he asumido como mías palabras más oportunas que aquellas de Francisco Chaves acerca del peligro en su Retrato del héroe sumiso: «Es mejor que le peguen a uno un tiro por decir lo que piensa que morirse de asco».

19.6.10

ESO QUE NOS ESPERA


A Raúl, por la anticipación de su viático

Hemos pasado de admitir la ficción como principio normativo a conservarla como proyecto instructivo. Apelamos al valor de una ilusión para avivar la ilusión mayor de un valor al que apelar, para no mirar al vacío que nos constituye y que tememos contagiar al resto del mundo constituido. Creemos ansiosamente lo que creamos porque detrás, preparándose para el ataque, siempre ha estado el horror.

Con la explosión reposada de la imaginación que muchos califican de florecimiento, el Quattrocento transfiguró las conmociones medievales en una revisión antropocéntrica de las referencias culturales que se proponía invertir no tanto los contenidos como sus relaciones: aproximar el más allá a la vida en vez de estrechar el más acá por alcanzar el otro mundo. Un buen ejemplo lo representa la obra del misterioso Bernardo Parentino, que con Las tentaciones de San Antonio nos hace dudar si fue un simple epígono de Andrea Mantegna (de quien os tiendo un pasadizo a su encantador tarot) o un maestro de paleta incomparable.

8.6.10

DE FERVORES SALVE EL EXTRAVÍO


Y el círculo se cierra cada vez más alrededor de los pocos que aun sean capaces del gran disgusto y de la gran rebelión.
Julius EVOLA
Imperialismo pagano

Una de las características más llamativas de los sistemas totalitarios es la porfía aplicada a reducir el factor humano, en sus más vastas y variadas expresiones, a una mentalidad centralizada con el resultado de que las partes involucradas se ven sometidas a una mutilación progresiva como fase indispensable en la obtención de un producto social homologado. Bajo la óptica totalitaria, el mundo es un cuerpo que debe sincronizarse con los rendimientos de la doctrina enarbolada y, a tal efecto, no sólo pretenderá amasarlo para darle la forma axiomática preconcebida, sino que buscará reemplazar su contenido por un denominador común estable a través del cual quede sacralizada la conformidad en franca y lisa armonía. Es lo más parecido a una inseminación forzosa del sujeto por un proyecto de engendro indiferenciado a cargo del Estado donde el acto de subordinación de la naturaleza a una idea absoluta demuestra que las granjas también sirven para criar hombres mediante la extracción de lo dado en beneficio de lo previsto. Por supuesto, existen otros sistemas autodefinidos como «democráticos y pluralistas», que por su oposición aparente a los anteriores voy a llamar parcialitarios, en cuyo seno todo lo que es particular adquiere el acceso a la patente igualitaria de generalidad en virtud de los derechos reconocidos a cada visión (siempre que no vea demasiado...) dentro de la postura oficial que, en teoría, consistirá en el mantenimiento de un contexto jurídico que los salvaguarde. Sin embargo, al aceptar que todos están en un régimen de equivalencia y cada uno constituye una regla por derecho, sobre la comunidad recae de hecho otro tipo de perversión no menos flagrante: lo bajo debe ser elevado, lo alto rebajado, lo raro normalizado, lo deficiente protegido, lo sobresaliente cercado, lo áspero suavizado, lo brillante atenuado y lo fuerte debilitado porque todo, contra el menor impulso de certeza y autenticidad, ha de estar al mismo nivel. Obviando el pesaroso juicio que me inspira una economía calculada para que una minoría, a la que no se le exige ningún atributo especial, atesore los principales recursos a costa de condenar a la muchedumbre a unas condiciones de vida en muchos casos bestiales (recordemos el principio del 80-20 enunciado por Pareto), los modelos parcialitarios de compensación se exceden en su vocación de eliminar las desigualdades naturales y dejan, por el contrario, intacto el saqueo camuflado tras el orden como si uno mismo fuera responsable de evitarlo o padecerlo. En una sociedad bien administrada, la distribución de la riqueza no constituiría un impedimento para fomentar las diferencias basadas en las capacidades individuales y, por un motivo análogo, los privilegios artificiales que dependen de factores ajenos a las propias aptitudes, como por ejemplo el nacimiento en un familia adinerada o en una región depauperada, tendrían que ser neutralizados con vehemencia a fin de que las limitaciones para el desarrollo personal se deban más a circunstancias privativas que a causas relacionadas con el reparto de la propiedad; pero puesto que la naturaleza no nos ha querido idénticos, resulta absurdo combatirla desde la política con medidas que en vano la violentan, entre ellas la ceguera humanitaria y charlatana que halaga a la plebe, enemiga de cualquier brote de significación por encima de la coacción numérica y del integrismo mercantil que encarrila las últimas señales de vida inteligente hacia una bacanal de escaparate: la santificación del éxito, instaurada por la religiosidad laica del progreso, como elemento perfecto de cohesión para la tribu global. Se me objetará que la masificación que repruebo y sus desviaciones nada tienen que ver con las bondades democráticas, que no existe una relación causal entre el ascenso de los mediocres y el pensamiento liberal que incubó esa pasión tan vulgar de rendirlo todo a los pies de cualquiera. Y si no tengo reparos en admitir que una democracia efectiva solo se manifiesta en un ámbito de confianza donde los participantes se sienten semejantes y como tales quieren coordinar las decisiones que les incumben, ¿por qué no extrapolar este principio a colectivos de mayor envergadura? Sencillamente, porque de lo que es correcto a determinada escala no siempre pueden deducirse patrones funcionales en otras proporciones, y donde difícilmente alguien tiene interés en evaluarse como igual al vecino la democracia formal no sólo pierde su valor de uso, sino que degenera en un abuso que tiende a volver estructural lo que en origen era un compromiso coyuntural. Creo que la palabra clave es selección. ¿Acaso debe valer lo mismo el voto de un ciudadano que contribuye con su esfuerzo salarial a los servicios públicos frente al de otro que evade impuestos poniendo su fortuna en un paraíso fiscal? ¿Y el de un trabajador eficiente y emprendedor en comparación con el veneno que segrega el embaucador profesional que dice haber jurado la renuncia de los placeres terrenales por la salvación de su alma cuando, en realidad, su vocación parasitaria supone una carga onerosa para los demás? ¿En qué medida es justo que se equiparen los votos emitidos por un genio y un estúpido, o por un nativo culto y un extranjero inadaptado que apenas conoce el idioma? ¿Qué hay de la increíble distancia que separa la suficiencia de criterios de alguien que ha hollado tierra extraña para contrastar su experiencia con la de gentes acunadas bajo otros cielos?, ¿cómo hacer parangón con la rigidez de quien ignora hasta el sabor del picante o el gusto de concederse la improvisación de un otoño índico? ¿Por qué la altura de conciencia que representa la abstención activa ante una situación que solo ofrece una oportunidad de elección entre opciones viciadas se contempla con recelo, en vez de como una fuerza libre que atestigua en su discrepancia una actitud eminente? La igualdad puede ser un medio útil y deseable hasta cierto punto, pero como fin es temible. Por ello, desvinculándome de los sistemas totalitarios y parcialitarios sobre los cuales he disertado a mi azaroso arbitrio, concluyo por fin recomendando una revisión asimétrica del sufragio universal, porque si aceptamos que el dictamen de todos los actores implicados en un grupo cuenta sin necesidad de que estos sean iguales en obras, saber y potencia (ni falta hace), lo idóneo es que cada voto tenga un valor distinto en función de la calidad que posee quien lo da.

Interpretada como una versión del sacramento cátaro Endura, una especie de bautismo a la inversa o suicidio ritual asistido, la imagen procede de la página 75v del Manuscrito Voynich conservado en la biblioteca Beinecke y escrito por un autor anónimo en una lengua incomprensible que, desde hace cinco siglos, ha dado muchos quebraderos a los estudiosos.

17.5.10

ENVOLTURA DE NIEBLA


Cuando miramos al pasado, tendemos a encontrar un hilo conductor que le confiere sentido, pero al hacerlo ocultamos el hecho, más profundo y descorazonador, de que el análisis aplicado bien puede ajustarse a los acontecimientos descritos de forma que diluya el elemento aleatorio que hay en ellos, así como la trabazón fortuita entre los mismos. Al intelecto no le faltan recursos para sancionar con razonamientos sus errores de juicio, algunos tan egregios como inventar teorías o adaptar las disponibles a una explicación retrospectiva que convenga a las necesidades presentes. Sería demasiado aterrador aceptar que la opacidad no pertenece en exclusiva al futuro, sino que nos precede con un rigor impenetrable.

12.5.10

UNA MEDIDA SIMBÓLICA CONTRA MI CRISIS


Hay que poder querer que una máxima de nuestra acción se convierta en ley universal: tal es, en general, el canon del enjuiciamiento moral de la misma.
Immanuel KANT
Fundamentación de la metafísica de las costumbres

Al igual que otros españoles descreídos de buena fe, hago extensivo el hábito de escepticismo que me caracteriza a mi propia voluntad de discrepancia, bifurcada, más que repartida, entre noches de intensa gana e irrespirables días de desencanto. Además, como ateo de penúltima generación, llevo con más solemnidad que desazón la circunstancia irredenta de haber perdido el vínculo con la divinidad (no en vano, siempre he preferido crearla dentro que creerla fuera), tampoco me duelen prendas en admitir públicamente que he apostatado cuando la ocasión merece combate y rara vez vacilo en urdir mi enemistad contra cualquier manifestación organizada de cristianismo. Por todo ello, me he visto en la necesidad de plantarle cara al Ayuntamiento de mi ciudad natal, tremendamente favorable a la jerarquía católica, pidiéndole con amabilidad que rehaga las cuentas de los tributos que abono para circular sin castigo por las calles del municipio, que para colmo no sólo están descuidadas y mal pavimentadas, sino que son objeto de constante especulación (una prueba es la zona azul, telaraña infinita de la cual se benefician ciertos carguitos) y son invadidas a capricho por cuanto bípedo en actitud oferente, intoxicado por los trastornos compartidos en el establo al que llama cofradía, sale a exhibir en bizarro cortejo su repertorio de tótems y tabúes, que por si fuera pobre desatino son promocionados con dinero público alegando un pretexto muy chic: espectáculo de interés turístico, cultural y no sé que más... será que soy un insensible. En fin, que por más que considere deseable la imposición de un recato urbanístico de severo sentido laico, no es mi intención exigir que prohiban las procesiones (entre otras cosas, porque hay que precaverse de las leyes contra crímenes de pensamiento englobadas en la dudosa figura de «enaltecimiento del terrorismo»); me conformo con sugerir que los fieles aficionados a tales desvergüenzas disponen de opciones menos molestas para sus paisanos más cabales, como la de concentrarse en polígonos industriales fuera del horario comercial, alquilar el pabellón ferial o reunirse en alguno de los solares deshabitados que aún conserva por la jeta esa gran inmobiliaria exenta de impuestos que es la Iglesia.

Al objeto de ilustrar lo antedicho, copio y pego el contenido de la instancia que he preparado:

EXPONE:
La reiterada vulneración de mi libertad deambulatoria por la zona céntrica del casco urbano como consecuencia de la ocupación que determinadas agrupaciones religiosas realizan periódicamente con motivo de sus actos y desfiles procesionales.

SOLICITA:
A la autoridad competente la devolución de la parte proporcional del IVTM en función del cómputo de horas totales durante las cuales los referidos eventos religiosos monopolizan la vía pública impidiendo el tránsito por la misma a los conductores que pagamos por hacerlo. También considero oportuno reseñar que, aun desconociendo el criterio que debe adoptarse para establecer la cantidad que me corresponde, es previsible que no será significativa en el plano económico, pero constará como un gesto de honradez recaudatoria y coherencia administrativa en perfecto acuerdo con los principios de transparencia y equidad asumidos por las instituciones públicas. Por idénticas razones, en caso de desestimarla, exhorto a los responsables que la fundamenten conforme a derecho.

*

Según mis propios cálculos, el importe solicitado no llegará al euro, una fortuna que de ser reembolsada quizá me gaste en ponerle una vela a la patrona local, Nuestra Señora del Prado (sin calificativos, basta verla para caer de rodillas). A tenor de mis pecados, sería un modo apócrifo de rizar el rizo, pero puesto que conozco mis reacciones puedo anticipar que la sensatez me asistirá: devolveré cada céntimo a la entidad recaudadora con la intención de compensar el sueldo de sus funcionarios, reducido en un 5 % a partir de junio según la poda de escarmiento anunciada por el gobierno, cuyas medidas contra el déficit no voy a valorar a pesar de que me afectan de lleno, pues resultan empequeñecidas frente a la humillación de comprobar cuán intervenidos estamos por los tentáculos que extiende la bolsa de Nueva York.

Tenga o no éxito el empeño, después de registrar mi solicitud me quedaré más aliviado que el falsario Thomas Chatterton imaginado por Henry Wallis en el momento de entregarse a una dosis letal de opio. Por cauces que no llego a dilucidar, cuenta la leyenda que este joven suicida inspiró al Bartleby de Herman Melville, un personaje tan obstinado en su abstracción que incansablemente elegía no hacer nada.
 
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