31.7.13

POCO QUE CONTAR, MUCHO QUE ABRASAR

Cuando alguien necesita algo con mucha urgencia y lo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo. El propio deseo y la propia necesidad conducen a ello.
Hermann HESSE
Demian

Salvo que haya de ejercer sobre sí mismo la violencia de madrugar por estar obligado al mal gusto de revolver el calor con el trabajo, que siempre será un infortunio menor comparado con la obturación de padecer encarcelamiento, enfermedad grave o esa otra dolencia sin derecho a cura que se contrae en ausencia de una servidumbre asalariada de la que renegar, contra el habitual marasmo estival puede uno demorarse entre saludables y a un tiempo arteras ocupaciones como las habidas en charlar recorriendo una lengua recién adquirida con gentes de mirada hospitalaria, o dedicarse a componer en doméstica complicidad constelaciones de orgasmos que tersen la entropía generada a lo largo de los meses previos. Dos ejemplos escogidos entre cientos de gollerías relativamente accesibles de las que excluyo el correr los caminos, pues andan muy expuestos a las productivas industrias de unos salteadores uniformados que dicen actuar en nombre del orden público y de la seguridad vial. Tampoco cuento la bulimia literaria, experiencia subsidiaria en exceso de la ajena a la que yo mismo no he sido extraño, todo lo contrario, y a la que debo, en parte, esta forma disociativa de perder la videncia que se desarrolla bajo el trato frecuente con las letras en lo que parece una reacción de hipersensibilidad a las mismas, cuando no una intolerancia severa a las emboscadas de la ficción verbalizada. Desbaratado este recurso imaginario que antaño me compensaba el tedio de un tránsito veraniego tan proclive a la insolencia en estas latitudes hispánicas, me acojo y doy anuencia de misántropo de tres al cuarto a un mandamiento autodidáctico que estipula hacer alma con las cosas haciendo las cosas con alma o no hacer nada, así de taxativo, porque si el pozo ya no asusta, nunca faltarán motivos para la desmotivación de asomarse a su vértigo geovaginal. Pero volvamos a la literatura y su a veces inconciliable trato con el ocio. Acumulo tantos volúmenes tras la acusación de las lecturas pendientes, que no me sería improbable decidir alguna noche flambear las torres de mis libros sin hacer distinciones entre los que por fortuna me quijotizaron y los que esperan polvorientos su oportunidad para que no me sanchifique demasiado —¿llegué a definir biblioteca?—. No arderían en afinidad con la cobardía de todos los hombres de cruz que han quemado la cultura por toneladas para evitar que incendiaran el pensamiento por millones. Ellos pretendían perpetuar un modelo de muerte en vida que excluyera el antagonismo representado por otros puntos de vista no dispensados del interés, al propio modo y con medios menos drásticos, de buscar la propagación de sus taras a través de las generaciones. ¿Cuánto debe la víctima al verdugo por sus éxitos futuros? Pirófilo por capricho de necesidad, el mío sería un acto de expresa derrota ante la montaña de frutos salidos de la invención humana imposibles ya de diferir y, a lo peor, hasta de digerir; un acto pequeño e inútil, a fin de cuentas, como lo es cualquier iniciativa inspirada por la voluntad de cancelar la realidad. Armado de argumentos instintivos diferentes de los que asemejan entre sí a los sucesivos autores de índices de obras prohibidas, quizá por silenciarme el viejo temor de perderlas abandonaría con coraje las naves en llamas de mis plúteos y nada podría sofocar esta pira del intelecto una vez iniciada. Mis facultades destructivas, tan próximas a la estupidez como lo son sin duda las constructivas, adquirirían un hermoso color tostado al ser expuestas al resplandor resultante de inmolar en anecdótica tirada las necedades profusas que, por el hecho de ser impresas, obtuvieron el sacramento académico de la permanencia... ¡Qué lástima saber que no lo haré! Al vicio de razonar mientras actúo, que me impide ésta y muchas empresas mejores, lo he completado viviendo con una evidencia que anticipé gracias a las bondades de la imprenta: un error no se corrige con otro.

En Santo Domingo y los albigenses, de Pedro Berruguete, se presenta a los cátaros iluminando a fuego presto la obra de Domingo de Guzmán, uno de sus más acérrimos hostigadores, cuya ortodoxia se eleva incólume de la hoguera por medio del aleteo de un vademécum.

27.7.13

STAY BEHIND

Las obras deben ser concebidas con fuego en el alma, pero ejecutadas con frialdad clínica.
Joan MIRÓ

Perdidamente densa por el ser de su no ser, la realidad me gusta tomarla rebajada, aligerada en su graduación de credibilidad, y con tanto desempeño me la preparo de este humor, que me llego a sentir menos real en lo hecho que en lo irrealizado. No real como ese esputo bituminoso de conciencia de sí que intranquiliza por no desprenderse jamás de allí donde cae, sino en el abandono constitutivo de ser hecho. Responsable de ese todo por hacer taladrado en cada parte de mis intrigas como si de una huella forajida se tratara, al acto le corresponde un rastro incorregible que refleja el estertor del suceso original y vengo a firmar con una especie de desvanecimiento, con un entero desdén por el alivio de saberme, en cierto modo ideal, impecablemente nulo.

El mundo no es mayor que el sujeto extraviado en él, pero este sujeto tampoco está solo en su naufragio. Si lo estuviera, el mundo sería menos amenazador, menos mundo, reverberaría en un estado coincidente de suspensión radicular y abrasiva caída libre. Así es la obra de Javier Pérez.

25.7.13

EL SOMATÉN DE YOUCRUZ

Los que tiran del tren son los hombres.
Proverbio chino

La vida moderna se ha vuelto terriblemente compleja por el excedente de necedades —otros las llamarán necesidades, y no me refiero los precintos de celofán imposibles de rasgar— que han de coordinarse con solvencia para no acabar siendo un destechado, suponiendo que antes no traten de reacondicionarte con unas instructivas vacaciones entre la población reclusa. Primero te exigen una competitividad que conlleva derrochadoras formas de ser incompetente con uno mismo, después, porque está en lo humano que haya un fallo decisivo en la cadena laboral y cultural de producción, te irán decantando de su lista hasta quedar arrinconado como un poso cuya sola existencia molestará, y, finalmente, de persistir en actitudes tan contraproducentes y negativas, hacer apología del peor crimen que se les ocurra será una acusación tan probable para ti, hijo de vecino fecundado en el asiento trasero de un utilitario, como improbable la noticia de la dimisión de un ministro.

Hoy, según me han notificado, he cometido una infracción virtual. Cada día estoy más cerca de mi meta: ser un terrorista. Bromeo. Veamos:

«La comunidad de YouCruz ha marcado uno o varios vídeos tuyos como inadecuados. Una vez que se marca un vídeo, el equipo de YouCruz lo revisa para comprobar si cumple las Normas de la comunidad. Tras revisarlos, hemos determinado que los siguientes vídeos incluyen contenido que infringe estas normas, por lo que se han desactivado». Después de reseñar el nombre del archivo que ha disparado la alarma, el oficio prosigue: «Cualquier infracción adicional podrá dar lugar a la desactivación temporal de tu posibilidad de publicar contenido en YouCruz o a la cancelación permanente de tu cuenta».

Primera observación: No debería anunciar que asociado a la cuenta amonestada se encuentra este espacio que ofrezco para padecimiento público sin perjuicio del exquisito gusto de unos pocos, a quienes aplaudo en privado su mérito por seguir desconociéndonos...

Segunda: Puesto que la concordia de mi guerra autoinfligida vale más que estar en paz con cualquier santa hermandad, he tomado con diligencia las medidas necesarias para no perderme el respeto: además de eliminar, sin excepción, todos los vídeos —lo que es tolerado en el presente mañana será castigado—, he amputado el menor vestigio de vinculación con YouCruz, algo que en principio contraviene el pesado plus con el que quiere socializarnos el Gran Asesor. Si han de colgarme de la yogurtera, que sea por mis pensamientos más punzantes o las licencias que me otorgo con la lengua, no por favorecer un inofensivo entretenimiento audiovisual.

Tercera: Lamento la ingenuidad de haberme confiado al uso de herramientas tan viciadas. Se ve venir. Y más cuando hay constancia —basta leer el contrato— de que su política de supervisión está hecha por maniqueos.

Cuarta: Os preguntareis qué clase de contenido me ha situado en el punto de mira. De excelente gana hubiera puesto una acción equiparable a las que solía gastarse El Solitario en sus andanzas por tierras de Castilla, mas no dispongo en mis haberes de esa elocuencia salvaje. Contra mis sospechas iniciales, tampoco he recibido la reprimenda por una violación de los derechos de autor: se trata de una medida punitiva por haber compartido una inmoralidad, aunque en su mundillo de ángulos rectos no la llamen así. Al parecer, resulta de todo punto inadmisible que no se vea ningún desnudo en actitud copulativa durante los cuatro minutos de metraje, extraído de Arizona Dream, en el que Johnny Deep se lanza tras Faye Dunaway fingiendo ser un gallo en busca de gallina... ¡una verdadera atrocidad! ¿Qué clase de gente evalúa el cibercomadreo? ¿Quién los elige? ¿Por qué y en virtud de qué vicios comunitarios debe ser tasado el fluido semántico que se condensa en la pantalla si cada uno se reserva la decisión de ponerlo delante de sus sentidos? ¿Cómo aceptar el insulto de un reglamento que introduce conductas delictivas en un campo desprovisto de autores materiales y damnificados? ¿Qué puede justificar la prepotencia de sustanciar una falta de acuerdo con la contingencia de una ficción, cual ha sido ofrecer al gusto de quien la quiera una hoja incorpórea desprendida del árbol que otro sembró con su invención? Me quedo corto deplorando la rancia contención de los censores, que hasta en una pintura rupestre verían una exaltación de la obscenidad o un peligroso precursor de la yihad; es preciso ir más a fondo, y nada menos inadecuado para lograrlo que un rodeo por las capillas erigidas sobre las cloacas donde evacuan sus porquerías los que tratan de salvarnos de nuestras impurezas. Tranquilos, será un recorrido breve: los lugares más extremos están conectados por un turbia dinámica.

Entre tanta batalla por la mejor distracción, uno ha perdido la ventaja de salvaguardar por principio el poder de piratear su identidad. Preservar el anonimato es un lujo que casi nadie puede permitirse. De la sociedad del espectáculo genérico hemos migrado al establo de la actuación personalizada, donde lo más importante no es ser cautivado por el objeto presente, sino cautivar por ser omnipresenciado. Víctimas y victimarios, asistimos a la muerte del espectador, al que hemos amortajado con la costumbre de suplantarnos a nosotros mismos como figurantes de un mundo revalidado no por la revolución, que nunca sobrevivió al parto, sino por la escenografía. Ya no media distancia crítica alguna entre lo que ocurre en el mundo y el mundo de lo que se cuenta que ocurre. Encogida en el tiempo cautivo del máximo rendimiento, en ausencia de distancia crítica lo que se agiganta es la masa acrítica, el suma y sigue de la realidad forzada a examinarse en un espejo que se traga el mundo contante y sonante del suceso en la caza y captura de la inmediatez. La realidad ha sido duplicada, falsificada, actualizada según el canon promocional: todo lo que no está siendo emitido no existe, está fuera de la sociedad que comulga con lo real tal cual a condición de extenderse en la superconducción de su tratamiento a partir de la veleidad rehecha del instante. Cronista de una muerte aplazada, la suya, el habitante de la duplicación real no vive, sobreactúa ante el objetivo de la cámara insomne que comunica su ombligo con el mundo.

Así como en un sentido especulativo la realidad cada vez que se replica produce una infinidad de pequeños cambios responsables de la transfiguración total del conjunto, en un sentido especular la red digital multiplica las ilusiones sociales al provocar una inflación de realidad que abarata la individualidad hasta desmenuzarla en calderilla. Pero la instantaneidad también ha destruido la cesura natural que concedía su medida transitoria a los hechos, facilitaba un proemio de reflexión antes de hablar y contribuía a madurar en el recipiente silencioso de la intimidad el conocimiento del otro. El momento tecnológico no vale nada, ha sido desalmado para servir al tiempo real del directo adaptado a una visibilidad altamente resolutiva en el primer plano de las vivencias intercambiables. Donde la movilidad es un criterio sagrado y la interatracción una facultad mágica, la mercancía que no circula pierde su caché, desaparece. Al haber ampliado los dominios del mundo considerado real, el del afuera, sobre la amorfa y baja fidelidad del mundo interior, difícilmente ajustable a los formatos exitosos de la publicidad, el imperio del artificio desencadena en la práctica un efecto desilusorio que debe ser corregido continuamente con infoplastia para mantener vigente los índices de audiencia. Y es aquí donde vuelvo a sondear las cañerías de mis señores inquisidores de YouCruz.

La ambigüedad de los preliminares de un acto sexual que Emir Kusturica hace representar a los protagonistas en clave de comedia, sólo puede resultar reprensible a quien sufre una concepción anquilosada del deseo, atrofia que estaría tentado de diagnosticar como patológica si mi ciencia médica abasteciera para desempeñar otra función que la de doctor de mí mismo. Donde el director compone un juego imaginario que desplaza en los amantes la palabra para hacerlos coquetear entre sí con los ruidos y ademanes de un ave de corral, el fanático, que hasta puede ser freudiano, creerá descubrir una dramatización zoofílica. Como cualquier mente que ha perdido plasticidad, el inflexible censor desprecia el posible encanto de lo tangible por el espanto de una categoría ideal; juzga a los demás en referencia a todo lo que no ha vivido ni sabe vivir mediante un complejo de absoluto absolutamente simple que quizá lleve consigo como una acusación continua. De cualquier color que se disfrace, el fanatismo es casi por definición la hostilidad contra todo lo que se oculta, contra lo que permanece oculto incluso al desnudo. El integrista carece de recursos para experimentar la proximidad de lo que no entiende sin convertir la tensión propia en provocación ajena. Sacudiéndose dos milenios de zozobras religiosas y la ilustración subsecuente del libertinaje, del literal y del literario, su violenta respuesta al menor desafío delata una visión petrificada, digna del autor de las Epístolas a los corintios, en la que no tiene cabida el erotismo, y a la que desde luego ofende más la sugerencia satírica que el sexo mostrado en su aspecto crudo, mecánico, pornográfico, precisamente porque enseñado de este modo le resulta imposible festejarlo mientras lo repudia. Difuminado hasta resultar indetectable, el cristianismo perdura bajo otras formas, profanas y heterodoxas en apariencia. Los nuevos medios masivos de difusión, si bien no tienen entre sus premisas explícitas el apoyo a un credo en particular, mantienen con sus reacciones las antipatías características de los mojigatos. También, por diferentes negocios que velar, coinciden en la lucha contra el mal ejemplo que puede inducir a pensar por uno mismo con las inseguridades que la decisión acarrea, sobre todo cuando las prestaciones de la máquina pueden hacerlo por uno de manera óptima y fluida, sin causar escándalo. A lo que está calculado para servir de rancho digital no se le perdona ni sombra de incertidumbre analógica.

Antaño, había que adoptar hábitos domésticos adecuados al dogma; hogaño, se rechaza a quien no cumple el perfil normal de usuario. En toda época, el dispositivo psicológico que regula las interacciones con el medio apenas ha variado. 

Lo más censurado de un artista suele ser lo más valioso, y sólo desde esta significación la censura es menos traicionera que la alabanza, pues con ella al menos puede uno emprender el placer sincero de transgredirla o, si es sutil, arriesgarse a bailar un tango cuidando de no pisarle los pies. Más que por tachar las cualidades ajenas que difieren de su criterio, censuro al censor por estar ciego para admitir los defectos de los que se cree exento. La censura, en especial la ejercida sobre las letras, ha servido también para aguzar el ingenio. Pienso en el Siglo de Oro, con Quevedo, Gracián y el exuberante plantel de talentos obligados a encontrar expresiones menos obvias pero igualmente certeras para denunciar personajes indigestos y realidades miserables. ¿Hasta qué grado el conceptismo barroco no fue un fruto inesperado del cruce entre la censura culta y el intelecto desencantado? Incluso en la jerga de germanía se perciben rastros inequívocos de esa mordacidad expuesta con metafórico atavío. Sin que ello contribuya al elogio de la misma, lo cierto es que la censura realza aquello que condena; equivale, si no exactamente a un certificado infamante de calidad, a una pista en un mapa donde la capacidad de orientarse contiene una parte importante del tesoro. Por eso, ahora que nadie nos oye, no me resisto a confesar que hasta el creador más modesto sueña en secreto con el censor que persiga su obra. No es mi caso: yo no soy modesto.

Me sobrecojo en The Valley of the Shadow of Death de George Innes.

23.7.13

DEGRADACIÓN

El soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie de un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más raros y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso y adelantarse a la muchedumbre: no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear, no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante.
Alexis de TOCQUEVILLE
La democracia en América

Haciendo filtro de su agudeza, Jardiel Poncela definió dictadura como un «sistema de gobierno en el que lo que no está prohibido es obligatorio». Gracias a esta máxima, dotó al acervo de un recurso muy práctico, de bolsillo podríase decir, para el diagnóstico de la calidad política de una nación. ¿Qué democracia actual, bajo sus cascarillados barnices parlamentarios, no caería dentro de esta categoría asfixiante de gobierno? La española, además, hace soportar sobre los hombros de sus ciudadanos la deshonra de ser teocrática, borbónica y mamporrera de otras más furibundas militar y financieramente, pero en todas ellas el celo por ganar o conservar la calma individual, vigilada desde la cuna como una amenaza social, acaba pasando de la sospecha institucional a su igualación de hecho con las infracciones más graves, pues las leyes tejen una tela de araña inextricable alrededor de cada uno en la que con mayor facilidad quedará prisionera una actitud pasivista, máxime cuando la proliferación de normas jurídicas ha logrado que sea imposible ejercitar el necesario uso de la vida propia sin transgredir de aluvión una cantidad disparatada de preceptos superfluos. Acoso lógico por parte de los poderes si a tenor de una lectura consecuente se considera lo improductivos y reacios a seguir las corrientes mayoritarias que se vuelven los espíritus proclives a defender entre sus prioridades el derecho a que los dejen majestuosamente tranquilos, mínima potestad de sí sin cuyo soporte las libertades civiles son lo que ahora son más a las claras que nunca: infundios oficiales, la despreciable propaganda de una estafa urdida con el aval de un Estado constitucional o cojonudista, lo mismo da, aunque no dé lo mismo ni de lo mismo.

No siendo memorable en el dibujo, lo es en su poder alegórico para mi alegato esta naturaleza muerta de Willem van Aelst en la que los roedores se apresuran a tomar posiciones una vez se ha extinguido la luz. Por si la analogía fuera escasa, las nueces abiertas aparecen como un remedo simbólico del cerebro, matraz del pensamiento, brutalmente devoradas en su pluralidad por los invasores.  

MEDIATECES

Como el espacio es curvo, a lo largo de su curva hacíamos correr los átomos como bolitas, y el que mandaba más lejos su átomo ganaba.
Italo CALVINO
Las cosmicómicas

Recojo los trastos de haber cenado que, como de rutina, ha sido una breve colación subrayada con el color violáceo de tragos más luengos; no un bocado escueto por temor a las calorías, sino por no revolver mi hastío con el hartazgo. A veces la soledad vuelve los dientes contra uno sin reconocer, ni falta le hace, las caricias de quien la amamanta. Muy allá de mi circunstancia, sacudo los puntos suspensivos de basmati y seta de cardo sobre el cajón de la basura, pero al desprenderse de la escudilla una llovizna de frases sueltas, advierto que sin llegar a exhalar efluvios de hogar colonizado van formando en el fondo una superficie de postulados:


La realidad nace de la locura y sólo una locura mayor puede aprobarla.

*

El demente ve lo que cree y el sensato cree lo que ve. Así pues, ambos están ciegos.

*

Revoloteo sin armar revuelo. Tiento flores al azar que se posen en mí. Es muy fácil leer lo que quiere un hombre a la vista de su semblante, incluso aislado de la fisonomía que encuadernan sus acciones; en cambio, lo que quiere una mujer no puede verse ni a la tea de su historial, hay que palparlo o padecerlo adivinando su mobiliario invisible.

*

Así como nadie escapa de un resfriado ocasional, nadie está libre de recibir una crítica malsana, siendo la más difícil de curar la que introduce sus gérmenes con sonrisas. No es pequeña virtud evitar sucumbir al poder del halago, ni poca la entereza que se precisa para sortear el enredo de la ofensa; ahora bien, la auténtica proeza consiste en no fecundar con una conducta indiscreta la coyuntura que engendra el babeo y las raspas, especialmente cuando el primero suaviza el paso a las segundas.

*

¿Afeitarme? Sólo me gusta la proximidad de la cuchilla cuando va montada en la guillotina que siega la cabeza del tirano; un gusto que vería redoblado si se tratara de un tirano elegido a la usanza democrática, porque simbólicamente serían desbrozados de un tajo varios millones de panolis.

*

El gentilicio español habría que usarlo en diminutivo: dentro de sus fronteras traicioneras, los nativos y advenedizos hemos pasado de estar en la parra a estar en la parrilla.

*

Ese hombre tan adelantado acabará mal: a poco que se descuide, lo coronarán rey de los suyos... 

*

¿Encontráis hermosa la expresión hacer fortuna? ¿Tenéis presente al sentirla así cuánta insensible avidez, sacrificios sin pausa y violencias de toda especie hay que introducir en el mundo para obtener el rendimiento que tan atractiva os la muestra? Estad seguros de que todo cuanto posee de rara una gran fortuna puede presumirlo de costosa, mas no de cara.

*

Me juzgan antisocial por no esconder mi fastidio entre algodones, cuando de lo que más harto estoy es de no poder bostezar sin tropezar con las almohadas, rellenas de chinches y hormigón, de un mundo que ronca mientras sueña con sábanas de seda.

*

Lo mismo que a unos premia, a otros castiga. Por eso las buenas excusas invitan a quedarse a lo inexcusable.

*

Me falta mucho para ser heroico, pero me sobra más para no serlo.

*

¿Cómo se pinta en la cara la indiferencia sin que se note el pincel? Nada se ajusta a quien busca su justa medida.

*

No ha de infundir desconcierto la confusión que media entre el sujeto y sus predicados, porque vivir da para una abundante transfusión de contenidos. Uno nunca es lo que hace, aunque lo crea; uno siempre hace lo que es, aunque no lo crea, aunque no haga lo que crea, esto es.

*

Sólo por debilidad nos adaptamos con orgullo a la intriga de preferir ser un problema para uno mismo que una amenaza para los demás.

*

Hay técnicas de mercado que no se enseñan en las escuelas de negocios. Lo omitido por corazón vale más que lo sumado por convicción.

*

Bajo la atenta presencia de criaturas nacidas del vientre de la sombra que no se prestan al fraude de los sentidos normales, las fuentes de la inspiración manan oscuras.

*

«La vida fácil destruye a los hombres», soltó uno, a solas con su razón, en el trance inverso de nacer. No parando en la objeción a ese genio tramposo que se camufla en el reposo, entre tanto zombi me pregunto si alguna vez fuimos hombres...

*

He pagado caros mis errores sin regatear el precio que establecieron sus recaudadores, pero hay gentes que no escatiman gastos por cometer uno de mayor gravedad que todos juntos: resucitarme en una vieja deuda con intereses. Lejos de la justicia histórica, esto es una burda especulación revisionista.

*

Brevísima receta de sociabilidad: mezclar una parte genuina por cada nueve de adulterantes, remover todo en caliente hasta obtener una masa homogénea y tragar el resultado adoptando una sonrisa que no desmientan los ojos.

*

Ni de puro chance puede fiarse uno del hombre, salvo de los matices de sus mentiras por la verdad que desvalijan. Es certidumbre que no figura en las escrituras de ninguna religión que yo conozca.

*

Sólo un malvado aplaudirá como buenas las barbaries de la guerra, pero sólo un necio creerá que puede vivirse sin aprender a hacerla o resistirla.

*

A un miembro del vulgo se lo identifica porque basta repetirle que ostenta mejor condición de la que tiene para que se humille más. Basta, por ejemplo, invitarlo a votar cada varios años para que crea disfrutar como libertad lo que no es sino el modo más seguro de echarla a perder. Lo que agrada a una bestia, al bruto le suena a elogio.

*

Todos los príncipes destiñen con el roce de la proximidad y, cuando esto ocurre, sólo un canalla querrá estar cerca del villano que no puede ocultar sin sus afeites.

*

Buscando la amnesia perfecta, escarbo con su rostro mi propia tajada entre la salsa de las sábanas. En lugar de las exequias de la tensión, un auge de la misma a dos bandas hasta que una de mis voces, la mosaica, vuela por los aires los intentos ajenos de apropiación indebida: «No llores, no lo soporto; sobre todo sabiendo que no soy el causante de tu llanto». Mi orgullo dura lo que dura el del otro. El entendimiento vendrá después, con el sobresalto de un retardo inesperado. Cuando se quiere por debilidad, sólo un gesto de desamor puede devolver la fortaleza.

*

Cuestiono la existencia, luego existo —sí, estoy seguro, ya lo escribí—. Cuestiono el recuerdo de la existencia, luego recuerdo haber no existido, aunque no me sepa el dónde y en el ahora, guardando un dudoso equilibrio sobre este atolón de virtualidad por el que no se cansa de emerger el contenido de la nada, se anuncie indecisa la perspectiva entre aceptar el virtuosismo de su capital de ilusiones y la tentación brutal de perderlo todo de una vez.

*

Llegado uno a la repugnancia de construir palacios de cristal para sus más deslumbrantes engaños, comprueba descorazonado que también agotó el placer, superior a cualquier otro, con que solía reducirlos a añicos aprovechando cada muda de piel.


Bello monstruo y más bella dama en Drainsm de Jacqueline Gallagher.

21.7.13

PRECESIÓN

El caos siempre derrota al orden porque está mejor organizado.
Terry PRATCHETT
Tiempos interesantes

Una parte de sí se tantea por lo que siente, otra por lo que piensa, no menos se medio entiende por lo que fantasea y, arruinando o raramente culminando la actividad interna, pues lo quimérico tiene en ella el peso de lo real, uno toma y es tomado en cuenta, a expensas de lo demás, por lo que hace. Tan importantes o tan ilusorias como las facetas anteriores son las oníricas, que funcionan con un reglamento híbrido de certidumbres y falsedades que relacionan cada pieza del conjunto con la muerte, de la que ofrecen por episodios la conexión latente de una síntesis anticipada a guisa de tropo, como un ardid que permite tomar el antecedente por el consiguiente mediante un recurso donde se desvela que la obra del mundo ha concluido ya, y acaso a través de la rendija del sueño pueda divisarse una imagen imperfecta de las huellas de su ausencia.

Nada puede quitarse ni añadirse a la tempestad de ilusiones que es el mundo; nada subvertirse ni ser transformado donde, como en un sueño dentro de otro sueño del que se ignoran las coordenadas, uno experimenta el pulso de su ser acompasado a la radicalidad del atentado de la creación, actuación insuperable y definitiva. Los errores del mundo, si conviene llamarlos así, no son producto del ser, son el ser del mundo; si el ser es erróneo, limitado, inconsistente o perverso, se debe a su genealogía, pues emana de una entidad que se manifiesta enmascarada con esta tabla de registros a través de los actos que, por un error de juicio desde luego, sentenciamos como nuestros. En esta casa cósmica de casos, el error en todo caso es el cosmos. Inmersos en esta presunta anomalía, la reticencia a aceptarla como tal recibe el nombre de voluntad y consiste en creer que el mundo puede cambiar por desear que sea muy otro. La voluntad trata de fingir que el mundo se rige con propósitos para poder olvidar, y lo logra, que no puede intervenirse en su estructura según los designios particulares. No es una necesidad ilusoria, sino una ilusión necesaria, la ilusión de representarse a sí misma en un mundo de verdad, aunque ese mundo, en verdad, realice la representación incierta de una ilusión. El humano se inventa un sentido para no ser menos; la realidad ha inventado el sin sentido para no ser más que la ilusión donde unos ilusos seres intentan conjurar su irrealidad. Fe y anhelo, torceduras cognitivas que reflejan el cadáver de la voluntad, carencias que persisten en las representaciones individuales por no asumir que todo acto volitivo se construye imaginariamente, como esos fantasmas que el pavor proyecta, para volver más tolerable o comprensible el río del acontecer de acuerdo con una aparente causalidad objetiva. Pero habitamos en la desaparición de los acontecimientos, que perduran en la realidad que les atribuimos como ecos que repiten hasta el absurdo nuestra incapacidad para abarcarlos simultáneamente en el esplendor explosivo del instante, devenido totalmente misterioso en sus zafras, en los restos que ni siquiera pueden conjugarse correctamente con la inteligencia por quedar fuera del tiempo, del tiempo que es óvulo y prisión del conocimiento desplazado del acontecimiento. Origen y final concurren pese a que todo lo impensable anime a concebirlos distantes entre sí por un intervalo ilativo inconmensurable, en virtud del cual puede conferirse a las cosas la ficción del movimiento, de su transcurso y sucesión, cuando todo es accidental y el accidente vibra como un causa encausada, como el temblor de un simulacro, ensayo y error en unísona comparsa.

El mundo se nos simula mágico porque lo fácil es convencerse de los ensueños de la voluntad arrullados en la conciencia. Y la conciencia, no está de más recordarlo, solo es un ápice del accidente universal, en el que toma parte como una escandalosa onda expansiva para su portador. Así alumbra la tragedia; así nos duele trágico el mundo que se resiente de su excrecencia como fruto aleatorio del caos fundamental, que se subsume como símbolo homeostático en su fundamento casual. Todo lo que parece es y lo que es no se parece a nada. Todo cuanto viola la nada se compone de accidentes, y por nada del mundo los destinos del propio mundo serán menos accidentales. Los mayores dramaturgos iluminaron a sus personajes con el rayo fatal que les mostraba la existencia amenazada por circunstancias ajenas a su control, extrañas a la noción tan narcótica como arbitraria de la decisión. El santo y seña no exige la reminiscencia de estar predeterminados: nos exculpa la contraseña de estar acabados.

Tomando el mundo por engaño, hasta la desilusión se satura de inverosimilitud, que la revierte como némesis de su noesis. ¿De qué sirve la posibilidad de que sea cierto el ahí fuera si dentro de uno el artificio se colma de realidad? Rebosamos realidad, nos carcome la mentira de lo real, peripecia particular de la apariencia donde únicamente se es libre de desquerer, de no echar a correr por el campo minado del albedrío o de lanzarse a él a cuello tronchado confiado a la intertextualidad del Big Bang. ¿Puede hacerse responsable a un muerto? Nadie lo es de nada y, sin serlo, virtualmente lo es de todo. El pecado es iniciático, no original; la falta no se genera en lo que uno hace con su vida, se purga por venir a ella. Muertos quiere decir indestructibles, dilapidados en un juego perpetuo de palimpsestos, trampantojos para la razón que de ellos pende porque en ellos se suspende. No hay otra penitencia que haber nacido, el hecho de que se nace tras haber estirado el zanco, y si nada valemos en el universo, también esta nada es crucial para que el universo sea la precuela creíble de un montaje indemostrable, el rastro procesado de un trucaje indesmontable.

Para Baudrillard, a quien le coincido algunas visiones, «sólo lo que excede la realidad puede superar la ilusión de la realidad». ¿Significa esto que sólo lo que supera la ilusión de la realidad puede eclipsar la realidad con la ilusión? Ascensión Risco, la sibila a quien cité en lejanas correrías, no vacilaba en testimoniar que «vivimos en un mundo ficticio, pero se necesitan enormes dosis de ilusión para romper el hechizo». La realidad como maquinación, el humano como máquina reproductora de simulaciones. Al no ser nuestras simulaciones más falsas que la realidad de la que surgen, ésta no es, por tanto, más verdadera que aquéllas. Defectos especiales de fabulosos efectos. Una vez más, aquí y ahora, la pregunta por la pregunta: ¿qué es real? Al ser formulada desde las simas del mismo principio de realidad, desde el linamen dispar que está en su génesis y en su ocaso, cualquier respuesta será igualmente ficticia. La enigmática continuidad que circula entre el sujeto que indaga y el objeto interrogado quizá requiera de la eternidad para resolverse. Si es que hay un entonces por descifrar, si es que hay siempre...

La reja del arado peina el labrantío, las velas ondean, el rebaño pasta... En este Paisaje con la caída de Ícaro de Peter Bruegel el Viejo, gracias a una perfecta indiferencia de los actores, nada ni nadie se admira ante el percance del hijo de Dédalo, transcripción mitológica de la aventura truncada del espíritu.

19.7.13

TEOREMA DEL COPRÓFILO

Una conspiración puede derrocar a un tirano, pero ¿qué puede hacer contra una creencia firmemente establecida?
Gustave LE BON
Psicología de las masas

El animal que presenta mayores similitudes con el hombre no es el chimpancé, como vulgarmente se cree; tampoco el delfín, idealizado por los ingenuos que proclaman una espiritualidad desdentada, y ni siquiera el puerco, con el que indudablemente compartimos turbadoras semejanzas. El mejor parecido simbólico lo escenifica el escarabajo pelotero que lleva consigo hasta el nido las boñigas reunidas en el transcurso de su andadura para cebar a sus crías.

Si «lo que más acerca al hombre a la condición de bestia es el no ser libre donde lo son los otros», como pensaba Montesquieu, el mayor enemigo de la libertad individual no es el poder del Estado, sino el del útero.

Este hervidero de concupiscencia corresponde a Les Oréades de William-Adolphe Bouguereau, un pintor por lo demás muy aburrido.

18.7.13

LUZ QUE AGONIZA

—El poder reside donde los hombres creen que reside. Ni más ni menos.
—Entonces, ¿el poder es una farsa?
—Una sombra en la pared —murmuró Varys—. Pero las sombras pueden matar. Y a veces un hombre muy pequeño puede proyectar una sombra muy grande.
George R. R. MARTIN
Choque de reyes (segunda entrega de la saga Canción de hielo y fuego)

Cuando matar es más fácil que respetar la vida, la primera oportunidad de obtener una ventaja se pelea como la última, los hombres mediocres confabulan para aplastar a los mejores mientras los mejores entre los mejores huyen de sí mismos y el orden público se asemeja a un gigante dotado de miembros fantasmas que más duramente se sufren cuanto más obvia resulta su inexistencia, puede decirse sin temor a falsear que el fin de la civilización ha llegado... si es que alguna vez la hubo sobre esta cecina de estrellas que parece aumentar su gravedad en cada ser a medida que la pisa; que en cada ser parece pesar la medida de sus tribulaciones, deleznables agonías.

Alegoría de la vanidad del mundo, obra del fogueado Antonio de Pereda.

16.7.13

ME SIGO HACIENDO NADA

Edward Burne-Jones, The Baleful Head
Déjame olvidar hoy esta dicha, que es más ancha que el mar,
porque el hombre es más ancho que el mar y que sus islas,
y hay que caer en él como en un pozo para salir del fondo
con un ramo de aguas secretas y de verdades sumergidas.
Pablo NERUDA
Alturas de Macchu Picchu

Las mujeres serían más crueles si tuvieran presente en su conciencia cuánto embellecen con el enfado. Carne de cañón y carne de colchón, ambas alimentan igualmente y todas, malquistadas por ser comidas, se gangrenan por sí solas, canjeando preferible el buen hambre que no sacia la gallofa del peregrino a ese bocado de cebo por tierno que parezca. Cuando me crucifiquen por goliardo, o demasiado antes por heresiarca, ¿vendrán las que fueron mis festines a apretarme los clavos, o se conformarán con la majestad de aliviar mi sufrimiento enjugándome en sus pechos la hemorragia canina de mis besos? —aquí hay senada para insertar un ¡ejem!

¿Que me plagio en el libro del destino? Virtud que ayuda sostener defectillos. ¿Que se me instiga a infinitarlo? ¡Qué quimera ser pionero del fin! ¡Qué intangible comparecencia de inercias! Luego, ¿qué traer del pasado para abrasarlo? Y del futuro, ¿qué para descabezarlo? Existir, persistir, resistir... ¿no os corroe los tímpanos ese metrónomo todopoderoso? ¿Acaso el juego entero de los menesterosos biosféricos se ha de reducir a una carrera pisona entre masticadores y tragados, dentro de una competición mayor que tediosamente renueva la primera con el impulso de propagarse por no aceptar la desaparición propia sin haber colado en la pista su legado característico de errores, su variación personal de la adulteración preliminar? ¿Cuándo osaremos saltar la frontera que nos separa de lo que somos para arrirmarnos al epicentro de nuestras nadas? No temo su electrificación ni su derrumbe, ni en mí ni en ningún otro. Cimarrón en las selvas de la fe y encantador de bestias, me poseo con la tempestad de los que a sí mismos se paren a rayos y sé, como tú en tu caldo de ferocidad, que el mundo crepita como nunca en la guarida de los señeros; señores sin pares, sin nota pero notables. La imaginación promete, la realidad compromete y ninguna me somete.

Mi cuerpo desnudo es nodo y barranco para el alma. Sorbo almas que puedan fundirse a mis pupilas cuando me corro sin gritar de espanto ni estallar de goce; que no se espanten, sí, de lo que a placer estallan conjuntadas. Si las miradas matasen, sería un genocida. Es preciso endurecerse, único camino transitable que nos queda por desenrollar a los espíritus sensibles. ¡Juro endurecido por el capitán Nemo salirme de esta ruta al menos una vez en cada despertar y escupirme de cara al espejo siempre que lo incumpla, porque raro es el día, y más rara la noche, en que no encuentro reflejos premonitorios frente a los cuales desherédase uno la máscara que ponerse si el susto no le parte el trance a golpe de alferecía! Remedos del pozo irremediable, todos los temores son muecas del temor a la muerte, más de la muerte en vida que de la vida devuelta tras la muerte. No es difícil, sino insoportable, conjugar la sensación de ser diminuto con la certeza de ser eterno, válgame decir, ineludible...

A medida que la rosca de las estaciones se introduce en un hombre, desaloja las inhibiciones que, por miedo al ridículo, le ocultaban ante sí mismo el verdadero tamaño de su soledad. El paso de la lucha por la vida emborracha de puro arrinconamiento viraje a visaje de reloj, y el desamparo, real siempre que es sentido, sentido se encona siempre, no pudiendo a cambio acabar el ansia que arroja a la mendicidad de atenciones ajenas, a las que incluso se llega a fantasear tolerables bajo la hostilidad de quien aparentando interesarse por ella, sólo se acerca a espetarle banderillas. Como bufones despedidos de la corte o personajes desterrados del guión, con la edad uno se ensimisma en infinidad de tonterías con las que atenuar la resaca de esa distancia que, deseable en un principio por agobio y minada de trampas después, termina expulsándolo de la sociedad; tonterías grandes o menudas según las riquezas del ánimo y las disposiciones de la fortuna que contribuyen, llamativamente, a soliviantar el escarnio particular con aquellos elementos que cualquiera hubiera rechazado por grotescos cuando, más joven o menos cascado, florecía en el emparrado de un risueño acompañamiento.

14.7.13

DESCARTE

Vivimos en la ilusión de que lo real es lo que más falta, cuando ocurre lo contrario: la realidad ha llegado a su colmo. A fuerza de proezas técnicas, hemos alcanzado tal grado de realidad y de objetividad que podemos hablar incluso de un exceso de realidad que nos deja mucho más ansiosos y desconcertados que el defecto de realidad, que por lo menos podíamos compensar con la utopía y lo imaginario, mientras que para el exceso de realidad no existe compensación ni alternativa.
Jean BAUDRILLARD
El crimen perfecto

Tahúr de ondas compartidas adicto al póquer del gigabyte, no me barajes más en ese mazo ripeado de contactos, descártame ya del buffer de tu jugada: ni cortesana ni cartesianamente puedo servirte.

Por deseable e inspirada que nos fructifique una compañía, su trato además de concesiones exigirá cesiones. Para sentirnos libres, hemos de arriesgarnos a ser huraños sin claudicar, llegado el caso, exponiéndonos al infamante recurso de la bordería, palabra que parece estar emparentada con su ancestro burdus, bastardo, que etimológicamente hace del borde un hijo del burdel —jo, jo, jo—. En sociedad, y más en la sociedad alambrada de redes, prisionera de telarañas que simulan ser raíces, la razón es lo primero en perderse, incluso antes de ganar en la impudicia a la que siguen mordiéndole los calcañares la ordinariez y la maledicencia.

A los que me reclaman desde el otro lado de la pantalla, donde todos nos volvemos un poco o bastante irreales replegándonos a las torsiones de la hiperrealidad, los intercepto advirtiéndoles que debo atender las obligaciones del mundo presencial, mientras que a los salteadores de atención en los vericuetos de la presencia inmediata, no vacilo en sortearlos con estoicos capotazos de virtualidad mediante si es preciso. No es deslealtad, solo una argucia, una mentira piadosa o white lie —la claridad con que los angloparlantes llaman a las mismas cosas que los hispanohablantes solemos rebozar de moral facilítales el cívico ejercicio de la hipocresía— que se legitima cuando dispensa a quien la usa de convertirse en negro de esa sumisión interconectiva, tan de moda como falta de modales, en la que otros, menos godizos, celebran una plausible disponibilidad. Ahorrándome la altivez, sin mentir innecesaria, me cago públicamente en este encaje de fecalomas recíprocos para que se vea en su exterior lo que contiene de contagiosa indisposición.

Grave es tener que producir, pero reproducirse, sea en carne de carbono o de silicio, es calamitoso, no solo porque la primera constituya un asesinato potencial y la segunda un eco que sobrevivirá al inmolado hurtándole la individualidad a jirones en copias disecadas de archivos... Bárbaro atrasado y paletoide demodé a juicio de mentecatos, no quiero hacer nada por explotar tales campos de replicación, vindico mi derecho a seguir campeando infecundo en un casi completo no hacer. Y si mi independencia molesta, molestaré.

Desconozco la identidad del autor de la imagen. Con escaso margen de error, diría que la hallé por aquí.

13.7.13

RELIGIOSO, NATURALMENTE

Cuando me muera pueden pasar dos cosas –dice Luder–. Que desaparezca para siempre y no sepa nunca más de mí, o que me encuentre conmigo mismo en un mundo exacto o parecido. Ambas posibilidades me dejan indiferente.
Juan Ramón RIBEYRO
Dichos de Luder

Lo sé y no lo sé. Lo dudo perfectamente.

Este universo, que mal sobre mal bien podría estar siendo objeto de ensayo por parte de una pandilla de semidioses traviesos según la sucia usanza exopolítica de los relatos conspiracionistas o, tanto peor, servir como campo de trabajo embrollado a perpetuidad por una raza de titanes en condiciones precarias bajo el anonimato de un sistema fractal, también podría, por un supuesto megacomplejo patriarcal, responder al golpe de eternidad ejecutado por el Ser Supremo que nos pintan de una arrogancia omnisciente las crónicas bíblicas, o no ser más, y no para menos, que el fósil elástico de un animal inconcebible o acaso una infección onírica de la materia provocada por el desenlace explosivo de la hiperconciencia —el huevo primordial, la bola de singularidad espaciotemporal condensada, ese ylem alias CHON con licencia filosófica del dinamitero Mainländer— donde las constelaciones actuarían como redes neuronales en abrasadora cohesión ficcional a través del vacío. Creo estéticamente lícito recorrer cada una de las hipótesis cosmogónicas imaginables porque ignoramos la naturaleza íntima de las cosas y nuestras certezas, más allá del catálogo de lágrimas que nos concretan, no pasan de remozar algunas pretensiones míticas en función del gusto mandarín de la época mientras trazan series factoriales de espejismos que se ovillan entre sí mediante un proceso de paleoinvención cognitiva...

Obviedades dignas de charla etílica aparte junto con sus derroteros de actividad neologística, las múltiples caras de la divinidad —o de la totalidad intrínseca, pues rechazo la distinción entre creador y criatura, así como la que separa la apariencia de la significación— se corresponden a otras tantas máscaras del ego, luego debe morir para dejar espacio al sentimiento arrollador de la ausencia en la génesis que implosiona con la superstición de los límites antropomórficos. No se nace en Dios; a Dios hay que nacerlo y, para ello, debe uno desvivirse. Surge entonces la religión como ese estado disruptivo, próximo al desbordamiento final, que permite una apertura donde se hace presente en el sujeto la franja usualmente relegada de lo real. La carambola de la experiencia mística está marcada por la violencia del sentimiento original de matriz rasgada donde todo lo creado es centro increado, donde íntimamente nada está desacoplado sin perder por ello la cualidad que le es más propia. El ser que despierta de su aislamiento existencial no se adhiere a una religión, sino que él mismo se convierte en un templo donde vuelven a vincularse lo alto con lo bajo, lo externo con lo interno, la forma con el fondo, el uno con el otro, los oasis con los médanos y las luces con las tinieblas. Pero el ser que fluye en espíritu no equivale a la suma de las experiencias que componen su historia. Arma del alma, cada espíritu añade otro enigma a la ignorancia esencial de la que no hay escapatoria, y tampoco mis lectores tendrán fácil salida de este engarce de palabras que planteo valiéndome de que la mejor observación es concepto de viso reversible: lo cómico ríe con arreglo al horror de los fundamentos cósmicos porque cuanto hay de horrible en el cosmos toma un giro cómico tras cada repetición.

CODA

No han transcurrido ni dos años desde que fundara, en coalición con un sínodo de gentiles, una entidad dedicada al fortalecimiento sensual y espiritual a la que quisimos dar cauce reglamentario en consonancia con la legislación vigente. A diferencia de los bazares soteriológicos que proponen la salvación futura del ánima como amaño para sisar el presente del ánimo de los presentes, nuestro culto toma como punto de partida la exploración de una realidad carente de redención, principio que por desencadenar otros de mayor trascendencia parece no gustar a las autoridades allí donde a falta de luminosidad —institucional y social, no nos engañemos— gobierna a todos el miedo. Amén de la polarización moral en buenos y malos, o de la incomprensión con que los retos desplegados por otras percepciones son demonizados, es característico del monoteísmo tronado de entronización la intransigencia contra la idea de un panteón de misterios que no satisfaga a los inversores en acciones del Otro Mundo.

Teóricamente el silencio administrativo era favorable a la solicitud, mas los documentos, acordes a los requisitos, fueron traspapelados durante el periodo de tramitación. Conscientes de haber pedido peras al olmo, a ninguno nos sorprendió la actuación del estamento judicial encargado de gestionar la inscripción. Por el envés de la negligencia presumible, los anticuerpos cainitas del sistema se ocuparon con sigilo de erradicar la discrepancia; bien conocemos la arraigada afición española a enterrar el pensamiento indómito en cualquier parte, hasta en arrabales y cunetas cuando el bofetón del carpetazo no basta.

Las reclamaciones interpuestas no han causado efecto, y en la actualidad, mientras preparamos los pertrechos del contencioso, la organización se desencuentra en un limbo burocrático que confirma la privación de libertad religiosa dentro de un Estado hecho y maltrecho por y para encarecer a prelados de muy mortecina gloria, hombres póstumos en vida, supervivientes de una era extinta cuya recompensa es tener un paraíso acorazado en el acá regado por el sudor de frente ajena. «¡Qué corazón tan firme para no aficionarse sino a los que más pagan!», como diría Fígaro, nuestro corresponsal en el otro mundo.

La guerra mundial venidera tendrá un tono religioso que hará palidecer a las anteriores.

Estamos en el aquí como el cuero del corcel en las fauces del león, que ríe mordiendo y muerde riendo. Para toda alimaña hay otra alimaña, y este antagonismo de seres redunda en la obra de George Stubbs, diseccionador de anatomías exóticas que luego plasmaba en sus lienzos.

7.7.13

KIAI

Hay un género de soledad que comienza por ser no un aislamiento, sino un haberse desposeído de toda propiedad. Un quedarse a solas, más que por no tener compañía, por haberse extinguido ese sentir de lo propio, por haberse abolido la ley de la apropiación. Y con ella la colonización que obliga a salirse de sí mismo continuamente, a cuidar de lo otro sabiéndolo «otro», o en otro, para que le pertenezca.
María ZAMBRANO
Claros del bosque

Qué injusta con el alma se muestra la naturaleza modelada por el tiempo, pues deforma ostensiblemente la ciencia adquirida en experiencia con los rasgos indeseables de la vejez, y favorece con los encantos de la juventud los nada hermosos atributos del desconocimiento con su séquito estereotipado de pasiones, insensateces y jactancias para que todos, en definitiva, jóvenes y viejos por igual, sigamos alimentando el circuito de la promiscuidad cadavérica —sangre al polvo, polvo a la sangre— donde la vida se recicla... ¿Cuántas legiones de muertos son necesarias para animar la materia de un organismo humano? Prolongar de servil grado este devaneo o desobedecerlo hasta el cisma, he ahí un puntal que distingue al guerrero del feligrés por su modo de participar en la picadora biológica.

Ave de altura frente a pájaro de nido, bien vuela y mejor descansa el disidente evolutivo que se niega a contagiar sus genes.

Guerrero con su escudero de Paolo Morando, más conocido por el apelativo de Il Cavazzola.

5.7.13

REENCRUCIJADA

El hombre nunca renunciará al verdadero sufrimiento, o sea, a la destrucción y el caos. El sufrimiento es la única causa de la conciencia. Y aunque al principio haya declarado que la conciencia es una desgracia enorme para el hombre, sé que el hombre la ama y no la cambiaría por ninguna satisfacción.
Fedor DOSTOYEVSKI
Memorias del subsuelo

¿Quién podría vivir si no estuviésemos muertos?, ¿quién soportaría su propio hálito si hubiese más ente en esta vida que un damero de irrealidades? Hágase el ejercicio figurado de verse forzado a elegir entre amanecer, sin posibilidad de retorno al estado anterior, encerrado en el cuerpo de un niño de cinco años siendo quien se era hasta el momento de dormir, o despertarse prisionero en el de un viejo de noventa y cinco transido de achaques. Según la alternativa escogida, puede sondearse si estamos ante una conciencia escarmentada o el atolondrado entendimiento de un hombre cualquiera.

«¿Qué tal?» pregunta Goya al dorso del espejo en Las viejas o el tiempo.

DESENCHÚFESE Y RESPIRE

¿Tanto amas la carroña que hasta con espejos la sazonas? ¿En tal alta devoción tienes sus piltrafas que por toda sepultura la entregas en putrefacción al viento?
Felicia ESPINOSA
Un muerto sabe a lo que sabe

Se sigue muy tonificante para la musculatura del ánimo comprobar que no hay ninguna necesidad de agregarse a las redes sociales e, insensible a su infiltración virtualizadora, que solo añade más forros de simulación a la realidad cuando lo deseable es aligerarla de todo, además de poder prescindir de estos escenarios arácnidos con renta segura de ocio y regocijo, uno conecta mejor consigo y sus afines componiendo sus personajes offline, liberado de multiplicarlos por sí mismos bajo el apremio de adecuarse a un ámbito tan proclive a la hinchazón de faces y antifaces, mas, decoroso es confesarlo, el beneficio derivado de este efugio no tiene parangón con la entereza de haber superado el brete de mantener crónicamente irrigado, fuera de sus poco eludibles rudimentos, el tumor de una vida social.

Floreciente en la soledad del estudio, Melancholy de Pieter Codde.

4.7.13

LA SANTIDAD OMISIVA

Si hacer fuera tan fácil como saber hacer, las ermitas serían iglesias y las cabañas de los pobres palacios de príncipes. Es buen teólogo quien sigue las propias consignas.
William SHAKESPEARE
El mercader de Venecia

Haciendo caso cero de los retoños que dormitan en su latente divisibilidad, un individuo digno de atribuirse el señorío aluzado en dicho nombre no se pone a las órdenes de nadie ni busca el fruto huero de mangonear a los demás; a alguien así, que da la cara al otro y nunca el culo, no le valen las personas que sirven, sino que le sirven las personas que valen, que se valen por sí mismas. En sus antípodas, proclive al zarandeo de la incontinencia en todas sus variantes y, por ello, menos dueño de sí que una mascota, el necio hará lo primero que se le pase por la cabeza aunque el desastre sea evidente para una mirada de largo alcance; siempre a la rezaga de ir no viendo más allá de sus errores, tómalos por aciertos sin saber reservarse la voracidad de los apetitos para el reino de sus pensamientos ni esforzarse en templar en el acto los cataclismos que pugnan en su interior.

Propio de la sequía imaginativa, que es rasgo palmario de necedad, el amor a la existencia conduce a la barbarie, que empieza enconchada de discordias y manifiéstase a las duras en las situaciones límite del tumultuoso hacerse hueco frente a las cuales el cerebro simplifica las opciones disponibles en una disyuntiva de blanco o negro, permitiendo que el instinto de conservación monopolice las acciones muy en contraste con el aplacamiento de furias marcado por el desarraigo vital, porque ningún desencantado luchará hasta su último aliento por arrebatarle un cuscurro al vecino. Consecuentemente, para los riesgos y desafíos de la masificación social en tiempos de catástrofe, resulta más benigno el desprecio que el apego a la realidad, actitud que irisa cual perla de distanciamiento y convierte al sujeto que la segrega en una especie de santo incrédulo saqueado de fe, desposeído de penitencias gracias a una iluminación batallada en tenebroso estado de resaca tras la moña moral, a través de cuya evanescencia conminado está a reconocerse como una levitación perdida en el desierto primordial que despejan todos los apocalipsis; un desierto de arenas formadas por el polvo de las adoraciones fallidas, un polvo de barros en los que enterrar las lágrimas lamidas al llanto de la eternidad. Esta santidad postreligiosa, despiojada del maniqueísmo sectario y recuperada de la anemia teológica, ya no persigue la felicidad hipnótica de la comunión mística ni trata de armonizar las carencias del ánima con los alientos del engendro divino, pues no ignora que ese camino gira alrededor de un centro ausente. Tendrá que matarse o morir en el éxtasis de una deidad abatida, desdeñando perdurar como un profeta evangelizador de los que tan vulgarmente pervierten cada brizna de lo sacro y de lo profano con funciones exponenciales de miedo para propagar sus códigos encallados a contrafuerza de genuflexión. Sería más exacto decir que el santo del estrago a quien doy la bienvenida, como testigo acerado de excepción, no precisa salvarse de la autopsia de la humanidad que examina en sí mismo sin entusiasmo ni lástima, con una mezcla de conformidad y espanto, mientras se prodiga oráculo antes que autor de un testimonio que descarga bombas emolientes contra las purulentas estrellas, a las que impregna con una radiación tragicósmica capaz atajar el espacio intransitable de la adversidad a bordo de una lápida procedente del cementerio de los afectos. Este santo, por más que no crea en nada y sobreviva llagado de todo en las holguras de la contemplación activa que perfila sobre la pasividades en movimiento que otros toman por voluntad; por más que se transcriba carne de apoptosis dentro de un proceso universal cuyos resortes secretos ha renunciado a comprender cansado ya de vivir lo no vivido, de soñar lo que no ha hecho y de hacer lo que no ha soñado; este santo, al fin lo digo, puede mantener la integridad hasta el paroxismo porque sólo en esta clase de paroxismo puede integrar sus omisiones. Y es que a despecho de los credos e imposturas canónicas, la única santidad admisible en la mucosidad histórica donde nos hundimos consiste en ser fuente, incluso fuente seca, mas no afluente; fuente por la que vomitar el mundo que se nos rompe, por instantes, en las entrañas del vivir.

Vociferante nocturno de Franz Ludwig Cate concebido a partir de una escena de la novela René de Chateaubriand.

1.7.13

DE MAPAS Y TERRITORIOS

Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado.
Michel HOUELLEBECQ
Las partículas elementales

Aditivados de inopias fungibles en el invernadero de la mala madrastra accesibilidad, la mayor parte de los humanos en cautiverio de metrópoli trastabillan en la vaharada de confusión que se extiende entre el por y el para de sus actos, persistencia fantasmal del troglotida bajo pátinas de sofisticación social. Sin desmerecer que los otros puedan servirnos de proyecto constructivo o deplorable pitanza, cuesta abreviarse a aceptar que uno mismo haya de ser —¡por Diógenes!— el motivo central, protagonista absoluto y motor primario al que remiten las morrallas de la obra vital, porque de yo a yo no hay nada, salvo una abstrusa ilusión de principio y el presagio seguro del fin de las ilusiones.

Uno hace lo que puede creyendo hacer lo que quiere hasta que el destino le revela lo que no puede; a partir de entonces, creerá hacer lo que debe, ni más ni menos. Entiéndase la vida como un mapa donde el recorrido está trazado de antemano de forma inabarcable, supeditado a la limitación de un desplazamiento que se define secuencialmente en un solo momento del territorio cada vez, lo que ocasiona la estrechez de un trayecto en perspectiva sobre el que se amontonan, pegote a pegote, las impresiones discontinuas de los sucesos.

¡Qué cansancio empujarse a ser lo que uno aprehende para aprehender lo que uno es! ¡Cuantas experiencias lisiadas de esfuerzos, desventuras y galleos por perseguir la supuesta exquisitez de realizarse cuando la perfección, caso de existir, no pertenece a este mundo!

No importa lo grande que seas si tus pensamientos no te superan; no hay mayor grandeza que reventar con tus pensamientos.

Something wrong with the universe del burlón Reey Whaar.
 
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