14.7.13

DESCARTE

Vivimos en la ilusión de que lo real es lo que más falta, cuando ocurre lo contrario: la realidad ha llegado a su colmo. A fuerza de proezas técnicas, hemos alcanzado tal grado de realidad y de objetividad que podemos hablar incluso de un exceso de realidad que nos deja mucho más ansiosos y desconcertados que el defecto de realidad, que por lo menos podíamos compensar con la utopía y lo imaginario, mientras que para el exceso de realidad no existe compensación ni alternativa.
Jean BAUDRILLARD
El crimen perfecto

Tahúr de ondas compartidas adicto al póquer del gigabyte, no me barajes más en ese mazo ripeado de contactos, descártame ya del buffer de tu jugada: ni cortesana ni cartesianamente puedo servirte.

Por deseable e inspirada que nos fructifique una compañía, su trato además de concesiones exigirá cesiones. Para sentirnos libres, hemos de arriesgarnos a ser huraños sin claudicar, llegado el caso, exponiéndonos al infamante recurso de la bordería, palabra que parece estar emparentada con su ancestro burdus, bastardo, que etimológicamente hace del borde un hijo del burdel —jo, jo, jo—. En sociedad, y más en la sociedad alambrada de redes, prisionera de telarañas que simulan ser raíces, la razón es lo primero en perderse, incluso antes de ganar en la impudicia a la que siguen mordiéndole los calcañares la ordinariez y la maledicencia.

A los que me reclaman desde el otro lado de la pantalla, donde todos nos volvemos un poco o bastante irreales replegándonos a las torsiones de la hiperrealidad, los intercepto advirtiéndoles que debo atender las obligaciones del mundo presencial, mientras que a los salteadores de atención en los vericuetos de la presencia inmediata, no vacilo en sortearlos con estoicos capotazos de virtualidad mediante si es preciso. No es deslealtad, solo una argucia, una mentira piadosa o white lie —la claridad con que los angloparlantes llaman a las mismas cosas que los hispanohablantes solemos rebozar de moral facilítales el cívico ejercicio de la hipocresía— que se legitima cuando dispensa a quien la usa de convertirse en negro de esa sumisión interconectiva, tan de moda como falta de modales, en la que otros, menos godizos, celebran una plausible disponibilidad. Ahorrándome la altivez, sin mentir innecesaria, me cago públicamente en este encaje de fecalomas recíprocos para que se vea en su exterior lo que contiene de contagiosa indisposición.

Grave es tener que producir, pero reproducirse, sea en carne de carbono o de silicio, es calamitoso, no solo porque la primera constituya un asesinato potencial y la segunda un eco que sobrevivirá al inmolado hurtándole la individualidad a jirones en copias disecadas de archivos... Bárbaro atrasado y paletoide demodé a juicio de mentecatos, no quiero hacer nada por explotar tales campos de replicación, vindico mi derecho a seguir campeando infecundo en un casi completo no hacer. Y si mi independencia molesta, molestaré.

Desconozco la identidad del autor de la imagen. Con escaso margen de error, diría que la hallé por aquí.

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