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16.6.18

LA CHAMANIDAD ENTREVISTA

Asya Yordanova, Forest King
Es cierto que la tierra es la cuna del hombre, pero uno no puede quedarse en la cuna para siempre.
Terence McKENNA
La nueva conciencia psicodélica

Pregunta: ¿Cuál es la genuina religión?

Respuesta: La más antigua.

¿Esa antigüedad remite a un fenómeno histórico o de otro orden?

Remite al chamanismo, una cosmovisión que habría de considerarse no tanto la respuesta de una idiosincrasia cultural al enigma del ser cuanto una geografía metafísica, sin menoscabo de que las sociedades donde subsiste desde su aparición en la Edad de Piedra la expresen de acuerdo con sus peculiares metáforas axiológicas.

¿En qué consiste la clave de bóveda de esa cosmovisión?

En el viaje extático, o en otras palabras, en la exploración de las dimensiones ocultas que coexisten con el mundo ordinario.

¿Con qué finalidad?

El conocimiento del alma en sus múltiples facetas, entre las cuales brilla, cada vez más tenue, la existencia humana.

¿Se trata de un conocimiento amoral?

No puede haber moralidad donde se acata como un axioma la insolvencia cognitiva que conlleva rechazar la búsqueda del saber.

¿Podría esa clase de búsqueda ser nociva para nuestra especie?

Menos nociva que la ignorancia, si me permite introducir la disyuntiva. Pese a que el contacto con realidades más complejas tenga siempre un componente aterrador aun para el avezado, esta es la forma que adopta el Misterio para conservarse irreductible frente a las pesquisas lanzadas por una mirada acomodada en exceso a la racionalización instrumental de la physis.

Entre los cuentos jasídicos que Martin Buber recopiló, viene a mi memoria una parábola brevísima que no me parece impertinente referir. Dice así: «Está escrito: “Aceite puro de olivas molidas, para las luminarias”. Nosotros hemos de ser golpeados y molidos para resplandecer con la luz». La senda del chamán es dura para él, pero las ventajas para su tribu son impagables. El entrenamiento del chamán en las relaciones que median entre los mundos superiores y los inferiores, su habilidad para ser un puente entre el reino de lo visible y el de lo invisible, redunda en el equilibrio anímico de su grupo. Que algunas técnicas aprendidas en estados de percepción expandida puedan ser empleadas con fines espurios limitaría el alcance de ese aprendizaje y, en consecuencia, su valor.

¿Cabe afirmar que el chamán es un filósofo?

Y un sanador a partir de cierto nivel, cuando alcanza el dominio de sus facultades incrementadas. Como un herrero de sí mismo, el chamán ha descompuesto y forjado tantas veces su psique, que con cada renacimiento vuelve mejor templado para el arte de curar. ¿Qué puede ofrecer en comparación el curandero de una religión, como el cristianismo, especializada en convertir a los domados en devotos? Arrepentimiento, genuflexiones y actos de penitencia; enormes dosis de falsedad con visos de esperanza y un poco de blanqueante para esa suerte de lavandería de culpas que, bajo su influencia, ha colonizado la conciencia del fiel.

Si desde el origen de las tradiciones chamánicas los psiconautas familiarizados con el éxtasis han podido mantener un intercambio ontológico con la esencia demiúrgica de la realidad, ¿para qué una casta sacerdotal y su aparato de poder sobre las inteligencias? Esa es la pregunta obligada que debería formularse todo aquel que quiera desentrañar el éxito de los credos desprovistos de cualidades visionarias, primer paso para comprender los motivos que han conducido a la estigmatización de los investigadores que todavía pudieran dar coherencia a los vestigios preternaturales cuando se adentran en continentes donde los límites asumidos como certezas se desvanecen, y tras ellos las credenciales que han facilitado mando sin autoridad y privilegios sin virtud a los usurpadores del primitivo trato entre los dioses y los hombres.

¿Qué facultades son indispensables para saber sanar?

La misma que para otras acciones espirituales: tener Visión. Gracias a ella, el chamán se sumerge en una experiencia directa de lo que no funciona como es debido dentro de un sistema vivo, de igual manera que capta los desarreglos sutiles que alguien pudiera padecer o estar causando.

Suena a hechicería.

Brujos, hechiceros y chamanes son nombres que bailan alrededor de un arquetipo idéntico. También podría traer a colación la logia de los druidas, que rendían culto a Dagda, el dios de la sabiduría que asociaban al caldero mágico, trasunto de las potencias del sí mismo, pues el verdadero crisol del conocimiento radica en la interioridad. Según René Guénon, los druidas fueron herederos de la tradición primordial, signada con el emblema del jabalí, y su formación, a la que eran destinados los jóvenes de juicio más despejado, requería no menos de veinte años de enseñanza básica. Esto presenta a mi entender elocuentes connotaciones chamánicas, como las tiene sin duda la orientación esotérica y sacramental, aparte de la terapéutica, que hallaron en el mundo vegetal. Incluso en el ámbito lingüístico existen paralelismos. El latín druĭda es la adaptación de una palabra celta compuesta por dru-, fuerza, y vid-, sabiduría, respectivamente simbolizados por la encina y el muérdago, cuyo significado «ilustrado de los bosques» evocaría resonancias combinadas que van más allá de su literalidad. Sobre la lejana etimología que nos llega a través del francés chaman, si bien se presta a ambigüedades, algunos estudiosos derivan el vocablo del tungús šaman con el sentido de «iniciado».

¿Qué relevancia tienen para los chamanes las propiedades, principalmente las psicotrópicas, de los vegetales?

Para los interesados en la materia es de sobra conocido que Mircea Eliade, en su ya canónico ensayo El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, descalificaba el uso de sustancias capaces de esplendores místicos como indicio inequívoco de un chamanismo en decadencia. Estoy en franco desacuerdo, y tampoco es preciso recordar en favor de mi discrepancia lo mucho que destacó Eliade por su ingente labor de biblioteca, no por la de campo; si mi intención fuera refutarlo con esta alusión, incurriría en un argumento ad hominem como el que bien pudiera haber sufrido nuestro experto en religiones al juzgar demasiado a la ligera épocas pretéritas desde un contexto histórico azotado por la cruzada prohibicionista antidroga. Un tabú social siempre es un velo a descorrer y el autor rumano parece haberlo interiorizado en lo relativo a psicoactivos. Dejando de lado el peso que haya podido tener en su opinión esta circunstancia represiva, cualquier persona versada podría confirmar el aserto de que ninguna herramienta utilizada por el ser humano puede aproximarse al poder que algunas plantas y hongos poseen como catalizadores de la gnosis. Pedirle a un chamán que desarrolle sus técnicas sin este recurso sería tan absurdo como exigirle a un panadero que prepare una hogaza esponjosa sin levadura. En concordancia con esta evidencia empírica, allí donde el ritual adquiere un protagonismo cada vez más sofisticado en detrimento de la ebriedad que sirve de vehículo extático hacia el Otro, puede aseverarse que el chamanismo ha entrado en un proceso de involución que lo aleja de sus fuentes y lo acerca, transformado en una caricatura de sí mismo, a espectáculos inanes como el oficiado por la misa católica.

El ritual solo es un condensador de experiencia cuando refuerza la activación de un estado que centra su razón operativa fuera del régimen figurativo de la sesión.

¿Hasta qué punto es falible la ciencia de un «hombre medicina»?

Tanto como pueda serlo respirar… Lo que pretendo sugerir es que su ciencia no depende de un criterio mediatizado por la historia subjetiva y los intereses parciales de un yo, sino que explota una propiedad intrínseca de la materia muy relacionada con las conexiones profundas que se hacen ostensibles a la mente durante el trance visionario, que puede entonces discernir la información subyacente que afecta a otros seres y modificarla en algunos aspectos, reprogramarla. Esto es posible porque las criaturas, tanto las adscritas a la esfera biológica como las resistentes a la taxonomía convencional, estamos entretejidas semántica y estructuralmente en un continuo universal.

Todo está abierto a todo, pero la modernidad se define por ser el tiempo expuesto al eclipse de la epifanía. En nuestra civilización, un individuo con aptitudes innatas para la chamanidad estaría, como mínimo, desubicado y correría serios riesgos de acabar tutelado por el estamento psiquiátrico. Seguimos en la caverna platónica, ahora distraída con pantallas retroiluminadas, y aun así la misma voz del Logos que inspiró a Heráclito, el mismo genio camaleónico que instiló su clarividencia en la Pitia, nos interpela a la menor oportunidad: «¡Eh, monito, atiende un poco, aquí hay algo más!».

¿Cómo distinguir a un sanador de un impostor?

De igual forma que se distingue a un cojo cuando debe echar a correr.

¿Es usted un chamán?

Aún no he sanado a nadie, a menos que el propósito de curar empiece por la guía y el acompañamiento, casi socráticos, que he brindado a algunas personas confiadas a mi pericia cuando la prueba exigía de ellas abrir la puerta de sus sentidos a las revelaciones. Siendo como soy una bestia incardinada en aflicciones propensas a la desmesura de los pensamientos y los altos contrastes, lamento decirle que mi escepticismo representa un obstáculo insuperable para responder como quisiera. ¿Soy un chamán? A decir verdad, no tengo ni idea.

19.11.17

SE BUSCA EDITOR

Zdzislaw Beksinski
Es improbable que muchas personas tomen en serio la conclusión de que venir a la existencia sea siempre un mal, y más aún que dejen de procrear. Más que probable es, por contra, que mis ideas se vean ignoradas, cuando no rechazadas. Y puesto que tal reacción será responsable de una enorme cantidad de sufrimiento desde ahora y hasta la desaparición de la humanidad, no podrá con justicia ser considerada filantrópica. De su motivación tampoco puede decirse que revista maldad hacia los humanos, pero sí que es el resultado de una culpable y falaz displicencia frente al mal de venir a la vida.
David BENATAR
Mejor nunca haber sido

Juan Montero es un señor de raigambre amable que a su apariencia juvenil, propia de un sabio macerado en los arcanos del Extremo Oriente o de alguien bendecido por la sinergia entre fenotipo y ociosidad, une los modales exquisitos de quien conoce la manera de conjugar espacio y presencia sin alterar ni ser alterado más de lo humanamente remontable. Observador y reflexivo, habituado y predispuesto a concertar el equilibrio frágil que media entre el microcosmos de la contemplación y el océano de actividades donde está predestinado a extraviarse el pensamiento, sabe desgranar en los momentos justos la evidencia de habitar un chirumen a prueba de dobleces que despeja su sonrisa con la heráldica franqueza de quien ha incorporado al bagaje de esperpentos colectivos la tragedia del alma vertida en la mazmorra de cada ser. 

Entre sus talentos, además de ser uno de mis mejores amigos —vínculo difícil donde los valga, en todo el espectro del adjetivo—, y corriendo el riesgo de que el panegírico ensamblado por un adicto a la diatriba redunde en la suspicacia de quienes no desconocen las intenciones que cobistas y quitamotas suelen acoger en la manga, podría mencionar por ventura que compone poemas sinfónicos, pilota ultraligeros, inventa utensilios abreviados para obtener belleza de las rutinas, se ha liberado de amar con deglución a los animales y amerita ser el pionero de la traducción al castellano del que hasta la fecha es, desde su publicación en 2006, el tratado antinatalista por excelencia: Mejor nunca haber sido: el mal de venir a la existencia [Better Never to Have Been: The Harm of Coming into Existence], del profesor David Benatar. Para esta última labor, no exenta del centrifugado introducido por algunas perspectivas semánticas que apuntan hacia lo irresoluble, además del apoyo explícito e incondicional del autor de la obra, ha contado con mi estrecha colaboración en la función de corrector ortotipográfico y agitador de estilo.

No introduciré en esta avanzadilla una reseña del libro pese a que en la red aún sean escasas las referencias en nuestra lengua a un contenido que adelanto demoledor en el plano de la argumentación axiológica y la filosofía moral; tampoco me detendré en la figura de Benatar, cuyo rostro en vano escudriñarán los cazarrecompensas después de que el autor haya sido blanco de amenazas por parte de aquellos que no aceptan la libre circulación de sus ideas en un planeta hiperpoblado de oscuros transcriptores del pecado original. Para hablar más claro que Benatar sobre el lado incurable del vivir, hubiera sido necesario callar como un sepulcro profanado siendo conscientes de que toda cuna lo es; para epitomar el sentido de la inteligencia comprometida con el análisis del drama que la humanidad festeja en la desmedida irresponsabilidad de los estragos reproducidos, a las páginas que esperan verse publicadas o excomulgadas en castellano le hubieran venido al pelo las indicaciones de Adamov, otro inconsolable «al encuentro del antiguo tabú, que enmascara la crueldad del sentido genésico», cuando se hizo decir en sus confesiones: «Creo haber denunciado el mal a una profundidad suficiente como para que se imponga al juicio de algunos hombres la conclusión que implica». Comoquiera que uno lo enfoque, ¿se puede permanecer ajeno al hecho de que existir, hasta en el reflejo de su etimología, concentre el abandono en que se halla quien sólo sucumbiendo puede salir del gueto de órganos avasallados donde ha sido deportado? 

La razón de que haya abierto en mi mano esta inflorescencia otoñal la confío a los editores capaces de tomar la iniciativa de mercado, quienes pueden ponerse en contacto con nosotros a través de este formulario.

14.8.17

LO JURO POR MIS HUESOS

René Magritte, La locura de Almayer
Es la vida lo que da miedo, no la muerte; que esté siempre al borde de la extinción y que exista donde no debería.
Mateo GIL 
Proyecto Lázaro

Con un deje de humor británico y un eje de simpatía latina, hace notar mi bienquisto J. Z., padre de una niña preciosa, que «no solo deben tener hijos los malvados; hay que contrarrestar a los del Opus». Entiendo la buena fe, valga la concomitancia, de su actitud; el problema, según lo percibo, es seguir tributándole inocentes a la opus de este horrible mundo, por no hablar de que pensar en los hijos como agentes del cambio social o de la expansión familiar es otra forma de servirse de ellos como objetos, y en última causa el percutor para convertirlos en legionarios del colonialismo biológico programado por los genes. Por supuesto, mi contertulio aclara que «es una forma de hablar» pues «no se tienen hijos por tener un ejército mayor que el contrario». Claro que no. Por encima de los propósitos individuales, engendrar hijos es un acto que boga en una misma dirección; por debajo de los motivos aducidos por sus responsables, el gancho para engendrarlos se restringe de ordinario al sentimiento hogareño de fundar una estirpe, versión en pantuflos de la necesidad heráldica de perpetuarse como remedo de la inmortalidad personal. Aun si los churumbeles se tuvieran por amor, lo que no sucede tanto como se cree, la naturaleza juega con nosotros para que la vida perdure. Ambas son las caras de una misma realidad, salvedad hecha de algunos desmedrados que, como yo, proclaman de manera pacífica la dignidad de ser un callejón evolutivo sin salida frente al apenas cuestionado poder genitivo de las hembras. «El corazón es muy práctico en engaños —podría afinar al respecto Chateaubriand—; y todo el que se haya alimentado en el seno de la mujer, ha bebido en la copa de las ilusiones».

Nuestra charla ha proseguido, dentro de la más exquisita cordialidad, en unos términos de los que quisiera retener el momento álgido por su valor ilustrativo. Agradezco a quien la ha hecho posible su paciencia conmigo, así como su consentimiento para compartir nuestro intercambio dialéctico con quien tenga el gusto de alternar puntos de vista, en los que constato mi voz como la parte cargante del diálogo:

—Con la maternidad —arguye mi amigo— se nos escapa un factor de suma importancia: no somos mujeres. Y aún más cuando por naturaleza los hombres solo podemos ser copuladores que sueltan la semillita en campo ajeno. Es como si nos quejáramos de sufrir discriminaciones en una sociedad racista sin pertenecer a ninguna de las minorías perjudicadas. 
—Acepto tu objeción e intentaré darle la vuelta.
—Por si fuera poca diferencia, no llevamos a la criatura alojada en el cuerpo durante nueve meses. 
—Eso no les da ningún derecho a las madres, solo es la constatación de un poder privativo en nuestra especie del sexo femenino. Crucemos los dedos para que siga siendo así.
—Ja, ja, ja.
—Ver la maternidad como un derecho viene a ser una perspectiva análoga a la que justifica la supremacía de un sector de la humanidad sobre otro. Consideremos el caso de una sociedad esclavista, donde su economía dependa de la fuerza de trabajo de personas que por imperativo legal y vicio consuetudinario están condenadas a ser propiedad de quienes tienen consolidado su estatuto de amos. En una sociedad de ese tipo, la gran mayoría pensará que la esclavitud no supone ningún daño para quienes la padecen, sino que por el contrario es lo más natural del mundo, y se mirará con iracundo recelo y racionalizada enemistad a los abolicionistas, gente subversiva que conspira contra el orden establecido. Ahora bien, ¿el hecho de que la maternidad se contemple como un derecho humano fundamental excusa por ello el daño a terceros que supone traer más vida doliente a este mundo? Mi respuesta sería que no, de la misma forma que una legislación favorable a la esclavitud tampoco la justifica moralmente.
—Cuentas con que hay un daño por el hecho de nacer. Muy bíblico…
—En efecto, y el primer detrimento de todos, el padrino de ellos, es la arbitrariedad a partir de la cual se precipitan otras manifestaciones ineludibles de sufrimiento, algo que ningún padre, por auspiciosas que sean sus intenciones, puede ahorrar a su prole. A esas concreciones variables pero insoslayables del daño que comienza con la gestación y concluye con la guifa me gusta llamarlas «contraindicaciones vitales». La lista de ellas es ingente.
—Luego para evitar ese daño habría que eludir la maternidad.
—Aplicado a nuestra especie, el principio de no agresión comienza por no hacer daño de vida. Sin embargo, no pretendo actuar como un censor, me limito a plantear objeciones que contribuyan a que uno piense mejor, con más tacto, el sufrimiento innecesario que puede ocasionar a otros seres cuando decide procrear. La vida ya es demasiado dura por sí misma como para ver un motivo de festejo en la incorporación de otro ser al descalabro que aquí reina.
—Eres un desencantado de cojones.
—¡Nunca mejor dicho!
—Me parece una postura maximalista, aunque entiendo tu razonamiento.
—Si relativizamos todo el mal existente, como suelen hacer los criadores aprensivos cuando evalúan las contingencias nocivas que planean sobre sus hijos, nada real nos parecerá demasiado malo contra la posibilidad precaria de hacer bien, de modo que no temo ser maximalista en materia de ética siempre y cuando el criterio adoptado no pretenda imponerse fuera del fuero individual. O en otras palabras, nunca haría extensiva mi postura moral al ordenamiento jurídico. Abogo porque la ley no se inmiscuya en lo que hace cada uno hace o deja de hacer con sus genitales, incluso si como resultado conlleva el perjuicio de producir más vida.
—En el fondo es una postura libertaria.
—Puesto que hay necesidad de regular derechos y deberes para un amplio abanico de visiones de la realidad, el principio menos lesivo para dar cabida a las diversas sensibilidades es el respeto a la noción de soberanía personal. No obstante, convendría implantar algunas disposiciones frente a los peores grados del daño causado por el nacimiento. Creo así que debería penalizarse al insensato que procrea a sabiendas de que su progenie padecerá graves deficiencias innatas. Asimismo, a título preventivo, introduciría la figura de una institución civil basada en un juramento que los padres habrían de formalizar ante la autoridad judicial. Tengo algunas líneas esbozadas.
—Pásamelas para saber a qué atenerme.
—Ahí va:

PROMESA AL HIJO

Juramento natalicio en virtud del cual se suscriben las atenciones y prestaciones fundamentales que los progenitores se comprometen a proporcionar a sus descendientes, so pena de ser demandados de oficio por haber impuesto con voluntad dolosa una vida en condiciones inaceptables.

Juro por la memoria de mis antepasados, por la viabilidad de mi genotipo, por la salud de la linfa que mantiene sano mi organismo, por los hematíes que oxigenan mis tejidos y por la firmeza de cada uno de mis huesos, que decidido como estoy a cometer el abuso de emplear mis gónadas con fines reproductivos, paliaré a mis hijos, de acuerdo con los mínimos fijados por la ley, la enfermedad, la pobreza, el trabajo, la inadaptación, el desaliento; estos y otros males, cuantas penurias y penalidades entraña el tránsito por la existencia, hasta que mi muerte o la suya nos separe.

21.4.17

LA HOGAZA DEL DÍA

Georg Flegel, Naturaleza muerta con queso y cerezas
Quien no se quiere perder
no se desmande sin tiento
y tenga conocimiento
cada uno de su ser.
Alonso GUAJARDO FAJARDO
Proverbios morales

Más relevante que el origen étnico, el grupo sanguíneo, la complexión o cualquier otro rasgo genético a los que usualmente se recurre con el propósito de catalogar a la fauna humana, su complejidad se presenta fraccionada —no seccionada—, después del dimorfismo de la condición sexual —el transgénero lo veo más apropiado para la condición mental—, y aplicando el modelo mostrado por muchos taxones vegetales, en cuatro subespecies bien diferenciadas que podrían abrir el campo a sucesivas fisonomías de nuestra naturaleza sin ser causa de exclusión del interesante recorrido alrededor de la tectónica de sus familias psicológicas, que merecería el abordaje sistemático de un saber enciclopédico que no poseo. De manera sucinta, esas cuatro subespecies de personas según su aclimatación al mundo son:

Sativa, a la que pertenece la mayoría social amante de la cautividad moral, de los denominadores comunes y del conglomerado civil, incluso dentro de los clanes nómadas o seminómadas de esos pueblos, hoy recesivos, que se han caracterizado por vivir como cazadores y recolectores sin conocer la necesidad de fijar por escrito sus conocimientos ni de atarse al cultivo del agro. Los sativos florecen en público, el ocio en soledad los intoxica y son tan gregarios en sus preferencias que no conciben una existencia dotada de sentido si ha de desarrollarse a una distancia significativa de los demás. Ellos dan el grano y la paja.

Arvense, que viene determinada por el conjunto, asociado o no, de los individuos que crecen autónomos entre los sativos, de los que dependen en varia medida y a los que han acabado adaptándose lo indispensable, sea para evitar complicaciones mayores, sea para obtener algunas ventajas de la participación en las relaciones de reciprocidad.

Silvestre, una rama difícil de desentrañar por la diversidad intrínseca de caracteres comprendidos en ella y donde podríamos contemplar, provistos en ocasiones de camuflajes libres de la menor sospecha de adustez, a sujetos con estilos de conducta lo bastante indómitos, inaprensibles, disociativos e incluso agresivos como para resultar temibles a juicio de sus coetáneos. Formarían parte de esta categoría no pocos vagabundos con vocación de intemperie, que los hay, además de los eremitas, algunos aventureros del espíritu y ciertos automarginados convertidos en cimarrones por intolerancia a las desmesuras colectivas. Tampoco serían anomalías en el cómputo los depredadores calificados como psicópatas, aunque puedan estar integrados en papeles prominentes dentro de la estructura jerárquica del pillaje organizado y llegar a medrar con las finanzas de un siglo sometido, quizá como ningún otro, a la antropofagia del capital que a todos insufla ambiciones de posesión para seguir alimentando el impúdico apremio de fabricar excedentes en un ciclo no restringido a la mercancía inerte, pues el humano es deglutido como objeto de consumo y expelido como desecho conforme a irresponsabilidades que han adquirido fuerza de necesidad.

Oficinal, extraordinaria no solo por ser la más resiliente y creativa de las subespecies, sino también porque las potencias cruciales del alma y del cuerpo concentran en sus ejemplares la visión del vate, el instinto del explorador, la sapiencia del mistagogo y el consuelo del sanador.

Si para concluir la mascadura de esta ocurrencia mañanera os dijera, con palabras hurtadas a Darwin, que «los animales me miran fijamente a la cara, sin etiquetas ni epitafios científicos», dispondríais de una elevada probabilidad de saber a cuál de los referidos emplazamientos soy afín. 

25.3.17

APENAS UN BOSQUEJO DE LOS MÁS VALIOSOS INVENTOS

¡Venimos!, uno de los exlibris diseñados por M. C. Escher.
¡Oh soberbio teatro del mundo, continúa tus representaciones, a las que nadie suele llamar comedias o tragedias, porque ninguno ha visto todavía el final! ¡Oh teatro de la existencia, prosigue tu espectáculo incesante, en el que a nadie se le devolverá nunca la vida, del mismo modo que no se devuelve el dinero! ¿Por qué no volvió ninguno jamás de entre los muertos? Porque la vida no sabe cautivar como lo hace la muerte, ni tiene la persuasión de la muerte.
Sören KIERKEGAARD
La repetición

Tras haber paseado la iniciativa durante meses al puro capricho de la fantasía y negándome por principio la consulta de referencias externas a mis divagaciones, he tanteado al fin en los pliegues del ciberespacio el asunto y he aquí una lista de inventos que parece repetirse, con alguna variación insustancial, en las principales fuentes visitadas:

— La rueda.
— El papel.
— El alto horno.
— La imprenta.
— El microscopio.
— La máquina de vapor.
— Las vacunas.
— La bombilla.
— El automóvil.
— La radio.
— La penicilina.
— La fibra óptica.
— El microchip.
— Internet.
— El palo de autofoto.*

Da la impresión de que los humanos modernos están pagados de sí mismos con una munificencia temeraria, cual si mirasen los accidentes de la historia abducidos por los efectos especiales que la civilización ha desencadenado en los dos últimos siglos, con tumulto de mecanizaciones y profusión de maquinaciones, no sin haber socavado para lograrlo el significado de acciones y omisiones que se tenían por virtuosas en la era precedente. Fletar aviones, por ejemplo, con hordas de pasajeros en busca del trofeo audiovisual de su estancia en lugares chapados de prestigio es un hecho fuera de toda discusión para la misma visión del mundo que descalifica como un dislate optar por una vida ordenada en el retiro de un cenobio. Es más, no siempre el avance tecnológico cumple la máxima que hace de la necesidad madre de la invención, a menudo la invención engendra necesidades impredecibles como ha sucedido con muchos de los adelantos registrados a partir del eufórico siglo XIX, desde el motor de combustión interna o el fonógrafo a los teléfonos celulares. Deberíamos pensar el valor de los inventos como si partiésemos de un apagón tecnológico irreversible y quedásemos desprovistos de los rudimentos que tendemos a eclipsar gracias a su facilidad actual de producción y adquisición, pero nos encontramos en un contexto donde ya no es posible percibir de forma inmediata, sin hacer un acopio previo de documentación contrastada, la gravedad de las pérdidas ocasionadas por la banalización acelerada de la vida bajo el dominio global de cánones técnicos a expensas de los cuales la persona singular es instruida en una clase de disponibilidad cuyo modelo no es otro que el humano abierto en canal al medio, convertido en un cosificado Homo accesibilis que distrae la confiscación de sus vivencias y ulterior dragado de sus facultades como Homo communicare. Las exigencias permanentes que se le hacen hoy al ser humano tienden a igualarse con las mismas prestaciones que se le piden a la máquina y uno de los síntomas claves para comprender esta mutación radica en la coexistencia de una ingente capacidad movilizadora de estados anímicos, informaciones y mercancías, por un lado, con la interdependencia colectiva para fomentar una fe fatua en la máxima eficiencia y proyección social, por otro. Nuestra unanimidad es inequívoca mientras se rinde a las cotizaciones definidas en función de un menú en línea con las demandas robóticas del estar en pantalla a perpetuidad. Ni siquiera los más críticos con el control informático de la población parecen preparados para desconectarse de las simulaciones montadas por unas plataformas que funden en la turba de la gusanera virtual a individuos de toda calidad, procedencia y condición, indiscernibles en lo sucesivo de cualquier otro proceso computacional que requiera introducir en sus cálculos agentes vivos. Como templo neurálgico de ese cabaret ecuménico donde se agolpan, entre otros devanadores de majaderías, los neocolonizados que se agotan reclusos de sus relicarios móviles en un proactivo desvelo, internet, a qué negarlo, no ha dejado de ser un continente en vías de hipertrofia laberíntica que se intercala con nuestro literal estar de paso, un pasar de estar en sí a hozar camándulas multitudinarias donde perderse o hacer el ridículo impunemente. De balde o no, es a ojos de sus arrepticios un foco mesiánico de atracción «con su tonelaje de cosas regulares y su tonelaje de cosas malas», como sugiere A. R., autor de algunas de las aportaciones más ingeniosas que me han hecho llegar los notables a quienes animé a participar en un sondeo privado sobre los diez inventos menos prescindibles. Por buscar la simetría de sombra, habríamos de preguntarnos a la par de qué sirve poder compartir en un relámpago archivos y escamas de personalidad si después del colapso venidero las destrezas telemáticas de poco valdrán para encender una hoguera, tejer una manta o enmendar un hueso roto. Tras el frustrado intento de esclarecer esta y otras prioridades, mi relación de inventos, por lo pronto provisional, no pretende ser más verdadera ni más exhaustiva que el gusto de haberla confeccionado y la expongo como sigue aunque no necesariamente para ser interpretada por este orden, que debe considerarse aleatorio:

1. La rueda. «Dales un círculo y no dejarán de dar vueltas», machihembré en un viejo lance con el propósito de afilar el aguijón de mi escepticismo. Hecha la prevención y la trampa, a los primeros simios trasteadores debió reclamarles la rueda su cuota de realidad con el ciclo de los días y las noches, con el cambio periódico de las estaciones, con la rotación terrestre reflejada en el desplazamiento del disco solar a través de la bóveda celeste y, más aún, con las pupilas enmarcadas por colores nunca idénticos que hablaban de sobrecogimientos indescriptibles en los prójimos: fue cuestión de conferirle una forma sólida al plenilunio y la cosa echó a rodar por sí sola. Ha de pensarse, por añadidura, que hasta la idea del cero, con cuanto el concepto de vacío es capaz de conjugar, podría provenir de la misma versatilidad de un redondel que gira alrededor del mudo eje del mundo. A despecho de esta digresión, debo poner de relieve que hay un extenso acuerdo entre los historiadores acerca de que la funcionalidad mecánica de la rueda acudió al magín en respuesta a la necesidad de transportar mercancías de origen agrícola. Es un dato, en cualquier caso, cuya ligazón empírica no excluye la posibilidad de operadores arquetípicos en los anillos más arcaicos de la experiencia humana de ser. Las coordenadas donde suponemos que actuamos indican solo una de las múltiples direcciones que pueden ser ensayadas por la imaginación creadora. Nuestra lectura de la realidad no es la realidad, tan solo el mito con que la filtramos. 

2. La escritura, comprendida la pictografía, como el más poderoso y asequible sistema de expresión, intercambio, transmisión y conservación de conocimientos.

3. Aunque procuro pensar en la potencia de simientes y matrices más que en resultados concretos, y con esta muesca en mente a punto he estado de sugerir en masa las aplicaciones derivadas del estudio y familiarización con los cuatro elementos clásicos (el elemento agua, sin entrar en detalles, conllevaría lo relativo a su almacenamiento, potabilización, canalización e irrigación), decido arriesgarme y escojo mi queridísima farmacopea por la conexión galénica a la ciencia de las plantas no sin haber vacilado frente a la elección de la alfarería, hijas ambas del saber telúrico.

4. Los métodos anticonceptivos, en particular aquellos cuyo uso no haga merma de la sensibilidad. Sin la debida separación entre el instinto que nos utiliza como vectores de genes y el placer de la unión carnal, no solo la liberación sexual sería inconcebible, sino asimismo el autocontrol incruento de la natalidad, que seguiría abocado a truculencias como el infanticidio, una práctica sostenida en las regiones depauperadas donde se procrea para el hambre. Tampoco es preciso proclamarse portavoz de una rama homínida divergente para advertir que allí donde las relaciones íntimas no pretenden bombardear la línea de flotación de la amistad y se disfrutan con un erotismo libre del precario apetito de posesividad (apetito del que afiliado ineluctable es el deseo de tener prole), se está favoreciendo un desarrollo del entendimiento social incomparablemente superior a los pegamentos habituales de la paz: mejor enderezan badomías de bonobo que actitudes de chimpancé.

Agradecidas a los métodos contraceptivos, así como al recurso discrecional de medidas abortivas, deberían estar todas las personas con estatura moral por la incalculable cantidad de sufridores y avasallados que su empleo ha ahorrado al orbe.

5. La música como lenguaje supremo de la creatividad al servicio de la emoción.

6. El cuchillo, habida cuenta del escrúpulo que señala entre sus posibilidades el inicio de la carrera armentística, por ser un utensilio básico para llevar a una isla planetaria inaugurada por náufragos y superpoblada de villanía, además del prototipo de otras herramientas concebidas para adaptarse a la mano como se adapta la capacidad de análisis al pensamiento. 

7. La autonomía individual y su culminación congruente en el suicidio. Sin obviar que algunas bestezuelas comúnmente menospreciadas por nuestros congéneres exhiben comportamientos análogos en circunstancias excepcionales (no hay que escarbar mucho: se sabe de canes que se amortajan en la pena hasta consumirse cuando sus dueños desaparecen), e incluso que a nivel corporal existe una forma de obsolescencia celular, la apoptosis, implicada en la gestión del crecimiento mediante un proceso de muerte selectiva que aporta ventajas al organismo en su conjunto, estas versiones autolíticas distan mucho, no obstante, de la aniquilación de sí planteada como mors tempestiva, que a mi juicio es un fenómeno privativo de la consciencia reflexiva y supone una victoria mental sobre los automatismos de la conducta, tanto si son biológicos como aprendidos por imitación gregaria. Lejos de entrar en otras disquisiciones, pues el asunto las merece con amplitud de miras y serenidad en lugar de la voluntad reprobatoria y la desesperación por donde suele oscilar el debate, podría inducirse una relativización del enfoque si se inquiriese qué vida es tan regalada como para justificar el haber venido a ella, o cómo cambiaría la actitud frente al discurrir del propio despeño en la existencia de conocer de antemano el plazo de la misma y las calamidades que habrá de soportar en el ínterin.

8. La amistad (no estrictamente un invento ni vedada a otros seres sintientes), aunque solo fuera porque quienes suavizan nuestras escarpaduras son los responsables de que podamos mantener a raya la demolición ininterrumpida que hemos emprendido armados de misantropía.

9. Llegados hasta aquí y siguiendo el rumbo de interés por los objetos intelectuales sobre los tangibles, dudo entre elegir la invención del derecho o la noción de destino. Respecto a la primera, no me engaño sobre la función dentro del teatro de la existencia que le corresponde al poder instituido, y dado que ninguna ideología autoritaria logró nunca echar raíces en mí tampoco pierdo la escucha de aldabonazos como el de Agamben cuando denuncia que «la hipertrofia del derecho, que pretende ante todo legislar, traiciona incluso, a través de un exceso de legalidad formal, la pérdida de toda legitimidad sustancial»; ni hago caso omiso del desengaño de Juan Poz en la máxima «la ley es el fracaso de la especie»; ni despisto el adagio de Solón reformulado de manera magistral por el aviso de Setantí: «Como telas de araña son las leyes que prenden a la mosca y no al milano». Todo ello es una verdad sin aditivos que quisiera hacer compatible, sin menoscabo de mi celo autárquico, con la preservación del frágil equilibrio de un orden de reciprocidades que podamos sumar jurídicamente sin restarnos lucidez. En cuanto al fatum entendido a modo de adaptación filosófica a la fatalidad en un mundo incognoscible, con frecuencia depravado (la mayor parte de la humanidad, en cualquier momento histórico, habita durante la mayor parte del tiempo en alguna forma de penuria) y carente de certezas pese a que nunca construimos con las manos yermas sobre el legado de los antepasados, podría evocar con añoranza la estabilidad catedralicia de un ecosistema metafísico que ampare al alma cuando implora al reino de lo ignoto un surtidor constante de sentido. La religión, al menos cuando no desvía su motivación original, se atribuye para sí la satisfacción de dicha necesidad; religión a la usanza pagana para mí, no como secta proselitista a la que se acude en rebaño a balar miedos y prejuicios monolíticos, sino como escuela de vida donde se va en busca de un método argumentado de sosiego y claridad que empiece por la aceptación sin enmascaramientos de lo irremediable.

10. La vestimenta (de la cabeza a los pies) y, por ende, los tejidos y otras artes involucradas. Si fuéramos un paso más allá en los aliños del vivir, otro aporte crucial es el jabón y la higiene en sentido amplio, sin que se caiga en el defecto de repudiar la fisiología connatural, o se ancle uno a la adoración engreída de algunas partes que componen su anatomía. Traigamos a colación, porque sirve para cualquier zona de inflexión donde se haga patente que el conocimiento es largo y la vida breve, el segundo precepto délfico que anunciaba «nada en demasía», quizá como pauta para moderar el «conócete a ti mismo». Una persona limpia no es aquella que huele a cosméticos industriales rociados sobre la piel o corrige su aspecto de conformidad con la imagen socialmente aplaudida, sino alguien que comprende la virtud de saber habitar con dignidad la residencia del propio cuerpo. 

Puede que con demasiada ligereza excluyera de mis primitivos inventarios la domesticación del fuego por haber resuelto después que participaba más del descubrimiento encauzado por la suerte que de las victorias de la inteligencia sobre las inclemencias de la realidad. En contrapartida, al no estar a salvo el avance desaforado en un campo de provocar retrocesos en otros, podría objetarse que aquello cuyas bondades son persuasivas en origen raramente dejan de traicionarse en sus secuelas. De esta guisa contemplo la geoponía y la ganadería, con las que se dispara la demografía, se consolidan como ciudades llenas de inmundicias los asentamientos donde proliferan las enfermedades infecciosas y la estratificación social despliega sus males bajo la férrea vigilancia de gobiernos centralizados. No menos irónico es comprobar cómo al explotar sistemáticamente a otras especies el animal humano comienza su marcha imparable hacia la granja de almas... Y mientras daba vueltas a la rueda como icono mágico de la cultura material, me revolvía de calambres con la electricidad, pues al mismo tiempo que los beneficios de su implantación respecto a capacidades de trabajo y comodidades hogareñas son innegables, el horizonte que surgió con la electrificación a ultranza ha multiplicado los modos de exprimirnos y, en síntesis, ha reemplazado a ritmos forzados nuestra ontología milenaria por la eficacia productiva. De este paisaje no me parecen promotores en exclusiva los poderes fácticos que velan por la conservación de sus intereses a costa de penosos sacrificios para muchos más; por encima de su rapacidad patrimonial, creo que para explicar este atolladero cabría invocar la entelequia aristotélica en atención al hecho, tantas veces observado, de que las inercias tecnológicas, aparte de nuevos desafíos, generan más problemas de los que resuelven.

Por último, rondaría el descontento si no especificara que con la farmacopea incluida en la lista le aseguro una posición irrenunciable al alivio de contar con sustancias que ofrecen propiedades analgésicas frente a la inmensidad de dolencias y trastornos que nos acechan, lo que a su vez me pone en el aprieto de tener que disculpar el papel de algunas creencias como franquicias proveedoras de consuelo y me sitúa frente al interrogante de si es lícito todo aquello que tiene por fin la supresión del sufrimiento, sea este de índole física o espiritual.

NOTAS
* La inclusión de este trebejo en la lista es una coña, aunque si se hiciera una encuesta sobre inventos a los zagales de hogaño...

28.7.16

SALMOREJO HIPERPROTEICO

Rembrandt, El buey desollado
Estamos llenos de cosas que nos arrojan al exterior.
Blaise PASCAL
Pensamientos

Incluso en la nevera me ha fermentado esta sopa fría que aún dudo si vaciar por el inodoro con el grumo de sus abruptas y nada digeribles realidades:

Haced trotar a Potus por latifundios europeos porque su figura de varano aporta una guisa de baraka litúrgica a los guisos de cualquier menú digno de figurar en la carta de los más prestigiosos establecimientos internacionales. Tomad a continuación un pedazo de carne procedente de alguno de los ochenta y cuatro occisos causados por el atropello kilométrico de un camión teledirigido, ahumadla con madera de bosques deforestados a beso de soplete y picadla junto con algunas especias turcas previamente molidas a golpe de Estado en un almirez diseñado para majadero de gomaespuma. Agregad en finos copos la metralla recolectada tras la detonación nocturna de una mochila kamikaze. Invocad el nombre de Alá en un dialecto injertado al recurso estelar del método y añadid, a la par, sal gruesa en abundancia del Atlántico Norte, más concretamente la enriquecida con fragancia de algallotas de tratado mercantil negociado en B de belitre. En caso de duda, recabad más instrucciones en Tor, que según noticias oficiales es la plataforma idónea para obtener armas ligeras, cocaína y otros entrantes de revoltoso recorrido corporal. Retuitead con un toque sufragista de pulgar las últimas palabras emplumadas por los gallos de los principales partidos del actual desgobierno —tan lamentado por las grandes empresas adjudicatarias del saqueo nacional—, siempre con la certeza de que el mundo no puede cambiar de sentido con la fuerza de una frase, pero sí condenar una vida en apenas ciento cuarenta caracteres si cambia el sentido del juez. Emulsionad con una dosis generosa de credulidad mientras fluyen en opusiano ejercicio de contrición, sin las alharacas de un exorcismo democrático, las psicofonías registradas en el despacho de un ministro por el propio ministro en trance de contrainsurgencia. Removed la mezcla con el machete usado para degollar a un párroco católico —¡vaya modales!— y aclarad de seguido la masa con el sudor de un mucamo, escogido al azar, entre los muchos menesrales que pasan la canícula reventando el callo a mayor holganza de las acolchadas posaderas de otros, almas de chiringuito que acaso se torran tan bien guarnecidas de coberturas como mal dispuestas a desinflar sus buches sobrealimentados. Por último, escanciad fresquito en ancha copa de plasma, a ser posible en el momento del día que concite la mayor audiencia, que suele ser también la menos proclive a sintonizar en alta definición cognitiva los acontecimentos, y, por descontado, no menguad durante el servicio la luna blanqueada del rictus sin el cual ninguna fullería sería presentable.

15.1.15

MONUMENTO AL VERBO FUTURO, II


Ceñidas las sienes por el abrazo de las nieblas que me rodearon juguetonas en la noche precedente, amplío la lista de proyectos creativos que anticipé en 2008 sin sustraerme a un adarme de sentimiento abortivo —deberían ser toneladas a tenor de lo incumplido— y sin enfundar del todo los temores infundados de arriesgarme a ser objeto de un latrocinio literario que solo podría colmarme de gratitud hacia sus emprendedores. No se me ocurre mejor ni mayor homenaje que ser plagiado, aunque sea en las minucias del empujón que intento hallar consignando la simiente de estas obras. Por otra parte, las ideas no pertenecen a nadie, salvo a quien las usa o las descarta en la ordalía constante que pone a prueba cuanto de fortuito hay en un conocimiento nunca exento de criptomnesia e intertextualidad. El pensamiento es tanto de quien lo provoca como de quien lo sabe hospedar, y de ninguno cuando acostumbra a creerlo suyo. En contraste con la arrogancia de quienes gustan de atribuirse en propiedad las ideas, las ocurrencias que pueda yo reseñar vienen, principalmente, a fingirme el alivio de consumarse una vez colgadas junto al marbete de mi casa, mudanza que las eximirá de vegetar en la bodega de silencio donde hasta la fecha de airearlas se malcriaban.

En el ínterin que media entre lo que anuncié y lo que anuncio, he dejado apagarse a medio trayecto Llamamiento a los caídos, una novela que como nadie leerá aventuro a calificar de negrísima y psicodélica distopía; me vi atascado junto a Goran Negus, su antiprotagonista, cuando lo tenía dispuesto a iniciar, nada menos, que una cruzada alrededor del mundo. Él la denominaba Marcha sobre la Humanidad y, consciente de que «cada vez hay más gente deseando abrazar una excusa para arrojarse al fuego y refulgir con los destellos de una muerte heroica», pretendía convertir al lumpen, «la turba extraviada de los desencantados e inaprensibles», en una nación de andariegos, «una potencia transversal a las coordenadas geográficas y ajena a los entramados políticos, potencia feroz sin dueños ni mendigos, potencia irreprimible por quererse móvil y errante». Tampoco han escaseado tiernos pétalos en la vereda, y al tiempo que menguaba mi ingenio durante estos años tortuosos he podido satisfacer, gracias a las antojadizas musas del tálamo, una fracción de mi palabra al reunir en un caos de inocencia y experiencia los Piropos agorados. Quizá no sean tan perdurables como ese Glosario para superhombres y otras bestias de artificio que abono, muy de subrepticio, con un amor puntual por la radicalidad que presiento risible a ojos de los morbosos que se asoman por estos riscos; locura innecesaria sería interrogarse acerca de lo que buscan tales benditos, mas la intuición de la que todavía no he renegado me insinúa que en la distancia pintan apuestos como ha de serlo quien se sabe pervertido por la voluptuosidad del ocaso. Sean quienes sean, pasen y revuelvan:

- Homo erecto, narración que podría subtitularse «El vacío, las mujeres y yo» o «Andanzas y tropiezos de un polinizador estéril». Debe reunir la dosis justa de especulación antropológica y una buena carga de ironía para describir las luces y sombras, el auge y la caída, de un galán que pretende escribir una novela sobre una secta de mujeres que aspira a dominar el mundo por medio de un credo pansexualista. A fin de documentarse, como un trabajo de campo decide impregnar de principios parecidos la relación que mantiene con el círculo de sus amantes y antiguas conjuntas, quienes desatan una serie de reacciones impredecibles que acaban sumiéndolo en un laberinto emocional responsable de su derrumbe vital. Para el pórtico de la historia escogeré una cita alusiva a la muerte de Orfeo, despedazado a manos de las bacantes, entre las más expresivas que pueda hallar en los autores clásicos que han hecho relato del suceso. Y emulando la mejor tradición cervantina, también podría intercalar varias novelillas ejemplares que funcionarían como una segunda melodía en torno al tema central del instrumento de dominio que va ligado en esplendores y confusiones al altar de la sexualidad. Pienso a tal efecto en El fornicador compasivo, fábula en la que una mujerona pocha y fea como un demonio orondo, metida en la fase terminal de una enfermedad incurable, le suplica a un buen amigo de pimpante presencia y ostentador de una reputada pericia como amante, que yazga con ella para no ser expulsada de la escena sin haber accedido a un placer del que ignora casi todo. El apuesto, más por poner a prueba sus facultades viriles que por una decisión condicionada por afectos generosos, corresponde a la petición y, para su sorpresa, vencido el asco inicial del brete, en el cuerpo de la ajada se descubre embriagado como nunca en su larga trayectoria copulatoria, contrariedad de la que en vano buscará reponerse en la belleza de los cuerpos que siguieron honrando su fama, que no su gozo, tras la pérdida de la amiga. Mientras esbozo estas líneas, una remembranza súbita me advierte del lejano parentesco con un cuento de Manuel Vicent que leí en la adolescencia.

- La descoñá, crónica satírica en la que describiré con profusión de detalles cómo me introduje bajo el manto de la Virgen del Rocío, de cuyo vientre figurado emergí en plena Romería como un recién nacido para demostrar a los incrédulos que, incluso en efigie y privada de órganos sexuales, la Blanca Paloma sigue gozando de fertilidad. Una chorrada.

- Mucho estudio de galénica necesitaré para componer Venenario, un vademécum de fármacos y sustancias imaginarias.

- Más amena cabe representarse la lectura del Diccionario de oficios por inventar, cual el de agitador ambulante de azucarillos.

- Con los magic fingers de mi amigo Víctor a la guitarra y yo a los trastes de una voz malpensante, desarrollar un espectáculo cuyo soporte textual provenga de una selección de los monólogos, epigramas y poesías más descalabrantes que he llegado a segregar. Podríamos llamarnos Dúo Tragicósmico y titular nuestra función Agradezco que seáis pocos. Humor metafísico sin red.

- Diseñar los arcanos mayores de una baraja alternativa de tarot con misterios de mi propia cosecha, como el análogo en correspondencias simbólicas al Emperador, que sustituiría por El Biseñor de los Gusanos Tristes, un personaje entronado en la espuma formada por la marea de su eyaculación infinita y portador de una cabeza siamesa que le permitiría contemplar Cielo y Tierra bajo la luz cinérea emitida por una aureola de larvas hambrientas.

San Jerónimo empuñando un pedrulo, como si al sopesarlo pudiera cerciorar el pulso de su propio corazón, según el pintor flamenco Jan Sanders van Hemessen.

11.11.14

EL PAÍS DE LOS ARREMANGADOS

Un hombre con más razón que sus conciudadanos ya constituye una mayoría de uno.
Henry David THOREAU
Desobediencia civil

En su mirada penetrante y remota, como clonada de un Kafka que regresa de mil batallas sin derrota ni victoria, se revelan las secuelas de un espíritu que ha llevado a hombros la blasfemia de una verdad incómoda más años de los que se computan en su documento de identidad, expedido en la República Autonómica de Sñapa. Hoy acompañamos a Máximo Muro, autor de la novela Y seremos felices, cuya reciente publicación ha levantado tales ampollas en su tierra natal que lo menos inconveniente para él, por explicarlo suave, ha sido buscar asilo fuera de sus fronteras, pues de lo que ocurre dentro de ellas ha libado la inspiración para desarrollar, en clave distópica, ácidas diatribas contra la progresiva colectivización de los ánimos en una sociedad enganchada a una red social que tiene por centro neurálgico un Estado benefactor.

Pregunta: ¿Ha recibido amenazas?

Respuesta: Evidentemente. Sin embargo, no temo las intimidaciones. No es que sea valiente, es que tengo muy arraigado el hábito, a menudo temerario, de la incredulidad. Tanto la excelencia como la perversión son resultados del hábito, y no siempre logro distinguir en mí una de otra.

¿Se encuentra mejor en el exilio?

Mi decisión de exiliarme obedece al empuje —curiosa contradicción— de la apatía. ¿Qué interés puede haber en permanecer donde se es odiado por ejercitar la elocuencia a contracorriente? La calma me la produce saber que quienes festejan el empobrecimiento general de las actitudes no me lo perdonarán jamás; es la calma de quien ha hilado bien la puntada. Le confieso que soy un estupendo fajador [vela sus párpados y sonríe] y no está bien para mis asaduras que lo proclame.

¿En qué actitudes está pensando?

En aquellas que ningún individuo puede adoptar sin negarse como individuo, por más que de encarnarlas dependa su buena reputación entre aquellos que las circunstancias le han puesto alrededor. Y aludo también a la pérdida del sentido del humor, que en Sñapa es sacrificada diariamente en los altares de la ultracorrección en pro de la demagogia.

No crea que salir de mi país, el país de los arremangados, ha sido como darse un paseo sobre una alfombra de pétalos. Las autoridades filtraron la añagaza de que era portador de un virus terrible. Piense en el calvario de la reacción en cadena que provocó. En honor a la verdad, no podría estar charlando con usted de no ser por el apoyo inesperado de personas muy influyentes que simpatizaron conmigo.

De un antiguo periodista con arrestos, Javier Ortiz, leí lo siguiente: «¿Qué quiere decir que haya una mayoría conformista? Pues está muy claro: que una minoría no lo es».

¿Así que estoy junto a alguien que puede infectarme?

No lo dude. Llevo en mí el contagioso virus del disentimiento.

Si nos fiamos de los datos oficiales, su país no sólo ha firmado y ratificado todas las convenciones que protegen los derechos humanos, sino que gracias a las reformas introducidas durante los últimos años está considerado por muchos observadores y analistas internacionales como un paradigma de democracia directa. En la práctica, no obstante, nos sorprende que cada vez sean más las voces discrepantes que buscan difusión en publicaciones extranjeras para contarnos una versión menos depurada del panorama real. ¿Podría ayudarnos a entender esta aparente paradoja desde su propia experiencia?

Trataré de sintetizar cuanto me sea posible mi visión de los acontecimientos, que a mi juicio se caracterizan por haber desbordado las expectativas de los ciudadanos que contribuyeron con sus votos y esperanzas a instaurar un régimen que, sin duda, invita a ser elogiado cuando no se está familiarizado con los engranajes que lo mueven. No es de extrañar: un sistema político donde cada uno es conminado a ser el opresor de sí mismo tiene a su favor la probabilidad de parecer justo lo contrario.

El verbo, primera víctima de las tiranías, se ramifica en callejones donde es fácil extraviar el discurso, pero no seré yo quien vacile por miedo a hablar claro. En esencia, lo que tenemos en Sñapa es un totalitarismo perfectamente solapado y entretejido con la sociedad; un tipo de dominio basado en la idolatría de un código ético, custodiado por ciudadanos ejemplares, que impregna hasta el tuétano las relaciones humanas; un yugo forrado de terciopelo que utiliza las poderosas herramientas de participación para ejercer un control minucioso sobre los más ínfimos aspectos de la vida individual. Mediante la trampa tecnológica de fusionar el prestigio de las redes sociales con la gestión política, algo que en teoría suponía un avance cualitativo respecto al modelo anterior manejado por las burocracias corruptas de los grandes partidos e intervenido por cúpulas financieras que nadie elegía, se ha logrado que el empoderamiento —el mantra de moda— trasladara a la mayoría doctrinal la competencia de asediar hasta grados increíbles, en nombre de la responsabilidad, a cuantos difieren de los consensos establecidos. Democráticamente impecable, esta clase de poder diluido en el mito compartido de la soberanía popular no ha hecho sino crecer desde entonces hasta extremos alarmantes. Y sobre las zonas oscuras de este proceso de colonización mental trata mi novela, que no se limita denunciar el caso concreto de mi país y advierte —no es preciso decirlo en voz baja— de la vileza de la democracia llevada a su más completa expresión, que es la de una sociedad donde el número, la cantidad, con su injusta tendencia a nivelar seres y pareceres, ha triunfado sobre el mérito personal y la multiplicidad de criterios. Para Aristóteles, y en esta ocasión estoy con él, «los vicios que presenta la democracia extrema se encuentran también en la tiranía».

Usted ha apuntado, o así lo entiendo, que las redes sociales, en alianza con las instituciones políticas, han facilitado en Sñapa la implantación de un poder omnímodo regido, de facto, por la homogeneidad que satisface a la mayoría. Estamos más acostumbrados a escuchar y dar por válida la opinión según la cual dichas redes suponen un recurso precioso para crear focos de discrepancia y mantener fuentes alternativas de información en las regiones donde no están asentadas las libertades civiles. Háblenos de Grandemos. ¿Cómo es por dentro?

El punto de inflexión que me hizo poner a cero la cronología de Sñapa fue la obligatoriedad de estar inscrito en Grandemos y cubrir un mínimo de horas semanales como requisito de plena ciudadanía, condición que todavía es ignorada por millones de usuarios para quienes el castigo más duro sería reducir su conexión a ese volumen de tiempo. Grandemos es una red análoga a las plataformas que deben su éxito a la sobrealimentación de la identidad, pero al estar reducida al ámbito nacional e implementar otras prestaciones —como el canal de intercambio sexual y el transcriptor onírico— resulta muy seductora a cualquiera que experimente estar por debajo de sus perspectivas sociales; dicho de otra forma, ha ensamblado en único proyecto a casi todos los adultos con ganas de divertirse. Aunque fue concebida para la administración de los asuntos públicos a través de una estructura de foros conocidos como Círculos Cívicos, debido a la plasticidad de su carácter pronto se convirtió en el fenómeno social dominante. Quien no estaba en sus reuniones no existía, y quien no tenía gusto por reunirse acaparaba las sospechas de conspirar contra los progresos de la democracia digital. Cuando Grandemos monopolizó la privacidad y llego a saberlo casi todo de todos durante todo el tiempo, no tardé en ser censurado. Mis cercanos, que me veían como un bicho raro, me instaban con su buena mala fe a comprometerme con las tareas de cooperación que el quórum asambleario me había asignado. Hice caso omiso y sufrí las consecuencias. Para colmo, rehusé involucrarme en los topping people o topis, festivales asertivos de fin de semana en los que la grey de entusiasmados con expandir la interacción converge dentro de lo que ya empezaba a configurarse como un gigantesco clan de abducidos. Es penoso constatar la degeneración de una iniciativa que parte del encanto de la diferencia para alzarse como una fábrica de uniformidad. Cuestionar el Imagina, ¡hazlo! que tenían por arre estas bestias hiperparlantes se tradujo, para mí, en ser marcado con el velo azul.

¿A qué se refiere con esa marca?

A la letra escarlata que el cibermundo de Grandemos emplea para catalogar a los enemigos del orden. No sé si saben por aquí que ese orden reposa en los servicios no remunerados que los ciudadanos aptos deben desempeñar para la comunidad. Tanto es así, que el individuo que descuida o pone en entredicho su colaboración con las empresas públicas es estigmatizado de inmediato con una señal específica visible para los demás en su perfil, pero que él mismo no puede ver ni modificar. Imagine, por ejemplo, que alguien se retrasa, ausenta o muestra displicente durante estas labores: las aplicaciones etiquetan su imagen con una pátina translúcida de color cobalto y su puntuación de créditos éticos disminuye según la gravedad de la negligencia, que puede acarrearle la cancelación del certificado de sociabilidad. Si, en lugar de enmendarse y pedir disculpas a la comunidad, manifiesta reticencia u hostilidad contra «la dignidad de servirnos los unos a los otros», es puesto a disposición de un jurado popular que dictaminará la infracción que le corresponde de acuerdo con la irresponsabilidad cometida. Permítame añadir que el equipo de gobierno que promovió esta «saludable equidad» hace dos legislaturas prometió en su programa electoral creación de empleo y, en efecto, cumplió el objetivo: en Sñapa hay trabajo para todos, más del que sus habitantes pueden atender... prestando servicios gratuitos.

No sé si exagero: su descripción tiene ecos de pesadilla orwelliana. ¿Qué consecuencias puede tener ser declarado culpable?

No exagera. En Sñapa el crimen está medicalizado, de modo que los castigos impuestos a los reos se ajustan a un criterio en el que prima el enfoque sanitario... porque la salud es pública, créame, hasta ser impúdica. Imagínese la situación: si el que comete un delito ordinario contra los bienes o la integridad de las personas es tutelado como un enfermo urgido de rehabilitación, quien es declarado irresponsable atenta, además, contra el bienestar y los derechos sociales emanados de los Acuerdos Constituyentes del Poder Civil, el sanctasanctórum del nuevo Convenio Institucional, esa colección de pamplinas que en los conservadores denominan Constitución. El irresponsable es asimilado a la misma categoría que un hereje en la Europa inquisitorial, con el agravante de que no se persigue su exclusión porque el molde inclusivo de la convivencia apuesta por su integración.

El seguimiento del estado y rehabilitación de los irresponsables se encomienda al resto de los ciudadanos, que pueden elegir entre varias opciones de vigilancia durante el periodo de tratamiento. Cualquiera puede visitar, en cualquier instante, las cámaras y micrófonos que estudian de forma permanente a cada convicto. Destaca por ser una golosina de muchos adeptos la utilidad Talleres, desde la que los ciudadanos son asesorados por expertos antes de someter a votación los progresos terapéuticos del beneficiario de la readaptadación. La explicación oficial de este hecho, ajustada a un importante apartado del Tercer Principio donde se pontifica que «todo daño a la comunidad debe ser enmendado comunalmente», ayuda a entender al lego que esta y no otra es la mejor garantía para que no se malogre la función judicial, asignada al pueblo soberano, delegándola en órganos hurtados a su propiedad.

¿Y cómo justifican la ausencia de separación de poderes que, según la teoría clásica, es uno de los pilares de la democracia?

No necesitan justificarla: a nadie le apetece dudar que no exista porque todos están entretenidos —comprometidos, dirán ellos— con su gerencia. Un circo de conchabanzas colectivas.

Con el caso Micelio que siguió a otros golpes internos menos sonados, se terminó de tumbar desde dentro el último conato del régimen anterior. El tablero global de las logias se calentó durante al menos dos días [ríe] y, de esta bella guisa, adiestrándola en el escándalo, se consiguió generar en la opinión pública la necesidad inaplazable de socializar la justicia aprovechando, con un estilismo lúdico y chic, el potencial de tecnologías con las que todos llevábamos años familiarizados en diversa calidad de afición.

Si mal no recuerdo, los Acuerdos que ha mencionado se alzan sobre cinco Principios Fundamentales: Economía, Libertad, Igualdad, Fraternidad y Soberanía.

Eufemismos a granel para dulcificar el cerco de exigencias que impera sobre las conciencias. ¿Economía? Racionamiento. ¿Libertad? Aquiescencia. ¿Igualdad? Mediocridad. ¿Fraternidad? Transparencia. ¿Soberanía? Coacción. Tenga en cuenta que lo peor de esta línea ideológica no es que sus partidarios callen que el emperador está desnudo, sino que todos acaban creyéndose emperadores para obviar su propia desnudez. En Sñapa la unidad social básica no es el hombre, sino la asamblea, y su órgano supremo el Ágora Permanente, que ha convertido la democracia en un fin para sí misma tan absoluto y absorbente, que algunos viejos descreídos en vías de extinción comenzamos a mirar con nostalgia un pasado no tan lejano donde, a pesar de sus inexcusables barbaridades, conservábamos la inocencia de plantearnos la democracia como un instrumento útil para deliberar y tomar decisiones sin exponer la intimidad al ojo público ni subordinar el ocio a prescripciones absurdas. Si la servidumbre significa dedicar más tiempo a las necesidades ajenas que a las propias, ¿quién no es esclavo hoy en Sñapa? Para un pez gordo del siglo XX llamado Nicholas Murray Butler, «el mundo se divide en tres categorías de personas: un muy pequeño número que produce acontecimientos, un grupo un poco más grande que asegura su ejecución y mira como acontecen, y por fin una amplia mayoría que no sabe nunca lo que ha ocurrido en realidad». Estoy persuadido de que este patrón se repite con escasas variaciones en todas las civilizaciones. ¿Por qué la República de Sñapa habría de ser una excepción?

¿Y qué me dice de la oposición?

Aún existe, pero sin el menor sentido de la clandestinidad. Los disconformes suelen cometer el craso error de organizarse imitando los métodos del régimen, como las redes sociales, que son herramientas trucadas por definición y terminan por minar desde dentro la beligerancia. No hay que olvidar que el ascenso de las mayorías se debe menos a su capacidad que a la incapacidad de las minorías. ¿Qué distingue la justicia del lugar donde reina la mayoría de la injusticia donde gobierna una oligarquía? La retórica, el camuflaje, nada más. Un anarquista a quien seguramente hayan olvidado los de su tribu, Ricardo Mella, argumentó en un ensayo contra los parlamentos una idea que gana vigencia cada vez que el simplismo del sufragio se impone a la complejidad de los hechos: «La ley de las mayorías no es la ley de la razón, no es siquiera la ley de las probabilidades de la razón. El progreso social se verifica precisamente al contrario, por el impulso de las minorías, o, con más propiedad todavía, merced al empuje del individuo en rebelión abierta con la masa. Todos nuestros adelantos se han realizado por virtud de repetidas negaciones individuales frente a frente de las afirmaciones de la humanidad».

La genealogía de las creencias políticas plantea jugosos interrogantes a partir de los cuales iniciar el desmontaje de las supercherías que conceden hegemonía a lo que una cultura asume como norma legítima. El poder político necesita, en todas partes, vestir disfraces aceptables para cubrir las vergüenzas que delatan sus orígenes y propósitos. La legitimidad opera como un mecanismo encargado de normalizar lo que, por voluntad, sería difícilmente admisible. Según quien cuente la película, la valoración que iguala mayoría con soberanía puede ser interpretada como la fórmula que dota a un pueblo de los medios para impedir que nadie esté por encima de la ley o, más allá, como un enquistamiento en un prejuicio que reemplaza a los precedentes cuando carecen o han agotado su popularidad. Todo lo que ha sido pensado por multitudes nos parece válido, y lo válido nos gusta mientras dura la atracción que nos hace valer más en su valor de lo que valemos por nosotros mismos.

El pueblo sñapol ha sufrido los desajustes de la extenuación económica y moral más tiempo del que podía racionalizar, pero se equivoca al creer sin saber descreerlo que ser pobre es lo mismo que pensar miserablemente. Sea lo que fuere, en Sñapa las cabezas se reducen a escala en función de su proximidad numérica.

Ya que está por ilustrarnos sin escatimar citas, traeré a colación su novela, que comienza con un párrafo, cuando menos, inquietante:

«Siempre he tenido una facilidad mal tolerada para vislumbrar el lado adverso de la realidad, pero hasta ese momento mi distancia crítica, observada por los demás como una señal de inofensivo desapego, no constituía un problema legal. Con el cambio de mentalidad hube de transformarme en una singular especie de agente especializado en redactar informes secretos para una organización demasiado peligrosa para cualquiera que deje constancia de ella. Esa organización no es otra que uno mismo».

En el último capítulo, el pesimismo que transmite la obra parece revertirse:

«He optado combatir por las letras, que se empuñan con la inteligencia, antes que por las armas, que no se pueden blandir con escrúpulos. Mi único poder sobre vosotros consiste en moverme disimulando que soy vuestro enemigo; vuestro único poder sobre mí depende de lo que sabéis de mi vecina enemistad, minucias en comparación con todo lo que sabrán de vosotros».

¿Qué podemos aprender de las muchedumbres que han sucumbido a la tentación integrista de la democracia?

Entre algunos sñapistas de antaño, cundió la idea de que mi país, debido a la heterogeneidad de su tejido social y al cainismo de sus gentes, era un territorio ingobernable. No sabría precisar si esto es verdadero, pero hay que preguntarse qué mosca les ha picado a mis compatriotas para hacerlos tan permeables al dogmatismo sin advertirlo si quiera. Me viene a la memoria el chistecillo aquel de un padre y un hijo ineptos para reconocerse:

—Padre, hay un hombre mirándome desde el fondo del pozo.
—¿Tiene boina?
—No.
—Entonces es otro.

Si la evolución de nuestra inteligencia como especie tiene visos de asemejarse a una colonia de insectos programables, prefiero mantenerme al margen en mi arcaica y diminuta estupidez. Acorralada por engañifas, la individualidad se relaja mientras va camino de ser una vulgar excrecencia vestigial del conglomerado, el apéndice cecal del consumo virtual de intensificación social. A ustedes, como a cualquiera que ame su libertad, les diría que contra la contaminación que representa el gregarismo no basta la entereza de desanudar el laberinto que a uno lo envuelve y atraviesa, es imprescindible desconfiar de la tecnología que pretende enriquecer nuestras vidas volviéndolas más accesibles.

¿Cree que el afán de controlar a los demás es producto de la historia o un instinto intrínseco a la naturaleza humana?

Ambas tesis son plausibles y se favorecen entre sí. Podemos entregarnos sin más a esta realidad o entrenarnos en el cultivo de un sereno escepticismo, porque el deseo de controlar a los controladores equivale a incurrir en el mismo mal que se quiere evitar. Ocuparse de ordenar la vida de los demás empieza a parecer una industria ventajosa a medida que se pierde la noción de la propia existencia.  

¿Le gustaría añadir alguna observación?

El autoconclusivo mandamiento del escritor sensible debería ser no suscitar hastío. Como empiezo a estar cansado de todo y de las resonancias de mi novela más que de nada, tras haber transgredido un sinfín de reglamentos insensatos en mi país creo que puedo permitirme el lujo de acatar la prudencia de este precepto en el suyo.

Entrevista de Harold Sánchez para Lemniscata. Revista de pensamiento bubónico que se publicará en noviembre de 2022. El alivio de tu mirada, amable lector, lo pone Caravaggio con La incredulidad de Santo Tomás. Si te place incrementar la sustancia de tu curiosidad, puedes seguir la pista de un dato que hago saber sin intención de mermar la talla intelectual de Máximo Muro, quien al afirmar que «las cabezas se reducen a escala en función de su proximidad numérica», reproduce textualmente algo que viene de aquí. Se ve que este señor y el bandido literario que les habla bebemos de caños parecidos o, es otra posibilidad, su eminencia tiene autorías enmascaradas que se remontan a 2013, antes de que su identidad real estuviera asociara a una obra de renombre.

9.7.14

RAMILLETE DE PIROPOS

Dirck de Quade van Ravesteyn, Venus cabalgado a un sátiro
Si puedes experimentar el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores exactamente igual.
Rudyard KIPLING
Si...

Traducidos libremente, los versos citados saltan de boca en boca con la facilidad de un aforismo memorable: «Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia». Más arisca de tratar es la decrepitud de los encantos femeninos que ya Góngora cantó en un romance que concluía con este reclamo:

Antes que la edad avara
el rubio cabello de oro
convierta en luciente plata,
quered cuando sois queridas,
amad cuando sois amadas,
mirad, bobas, que detrás
se pinta la ocasión, calva.


Aunque los hay irreverentes, lascivos, voraces, histéricos, pospriapistas, rematadamente cursis y hasta pulidos con cierto resabio de irónica amargura por pretender a quien es causa de bloqueo o a quien sólo se causa desprecio, no encuentro ahora mejor modo de clasificar mi inventario de requiebros que sugerir el germen de su procedencia: algunos los dediqué con viveza a damas que no siempre los merecían, otros no me atreví a decirlos cuando tuve ocasión de florear el territorio y, finalmente, están los sentenciados a engrosar el cartapacio virtual sin nadie que los tomara por ornato. Con el amor al misterio y el respeto a la curiosidad intelectual que he adoptado como rasgos de carácter, dejo a mis visitadores y forenses la inquietud de averiguar, si la suscito, cuáles han quedado prisioneros de la fantasía o agarrotados por la realidad.


1

Tómame con fuerza que yo me daré sin esfuerzo.

2

Guardo huella en mi memoria de todo lo bueno que nunca te haré.

3

Voy a enroscarme a ti como serpiente al árbol del Edén.

4

Me quisiera estrella fugaz para cruzar incandescente el firmamento de tu cuerpo.

5

El firmamento es hermoso porque se aleja de quien lo contempla y en la lejanía lo inmediato es recrearse con quien, como tú, nunca estará cerca.

6

Desde que tengo uso de erección eres mi más sólido argumento.

7

Tras haber contemplado tu belleza, debería volverme ciego para no ensuciar mis ojos con la fealdad del mundo.

8

Pena, penita, pena, me das sirena que así de maja paseas por el cardumen de quien te ansía.

9

¡Bien me vas a soñar desde que no duermo contigo!

10

En ese agujerito encerraría la razón que me fuerza a la locura de tu desnudez.

11

No fui concebido para estar esposado, es posado como puedes concebirme. Palabra de hombre con alas y, si quieres, con presa.

12

Mira si soy fiel que las puertas de mi atención te abriré siempre y cuando no cierres tus piernas a mi devoción.

13

Tan bien hecha estás, tan extensa es la gracia de tu ser, que para hacerse una idea justa habría que fornicarte por capítulos.

14


Muéstrame la verdad entre tus piernas y mi saber correrá tras ella.

15

¡Ábrete, chiquilla! No es un deber que te imponga, sino un placer que obtendrás.

16

Si yo te tomara llegarías a sentir hambre mientras durase mi apetito.

17

¿Quién dijo amor? Tan sólo seré liendre de tu corazón.

18

El amor que me niegas es dolor que con amor me ahorras.

19

El amor es una cruz donde dos almas se gastan y yo el que se arrima a tu palo para quitarte los clavos.

20

Te juro amor verdadero por cada orgasmo sincero.

21

Si crees que sin mí no eres nada, créeme querida, conmigo renada.

22

Pon en mí una mirada y seré el reflejo de tus fantasías. 

23

Entrégame tus bragas y al fin tendré bandera.

24

Aléjate, divina, que me hago tea.

Filippino Lippi, Madonna
25

Definir el arte es sencillo: basta remitirse a tu naturaleza.

26

Quién fuera bálsamo de virtudes ignotas para modelar consuelos de vértigo en el criptograma de tu dolor.

27

Sólo quiero que me vacíes como quieres que te llenen.

28

Te quiero por todos los desencantos que he causado en ti.

29

Todo mi yo te regalo si aceptas el trato a cambio de olvidar el tuyo.

30

No sé si podré darte todo lo que mereces, pero intentaré merecer todo lo que vas a darme.

31

Si volviera a nacer siendo mujer, me gustaría ser como tú para que alguien como yo me dijera «te deseo».

32

La salvación debería existir para ti porque conmigo tienes ganado el cielo.

33

Córrete y corre, aléjate rauda, que mi tedio acecha corto y tú eres demasiado dulce para su mordedura.

34

Prefiero el hecho al dicho y antes que el nicho, tu capricho. Del resto, morena, para qué hablar: soy sólo un bicho.

35

Puesto que la naturaleza ha mostrado su mejor talento contigo, es imperdonable que no lo explotes con quien admira su obra.

36

La dimensión verdadera está en las conexiones nerviosas, no en los atributos explícitos, y ahí eres infinita con tus pequeños pechos.

37

En el templo de tus encantos aun los huérfanos de Dios comulgan.

38

Mi fe consiste en comerse a Dios empezando por tu coño.

39

¿Quién querría redención si pudiera perder la eternidad en un cuerpo como el tuyo?

40

La firmeza con que evito poseer tu anatomía es la misma que pretendo sofocar en la mía.

41

Ante un molde tan virtuoso, el contenido está asegurado: ¡cuánto vicio cabe en ese cuerpo!

42

Quiero enseñarte quién manda aquí... En primera lección, voy a lamerte el culo.

43

Sólo en tu boca hallará salida el perdido que hay en mí.

44

Me atenaza una duda existencial: no sé si empezar a comerte por la nuca o por los pies.

45

Pienso interrogar cada parte de tu cuerpo para arrancarle en confesión sus excesos.

46

Si yo fuera guerrero, la gloria de mis hazañas sería tu orgasmo.

47

Habiendo musas el arte fluye y en tu cuello forma un remanso desnudo para que yo lo beba.

48

En tu sexo arde un sol en el que debo morir abrasado para poder regresar resucitado.

49

Si cada orificio de tu cuerpo es una entrada secreta al paraíso, por caridad, te lo suplico, ¡ayúdame a escapar de este infierno!

¡Ave María, Golférrima!
50

Eres el travesaño que le falta a mi cruz.

51

En el cáliz de tu boca el cianuro sabría a miel.

52

Contigo a la distancia de un beso, la desventura es un paraje que desaprendo.

53

Prendería fuego a mi corazón para hacer señales de humo que llamaran tu atención.

54

Ni tiempo ni distancia consumen tu atractivo, que arroba como lumbre de estrellas más allá de tu carne… y de mis manos.

55

No te sorprendas si uso tu tanga como servilleta porque tu cuerpo será mi banquete.

56

Quiero hablarle a tu sexo, quiero contarle, lo agradecido que me siento cuando me siente.

57

Loca no, loquísima debes estar, si cuanto más bella es una mujer peor está su cabeza.

58

Cada vez que te corres me convierto en la comadrona de una obra maestra.

59

No temas, no quiero joderte la vida; me conformaría con tu cuerpo.

60

Quizá debiéramos concedernos una cuarentena de coitos antes de enamorarnos.

61

No me preguntes el nombre, bautízame con tus flujos.

62

 Piensa en mi lengua cuando te laves... y aún más cuando te ensucies.

63

En esa sonrisa tuya hasta los iconoclastas construyen altares.

64

Imposible solazarse en tu figura sin sentir que se profana un arcano.

65

No quiero desnudarte, sino desanudarte.

66

Si cruzas el miedo que nos separa seré tu plataforma de despegue.

67

Tus viejos temores se harán cenizas en la hoguera de nuestros cuerpos.

68

¡Libérate ya de tus prendas! A buen manjar pocos envoltorios bastan.

69

Soy un lío en el que te gustaría encontrarte.

70

No busco en ti un objeto sexual, sino un alma en cuyo cuerpo pueda desaparecer.

71

En los libros me faltan libros, en los viajes me faltan viajes, en tu cuerpo me faltas tú.

72

Mejor que mirarte con el ardor de un prófugo que necesita penetrar tu frontera, te diviso como la cima que podría alcanzar por caminos recónditos.

73

Si es preciso anclar la poesía a la materia para que esta por aquella sea en su acción ennoblecida, lo imprescindible ahora es fondear donde ninguna materia tuya escape de las rimas de mis dedos.

74

¿Por qué dejarle a los gusanos lo que puede comerse este humano?

Artista desconocido, Perils of a Spinning World
75

Si te gustan los animales, este gran perro está hecho para ti.

76

¿Cómo no te voy a azotar con lo bien que te sienta? En la piel, sobrescrito, un pedazo de cielo llevas descrito.

77

Si yo fuera diablo, en el nombre de Dios algún pecado te pediría.

78

Entre tú y yo, la inocencia es pecado.

79

De peca a peca te sigue mi alma como pecado que en tu piel repta.

80

A veces imagino que nuestras pieles se embriagan juntas, y a veces lo imagino tan bien que no se hace realidad.

81

Hoy te librarás porque puedo contener el abordaje que merecen tus labios.

82

Entre la vibración de tus muslos y tu sonrisa secreta sembraré mi abismo.

83

Bien mareado me tienes desde que mis pupilas se fijaron a tu órbita.

84

Milagro es que tu conciencia no sufra con los suicidios espermáticos cometidos en tu honor.

85

Tú nunca fuiste especial para mí; eres, más bien, lo que siempre fuiste: fundamental.

86

Todas las mujeres que he amado conforman una sola a la que sólo puedo perder… ¿Qué haces aún aquí?

87

Si te vieras a través de mis ojos, levitarías.

88

No quiero tus genes porque sé querer a quien los lleva.

89

Por ensañarte conmigo me ensoñarás contigo.

90

Necesito tocarte para cerciorarme de que existo.

91

¿Qué no me das para tenerme, con menos, más?

92

Me he propuesto sacarte brillo con abundantes polvos mágicos.

93

Lo único que lamento de haberte conocido son las llagas que le hice a mi daga de tanto hundirla en ti.

94

Pienso en tus exuberancias y me sale la chulería de recetarte pastillas para la garganta y un extintor: las primeras te aliviarán porque te haré gritar de gozo; el segundo, cosa segura, porque arderás de lujuria.

95

Darte quisiera una llama de la combustión que haces en mí.

96

Posa un beso en mi copa y no beberé otra cosa.

97

Toma esta recia batuta y dirige sin temblor la orquesta de tus sentidos.

98

Verdugos de mis ojos los tuyos, que me clavan terremotos.

99

Inflamada traigo la razón por el par de cañonazos con que me miraste.

Dildo de obsidiana (circa 5000 a. C.)
100

Contigo la carne es un baño metafísico donde el llanto de mi esperma resplandece en su sino mortuorio.

101

¿Para qué romper tu cuerpo en un gimnasio pudiendo esculpirlo en mi colchón?

102

Niña, no me líes que me enderezo.

103

Conmigo puedes estar tranquila, te miro con mucho espeto.

104

Si no fueras tan correosa ni yo tan volátil, haríamos una crema insuperable.

105

Que no nos falte lava de deseo donde lavar las penas bajo erupciones de placer.

106

Aun si cebo te supiera, no habría anzuelo al que no me enganchara.

107

Rendido estoy si no caigo entre los trofeos que oculta el cofre de tu cuerpo.

108

Escóndete, huye de mí, tus tesoros se abrirán al ladrón que te lo advierte.

109

No te ofendas por la bestia que puedo ser: a su lado a salvo estás del humano que soy.

110

No se me ocurre mejor toma de placer que provocártelo.

111

¿De qué presumes, cariátide? ¡Tu hermosura te protege como una maldición!

112

Rara es la mujer que a mi lado no sea guapa; tú, sin duda, eres la lista.

113

Ya que vas de lista, sigue bien la pista: si buscas salsa, aquí tienes baile.

114

Claro que te miro con buenos ojos, pero no hay tan buena vista que a inventarse acierte la maravilla de tu presencia.

115

No me creas cuando en verdad te digo que eres maravillosa; las mujeres engreídas son repelentes.

116

Sabes que no miento cuando digo lo que invento; para entregarme, ya no hay más cuento, debo tomarme de ti.

117

Estoy dispuesto a todo porque no soy para nadie. Entre tú y yo desmandarse es el único dominio.

118

No quiero que mi deseo coaccione la realidad que allí tienes, pero nadie podrá darte la utopía que aquí te espera.

119

No te veré más, pues de tanto mirarte te empiezo a borrar.

120

Tu piel no puede negar a mis manos lo que tus ojos afirman.

121

No sé cómo he llegado hasta mí sin haber pasado por ti.

122

Entre ambos, si lo queremos, a falta de todo seremos todo lo que nos falta.

123

¡Qué bueno es pensar en ti cuando el deseo de ti me lo permite!

124

Viendo que mi insistencia es fallida, ¿no tendrás a mano una doble?

Watanabe Kazan, El pulpo, el mar y las mujeres
125

Estoy profundamente seducido por la impresión que te he causado.

126

Séame concedido besarte con la mirada, mirarte con la boca, atravesarte contigo.

127

Ya te anuncio en coloquial que no descansaré hasta follarte en barroco.

128

No te cuentes en años, sino en los miles de mordiscos que les añadiría.

129

Estirada incluso en los andares, ni a bocados pude abatirte.

130

Qué gran paz sería ponerte en la guerra que te daría.

131

Todas las fuentes de mi ser desembocan en el delta donde tu sed extingue la mía.

132


La vida es vulnerable, la alegría efímera, las oportunidades escasas, la belleza caduca… ¿Y aún te preguntas por qué te quiero morder?

133

Si todo fuera mentira nada lamentaría más que perder la verdad de probarte.

134

Sólo tu humedad alivia las arenas del desierto donde espero sepultado que te viertas.

135

No estés triste, compañera, tu trasero tiene fiesta por delante.

136

Ni de broma interpondré una goma. ¡A pelo apelo!

137

De todas las mujeres que conozco, ninguna dibuja como tú mi cara de gilipollas.

138

Deja ya de entibiarme con tu cháchara hueca: las palabras no traen calma, sólo tu vientre colma.

139

Mis manos vagan perdidas sin la senda de tu piel, y mi lengua, ahogada lejos de la tuya, se hunde en los silencios sin salida de un pozo de saliva.

140

Bien cara vendes tu rosa tras darme empacho de espinas. No hay reproche, el fallo es mío: tomé por un jardín lo que solo era un zarzal.

141

Zanjo la riña, alzaré el vuelo a otra viña que me cure esta morriña.

142

Mal me quieres porque mal me miras con las trampas que tus lentes me adjudican.

143

Penoso no es vivir como un pobre diablo; lo es, y mucho, no tener tu confianza a mi favor para obsequiarte diabluras.

144

Me sobra la dulzura que me negaste para endulzar la amargura en que me dejaste.

145

Nadie me podrá arrebatar lo que me diste porque todo, por nada, me lo robaste.

146

Siempre que estoy mal pienso en ti; siempre que pienso en ti mi mal se diluye en un bien imposible.

147

¿Extrañas todavía que caiga en ti de vez en vez? Herido por tu huella sublime, te declaro invencible: eres mi más perfecto fracaso.

148

Estamos destinados a perdernos porque a medida que te alejas más cerca me tienes.

149

Lo sabías, pero insististe:
nunca se tiene el amor
porque el amor no quiere
más que atenerse al querer.

René Magritte, Nu allongé
150

El orgullo está para comérselo, no para escupirlo, y aun cubierto de lapos te hago saber que no pienso devolvértelos.

151

Sería un crimen negarte los placeres que sin tasa te di. Contigo fui memo antes que criminal.

152

Me sumerjo en las tinieblas para traerme a la luz. Y esto que vale para el pensamiento, es aún más cierto en las profundidades de tu cuerpo.

153

Busca en los demás tu noche el mediodía, y algún rayito de luz —de esa valiosa luz que no me sobra— con gusto te hubiera dado si quedase en ti oquedad donde verterla.

154

Si los miedos no pesaran tanto sobre los deseos, hasta podría sonar sensato exigirte que me reserves una noche sin culpa. Pero el mundo es lo que es y yo, que ando en él como un furtivo, debo volver a las sombras.

155

Sé que serás mi siguiente desengaño porque eres mi última ilusión.

156

Cuando te pienso, me figuro ser en tu compañía la dureza que persiste cuando las máscaras caen.

157

No lamentes tu ventaja en el placer, que pesar no podría contigo mientras sigas flotando por mí.

158

Sufro como si te conociera desde siempre y no tuviera ni idea de quién eres.

159

Mucho te precias de humanitaria y ningún reparo has tenido en desahuciarme de tu gruta, el único recinto sagrado que pude hallar en el mundo.

160

Encerrado me quisiste en una mazmorra de amor y enterrado me has querido después de haber burlado los muros de tu ciudadela.

161

Conservo el dolor de perderte porque en él te soy más fiel que en la jaula donde me querías.

162

Ni tú quieres perder más tiempo conmigo, ni yo debería regalártelo en vano. Recibe en lo sucesivo, a cambio de tu desdén, mi más empedernido bostezo.

163

Te quise sin fantasía porque mi fantasía eras tú. ¿Resultado? Sólo las ficciones sobreviven.

164

Como tú conmigo, aún sueño contigo a mi pesar. ¿Qué podemos hacer para no despertar?

165

Ojalá tuviera la suerte de no haberte conocido porque quien te conoce está perdido, condenado sin remedio a venerarte.

166

Te pido disculpas por ser mejor contigo que tú conmigo. Fingiré no haberme dado cuenta.

167

Evócame con el mismo regusto que saco de ti, pues no de otro modo tenemos futuro el uno para el otro.

168

Si tanta perspicacia sumas a tus encantos palpables, analiza en qué mamífero te conviertes cuando no desdeñas reprender la palabra que alabando tus lindezas las contraría.

169

Mayor sentido da el alborozo de una sola de tus miradas que todas las plétoras de la sabiduría.

170

Reboso en ganas de hacerte un nohijo.

171

Bajo la caricia agridulce de tus recuerdos pienso que algún día nos saludaremos con el mismo sosiego que los difuntos contemplan a los vivos.

172

Hemos explotado todo lo que puede ser tocado mediante la fusión de nuestros ojos. Pídeme cualquier otra reacción, menos que te ciegue con olvido.

173

Han puesto horcas en la ciudad para socorro de desesperados y un agujero negro entre nosotros.

174

Santificado sea este lecho con tus néctares para darle sacrilegio al diablo de mi cuerpo.

175

Sepulcro de sábanas inmaculadas, toda la cama para mí y nada de ti en ella.

176

No hagas pasmo si te brindo mueca de esquela porque contigo se me mató el amor.

177

Duerme sabiendo que aquí alguien te sueña despierto.


Arthur Fisher, Satyr and Nymph
 
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