24.5.15

LA ONDULACIÓN DEL INSTANTE

Jan Vermeer, Muchacha leyendo una carta
Entre los antiguos romanos, «que la tierra te sea leve» era una fórmula de inscripción funeraria que hoy acompaso con la Españoleta de Luis de Briceño en memoria de los Hermanos del Libre Espíritu.

Quien se queja de su soledad quéjase, en realidad, de su fe, pues hace falta una credulidad a prueba de terremotos para sentirse solo entre la proliferación numérica que los humanos se imponen bajo la vigilancia continua de los sistemas informáticos.

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El mono imita al hombre cuando lo trata y el hombre a Dios cuando se mata.

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Muerto Dios y muerto el Hombre, hambres absolutas a las que nunca he llorado, en el cadalso de los ceros y unos agoniza la Individualidad asesinada por los mismos que la veneran.

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Algunas religiones han tolerado el crecimiento de árboles del conocimiento únicamente por tener algo frondoso que talar.

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Nunca se construye para nada porque nada se destruye para siempre.

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Aún no existe una palabra para calificar con la debida justicia al causante, padre o madre, de otro apéndice de vida en este infierno.

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Desconfía de tus congéneres por las razones y delirios consabidos, pero, sobre todo, porque son capaces de atreverse a materializar lo peor que estás pensando.

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No alejarse de la sociedad por huir de lo que ceba en sus chiqueros, desviarse de ella en busca de una distancia holgada por si hubiera que saltar allende las redes que su miedo cría.

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Más que ser útiles para garantizar la libertad de los hombres, las leyes solo añaden eslabones a las cadenas que los sujetan.

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Me pregunto si existe una época más oscura que aquella en que todo está obligado a salir a la luz.

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Típico de un mundo devastado es medir la propia prosperidad por la ruina ajena.

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También perderse es la manera que tiene el vencido de ganar a la adversidad un sentimiento victorioso.

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A quienes triunfan única y exclusivamente a costa de hundir a otros los consideramos, con toda razón, explotadores, una carga social por arriba cuyas demasías deben contabilizarse junto con las acometidas rastreras de cuantos aprovechados pierden contra el mérito y, sin ninguna razón, son tenidos por víctimas.

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La agudeza económica no lograría enfocar con eficiencia la realidad sin el concurso de una ceguera moral que la descargue del peso fatal de sus actos y borre a crimen cumplido sus huellas, históricas e histéricas, más feas.

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Ningún mal es tan perverso como aquel que se hace por nuestro bien.

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Los sueños no acaban con el despertar, sino con la pesadilla que otros propagan como realidad.

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Lo primero que atornilla al mesurado en el hastío es la creciente, insaciable disonancia que agita a los que nunca se hartan de actuar.

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Con la máscara invisible de la sinceridad ponemos rostro al espejismo de la verdad.

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La verdad tiene derecho a mentir porque nadie la cree capaz de engañarse a sí misma como se engañan aquellos que, de verdad, la creen.

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La esperanza que se alarga es vivencia que se acorta.

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No lloraba por la terrible injusticia que habían cometido con él al inmolarlo en la hoguera, sino por el mirífico espectáculo que las llamas, con su sobeteo irrepetible, ofrecían al interfecto mientras lo devoraban. Lució en sus carnes, hasta el final, la sizigia de un espíritu sensible.

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No hay yelmo filosófico que detenga el hostión de la realidad ni mejilla alícuota que al ser interpuesta lo divida religiosamente; para recibir tal golpe como su insistencia fatídica merece los pobres diablos, simplemente, nos dejamos crecer los cuernos revirados.

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Sintió ganas de suicidarse por cuenta ajena y, alarmado, acudió a urgencias, donde tras horas de paciente combustión interna su deseo, no su sobresalto, fue servido.

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«Se murió porque no tenía luz en las arterias»: con este lindo ataque se abrió paso la poesía en el hospital.

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Empeñamos la mitad de la corteza cerebral en el proceso visual y otra parte considerable de nuestro funcionamiento nervioso en la tarea de mantenernos erguidos como simios elaborados, luego para estar involucrado con mayor amplitud en el pensamiento ha de otorgarse reposo a la columna y silencio a las retinas.

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Desde los dibujos animados a los manifiestos ecologistas, a medida que cualquier divulgación relativa a la fauna induce a figurarse como cierta la humanidad que no hay en el animal la animalidad inherente a la criatura humana se oscurece. En obsequio a la conciencia de nuestro crepúsculo, tengamos el civismo de asilvestrarnos.

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¿Para qué creer en la condición humana si ella misma, deshecha por realizar sus ambiciones, suministra la prueba fehaciente de lo que puede dar de sí como proyecto insoportable?

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Las edades del individuo forman variaciones sobre el tema anónimo del hombre y las caras que cada uno exhibe ante los demás un velo pintado sobre el vacío compartido.

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La lujuria está vinculada, no se explica sin una fuerte tendencia a la amnesia sexual: quien la experimenta necesita generar nuevos escenarios eróticos en los cuales desasir su gravedad no solo como amante, sino como espíritu.

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Del ejemplo a la norma, el salto es quimérico; de la norma al ejemplo, la quimera aterriza... en el barro.

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La mayor certeza que asedia al mortal es que antes de lo esperado perderá el interés por la vida y en vano habrá de buscarlo en algún sucedáneo de eternidad.

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Entra dentro de la normalidad de toda impostura que el endiosado se deshumanice. ¿A qué reprocharle, entonces, su monstruosidad al gobernante nefasto como si adoptara un rasgo impropio?

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Cuidado con el poderoso que aspira a cultivar la erudición: no vacilará en horadar los cráneos más despiertos para extraer de sus portadores los gérmenes de la sapiencia.

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Beber de la notoriedad es echar sal a la sed.

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El alma precisa de bienes que el dinero no puede comprar; el dinero, de almas dispuestas a venderse por juguetes caros.

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La mampostería de la existencia es el pago debido por las ilusiones así como estas lo fueron por el miedo al vacío que pretendieron tapar.

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Uno debe morir como sujeto dotado de identidad para poder rehacerse entero con el devenir.

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No te importe haber nacido pequeño, esmérate en ensancharte para dar cabida a la muerte cuando llegue.

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Me asombra cuánto he pulido las facetas mestureras de mi verbo, mas no tanto como me sobrecoge lo que la palabra armada de momentos explosivos hace conmigo siempre que la manipulo con fines tácticos.

23.5.15

MORDAZA DE REFLEXIÓN

La ocasión hace al ladrón, pero también a los grandes hombres.
Georg Christoph LICHTENBERG
Aforismos

Más dice en beneficio de la serenidad el empeño que han puesto todas las ideologías en hacer del aplomo frente a la agitación un estado inviable que el título honorífico que de ella obtenían los antiguos monarcas para limpiar los tiznes de su sangre fría, aunque se entiende mejor como inadherencia a los desfiles de las pasiones y, por ende, a la exaltación de las creencias, y es lógico que el distanciamiento anímico en que se traduce le confiera un potencial refractario al ruido de la jungla civilizada, ya que en vez de abogar por derramar nada en particular sobre nada en general, como es una consigna fervorosa o una papeleta electoral, supone un reposo de hondura que otorga horizonte a la turbación circunstancial, curvatura de duda a la rectitud convertida en deuda y fortaleza de razón allí donde las situaciones pretenden emparedarnos el corazón entre una causa vulgar y un efecto subyugante.

Con influencias distintas de las que inspiraron al pensador británico Michael Oakeshott los argumentos de su ensayo La política de la fe y la política del escepticismo, que no he leído, esbocé para mi uso personal un enfoque similar con el que puede abordarse una reflexión, exenta de servilismos, sobre las dos fuentes principales de las iniciativas de gobernanza:

1. La política dogmática, propia no solo de las teocracias tradicionales, sino de cualquier movimiento con aspiraciones utópicas. Su rasgo primordial está en la ambición de adaptar la realidad a los ideales, sean cuales sean, y entre sus resultados más logrados destacan el Santo Oficio, la Endlösung der Judenfrage, el Gulag o Lehman Brothers.

2. Si no niego que la desconfianza filosófica se torna desapego de las empresas colectivas e incluso inmovilismo siempre que estas exigen decisiones de mando o rigores de obediencia, creo que es legítimo señalar la existencia de una política escéptica acerca de la cual podría afirmarse, con palabras tomadas de Gómez Dávila, que «no es el arte de imponer las mejores soluciones, sino de estorbar las peores». Partiendo de esta óptica, se hace manifiesto que son las ideas las que deben subordinarse de forma pragmática y revocable a la realidad, el problema surge cuando las tendencias más pujantes del mundo considerado real se encaminan hacia un adocenamiento de todo punto indefendible a pocos escrúpulos que uno posea.

Sin mermar la suspicacia que me suscitan los nuevos actores de la farándula parlamentaria española, no es necesario ser politólogo para anticipar que de cara a la galería y por dotar de cierta credibilidad a eso de la regeneración democrática cabe esperar que su irrupción corregirá algunos desmanes previos, es lo mínimo. A buen seguro entraremos en una legislatura de paliativos que sus protagonistas nos venderán con quilates agigantados mientras dure la función, pues será necesario el agotamiento de varios años para que el electorado reencantado vuelva a descubrir que la supuesta alternativa fue solo alternancia, un relevo generacional de líderes visibles auspiciado por las oligarquías invisibles con objeto de recomponer los puntos ciegos de esa falacia, profundamente dañada por la crisis de expectativas, que por inercia cultural se denomina contrato social. Entretanto, padeceremos los tiras y aflojas de una tetrarquía que quizá ocasione más problemas de los que sea capaz de resolver, por no mencionar los estrechos límites que le queda a la acción gubernamental bajo la batuta de la troika financiera europea, a la que ninguna de las fuerzas emergentes osará desafiar por vencedora que se pavonee en casa. También el arribismo de los aficionados que se aprecia entre los caretos sobrevenidos es, mucho me temo, parte indeleble de la factoría de parásitos España S. A., y si hasta ahora la corrupción campaba por sus chanchullos mediante respetos heredados directamente de una estructura consolidada durante la administración franquista, en adelante los llamados a gestionar el sector público invertirán en ello una diligencia y preparación técnica cuyo rastro será más difuso, menos evidente comparado con las chapuzas de los arrogantes que los precedieron: ahí será donde demuestren cuán preparados están los garañones de Estado formados en el régimen del 78.

Ante los reñidos comicios que la agenda burocrática divide en dos tiempos como si de una disputa deportiva se tratara —una «carrera de caballos de Troya» llegó a opinar Stanislaw Lec de la política—, echo en falta mayores niveles de compromiso con el ennoblecimiento de las labores ejecutivas más allá de la declaración de buenas intenciones que traslucen, con trazo grueso, los programas concretos; medidas sencillas que podrían empezar, por ejemplo, promulgando imprescriptibles los delitos relacionados con el ejercicio del poder, proponiendo la desmilitarización de la Guardia Civil que soportamos como un sarcasmo del caciquismo rural u obligando a la Iglesia, como organización lucrativa que es, a atender sus responsabilidades patrimoniales con el fisco en el proceso de separación efectiva del poder religioso del civil, otra de las costosas asignaturas pendientes que arrastramos desde que las instituciones dictatoriales fueron remozadas según las líneas guías de la Constitución, el manual de reciclaje nacional a tener en cuenta por los sucesivos decoradores de felonías. Por contraste, me sobra la omnipresencia del plomo cruzado de dimes y dirites, las dos velocidades de la justicia cuando se trata de perseguir a encumbrados o apaleados, el borreguismo secular de jóvenes y viejos, la visión futbolística, binaria, pueril que se ha implantado entre la población cuando discute sobre la batalla por los escaños, que es multicéfala y supera, con mucho, la ineficiente dicotomía que prorroga el error de parcelar las actitudes en izquierdas y derechas. Al principio de irritación por lo expuesto, sumo mi alarma por el avance de la fusión corporativa entre la demagogia mediática, las redes sociales y la tecnocracia empresarial en una infraestructura paralela de control del usuario, en la onda preconizada por los misioneros de Silicon Valley, de la que no se sabe si la pesadilla de resistirlo como rehenes será más demencial que la de sufrirlo como prófugos...

En cuanto al cacareo de los gallos de Podemos, me canso de repetir que lo sobresaliente en este partido es la ausencia de contenido, salvo que se tenga por tal la maximización de la audiencia, propósito que embolsa como primer corolario el descenso del discurso al nivel más elemental a fin de acomodar el mensaje al receptor menos exigente. Con todo, el remiendo del sistema no vendrá solo de está formación, la contrapartida ofrecida por Ciudadanos parece haber sido diseñada específicamente para proporcionar sosiego al IBEX 35.

Para terminar, no necesito confesar a mis lectores un tipo de recato que llevo casi a presunción: soy virgen de voto —bendita homofonía—. Equivalente político de una ordalía, con el sufragio que el censado tiende sobre la urna pone la mano en el fuego por una camarilla que dispone a su favor de las herramientas idóneas para abusar de la confianza prestada sin incurrir en demasiadas complicaciones. No obstante, bien por el placer torcido de meter la pata con la mano contra los que nos meten mano a patadas, bien por la simpatía natural que los bichos de lidia y de jornal —como yo mismo— me imbuyen en este clima de zafiedad preponderante, quizá mañana me vea asumiendo la contradicción de jurar la bandera de mi ciudadanía por vez primera. ¡Qué penosa emoción!

La exultante y merecida jarana que a veces se hurta al vivir plasmada en Los fumadores de Adriaen Brouwer.

19.5.15

MENINOS Y MENINAS

No pido que gane el mejor, sólo que no gane el peor.
Félix de AZÚA
El gran momento de los enanos

Tras pasar no menos años de los que tárdase por ley en cursar la mayoría aparente de edad expuesto a las vicisitudes del adoctrinamiento interactivo en el estilo network del mundo (donde net podría funcionar en castellano como el acrónimo de la Nueva Empresa Total según el evangelio del consumo que predica publicidad y fabrica consumidores consumidos por una insatisfacción remozada hasta el infinito), mis arranques de alipori surgen incólumes cada vez que presencio a alguien atrapado en las escasas pulgadas de su celular porque, aun antes de que la digitalización masiva hiciera de estos artilugios el axis mundi de una necesidad tan absurda como imperiosa en ámbitos que no dejan de expandirse a costa de obturarnos la realidad inmediata, el rasgo que caracteriza con puntual fidelidad al hombre contemporáneo no va más arriba del ansia de rellenar con la prótesis perfecta la insuficiencia de valerse por sí mismo.

La ternura habitual que desprenden las ilustraciones de Garth Montgomery Williams desaparece en esta escena de pronóstico cruento titulada Charlotte's Web.

10.5.15

FALSARIOS QUE SIENTAN CÁTEDRA

Desconozco si la imagen fue diseñada por el autor del blog donde la hallé
El lenguaje del vencedor… no se habla impunemente. Ese lenguaje se respira y se vive según él.
Victor KLEMPERER
La lengua del Tercer Reich

Hoy carezco de vigor para extenderme sobre el asunto que me ocupa, pero no de ánimo que secunde la voluntad de aliviarlo por vía escueta, sin fintas poéticas ni conceptismos. Valiéndome de solo un par de ejemplos, quiero denunciar la manipulación emprendida por la RAE en las últimas ediciones del Diccionario de la lengua española, con el resultado de adulterar el sentido clásico de algunas palabras mediante la introducción de sesgos ideológicos que de ningún modo expresan el sentir usual de los hispanohablantes ni están justificados como desarrollo auxiliar de aspectos etimológicos larvados:

1. Curiosidad. Según la vigésimo segunda edición, disponible para consulta electrónica, las dos primeras acepciones son:


Muchos lodos intelectualoides se han formado entre este significado y el recogido por la misma institución en la duodécima edición del Diccionario de la lengua castellana, que causal y no casualmente tengo a mano, ya que en sus páginas queda priorizado el «deseo de saber y averiguar alguna cosa». Y análoga observación puede hacerse en relación con el Diccionario de Autoridades, culminado en 1739, donde el vocablo era identificado con el «deseo, gusto, apetencia de ver, saber y averiguar las cosas, como son, suceden, o han passado», o con el Panléxico de Juan Peñalver, que sintetiza el atributo examinado como un mero «deseo de saber». Tampoco el utilísimo Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares añade connotaciones negativas a la curiosidad en la primera de las cinco definiciones que desgrana, pues la ajusta al «deseo de saber y averiguar alguna cosa», ni desde luego hay mixtificación en el cada vez más nutrido fondo etimológico ofrecido por deChile, donde la entrada correspondiente se limita a exponer que «la palabra “curiosidad” viene del latín curiositas y significa “deseo de saber”. Sus componentes léxicos son: cura (cuidado, esmero, inquietud, ocupación), más el sufijo -dad (cualidad)». Quizá María Moliner, con su imprescindible Diccionario de uso del españolpierde parte del rigor que es pauta característica de su trabajo cuando escoge como primer ejemplo para dicho término «la curiosidad es un vicio», aunque pueda serlo, en efecto, según el parecer de aquellos adalides culturales que cifran la virtud en tener el mundo interior hecho un erial.

2. Desafección. Para la Real Academia Española, como puede comprobarse, se reduce a «mala voluntad»; no así en la primera acepción fijada por la duodécima edición que manejo en paralelo, cuya lectura remite a desafecto, adjetivo que puede aplicarse a quien «no siente estima por una cosa, ó muestra hacia ella desvío ó indiferencia». Julio Casares, antes que vincular con malquerencia alguna al que «muestra desapego o indiferencia», como pretenden nuestros ilustres idiotizadores de la lengua, parece ponerlo en sintonía con la neutralidad de Peñalver, que entendió al sujeto que experimenta desafección como «opuesto, contrario» al fenómeno que la suscita, dejando al usuario extraer sus propias conclusiones morales. Y en vano se buscará en María Moliner rastro de concepciones fraudulentas para esta voz al encontrarla situada en la «circunstancia de ser desafecto, particularmente a un régimen político». El espíritu de precisión obliga a dar cuenta que el desafecto lo asimila nuestra erudita al «no adicto, o contrario a cierta cosa; particularmente, al régimen político imperante»: en su obra, por tanto, la acusación de inquina vertida por el DRAE brilla por su ausencia. Habría que añadir, como es el caso, que todo régimen académico dispone en nómina de ingenieros del engaño, tan porfiados a menudo como poco ingeniosos y de sobra conocidos por sus cochinas huellas en el léxico.

8.5.15

DE LOS TROPEZONES

Eric Kellerman, Fabric (serie)
La culpa es de los anuncios, señor juez. La culpa es de los anuncios porque cuando me pajeaba viendo a las tetonas de la tele, ponían mucha publicidad con niños y les fui cogiendo el gusto.
Guillermo ROSALEDA
Anecdotario criminalístico

Quienes me leen con asiduidad, lo saben; quienes empiezan a aficionarse, deben saberlo: erratas y gazapos procrean aquí mismo, a la vista de todos, con un celo tan descocado hacia el autor, que rara es la entrada exenta de contenerlos en el momento de ser publicada. Como la versión inicial de mis escritos dista mucho de ser la óptima dentro de mis posibilidades y la exigencia mínima es obtener de ellas una sintaxis fluida e inculpable de tara, durante los días inmediatos a la eclosión de cada texto reviso a contratecla sus componentes hasta expulsar de ellos cualquier conato de disfasia, labor de la que —¡ay!— nada conocerán los seguidores suscritos por correo al blog, ya que este medio, al contrario que RSS, no registra ninguna de las actualizaciones que sea menester introducir en el original tras el bautismo de ojos.

Acertaba sin duda Baudrillard al puntualizar que «ya no luchamos contra nuestra sombra, sino contra la transparencia». Con mayor disgusto del que quizá merezca el calibre de nuestros fiascos rectificables, hemos de asumir que es en la vaguada de esa lucha donde advertimos que las señales recurrentes de imperfección son parte esencial de nuestra rúbrica, un auténtico autógrafo hecho de farfullas y desdecimientos, de halas y joderes disparados contra el lapsus... si lo vemos.

6.5.15

LÁNGUIDOS COMPASES DE PRIMAVERA

Quien confía en las promesas de la Fortuna
y cree estar seguro en las riquezas de sus dones,
o cree que ella es tan amiga suya
que para él está en firme cualquier cosa o duda,
es demasiado necio, porque ella no es de fiar.
Es un estercolero de rica cobertura, 
que reluce por fuera y por dentro es basura. 
Guillaume de MACHAUT

Respeto demasiado a los hombres como para desear la supervivencia de la humanidad.

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¿Qué mejor motivo para no ser un mierda que encontrarse el mundo hecho una mierda?

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Quien custodia la evidencia es el mismo que la teme.

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Raro es el asilo de la pobreza espiritual que no está chapado en oro.

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Si la realidad te aplana, despega tu espíritu.

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Con frecuencia no es la gravedad de los asuntos terrestres, sino el peso del firmamento lo que impide a las conciencias elevarse por encima de los escasos palmos que la separan del suelo.

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Depositó sus dudas ante el maestro que lo animó, siendo aún joven, a no regresar hasta haber encanecido: «Después de todos estos años, hafiz, con nada vengo de todas partes». Y el viejo mentor respondió: «Después de todos estos años, hafiz, traes contigo todo cuanto se necesita».

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Los males de una época pretérita facilitan a las nuevas generaciones un elástico tesoro de comparaciones para minimizar los horrores presentes.

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Remar a contracorriente puede parecer absurdo a juzgar por el sentido de las aguas que huyen sin memoria de sus fuentes.

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Tropezar es lo primero que hizo el ser humano al erguirse y desde entonces, incapaz de recuperar el equilibrio, no ha dejado de correr para evitar estrellarse. Es el descalabro anunciado que algunos, procurando infundir ánimos a este atleta de lo azaroso, llaman evolución.

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Recuerda que la primera ficción del hombre, como la última, tiene rasgos antropomórficos. Homo homini fabula.

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A la postre, unos a otros nos serviremos de postre.

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Donde no hay pies ni cabeza sobran cepos y guillotinas.

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El colmo de la cursilería sería recibir una invitación al propio ajusticiamiento rotulada con la típica tipografía de boda en una tarjeta rosa. En cierto sentido, algo equiparable hacen los partidos políticos cuando nos hacen llegar las papeletas electorales.

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Cuando el telón de fondo coincide con las caras de los actores políticos, la obra se desarrolla en otra parte, donde el público no pueda verla.

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Leyendo sobre las disputas religiosas de los primeros siglos de nuestra era, echo en falta una herejía que hubiera tenido la coherencia de representar a Cristo aplaudiéndose a sí mismo a horcajadas sobre el travesaño de la cruz en lugar de clavado como un espantajo.

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Por fuerza abre la noche los ojos a quien los cierra a los desastres del día.

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Soy tan joven como mis aullidos y tan vetusto como mis bostezos, pero en ambos registros me preside una luna tan inmune a la edad como la relación que he mantenido conmigo a lo largo del cambio.

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Madurar, otro eufemismo sobre el hecho de descubrirse atrapado en un desfiladero donde los ingredientes de la experiencia carecen de espacio para producir las resonancias de aquellos años en que el tiempo era gratuito no porque los días estuvieran menos contados o costara menos llenarlos de valor, sino porque no se apreciaba el acusado desnivel que obliga a desprenderse de la sobrecarga que, llegado el momento, también uno será para sí mismo.

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La vida es maravillosa para aquellos que prosperan a fuerza de hacerla insoportable.

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Cada ilusión inhumada es un conocimiento desenterrado.

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Con el remanso de opacidades donde se escruta, la imaginación crece hasta tornarse insondable realidad vivida.

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Esperó agradecimientos de sus ofensores por haberlos perdonado y solo encontró ascos redoblados para condenarlos. No diré que mi país es así, pero así se las gastan por aquí.

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Prefirieron cargárselo dándole un cargo antes que cargar con su razón. Su pelotón de fusilamiento lo formaron nóminas cargadas de cifras contundentes.

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Las huellas del crimen componen el pavimento sobre el que mejor, más veloz rueda la historia.

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La rectitud solo tiene un camino y está lleno de dobleces. No hay pulcritud moral sin baños de sangre.

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Las espaldas del aporreado sostienen el Estado no menos que los brazos del policía.

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El paraíso fue un invento infernal concebido para refinar los tormentos de las penas terrenales.

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Ninguna idealización es trivial para quien la experimenta, pero no le demuestres lo contrario si quieres ahorrarte el espectáculo de una brutalidad fuera de lo común.

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Cuando el hombre estorba al hombre, qué socorrida idea pensar que ya no hay hombres, sino cabezas de ganado —¡qué socorrida y cuántas veces cierta!

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En pocas generaciones, el humano ha pasado de ser usuario circunstancial de la tecnología a ser usado enteramente por ella. Y a semejanza de toda revolución que se precie, la digital también ha fabricado masacres, pero en este caso los sacrificados, flotando entre la incuria y la gregarización donde confluyen la oferta virtual y la demanda real, están demasiado distraídos conectando sus despojos entre sí para cerciorarse de que han caído en sus redes, las de un suave y parlotero feudalismo.

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Mucho se habla en el presente de inteligencia artificial, como si la estupidez connatural fuera medio insuficiente para estropearnos.

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El hombre empieza por creerse medida de todas las cosas y culmina su designio como una cosa ajustable a todas las causas desmedidas.

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Si he de ser honesto, admito tener fe en el progreso, pues estoy convencido de que a nuestra especie le aguarda un futuro colosal: no fenecerá hasta haber consumado las más insaciables pesadillas con ayuda del desarrollo maquinal de sus apetitos.

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En un mundo anegado por desechos y atrocidades de origen humano, la insularidad es el último reducto donde mantenerse a flote, aunque otros náufragos rompan la calma de sus orillas y haya que hospedarlos de mala gana... o devolverlos con gentileza al mar moribundo que los gestó.

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Donde hay lamento, hay vida; donde hay vida, hay excremento.

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Mientras la vida pública es objeto de usura, la interior es confiscada. Dentro y fuera de los volátiles linderos particulares, el actual sistema de rapiña lo único que distribuye con eficacia son coces, pero cada vez que alza las pezuñas descubre por igual su talón de Aquiles a instigadores y damnificados.

*

Los tiranos, cuando sangran, lo hacen por venas ajenas.

*

Aunque recortado por la humillación, un hombre de rodillas sigue siendo un hombre. A cuatro patas, sin embargo, deja de serlo para cumplir la vocación de perro fiel, y es en esta posición como nos quieren de verdad todos los amos.


Con The musical metamorphosis, de Alexander Shubin, quiero honrar a la música como autoridad de los afectos, vehículo de revelaciones e instrumento de curación. Así la entendieron en épocas arcanas los maestros órficos y pitagóricos, y así ha sido cultivada desde entonces por compositores, estudiosos, místicos y aficionados. «Es grande el poder de la música —escribió Giovanni Perluigi da Palestrina—, no solo para distraer, sino también para conducir y dirigir las almas de los hombres». Y fue otro renacentista, el polímata Johannes Tinctoris, quien clasificó en su tratado Complexus effectuum musices en veinte los múltiples estados producidos en el ánimo por este arte, entre los cuales bien podrá elegirse el que mejor se adapte a los requerimientos individuales pese a que algunos —enseguida los enumero— puedan resultar tan espurios al buen sentir como el cuarto, cuando no avivadores de propósitos inconciliables incluso si es aceptado como natural, en el núcleo mismo de nuestra condición semidemiúrgica, el regodeo de transportar al eretismo el dilema: 1. Deleitar a Dios. 2. Embellecer las alabanzas a Dios. 3. Amplificar las alegrías de los dichosos. 4. Asemejar la iglesia militante a la triunfante. 5. Prepararse para la bendición divina. 6. Motivar la voluntad para la piedad. 7. Expulsar la tristeza. 8. Ablandar la dureza del corazón. 9. Ahuyentar al diablo. 10. Propiciar el éxtasis. 11. Elevar la mente terrenal. 12. Revocar la mala voluntad. 13. Alegrar a los hombres. 14. Sanar a los enfermos. 15. Aliviar los esfuerzos. 16. Incitar los ánimos al combate. 17. Atraer el amor. 18. Aumentar el placer de un banquete. 19. Glorificar a los músicos. 20. Santificar las almas. 

3.5.15

DE AQUÍ AL FUNDIDO

Claude Monet, Saint-Georges-Majeur au crépuscule (versión del Bridgestone Museum of Art, Tokyo)
Cada hachazo es un padre, cada nudo una madre.
Ramón ANDRÉS
Atlántico Norte

También este calvatrueno que os habla ha protagonizado trances pacatos y abrazado con ellos la noción de rehabilitar la divinidad en la muerte, pero en justicia de serenidad afianzada antes de la disolución he de admitir que ser humano no es un problema al que se sobreviva solo por creerlo. Hoy, Día de la Progenitora, hace catorce años que el devenir se llevó a Fuensanta, madre de la mía y mujer a quien yo quería entonces no menos que a su hija. Mientras ella agonizaba en un silencio, quizá beatífico, al otro lado del fino tabique que separaba nuestras alcobas, en el sueño tardío que alcancé al rasgar el alba recorrí una suerte de oficios fúnebres cuyo vencimiento coincidió con su partida hacia el orco, piélago inescrutable del alma:

A los maniáticos de la regularidad les ofenderá que no pueda detallarles los motivos por los que el cielo nunca modificaba su lasitud crepuscular, como si el Sol estuviera promoviendo su extinción o se negase a iluminar un territorio condenado para siempre, mas en honor a la verdad debo iniciar mi crónica admitiendo que en el vasto continente Cero, cegado o secuestrado por la cartografía actual, los anhelos de mediodías fulgurantes se censuraban acusados de complot involucionista.

En el ecuador de dicho territorio, aislada por vendavales infecciosos y febriles desiertos de cenizas donde el aventurero más avezado solo encontraría bastimento para las pesadillas arenosas de su espíritu, se alzaba la horriblemente seductora ciudad Obelisco: para algunos, un homenaje desaforado a la soberbia humana; para otros, la refutación tangible de los dioses. Como bien declaraba su nombre, se trataba de una atalaya extraordinaria, megalómana como jamás hayan visto ojos vivos, tan brutal que la simple incursión descriptiva demolería las pretensiones más bizarras de adjetivación. Esbozaré de ella una visión fugaz proporcionando las coordenadas justas para que la imaginación, genuina patrona de la demencia arquitectónica, se encargue de elucidar el resto.

Su diámetro basal, constante en toda su altura, no podría precisarlo sin arriesgar una analogía: estoy convencido de que asimilaría sin dificultades la extensión de una urbe con capacidad para despersonalizar a varias decenas de millones de seres. La cúspide, obligada a una dilatación incesante, burlaba las lentes de cualquier prismático. La superficie del perímetro exterior, realizada con impecable acero bruñido y geométricos jirones de piel de escualo curtida con brea de nubes, había anegado el brillo de las estrellas con la luz anaranjada que arrojaban sus ventanas hexagonales, de las que algún historiador apócrifo afirmó que su cómputo implicaría tanto tiempo como el empleado en su construcción.

Atraído por la fascinación de procurarme las oportunidades sin semejanza a la que daba pábulo la fabulosa Obelisco, conseguí aproximarme hasta uno de sus múltiples accesos consciente de que podría ser mi último viaje, pues era sabido que solo uno de ellos era el correcto; los restantes conectaban con pozos donde se acumulaban residuos radiactivos. Sin lógica que esgrimir contra el probable suicidio de continuar mi aventura, elegí por instinto y la fortuna vino a respaldar mi voluntad de errar; lo que presencié en el interior fue demasiado irreal para no ser verídico...

Las paredes no se limitaban a sostener la agotadora estructura, sino que el grosor de su periferia servía de escenario para viviendas, industrias, graneros, escuelas, tabernas y todos los servicios que requiere una sociedad rendida a la modernidad. Consumí, hasta hacer sueño, buena parte de mi paciencia en recorrer este abigarrado sector de Obelisco, que finalmente me dejó a orillas de un pantano concéntrico, lleno de espesos fluidos sinoviales, desde donde pude contemplar un gigantesco foso central donde convergían embarcaderos, autopistas, pasillos y ondulantes reclamos publicitarios que alternaban la claustrofóbica iluminación naranjiza con superficies sumidas por completo en la umbría. La agitación en esta zona era frenética y multitud de obreros biónicos carentes de boca, dirigidos por escuadrones de engendros de controvertida clasificación taxonómica, desplegaban alrededor del gran orificio sus afanes. No tuve margen de preguntarme por la función reservada al túnel vertical: primero un destello surgido de la sima y luego miles de vidrieras retroiluminadas precedieron a un émbolo del tamaño de una montaña que reproducía el aspecto de un templo gótico. Sus cimientos, polarizados magnéticamente, lo mantenían en mayestático equilibrio a una distancia prudencial del conducto.

Desarrollé mi inspección furtiva por los aledaños a lo largo de un lapso difuso que, puesto que carecía de reloj u otros instrumentos fiables en aquellas latitudes, solo pude computar por mis ciclos metabólicos, durante los cuales no osé relacionarme con los elementos más extrovertidos de la población, aunque gracias a mis diligencias previas estaba en posesión de ciertos recursos que podrían revelarse determinantes en caso de atolladero, como la píldora de cianuro oculta en la axila derecha y el arma con aspecto de bolígrafo capaz de disparar proyectiles fitoconstrictores que al impactar en un cuerpo hacen germinar voluminosas enredaderas cuya fuerza compresiva se incrementa con el movimiento renuente del afectado.

Pese a la sucesión de descubrimientos sorprendentes para un foráneo como yo, ninguno tenía parangón con el émbolo, centro neurálgico de Obelisco. El espacio útil de este mecanismo se distribuía en tres segmentos: la planta inferior, además de depósito bancario, consignaba mercancías valiosas y albergaba incubadoras de fetos criados como bocado exquisito para la alta sociedad, hecho de conocimiento público que no parecía subvertir moralmente los ánimos de nadie; la intermedia estaba ocupada por un fastuoso hotel en cuyas dependencias los privilegiados encadenaban orgías infinitas; en la superior, herméticamente sellada, se ubicaban en teoría las oficinas y despachos de la jefatura de la ciudad, aunque circulaba como verídico el rumor de que la sede del gobierno se había trasladado a un emplazamiento clandestino por temor a convertirse en blanco notorio de atentados.

Cuando crucé el umbral de un ascensor urbano que en ese momento abrió sus fauces vacías frente a mí, la conciencia que consideraba propia se escindió en varios personajes de vidas paralelas: una fracción de mí mismo proseguía su viaje, otra enajenaba su espíritu como auxiliar administrativa en un cubículo mínimo de los miles que componían la colmena de una importante corporación cibernética y, por último, la más fracturada parte de mi personalidad se fijó a un desahuciado que subsistía en un arrabal, bajo el puente que trazaba un enrejado de vías férreas. Condensando las experiencias de mi trinidad de egos empecé a comprender que el nexo que nos unía era la relación anómala con el complejo macrotecnológico destinado a administrar el funcionamiento del sistema de torres de control que coronaban Obelisco. Concebidas, en apariencia, para gestionar el tráfico aeroespacial, servían en realidad para coordinar y perfeccionar la manipulación mental planetaria mediante el uso de radiofrecuencias personalizadas. El proyecto, integrado en un programa más vasto al que se aludía como eugenosociología, requería un consumo tan exacerbado de energía que solo alimentar las instalaciones demandaba el rendimiento pleno de varias centrales nucleares creadas a tal efecto.

La multiplicidad de mi ser se mantuvo hasta que la faceta femenina fue trasladada de su labor en la sección burocrática a la sanitaria, en concreto a un megahospital cuyas dimensiones, de un extremo a otro de la mole, no se cubriría en un día caminando sin descanso a paso ligero. A partir de este cambio, el rastro de mis otras vidas se disipa y mi identidad se funde con ella, que tenía asignada una función modesta en el nuevo departamento: me limitaba a limpiar las habitaciones que iban dejando libres quienes fallecían. Comparado con el sedentarismo del precedente, la ventaja de este trabajo residía en la facilidad para transitar de un lugar a otro sin tener que dar explicaciones, pues los muertos no eligen donde hacen alto. Y deambulando, precisamente, en busca de un área que no figuraba en el plano esquemático que llevaba siempre conmigo, entré en un ala restringida del edificio que el azafrán de las paredes manifestaba inequívoco. Operarios de bata negra e inyección en cinto trajinaban sobre máquinas zumbadoras conectadas a los pacientes. Uno de los expertos que parecía estar al mando de un equipo médico me confundió, o fingió hacerlo, con una especie de emisario interministerial. Sin mediar instrucciones ni cortesías, me hizo entrega de una bolsa de basura roja que contenía un amasijo de documentos garabateados. La deposité sin titubeos en un carrito donde otros técnicos arrojaban sacos de características similares. «Al nivel infra», rugió un individuo atareado sobre el busto desmembrado de lo que pudo ser una mujer hermosa. Empujé el plaustro hacia un montacargas que divisé en la dependencia adyacente y bajé, como me indicaron, hasta el sótano. El descenso resultó lo suficientemente lento para permitirme hojear algunos papeles; entre ellos, destacaba un pliego de vistoso membrete en el que se hallaba una lista pormenorizada de órdenes relacionadas con una terapia génica que pretendía sentar las bases biológicas para racionalizar a la especie humana según el paradigma de un archivador. Fisgoneando los detalles estaba cuando se abrieron las puertas y otro operario, a quien no pude velar mi sobresalto, decidió añadir su disimulo a mi imprudencia con un guiño. Desubicada no menos que asustada, lo seguí de cerca a una discreta señal de su meñique. Al doblar un recodo, musitó «tenemos algo para ti» con una mueca en la que leí la indubitable huella de un señuelo. Quise retroceder, echar a correr y apenas pude sacudirme porque estaba atada a una camilla y quien me hablaba desde arriba con sorna no era sino un cirujano dispuesto a iniciar la trepanación después de dedicarme este protocolo lapidario: «Procederemos a desinfernarla. No es importante responder a la cuestión de quién quiere ser, lo decisivo es averiguar cómo quiere vivir la caída que va del dolor seguro de nacer a la incertidumbre del último suspiro».
 
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