31.12.15

DESDE EL ECUADOR DE LA AUSENCIA

Jana BrikeGardener and The Centre of The Universe
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
Antonio MACHADO
Proverbios y cantares

Nunca he preterido la ocasión de situar al otro en desacuerdo conmigo, ni siquiera cuando tengo la amabilidad de desvestirme de rumbos y no llego, como es el caso, a despedir el año circunnavegado —las añadas son esféricas, como la historia— con voces más afinadas que estos garabatos accidentales:


Como siempre desde que deshago memoria, me levanté por error.

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Agradécete diariamente lo que has perdido porque es un peso que le has quitado a tu muerte.

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La principal responsabilidad frente a la vida es quitársela de encima.

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Nadie es más temible que uno mismo cuando está dispuesto a confesárselo todo acerca de los otros.

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El suicidio es reprobado socialmente porque quien se da muerte evidencia, antes que el suyo, el fracaso recurrente de los vivos.

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Al menos la existencia sirve para constatar en primera persona que nuestra singularidad es tan intempestiva como la de cualquier otro, pues todos hemos de convencernos, demasiado tarde o demasiado pronto, de que mejor sería no haber nacido.

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Ningún armamento es más peligroso en poder de un fanático que la lectura única y repetitiva de un mal libro.

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No es difícil que al examinar las obras del enemigo uno se convenza de que tiene más afinidad con él que con sus detractores, por eso la mentalidad dogmática detesta recibir influencias que contravengan las lecciones de sus propias mentiras.

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Más que contradecir la creencia en la realidad, el escepticismo se limita a corroborar la acosadora realidad de la creencia.

*

Antes de expulsar la fe de tus hábitos de pensamiento pregúntate qué pondrás en su lugar si, como les ocurre a casi todos, no toleras sentirte desabrigado hasta el infinito en tu soledad.

*

Como a un dios a quien querrás ponerle clavos cuando tú mismo seas golpeado, descubrirás la perfección en aquello que siempre retrocede a nuestro avance.

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Solamente merecen ser escritos los pensamientos que nadie se atrevería a comunicar a sus vecinos. Yo, menos ambicioso, escribo para pensar sin tener que matarme por deducción, para que nada quede en mí de lo que necesite huir.

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De lo que no se puede hablar es mejor desertar. Y de lo que se habla, mejor alistarlo a una legión de carcajadas.

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La alegría de escribir está en el alivio de desprenderse de una carga que ganaba volumen en nuestro interior. El gustoso desprendimiento de una frase parida con estilo hace invocar la divinidad con una emoción solo igualada por el orgasmo o esa tensión acumulada en el vientre que se pierde felizmente por el retrete.

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A veces toda mi vida no parece sino la glosa de un libro que otro escribirá en un idioma que nunca aprenderé.

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Nadie puede darme lecciones de estupidez porque he tenido en mí el mejor maestro.

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Escribo como un autor póstumo con la conciencia saqueada de un resucitado.

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Desde que me despierto ya nada adquiere otro sentido que volver a tumbar el día.

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No hay gente para tanta gente.

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Condenar el aborto como un asesinato es omitir la cuestión de si un tumor tiene derecho a la vida.

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El secreto de un sujeto no está en lo que obra cuando se oculta, sino en lo que se oculta cuando obra.

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Decía uno que de los malos debe fiarse la memoria, pues la traen invencible. Y otro allí presente, preguntando el porqué, obtuvo como respuesta: «Porque quien mucho mal abona, mucho ha de cosechar».

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Si la mentira es repudiada moralmente como un mal, ¿por qué el desengaño suele ir acompañado de connotaciones perversas?

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La felicidad que se busca no se encuentra y la que se encuentra nos rechaza.

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No puede uno percatarse de lo feliz que llegó a ser hasta que las alegrías perdidas se pasean fantasmales frente a la adversidad que las recuerda.

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Si los mejores días no fueron faustos para ti, consuélate: en las peores desgracias desconocerás el insostenible dolor de rememorarlos.

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Lo que la vejez aporta a la experiencia es la seguridad de que los grandes errores cometidos son irreparables y suelen quedar desprovistos de la cualidad de ser, como los aciertos, invisibles.

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Hicimos los ideales para compensar imaginariamente los pesares de la vida real, pero hete aquí que por una ironía de la fatalidad el ascenso del mundo profano acabó creyendo en la utopía como antes se crecía en el milagro.

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Adaptado a vivir entre convicciones, el ser humano se abate sin ellas; eso es un hecho, no las convicciones.

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¿Quién vive tan dichoso que no una, sino más veces de las que quiere admitir, no se haya deseado la muerte? ¿Quién no ha suscrito en igual medida, tras de las desdichas aprendidas y anticipando las venideras, el deseo de inmortalidad para los enemigos?

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La única experiencia verídica es que moriremos, pero nada es más engañoso que pensar en ello.

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Para encender el ánimo no es preciso volverse incendiario, basta arrancarle chispas a las ideas.

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Contemplo los troncos arder y siento mi vida escaparse por el mambrú. Tal vez porque lo humano encierra demasiado humo, cuán grato es permitir a los nervios esfumarse tras el coloquio de las llamas.

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Mis necesidades son pocas, mas insaciables; mis saciedades muchas, mas innecesarias.

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Las ventajas de la templanza son tan obvias que hasta los hambrientos de codicia sazonan con ella su interés.

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Vano es buscarle razones de ser a la sabiduría si se comprende cuánto debe la razón a la pasión y el ser a la necedad.

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La grandeza del peligro estriba en revelarnos si estamos preparados para enfrentarnos sin sucedáneos a los abismos impostergables de la existencia.

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Nada más peligroso para el espíritu que los mimos de la comodidad a la que se confía.

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Denigrante es morir como una mosca sorprendida por las ruecas de la araña; indignante, vivir cosido en un abrazo de garrapata a la sangre de quienes se desprecia.

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Robar cuando pobreza obligue; por nobleza, tomar lo justo.

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Si en vez de una maqueta viviente fuésemos la especie de mayor inteligencia que habita la Tierra, no estaríamos peleando por perpetuar nuestras memeces sobre ella, sino sabiamente sepultados en sus  prados por decisión propia.

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Más verosímil es que exista una conspiración liderada por una inteligencia alógena o extrahumana que nos pastorea —quién sabe si por alimento, estudio de campo o espectáculo—, que dar crédito a la sospecha de que una sociedad secreta haya sabido tutelar el mundo a través de las centurias: ningún propósito humano es lo bastante coherente para mantenerse a flote tanto tiempo.

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¡Afortunados quienes toman a chanza ineludible las propias y ajenas locuras, porque de ellos son los sótanos de la cordura!

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Puesto que la libertad, copa rota con el beso de todos los hastíos, solo es conocida en la posibilidad de aniquilarse, la existencia solo puede ser amada en lidia con la calamidad que la desarma; solo es posible arrostrarla sin arrastrarse.

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No entregues a nadie la miel de tus caricias si al despertar a su lado se hace hiel.

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Al calor de la mierda compartida uno logra rehabilitar su virtud ante los demás, quienes esperan la oportunidad de poder juntar en una misma moral de caridades a donantes y receptores de excrementos. Con la inestable inteligencia que me queda, o quizá la máxima que he podido exprimir a mis avatares, llego a la misma y decepcionante conclusión que Leopoldo María Panero cuando afirmaba que la sociedad consiste, básicamente, en un profuso intercambio de humillaciones.

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Tras el muro de agasajos alzado alrededor de cada niño mimado, ¿cómo no ver a los progenitores guarecerse contra el reproche por todas las aflicciones, enfermedades, sumisiones e iniquidades impuestas con la vida al alumbrado? Prodigamos facilidades a los descendientes para evitar que nos recriminen haberlos traído al vertedero.

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Mirada desde la base la distancia a la cúspide parece mayor, justo al revés de lo que sucede al divisar la mocedad desde la edad provecta.

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Cada uno es hijo de sus traumas y dedicará, si es honrado, buen caudal de su energía adulta a purgarlos; si sólo es normal, los propagará.

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Los años, que como es duramente sabido no indultan aun si uno eligió formas de autoexpansión no reproductivas, nos acaban convirtiendo en carroñeros de nosotros mismos y, lo más estridente, en competidores encarnizados de aquellos que se las arreglan para sacar la mejor tajada de nuestras debilidades.

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Aparte del espanto por el deterioro que crece en la materia consciente desde el arcaico temor de la carne aproximándose a su disgregación, uno de los descubrimientos más fastidiosos que me dejó la juventud perdida fue la certeza de que es más triste vivir exento de obligaciones que con ellas. He tardado en reconocer que a mis deberes debo mis privilegios. Así pues, desobedezco.

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Remitiéndonos a la naturaleza se explican —primer conato de justificación— todos los crímenes. Como bien sabía Sade, y después de él los proxenetas disfrazados de darwinistas sociales, el horror es el parque de atracciones predilecto de la realidad.

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La ausencia de éxito económico no es evidencia de fracaso personal, pero es más cómodo pensar que en el ámbito donde unos individuos prosperan mientras otros se hunden lo que falla es la inteligencia particular, no el entramado al que esta, quiérase o no, pertenece.

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Dado que evolutiva y singularmente somos seres anecdóticos, no hay razón de peso para creer que nuestra especie deba medirse por sus triunfos. La historia, una vez más, se encarga de demostrar a cada generación que el mayor de los errores humanos es minimizar la importancia de la derrota en el tugurio al que acudimos con nuestros más preciados logros.

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Tanto si la conciencia depende de factores genéticos como si no, es previsible que cada vez serán más escasos los humanos provistos de la capacidad de despertar. Por desgracia, y en contraste con el hecho de que cualquiera pueda hacer prosperar sus taras más allá de la muerte individual, la lucidez y la prole son fuerzas mutuamente excluyentes.

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Si Dios existe, si todos somos parte de su gemación, quiere decir que es autista, demente o algo tan oprobioso que carecemos de conocimiento para temerlo en toda su extensión, salvo en la dimensión que lo parodia: a semejanza de Él, nadie se salva de sí mismo.

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Todo cuanto se refiere al Hacedor nos concierne; todo cuanto nos concierne lo acusa. Su valor, si lo posee, es ofensivo. Preguntadle al ser por su presencia sin ornato ni defensa, como un galápago privado de caparazón, y mostrará con estupor que no os habéis perdido nada digno de fe.

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Habita en el perdón no menos rencor que reincidencia en el ánimo que lo recibe. No se busque en tales desolladeros al espíritu elevado, que ni aún en caída libre alberga la necesidad de perdonar ni de ser perdonado.

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Ya que la verdadera religión ordena relegar fuera del uso de los hombres lo que, en atención a sus esplendores, es consagrado a los dioses, profanar las cosas sacralizadas, que en el buen sentido significa devolverlas al caos tras la segregación operada en ellas, se me antoja un acto de fuerza más devota que cualquier función ritual montada a sus expensas del juego simbólico detenido.

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Una de las más horrendas falacias que esta sociedad de multiplicadores se obceca en inseminar es la noción de la vida amputada de la capacidad para disponer, con ayuda o sin ella, del acto de abandonar la escena; noción misérrima que se postula, como es obvio, en perjuicio de la flexibilidad intelectual, del señorío sobre el natural feudo del cuerpo y, en último término, de la existencia misma del sujeto, pues no puede concebirse como una facultad del vivir la permanencia en el ser contra la voluntad del ser.

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Algo que sí puede saberse de la regularidad de las pasiones humanas es que la moral sirve la excusa habitual que los resentidos implantan en la conciencia para que sea esta quien ejerza desde dentro la venganza contra la diferencia de pensamiento.

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No es recomendable encomendarse al efecto inductivo que de una envoltura verbal suntuosa extrae el principio de un profundo contenido conceptual; sería tan arriesgado como leer en las proporciones armónicas de un rostro la expresión justa de la nobleza de un carácter. Las revelaciones vienen de suyo desnudas, huérfanas de verbo, tal como los sentimientos más gratos se dan sin otras apariencias que el gozo de poder manifestarse.

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Quizá porque intuimos que un individuo es una muchedumbre de desconocidos enredados entre sí, parece imperioso reincidir como hombre ora en querer gozar a todas las mujeres en una sola, ora en querer disfrutar de la mujer en todas ellas.

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Desencapsulada en el propio magín o desbocada en el palacio de los cuerpos conquistados, siempre volátil y vehemente como un jadeo, mi patria está donde me corro. No tengo más país que la explosión de sensaciones que llena en mí el universo mientras lo extingue.

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Mientras en la pornografía el objetivo es el que mira, en el erotismo lo mirado es el objetivo, aunque ambos enfoques comparten la intangibilidad del planteamiento en el deseo restringido a un expositor de voluptuosidades, conspicuas en el arco de lo impúdico a lo apenas sugerido, que lejos de romperla robustecen la urna solitaria donde ruge el instinto sexual.

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—Se te ve el lazo de la careta.
—Menos mal. Mi careta es el lazo.

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No he sido audaz por condición, y sólo mediante el paciente ejercicio del miedo autoinducido he llegado a un medio de ser valiente contra mí mismo y, por abundancia, contra el mundo.

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¿Toda la puta vida incidiendo en lo adversativo para que un fulano sin objeciones te dé la razón en bloque? Por lógica, a quien cede tan felizmente el entendimiento deberíamos exigirle argumentaciones equiparables a las esgrimidas por un rival dialéctico.

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Ni siquiera en mi gatuna molicie cambio mi socrática cicuta por el sillón de los sofistas vendidos al favor de la opinión. Prefiero ser una gárgola encaramada a una estirpe negada y poder anidar en la marginalidad con las armas del pensamiento, que plegarme a la llamada de la aceptación para entrar en el templo de la pertenencia a una comunidad.

*

Ya no me intoxica la soledad y, por idéntica razón, en modo alguno me embriaga. He metabolizado mi deslugar en el mundo. Soy, para los otros que hallo en mí, un hombre delicado que rebosa pensamientos devastadores.

*

En mi pulso a todo o nada con el aliento, aún sigo libando libros y leyendo coños. Nadie diría que me apresuro a desaparecer porque en ellos, en efecto, me disuelvo. Extraños caprichos tiene la perseverancia.

30.12.15

QUE PAREN LAS PARENTELAS

Takato Yamamoto
Cuanto más avanzo, más veo adelgazarse mis oportunidades de arrastrarme de un día a otro. A decir verdad, siempre ha sido así: no he vivido en lo posible, sino en lo inconcebible. Mi memoria amontona horizontes hundidos.
CIORAN
El aciagio demiurgo

Unidos en laboriosidad al infinito candor de Sísifo, muchos creen aún que de tanto empujar la piedra conseguirán desgastarla; les falta descanso, y quizá algo más en el ático de sus columbres, para percatarse de que la roca está compuesta de un material que, como las boñigas, crece con la rodadura y terminará aplastándonos a todos. 

En un ambiente que ata espantos a la explosiva densidad de la población y los multiplica en la red delirante de tensiones que no por consabidas son atajadas con conciencia, el desafío de la adaptación al medio plantea como nunca a nuestra especie dos tratamientos opuestos para aliviar el atolladero global: la guerra, quizá en combinación con algún tipo de pandemia, con vistas a eliminar rivales y demandantes en el control de los recursos disponibles, o la pacificación de las conductas mediante el avituallamiento de filosofías de la inacción, como el budismo o una vulgarización del mismo, que complementen con su calado, más alguna equidad ostensible en el reparto de bienes y servicios, la capacidad sedativa de los clásicos sistemas morales basados en incentivos de beneplácito y castigos interiorizados en forma de culpa, vergüenza y miedo al conflicto. Una tercera senda, la más sutil que cabe concebir desde el escepticismo aunque rara vez se la considere con la envergadura que merece y carezca de intensidad contra otros engramas neuronales, propondría como requisito primordial la restricción reproductiva y dedicarse a cultivar un respetuoso goce de lo existente a medida que se consuma el gradual apagón biológico del humano. No es una solución, pero al menos sugiere un final elegante.

Las respuestas confiadas a la beligerancia son características de pueblos jóvenes, o habituados a especular con el prestigio de una pujanza reciente, que confían más en sus vigores inmediatos que en potenciar cualidades menos broncas, mientras las estrategias de sosiego colectivo tienden a propagarse en el seno de pueblos declinantes, que se sienten de vuelta de la inútil pugna con lo insoluble y, cansados de pelear, prefieren encajar las fluctuaciones del infortunio con una resignada contemplación. Tal ha sido, a mi parecer, la diferencia más acusada entre las trayectorias antagónicas que han seguido las culturas de Oriente y Occidente a lo largo de los dos últimos milenios hasta la presente transmisión de actitudes en ambas direcciones con un efecto nivelador, sobre todo, en el ámbito de las vilezas. La provocación mutua disemina sus viceversas: Oriente se occidentalizada, Occidente se orientaliza y, juntos o por separado, se roen el tuétano.

Porque detrás de cada manzana podrida hay un cesto mugriento, en mi doble calidad de observador y humilde participante me declaro pacífico, no pacifista, lo que para mí significa que creo más en la fuerza de las reconciliaciones que en la elusión del enfrentamiento. Los nudos gordianos exigen decisiones de gran temple. Es evidente que no evolucionamos para vivir en estrecha competencia con millones de desconocidos ni para compadecernos de ellos todo el tiempo. Ser más no nos hace mejores, sino más pobres. Recocidos en la cruenta naturaleza de pulsiones maltratadas por la ausencia de otro límite que el de la rentabilidad impuesta al ritmo de una economía que nos engulle como una maqueta cancerosa, ¿a quién le asombra ya que la apelación al poder numérico para dirimir problemas sociales condene a la impotencia el ingenio de congeniar? Estamos en el mismo mundo donde se celebra como un derecho la canallada de fabricar abono de progenie para los cementerios...

26.12.15

DE TOMAS Y DACAS

Eckart Hahn, Solid State
El humano es un experimento y los demás animales también lo son. El tiempo dirá si han merecido la pena.
Mark TWAIN
Las cartas de Satán desde la Tierra

Aparte de que el hombre es el único bicho que come, piensa, copula y duerme donde defeca —¿es esta la confirmación definitiva de que somos criaturas especiales?—, con la evolución hemos adquirido, por un lado, impulsos cooperativos que refuerzan las recompensas derivadas de aliarse y, por otro, inhibiciones casi inamovibles contra los actos que lesionan los intereses de la comunidad, pero eso no nos convierte en seres benévolos por naturaleza, solo hace de nosotros animales que se sienten más seguros ayudándose que peleando, y que sometidos a circunstancias en que los vínculos sociales suponen un imperativo menor frente a otras urgencias adoptarán, incluso a expensas de su propia conservación, la conducta que les cause menos fricciones mentales.

La bondad como tal no existe y, sin embargo, cuán deseable encontramos la facilidad de confundirla con la tendencia innata a la empatía, característica de los antropoides, que suele ser expresada en forma de apoyo a quienes nos contagian emocionalmente. Presenciar el sufrimiento ajeno nos duele y el motivo de ello hay que buscarlo, antes que en la preocupación consciente por el bienestar del otro, en los mecanismos de alerta que se activan frente a situaciones de peligro latente o manifiesto para nuestra relativa tranquilidad anímica: detestamos los desequilibrios innecesarios, la ruptura de los escenarios previsibles y las alteraciones fuera de propósito, de modo que no es impreciso aseverar que primero fue la necesidad de dar o recibir consuelo; después, la doctrina.

Si la moralidad centrada en la compasión y la solidaridad fuese un fenómeno plenamente desarrollado en mamíferos políticos como nosotros, no sería necesario insistir con el molde cultural en las ventajas del comportamiento altruista, al que desde luego estamos habituados por una suerte de satisfacción personal bordada en un telar de ininterrumpidas reciprocidades. Nuestra biología nos ha programado para eludir los estados que nos abruman y, a tal fin, sabemos desplegar barreras de contención entre las que ha de incluirse, cómo no, el socorro al damnificado.

Dicho esto, mi sensibilidad hacia los problemas sociales no es producto de actitudes proclives a la defensa de catecismos humanistas o deudora de una visión idílica de la justicia, sino partícipe del hecho de que un clima dominado por la conmoción colectiva, además de fomentar una presión intragrupal donde la convivencia se torna más conflictiva y asquerosa, reduce mi colección de decepciones a un apéndice irrisorio insertado en la monstruosidad generalizada.

22.12.15

IMPACTÓMETRO ELECTORAL

Francisco de Goya, Duelo a garrotazos
El orden es la pesadilla del azar; el azar, el sueño del orden.
Juan POZ
Lucha de fantasmas

Aunque la banca, como marimacho alfa de los corrales patrios, halle siempre un medio de vencer gobiernos enteros allí donde las facciones parlamentarias frustran sus particulares expectativas de victoria y las pequeñas gentes, anuentes en el ínterin, no cesen de subrayar la importancia de la gobernabilidad, las luchas internas que se disputan el «sentido de Estado» —que no tiene otro sentido que el de la propiedad del mismo— se volatilizan cuando se miran desde la amplitud del desencanto de las aspiraciones humanas, máxime si estas mancomunan sus fechorías tras siglas y colores que solicitan nuestra adhesión. ¡Qué impropios se me antojan entonces los conatos de indignación que experimento por las tacañerías de la política! En mi descargo, diré que no es fácil mantenerse inalterado cuando se constata que la realidad vuelve a obrar en apoyo de las ideas más nefastas que uno se ha formado acerca de las ceremonias masivas de participación, que en democracia, donde la libertad de elección culmina en la elección de sumisión, es asimilable a escoger entre ser pisoteado con asenso o sin él.

Parece que la fuerza coagulante del miedo, o de cierta legión de cagones si tenemos en cuenta que el tic de la preservación es transversal a las tribus partidistas, vuelve a favorecer los trapicheos para perpetuar en el mando a un gremio de delincuentes protegidos por su servilismo a los coimes del garito. ¿Qué pactos no tendrán estos señores con los grandes trileros de la usura si hasta los obispos los defienden a mazo rogador? Sus señas de identidad son tan instructivas como las esnifadas presupuestarias que suelen dejar por marcado territorial en las entidades públicas a cuya gestión han dedicado sus diligentes conocimientos en técnicas de golpismo económico.

Los oscurantistas, que en tiempos revueltos son el guante de hierro de la plutocracia, en España tienen su frente popular gracias a Manuel Fraga, frustrado aspirante a la presidencia hasta su deceso, quien con la putrefacción de Paquito aún en la nariz juntó como hábil porquerizo los hatajos sueltos en una sola pocilga para que nada quedara a su derecha. A diferencia de ellos, no solo los izquierdistas que presumen de una solvencia moral que normalmente omiten practicar andan desunidos, también quienes son capaces de pensar al margen de identidades monolíticas se ven excluidos, por su propia vocación refractaria, de cualquier iniciativa que pretenda encorsetarle una bandera a la disconformidad.

21.12.15

ALLÍ ES MÁS AQUÍ

DE ES Schwertberger
La decepción es el lado B de una sensibilidad aguda capaz de anticipar la belleza, la civilidad o la decencia apropiadas: solo aquellos con un sentido del orden y la armonía pueden decepcionarse.
Phillip LOPATE
Contra la alegría de vivir

Concedo que un cambio de aires revigoriza la creatividad y que salir de los ciclos de la rutina constituye un fuerte depurativo para la sarna de preocupaciones que se extiende sobre la monodia de los hábitos, pero en nuestra cultura de empedernidos comepíxeles viajar está tan sobrevalorado como el deporte al que acuden ansiosos los afectados de estancamiento vital con la esperanza de redimir sus culpas sedentarias. Como estoy menos inmunizado de lo que quisiera contra la anhedonia que a otros produce el contacto con la propia nulidad, me alejo de ellos en proporción directa a las ganas que invierten en huir de sí mismos tras la búsqueda desesperada de actividades alternas al enrejado de estímulos cotidianos donde se marchitan.

¿Qué razones pueden justificar el sacrificio de viajar a esos destinos donde es de obligado cumplimiento pasarlo bien durante días si no preciso cambiar de escenario para sentirme fuera de lugar? En cualquier sitio se requiere de mí una predisposición interior, abnegada en apoyo de las dichas convocadas con sucedáneos de inocencia, que a duras penas se corresponde con las cualidades que me exijo para soportar la amargura de existir sin que su peso aplaste lo que entiendo por un aceptable disfrute. ¿Y qué decir de esas vacaciones para la mente que uno ha de imponerse con cierta periodicidad como miembro activo de la feligresía de un deporte si tampoco necesito ungirme en el sudor del culto al cuerpo para sentirme fuera de molde? En todas partes puedo demostrar que ninguna calistenia, salvo la sexual, es digna de convencerme.

Uno debe engañarse con un dulce afecto hacia los demás para secundarlos en sus diversiones o confesarles, antes de que sea demasiado tarde, que nuestro sentido del juego no pasa por emulsionar emociones en común si para ello hay que perder la decorosa integridad de no ser partícipe de nada que implique el fingimiento de dar lo que no se tiene o de tomar lo que no se quiere. Aunque el menor desagrado la solidifique, mi plasticidad lúdica responde a la complicidad externa cuando se activa mediante el poder de unos recursos, ingobernables por el tú y el yo, que solo una afortunada confluencia de factores puede despertar, lo que en tesituras normales me convierte en un fraude como cobaya social, y eso que como recipiente de experimentación soy un primor cubierto de un vellito bien gustoso de acariciar.

El único tropismo compartido del que celebro estar envenenado es el éxtasis, y este llega como se va, sin que nadie lo decida y donde menos se lo espera.

20.12.15

A NO PODER SER

Harmen Steenwijck. Vanitas
Para existir basta con dejarse ser,
pero para vivir
hay que ser alguien,
hay que tener un hueso,
hay que atreverse a mostrar el hueso
y a olvidar el alimento.
Antonin ARTAUD
La búsqueda de la fecalidad

Puesto que toda concepción desopilada del mundo es hiriente en comparable intensidad a la imbuida en el acto de tragarse una cuchilla, ¿cómo engrandecerla sin desangrarse?, ¿cómo desfallecer sin impulsarla más adentro? Quien descose a este nivel la incurable conciencia de su irrealidad no se matará por despecho, desgana o decepción, sino porque el impacto de un descubrimiento irrevocable, que puede llegar a través del despecho, la desgana o la decepción, le arranca del alma los pulmones de mentiras necesarias que oxigenaban a ese otro uno que insiste en suplantarse a sí mismo para pervivir a cualquier flete; se matará, en definitiva, por haber comprendido lo irrespirable de no poder ser que sea sin poder no ser.

19.12.15

LOS OMITIDOS, y III

Nikolai Kalmakov, Mujer y diablo
Concluyo, ahora sí, mi parte en el intercambio de impresiones con mi receptora, a quien por fin he podido ver en efigie como presente adjunto a su decisión:

Retiro la vista de la pantalla, hundo las pupilas en la chimenea que acabo de encender y vuelvo a tu correo: ¡Dios mío!

Puedes estar orgullosa de haber logrado que tu belleza me convierta en la bestia de la historia.

Te cederé el voto porque era lo acordado y me yergo más noble cumpliendo mi palabra que faltando a ella; te serviría incluso en bandeja de manos alguna gema de la corona de mi alma si a estas alturas no la llevara deslustrada entre los jirones que de ella se ciñen a mí.

De las opciones disponibles tu elección es la que menos me pesará respaldar. Estratégicamente, es la fuerza más certera para contener a los partidarios de la política de tierra quemada que profesan quienes han vendido sus escaños a la banca, diagnóstico que ambos compartimos. Seré, sin aspavientos, tu portaestandarte en esta misión. ¿Necesitas que grabe el momento o confías en mi distante y recién adquirida lealtad?

Gracias por acoger mis letras con tan sonriente hospitalidad a pesar de los numerosos quehaceres que te exprimen. Y gracias, asimismo, por disentir de las ideas expresadas con tales remaches. Es odioso sentir que a uno le dan la razón sin razones o se la quitan sin corazón. 

Aunque solo dure lo que dura el acto de votar, aunque bajo mi punto de vista esta guerra sea una causa perdida y mañana me desarme, celebro el hecho de salir de mi atrincheramiento en la castidad antipolitiquera, a la que quizá he conferido una importancia desmedida.

LOS OMITIDOS, II

Steve Hanks, Leaving in the rain
Prosigo con esta misiva la iniciación a María en los recovecos de mi actitud oferente plantada por la cita electoral que se nos viene encima. Por amor a la privacidad no incluyo ni incluiré ninguna de sus respuestas, una laguna que el lector imaginativo habrá de rellenar como tenga a complacencia entender.

Estimada desconocida:

Asumiendo el riesgo de ganarme tu rechazo, quiero dedicarte una última reflexión con el designio explícito de neutralizar tu deseo de votar y poder ahorrarte, así, el probable arrepentimiento que, gane quien gane, te causará el haber colaborado con un régimen que funciona en el proscenio como la dictadura rotativa de quienes logran articular una mayoría parlamentaria, porque en la práctica nadie elige a los guionistas del capital financiero, que deciden más entre bastidores que cualquier gobierno visible. 

Si es de suponer que la democracia es la forma idónea de gobierno (postura que no voy a evaluar ahora y remito a la paradoja de Abilene), España no cumple los requisitos institucionales mínimos para ello. Este suspenso en «calidad democrática«, como dicen ahora los reporteros, se hace evidente en algunas herencias recibidas de la tiranía de capilla y cuartel que precedió a la alternancia de demagogias ratificada por la Constitución, aunque a fe mía es más grave constatar que ningún partido con opciones de mando se ha propuesto modificar en profundidad tan infame legado. Especialmente ofensivo para mi sensibilidad libertaria, pues si algo defiendo contra el ascenso de la inmundicia es la soberanía individual, es que se procrastine dar solución, entre otras urgencias y prioridades, a estos asuntos:

— Separar, en todos los aspectos (fiscal, educativo, etc), la Iglesia del Estado, que mantendrá con ella el mismo tipo de relación que el ordenamiento jurídico prevea para cualquier sociedad dedicada al desempeño de actividades mercantiles.

— Impedir que los máximos órganos jurisdiccionales, el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, estén subordinados al poder legislativo.

— Acabar con el privilegio del aforamiento que blinda a los cargos electos frente a la ley.

— Modificar las penas por delitos de corrupción y prevaricación con objeto de evitar que prescriban antes de quince años.

— Suprimir los tribunales militares.

— Congelar el derecho al voto de los miembros del clero y del ejército mientras dure su vida profesional.

— Desmilitarizar la Guardia Civil. ¿Qué sentido tiene, sino consolidar la pervivencia del caciquismo, haber encomendado importantes competencias de seguridad a un cuerpo paramilitar que fue concebido para proteger los intereses de los terratenientes en las zonas rurales y cuya intervención ha sido desde entonces eminentemente represiva allí donde despliega su acmé? Sugiero, mientras este cuerpo persista en su actitud pretoriana de acoso y saqueo a los verdaderos civiles, que reciba el nombre, más descriptivo, de Guardia Servil.

— Reformar el actual sistema electoral, basado en circunscripciones asimétricas que benefician el bipartidismo criptofranquista en perjuicio de una interpretación fiel a la diversidad del mapa político. Si en este país de masoquistas los ciudadanos estuvieran lo bastante concienciados de que nuestra tecnología de gobierno fue diseñada para mantener privilegios que sabotean los intereses de los representados, podría negociarse un modelo de participación directa que volviera prescindibles las cámaras de diputados y senadores.

— Retirar las subvenciones a partidos políticos, fundaciones, confederaciones de empresarios, cámaras de comercio, sindicatos y cualquier otra entidad susceptible de orientar en su beneficio la gestión pública. Con independencia de su naturaleza formal y de los fines declarados, corresponde en exclusiva a sus simpatizantes sufragar estas organizaciones.

A la vez que estas y otras razonables objeciones han pasado inadvertidas a lo largo de la campaña, en los mentideros del reino no se chismorrea de otra cosa que de la oblea sin bendecir que tomó Rajoy en Pontevedra. Algunos, en su demencia ultramontana, hasta han insinuado que la responsabilidad moral de estas agresiones debe ser achacada al expresidente Zapatero. Viendo en este suceso lo que no puede negarse, un acto aislado de repulsa que encuentro admirable en el coraje de la ejecución pero reprobable en la visceralidad que lo motiva (y menos injustificado que el pelotazo premeditado de un agente contra un manifestante inerme, por ejemplo), no mueve a escándalo que los principales opinadores lamenten a voz en grito que la minoría de edad del culpable lo librará de ir a la cárcel. ¿Prisión por un crochet? Que yo sepa, cuando no se producen lesiones graves de resultas de un ataque de estas características, el asunto se dirime como un juicio de faltas, no en una sala de lo penal. No tengo noticia de ningún españolito que haya sido condenado a sanción mayor que multa y arresto domiciliario por obsequiar un mamporro. Según una lógica proporcional al castigo que muchos articulistas de gran tirada aplicarían a este sujeto, cuando hace veinte años fui asaltado por la espalda por dos cabestros a los que disgustaron mis melenas (uno de ellos fue militante de Bases Autónomas y hoy es un orondo líder provincial de Vox), ya que ambos eran mayores de edad y actuaron con los agravantes de nocturnidad y alevosía, tendrían que haber ido al trullo acusados de pertenencia a banda armada y enaltecimiento del terrorismo. Sin embargo, faltó poco para que el fiscal pidiera disculpas por llevar a un tribunal las que llamó «travesuras» de este par de hijos de prominentes y, como buenos capullos, se fueron de rositas dejándome, en lugar de la debida reparación de daños, una molesta espinita con la justicia.

Apago aquí mis brasas.

Un abrazo.

18.12.15

EL ALMUERZO DE HERRUMBRE

Michael Marsicano, Release
Mediante la perspectiva cierta de la muerte, se podría diluir en la vida una gota deliciosa y perfumada de indiferencia; pero vosotros, extravagantes farmacéuticos del alma, habéis hecho de esta gota un veneno infecto que hace repugnante la vida entera.
Friedrich NIETZSCHE
El caminante y su sombra

A veces pienso, con mayores plomos de lo usual, que sobre mis cervicales, amén de la visible, llevo posado el fantasma de una testa adicional que expiró conmigo al nacer. Quizá sea solo un tropo psicotrópico en un anexo de la concepción de la existencia que, contemplada desde el lado menos ufano del ombligo, se desquiere realidad residual de un organismo, colgado de un alma, que sueña ser cuanto le ocurre por la comezón de protagonizarlo...

Lo que a raudal de chapapotes aporta el rodaje de la experiencia es cansancio y la creciente seguridad de saber decir no cuando es no, incluso si no es necesario aclarar «casi siempre que uno se pronuncia». Como el propio envejecimiento termina demostrando, el resto de las ventajas que suelen atribuirse a la prolongación de los años facilita un contrabando de patrañas —las memeces hacen memes— divulgadas para persuadirnos, en términos absolutos, de que vivir es bueno. «Si se debe juzgar desde su analogía con la jornada —anota Pavese en sus diarios—, la vejez es la edad más fastidiosa porque no se sabe ya qué hacer de uno mismo, como por la noche, cuando la obra cotidiana está terminada».

17.12.15

TIEMPOS DE CRIPSIS

Uroplatus phantasticus
A nadie consideréis feliz hasta el momento de su muerte.
EURÍPIDES
Las troyanas

La historia, que es como un descenso sin frenos por el precipicio de la evolución, tiende a repetir los errores con un agravante sobre los precedentes: la inercia adquirida los amplifica. Es muy difícil que una generación aprenda a propósito de la anterior, contra la cual reaccionará de ordinario con la soberbia de creer que no tropezará en piedras similares. Sabido es que la experiencia de otros solo empieza a ser asumible cuando encaja como colofón en la excusa de los fracasos cumplidos por cuenta propia, aunque ahora que naufragamos en océanos de información ubicua e instantánea nada es más cómodo que soslayar el hecho de que la mayor parte de la misma solo es ruido ambiental que embrolla la concentración necesaria para separar la hoja del cogollo. Y no es que los fabricados en el seno de un termitero cultural presidido por procesos analógicos fuésemos mejores en conciencia crítica que los autómatas publicitarios del mundo digital, solo estábamos deficientemente programados para aquello que se nos iba a requerir en la edad adulta, vicisitud que favorecía la existencia de una reserva mental de donde podían escaparse las razones indómitas de un vigor sin amodorrar. Sea como fin o como medio, cuanto más penetra la cibernética en la esfera doméstica más se atrofian las facultades que dependen de ella, no tanto por adaptación a las propiedades de la Máquina como porque el fetichismo de su operatividad exige la conexión ineluctable entre hombres cada vez más básicos. Somos demasiado reverentes con el poder de los chips.

¿Qué necesidad hay de dictaduras manifiestas, con lo grises y anticuadas que resultan a los telespectadores, si en las trastiendas nuestras democracias multicolores amasan y distribuyen, como el pan codificado de cada día, una oferta de enemigos a la carta contra los cuales se hace uso legal de un terror calculado, provisto de excusa profiláctica y celebrado por las familias respetables, que convierte los asuntos de índole privada en intereses estratégicos, adultera la salud hasta lograr hacer de ella un problema de seguridad pública y persigue, más allá de la desactivación de los focos de actividades incómodas o poco rentables, la absolución moral de la sociedad que ha incubado los males que padece, aun si el procedimiento se vale de una arbitrariedad comparable a la de castigar a un enfermo por haberse infectado con el virus que ha patentado quien lo condena a servir de cabeza de turco?

Alarma saber que esos llamamientos sañudos a la unidad de Occidente en la lucha contra la Internacional Terrorista no aglutinan una respuesta coordinada contra un agresor dotado de una capacidad bélica superior, salvo que la ausencia de temor asociada a la falta de escrúpulos se considere el mayor de los peligros, sino el afán de las potencias aliadas por crear, con estas y otras melopeas, un estado de crispación favorable a la homogeneidad de actitudes alrededor de un espectáculo informativo modulado desde los centros gubernamentales. «La unión hace la fuerza. Sí, ¿pero la fuerza de quién?», planteaba Alain.

Atmósfera obvia de rencores tácitos, la expiación colectiva define el clima intelectual del presente, y mientras se arenga a la población interpasiva acerca del extremismo exportado por países que reciben el epíteto de medievales por no haber sometido sus hábitos y valores al quirófano ideológico de una revolución a la francesa, no hay reparos en someter a una depuración constante la propia nación según las conveniencias de la ingeniería social. Cuando entra en crisis el principio de unidad lucrativa de los seres, en cualesquiera de sus adaptaciones democráticas, sus órganos propagandísticos no vacilan en canonizar una política de hechos consumados que diríase concebida para atacar todo aquello que campa desprendiendo olor a cisma dentro de sus cercados más que para repeler con eficacia agresiones foráneas.

No hay discurso en boga que no remita a supuestas evidencias en las que un análisis riguroso detectará invenciones difundidas como hechos objetivos sobre los que se tolera opinar siempre y cuando se omita cuestionar su veracidad, pues hacerlo equivale a ser expulsado del foro de los fieles hacia un común denominador de infamias compartido con integristas religiosos, asesinos seriales y otras faunas periféricas, demonios y demonizados portadores de conductas monstruosas donde la comunidad contempla horripilada nuestra homínida condición. La sociedad contemporánea solo permite que cualquiera se exprese a su antojo cuando está segura de que la inmensa mayoría coincide en la motricidad de las filias y fobias inoculadas, de modo que mantiene una purga sistemática de contenidos mentales impuros tanto más intensiva y localizada cuanto mayor sea la amenaza que representan para la estructura endogámica existente entre sectores cuyo poder se sustenta en la regularidad previsible de las masas. 

No sería exacto pensar que el poder absoluto, como concepto rector de los destinos humanos, fue atenuado por las instituciones renovadoras surgidas de la modernidad, que antes bien se ocuparon de sacarle músculo a la vocación de adoctrinamiento mediante un proceso de envolvente secularización en curso todavía. Así, el control fue transferido del ámbito religioso que lo sancionaba en nombre de una autoridad eterna, pero remota, a convenciones de orden policial, sanitario, industrial, científico y mediático donde no ha dejado de realimentarse una vez iniciada la oportuna e interminable normalización de prioridades en consonancia relativa con la premisa más aceptada, que en ocasiones puede cambiar en un plazo fulminante hasta el revés de ser la más repudiada. Esto es justamente lo ocurrido cuando la macroeconomía fiduciaria reventó hace algunos años.

A semejanza de lo que habían de padecer los caminantes en la novela La larga marcha de Stephen King, la economía globalizada es una carrera contra nosotros mismos en la que debemos avanzar sincronizados al ritmo impuesto por los coreógrafos de turno so pena de ser sacrificados a la menor demora. Con la premura de este entumecedor maratón, el efecto disciplinario provocado por el temor a la pérdida del trabajo o la angustia de no encontrarlo es una cadena no menos tiránica para el pensamiento que los genes para las células. Reemplácese rescate por secuestro allí donde aparezca vinculado a la realidad de un Estado y se comprenderá la gravedad de la situación en que los súbditos se hallan. ¡Qué buen rayo merecen los impostores que alardean de liberalismo por defender la exclusividad de los beneficios al tiempo que fomentan el colectivismo en el reparto de las pérdidas! El capital viaja hoy a los países pobres en busca de brazos baratos, de donde estos intentan a toda costa emigrar a territorios más solventes con la esperanza de obtener mejor precio de cambio por su esclavitud, lo que supone un caos que atenta contra la misma concepción ecuménica que lo ha generado.

Dentro de la disfunción generalizada que llamamos globalización —unimundo o monoinfierno serían voces más descriptivas—, el mimetismo es crucial: todo debe parecer lo que no es para que nada sea distinto. Lo menos extravagante que puede afirmarse es que somos objetos escénicos en la fiesta de la inconsciencia.

15.12.15

INTOLERANCIA AL MUNDO

Jean-Marie Poumeyrol, Abri sous la falaise
Mi sueño: acostarme menos… Resulta idiota haberme levantado.
Lucien JERPHAGNON
Elogio del pesimismo

¿Salvar el planeta? ¡Qué arrogancia la vuestra, mentecatos, que os dais así la mano de la humillación! ¿Y quién nos salva de la naturaleza que ha fabricado en su demencia a los humanos como los títeres más lacrimosos de la evolución? ¿En qué biota situarnos sin ser repelidos con una hostilidad prodigiosa en expresar el amor maternal que la Tierra abriga? ¿Dónde cabe el compromiso con la vida cuando uno ya no necesita defender ni conquistar nada, cuando puede prescindir de quitar o añadir esfuerzo alguno a las fiebres engendradas por la materia organizada?

No tomar puede ser la manera más excelsa de entregarse y también la más incomprendida forma de vencer. De las alternativas disponibles después de habernos vareado los tuyuyos en compañía, la mejor nos orienta hacia el destino radical de seguir solos. Pero al igual que no todas las noches gozan de la misma oscuridad para mostrar el firmamento, tampoco todas las almas poseen la misma aptitud para brillar en soledad. 

Hay una intolerancia al mundo que se filtra hasta la órbita viciada de los pensamientos y llega a desvelar que volcarse en los congéneres es una empresa tan fúnebre como la honda desventura de conocerse a sí mismo. La existencia no debería medirse por años de experiencia, sino por capítulos de ruptura con la realidad. No es necesaria una causa real para estar jodido, solo hace falta ser consciente; consciente de que lo real es la causa.

13.12.15

DE LA HONRILLA

Zdzislaw Beksinski
La mente es su propia morada y por sí sola puede hacer del cielo un infierno y del infierno un cielo.
John MILTON
El paraíso perdido

Nos avergonzaríamos de habernos avergonzado de los motivos, completamente amorales, que posibilitan nuestras acciones de mayor probidad si la autogratificación lograda cuando las realizamos se vinculase a la nobleza de ánimo, no al desautorizado egoísmo.

9.12.15

OBSOLECER

Todo camino en el que uno se lanza a fondo termina por convertirse en un callejón sin salida.
Roger MARTIN DU GARD
Los Thibault

¿De qué sirve el estatuto de humano en la Era Conformática, derrochadora de recursos energéticos pero indigente en el abastecimiento de recursos simbólicos, si uno existe sólo entre variables enfocadas a combatir el irreparable desastre de no convertirse en un trasto anticuado? ¿Se puede llamar razonamiento a la repetición de un discurrir que en la caducidad de todo bien no percibe la inmortalidad del mal que ha hecho de la fragilidad y el deterioro la condición primordial de los momentos espléndidos? Nadie hay que se salve de precipitar su propia ruina cuando son muchos los perseguidores de admiración con quienes debe avecindar su duración. A semejanza del modelo ha de ser el paño cuando el primero no da más que roña de sí.

Ivo Saliger, muy afín a la propaganda de su tiempo (hoy sería un artista ciberacéfalo), intenta la proeza de colarnos el embuste del doctor heroico, personificación del poder manumisor de la tecnociencia, que no teme enfrentarse con la muerte en el cumplimiento de su lealtad al progreso de la humanidad. Latente en el icono, el mismo alfaqueque involucrado en la implantación de duchas de gas como método de higiene social.

8.12.15

LOS OMITIDOS

Ivan Konstantinovich Aivazovsky, Multitud de ovejas en una tormenta
No siempre el vacío florido de la existencia me pide achuchón de tumba; a veces me tercio de buen grado a fertilizar el páramo de maneras menos dulces. Hoy, jornada en que se conmemora el hecho de que María, madre de Jesucristo, fuese tan fea que ni Dios quiso tocarla, he accedido a donar mi voto a una española invitada a desarrollar su «movilidad exterior» allende los Pirineos y perjudicada, como miles en su situación, por las leyes que obligan a rogar el derecho al voto al consulado correspondiente en el país de acogida, trámite que facilita antes que nada la disuasión por el impedimento. Casualmente, mi receptora comparte con la inseminada sin mácula el nombre de pila. Transcribo a continuación la primicia que le he dirigido por correo: 

Soy David, tu donante de voto. Intentaré no ser cansino en esta toma de contacto que siento imprescindible acompañar de una aclaración de mis razones para prestarme a la aventura. 

Antes que español y cuitarrealeño, referencias de escaso contenido para mí a estas alturas de la novela, me considero un extranjero de La Mancha, tierra donde me pusieron en funcionamiento en el 74 y marco donde he vivido mis principales naufragios como ser humano. Ni guapo ni feo, sino todo lo contrario, a veces me veo como una gárgola expulsada de todos los templos y otras como un renacido agraciado con el encanto de lo indefinido. Pago mi rutinario peaje a la realidad dedicando un mordisco de mis energías a un trabajo de modesta catalogación que me ofrece, sin embargo, la innegable prebenda de conservar grandes reservas mentales para la infinita labor de la escritura, laberinto de artificios del que no espero lucro ni prestigio, solo el alivio de conferir cierta elegancia a la descarga periódica de mis obsesiones. Cuando las musas me aman, muevo bien mis tropiezos en el aforismo, el artículo y la poesía...

Respecto al asunto que nos ocupa, debo adelantarte que mi visión de la democracia parlamentaria es bastante escéptica, y no solo porque el conocimiento avanzado de los resortes inconscientes del electorado se traduzca en una ventaja fraudulenta para los partidos que pueden incorporarlo a sus campañas. Mi crítica se adentra en la naturaleza del poder representativo, que está basado en la conexión, completamente engañosa, entre la voluntad de la mayoría y la mejor decisión. A mi juicio, si el voto sirviera para cosa menos fea que afianzar sumisiones lejos de ser un derecho estaría prohibido. Nunca he votado en unas generales, con eso te digo todo; soy, por tanto, virgen de voto, lo cual no significa que me cierre en banda a las excepciones en que cabe hacer un uso moralmente útil de las urnas. Con el atolladero que supone el voto rogado es evidente que se ha fomentado un obstáculo, equiparable a una proscripción de hecho, cuya finalidad no es otra que contener la reacción política de los emigrados, una circunstancia que me basta para justificar la participación en la plataforma de rescate creada a tal efecto.

Por otra parte, ningún proyecto humano, por loable que sea en sus principios y metas, está exento de fisuras y quiero abordar esta iniciativa con la mayor cautela: imagina que simpatizantes de la mafia que gobierna España se hacen pasar por exiliados para captar apoyos o, a la inversa, que sus rivales se valen de este recurso para sumar votos que, de otro modo, nunca serían emitidos. Para evitar ambos riesgos, y de la misma forma que nunca pondría en manos de un indocumentado un arma, en el improbable caso de que quieras dar tu voto a alguno de los dos partidos, PP y PSOE, responsables de mantener esta exclusión legal, me veré obligado a rehusar. Es mi primera condición como donante y la estimo tan conveniente como la segunda: que me ofrezcas alguna prueba fehaciente de que no puedes votar. Si logramos alcanzar un acuerdo satisfactorio, me comprometo a realizar una grabación de mi visita al colegio electoral el 20 de diciembre.

Creo que no me dejo nada importante en el teclado. Sobre la recomendación de hacer una quedada por Skype, soy bastante alérgico a las pantallas para meterme a torear en esas plazas. Si es por facilitar la naturalidad —¿a quién no le gusta ponerle cara a su interlocutor?— puedo enviarte algunas fotos recientes que ninguna madre condenaría.

Espero noticias tuyas.

Un abrazo.

6.12.15

LA FALLA

Cornelis Bega Peters, El alquimista
Yo para vivir bien tengo que complicarme la vida y hacer cosas que nadie hace.
GARRELL
El inventor de la selva

Más que falso, encuentro episódico el conflicto entre ciencia y fe que tan tensas discusiones ha hecho cruzar a defensores y detractores del logos como paradigma cultural. No menos circunstancial fue la enconada oposición entre el poder religioso y el civil hasta que la actual síntesis psicopolítica los ha reemplazado con ventaja tomando de ellos cuanto ha podido aprovechar. Con más motivos que el poder, la ciencia y la fe, hermanas nacidas de un mismo encaramiento con el universo, están destinadas a juntarse en un cuerpo de nociones recalificadas tras haber peregrinado por el antagonismo secular.

La ciencia, a semejanza de cualquier iniciativa teológica, sabe por anticipado lo que quiere obtener de las cosas y organiza su vocación de poder mediante decorosos axiomas metodológicos que son equivalentes en función a los dogmas de fe. Su ideal de conocimiento no radica en el conocimiento de lo real, sino en la prolongación de la facultad de hacer creíble lo real por otros medios. Aunque el conocimiento sea por sí solo un acto de profanación, la lógica científica ya no busca la restitución de aquello que una vez consagrado a los dioses fue vedado a la exploración; en su lugar, ha relegado lo incognoscible a lo inservible y reducido lo conocido a lo verificable, premisas de un proyecto de sistematización progresiva que ambiciona predecir el comportamiento de su mayor objeto de estudio, la realidad.

Casi nadie con un currículum que alimentar aventura la osadía de atacar el conocimiento científico, que solo es cuestionado en la vertiente moral de su aplicación desde que son los investigadores de la materia quienes acaparan las competencias de atender la demanda de concepciones del mundo construidas según el prestigio de los hechos probados. De igual forma, tampoco las convenciones esenciales de la escolástica medieval eran recusadas por parte de los instruidos que hacían de los artificios del raciocinio una labor de honorable esgrima dialéctica. Allí donde se usa, el intelecto postula que puede descubrir verdades cuando lo descubierto por él se limita al modo de inventarlas.

La genuina —por no resuelta— falla vital, intensamente experimentada por los pensadores que contemplaron la vorágine humana con el prisma tallado por el romanticismo, se da en las regiones donde chocan la acérrima contumacia de la naturaleza y la inadaptada luciérnaga de la conciencia, cuya aparición resultó tan inesperada como inútil sigue siendo su permanencia donde la programación innata codicia, a expensas de la tambaleante posibilidad de clarividencia, un único anhelo: seguir, seguir y seguir. Legamos légamos de obcecación al desear maximizar nuestros genes en la siguiente promoción de larvas, expresión en la que destacan los actores menos emancipados de una especie condicionada por el guión de la crianza cooperativa. La perversión persevera. Ruido evolutivo.

A años luz del repudio gnóstico de la multiplicación de lo existente y muy lejos de la autocontención asumida por los albigenses que trataban de compensar el error de haber nacido, el voto de castidad impuesto a los sacerdotes católicos, aun estando preceptuado por el afán de acrecentar el patrimonio eclesiástico y habida cuenta de la relajación de costumbres que lo envuelve, tiene el saludable efecto de ahorrarle a la naturaleza la generación de muchos atormentados, circunstancia que me basta para situarlos un peldaño por arriba de cuantos hombres de ciencia rivalizan en impulso procreador con los ratones de laboratorio. Un sabio con hijos representa una incongruencia a mitad de camino entre lo hiriente y lo hilarante; suyo es el mérito de haber demostrado empíricamente en su persona que la gravedad de la inconsciencia supera a la flaqueza del conocimiento.

4.12.15

ENANTIODROMÍA

Si nada queréis temer, persuadíos de que todo es temible.
SÉNECA
Cuestiones naturales

Luminiscente de quietud frente a la masa de cinéticos que a la sofisticación de los chanchullos le otorga, sin buscar la ironía, el edematoso lema de mundo civilizado, el verdadero espíritu de orden sabe hallar en sí mismo motivos para no abandonarse a la barbarie cuando todo está perdido; justo lo contrario les ocurre a quienes toman demasiado en celo asuntos de largo estrépito y chato valor, cuales son sus propias carreras por sobresalir del contenedor de irrelevancias que también en lo que importa es la vida.

Ya lo decía mi cama, a la que menos que nunca estoy por desobedecer, mientras echaba manta a los deberes que me pedían gasto de suelas: «Hay gentes tan cerradas que necesitan tener éxito para abrirse al fracaso».

Ninguna conexión objetiva me lleva a renuir el Pájaro de azul de Sergey Solomko con aquella vena de ajenjo que Rubén Darío hacía recitar a un tal Garcín: «¡Sí, seré siempre un gandul, / lo cual aplaudo y celebro, / mientras sea mi cerebro / jaula del pájaro azul!»

30.11.15

A TODO JOB

Y sollozas con la violencia del torturado para quien las mismas letras tiene un no que un sí.
Juan POZ
Lo inefable

Nada existente factura apoteosis libre de humillación; nada encumbrado por la existencia permanece fuera del dolor donde afirma sus apoyos y donde los perderá. La libertad frente al tormento no yace en un almadraque relleno de esperanzas, ni embozada está en el amor a las partes abofeteables del sí mismo; ni siquiera los heroicos mitigantes de laboratorio o alguno de sus análogos endógenos sirven para poco más que refrigerar el ánimo quemado y barnizar con impasibilidad los daños contraídos, pero es legítimo recurrir a todos ellos, y aun a otros de discutible catalogación y nombradía, mientras no se haya dispuesto atentar contra el padecimiento de vivir. A la fuerza, el primer acto de libertad coincide con el último.

No alientan por lo común las dichas un estado superior, en duración y en resistencia, al de una burbuja jabonosa que flota inconsciente del reventón que la busca. Sufrido indicador de que la realidad es la jugada maestra de la pesadilla lo proporciona el optimismo antropológico cada vez que intenta ajustarla al sueño de una utopía, sea en la política, en los negocios, en la moral, en el coto del hogar o en el pontón proscrito de la identidad personal, espacios cenagosos donde la gravedad de la materia y la fatuidad del ideal tienden a maridarse con métodos a los que debemos una prolífica historia de penuria y ajusticiamiento. Parece que el Demiurgo tuvo presentes en el estro de su alfarería directrices semejantes a las de Richelieu, quien opinaba que conviene hacer «caminar a la pena delante de la recompensa porque, si es menester privarse de una de las dos, será mejor deshacerse de la postrera que de la primera».

Pongo como un hecho inequívoco que nadie, por benévolo que se quiera, perdona los descalabros ajenos, si por perdonar se capitula la entrega del lamento y de su causa a un recipiente emocional no emparentado con el fastidio. Porque desgracias cercanas turban las propias y la empatía, leal en el infortunio, acusa también molestia en la premura por zanjar el mal, acciones dirigidas a asaltar a quien sufre para dedignarlo después de haber mosconeado a placer sus llagas, por no mencionar los gestos arrojados a competir en el papel de víctima cuando acezan modos gangrenados de envidia, no son estilos adicionales de respuesta, sino los corrientes, inconfundiblemente humanos procederes con el lastimado. La calamidad del otro atrae en un principio y termina por importunar. Si el sujeto estragado no encaja en el concluyente dictamen de que «algo habrá hecho para merecerlo», tiene a su favor una enorme probabilidad de que algo hará para desmerecer nuestra ayuda. No por capricho, los filtros biológicos y culturales de la selección han premiado a los serviciales solo en el caso de invertir sus esfuerzos en seres reconocibles como progenie; para el primado de los genes lo que cuenta es que las pendejadas del ciclo de la reproducción sean exitosas. Es trivial que revienten durante su labor, lo crucial es relevar a los remeros para que la galera prosiga su derrota.

Otra forma de contemplar la evolución es descifrando su astucia al haber afilado uñas con caricias y dientes con besos. Solo en ambientes muy restringidos la generosidad y el cuidado mutuo definen la norma, así que nada tiene de anómalo que una especie criada en la mentira lisonjera de hallarse en el ático de la cadena trófica dé pábulo a la industria criminal de la naturaleza. La vida sin relato es un cuento, puro terror que despedaza tantos personajes como autores... ¡Que el azar nos proteja de aquellos que trabajan por nuestro bien!

Cada uno pinta el paraíso a la medida de lo que le falta. No debía andar escaso de cabalgadas de alcoba el artista desconocido que entre músicas, manjares y coloquios galantes puso incluso un dragoncito panza arriba en este asexuado Edén. La obra está datada hacia 1410 y se conserva en el Städel Museum de Fráncfort del Meno.

28.11.15

OJOS DE VUESTROS OJOS

La ciencia, creada por los sabios, no exigía más que aquello que los sabios eran capaces de realizar. Ahora es la vida, que no piensa en los ideales, la que nos impone sus exigencias. Con una severidad enigmática, nos dice, en su lenguaje mudo, cosas que jamás habíamos oído, que ni siquiera habíamos sospechado.
Lev SHESTOV
Filosofía de la tragedia

Más allá de su capacidad para tejer continuidades aparentes a partir de cascotes de realidad, la tarea crucial de la conciencia no es sosegar a quien la alberga, sino perturbarlo. Sin la extensa panorámica que despliega su actividad fotosintética sobre las tinieblas circundantes, las cuestiones últimas de la existencia y de cuanto esta contiene se estancarían en las categorías de lo que ha sido mecanizado por el torno de las costumbres, dentro del cual es fácil ceder al hechizo de la pertenencia a un colectivo especial, privilegiado por la posesión de un acervo poco menos que sagrado, cuando lo único cierto que se adquiere bajo el contacto redundante con los lugares comunes es un intelecto en trance de paulatino amoldamiento.

Quienes hemos escogido a conciencia el bien de no hacer mal de progenie nos hallamos, en sociedad, abocados a ser destinatarios de unas atenciones tan amorosas que se aproximan a las dedicadas a cualquier desertor en una cultura imbuida de herrumbrosa prosapia castrense. Otra manera de decirlo es que las poblaciones nunca legislan pensando en aquellos que deciden omitir su tributo a la especie en concepto de aportación sacrificial al rito de la descendencia, una suerte de franquicia o alianza de sufridores que encarna como institución la supernova en la pléyade de actos que conforman los momentos estelares de acatamiento perruno del clan, pues su mayor triunfo consiste en la camada resultante de aparear el destino propio con los ajenos desatinos.

Demófobos, misántropos, antinatalistas y todos los espíritus delicados que saben lo que cuesta la hominización, no solo contribuimos con nuestro esfuerzo cotidiano al mantenimiento de servicios de los que jamás se beneficiarán los hijos que no tenemos y nada, salvo unas migajas, recibiremos cuando los hijos de los demás nos desplacen; en el mejor de los casos, somos y seremos catalogados como forasteros que merodean por la vida exentos de las cargas y complicaciones que conlleva comprometerse con una empresa de perpetuación filial. A tal punto esto es cierto, que en provecho del mismo espíritu de adhesión a la manada los integrados no atenuarán las ocasiones de cobrarse cara nuestra libertad. A modo, quizá, de respuesta adaptativa este menosprecio concertado responde a la doble misión de disuadir a quienes puedan sentirse tentados de reproducir el hábito de la esterilidad en vez de las cadenas de la fertilidad, al tiempo que se identifica una desviación de la norma útil para marcar las ventajas de prolongar la interdependencia grupal. La belleza estatuaria de no hacer, el dolce far niente, será siempre motivo de vergüenza para la mentalidad multiplicadora, que reprueba el comportamiento evasivo en la superficie porque, en el fondo, lo envidia.

Como las condiciones sociales no son, en propiedad, sino espejos mutantes de la condición humana, ninguna revolución, por sublimes que sean sus presupuestos y partidarios, eliminará la mortificación consustancial al ser lacrado de conciencia ni la explotación concomitante del dolor, así que no cabe esperar de las mudanzas de paradigmas un planteamiento más equilibrado de la cuestión, aunque sí medidas más resolutivas contra los renuentes a participar en la natalidad mientras este torcimiento sea cebado como un derecho natural. En cuanto al hipotético valor añadido que las nuevas generaciones, gestionadas como inversión de futuro, aportarán a la comunidad cuando se incorporen a las funciones exigidas en la etapa adulta de su desplome, causa pavor pensar en la profusión de niños malcriados, o simplemente malnacidos, que camparán convertidos en los abyectos del mañana. La posteridad es, en el presente, la apuesta más segura del débil; la pesadumbre, la debilidad que el fuerte ha de arrostrar sin otra seguridad que su extinción cerrada a las derivaciones, si bien puede hacerlo desde la ironía intemporal que le aporta entenderse con hombres de otras épocas, de cuyo ejemplo póstumo tomará no menor retribución mediante la facultad de mirar a sus coetáneos como seres subyugados por industrias despreciables condenadas a repetirse. La hormigonera evolutiva, ya se sabe, pide chicha.

Pese a sus graves delitos responsabilidades, la sociedad de los procreadores celebra a luces llenas sus homicidios diferidos y ha aprendido a realimentarse de relaciones simbióticas con entidades de distinta índole, sobre todo religiosas, que a cambio de siervos espirituales santifican sus propósitos: el cuarto mandamiento mosaico da serio testimonio de ello. Hecho significativo al respecto es que muchas familias no dudan en dejar a sus escolares en manos de sectarios que se ocupan, entre otras lindezas, de adoctrinar a los pequeños en la deuda que la humanidad tiene con un tipo andrajoso y ladrón de miradas, traumatizado por la glotonería del protagonismo, que se propuso redimirla de sus pecados y hubo de movilizar cielo y tierra hasta conseguir que lo asesinarán; no es prescindible que sea una concesión al absurdo si consideramos que la enseñanza confiada a estas madrigueras de exaltados también se encarga de inculcar la obligación de honrar con mansedumbre a los ascendientes, además de explicar la actividad sexual como un trámite asqueroso que debe subordinarse a la fecundidad.

Si se trata de valores que puedan ser amplificados con el fin de lograr una reanimación cualitativa de la convivencia, hablemos de lo que supone ser honrado fuera del productivismo incoado a pretensión de los imperativos bíblicos. A mi juicio, la honradez implica, junto con otras estimaciones proclives al incremento de la percepción, la firmeza necesaria para que la obra de conocerse a sí mismo comience por la base de no tolerarse añadir ladrillos a la casa de horrores que llamamos mundo; se domicilia, si es penetrante, en un celibato de raíz filosófica.

Por la riqueza de connotaciones me he decantado por la Niña con máscara de muerte (ella juega sola), de Frida Kahlo, después de comparar este óleo con la aporía despatarrada en Mi nacimiento, donde algunos críticos han querido ver una representación de Tlazolteotl, la Gran Madre de los aztecas, que aquí podemos apreciar disfrutando de las típicas cosquillas del parto. Como en mí no hay espacio para tanta crianza maldita, sacudo el retintín reprobatorio de mis letras con estos derrotes burlescos de Cab Calloway, el inigualable médium de la Cotton Club Orchestra:

 

26.11.15

POTESTAS CLAVIUM

¿Qué otra cosa sino la lágrima puede servir de espejo a quien perdió el paraíso?
Emil CIORAN
El libro de las quimeras

No soy contrario al uso reservado que pueda hacerse de las religiones porque me declaro abiertamente defensor de morder la manzana de las drogas, mas triste favor se habilita quien olvida el tipo de digestiones que producen los excesos a nuestra naturaleza larvaria. De escuálidos a rollizos según se torne la voz genérica del ansia en sus posibilidades particulares, somos gusanos de pomar podrido y, por ello, el ahínco consagrado a disociar el culmen devastador de la embriaguez teísta tiene ganada ya, como razón verídica, la impostura de querer ocultar todo lo que presentan de terrorífico los ideales cuando reciben el bautismo de la acción.

Cuanto menos se comprenden las máscaras de Dios, más caras hemos de penar las campañas de los encaramados a ellas.

Con esa vena confiada que a veces nace para regresar a sí misma en los espíritus bronceados por trombas de vísceras y obuses, Jünger recalcaba que «para el sabio, para el iniciado que la toma en su mano, la serpiente de la muerte se transforma en cayado, en cetro». Menos halagüeñas, aunque igualmente reveladoras, lucían en el morro algunas navajas españolas sus persuasivos oficios de ofidio: «Si esta víbora te pica no hay remedio en la botica». En la imagen, Vipera aspis, título y especie coinciden como un ejemplo perfecto de la armonía entre el protagonismo absoluto de los seres y la veneración visual que Guido Mocafico transmite a su obra.

24.11.15

MERIDIANO PARA LELOS

Edith Rimmington, The Decoy
La vida es una broma, como vemos en todo.
Así lo creía antes, ahora lo sé.
Epitafio de John GAY

Muchos de nuestros congéneres —los científicos también— no vacilarían en adjetivar como milagroso un fenómeno que denota de forma prolija su origen avieso a quien ha rebasado las estructuras convencionales de procesamiento mental: el cosmos ha instigado a una fracción autoconsciente a indagar el resto de la creación sin permitirle recabar otro resultado que el de figurarse atrapada en la maraña cambiante de sus propias realidades, acerca de las cuales nada esencial puede saber ni esquivar.

Tanto da que el pensamiento, dueño y servidor de sí mismo, sea el cuchillo del espíritu si la naturaleza es una carne que solo se deja trinchar haciéndonos picadillo.
 
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