30.12.15

QUE PAREN LAS PARENTELAS

Takato Yamamoto
Cuanto más avanzo, más veo adelgazarse mis oportunidades de arrastrarme de un día a otro. A decir verdad, siempre ha sido así: no he vivido en lo posible, sino en lo inconcebible. Mi memoria amontona horizontes hundidos.
CIORAN
El aciagio demiurgo

Unidos en laboriosidad al infinito candor de Sísifo, muchos creen aún que de tanto empujar la piedra conseguirán desgastarla; les falta descanso, y quizá algo más en el ático de sus columbres, para percatarse de que la roca está compuesta de un material que, como las boñigas, crece con la rodadura y terminará aplastándonos a todos. 

En un ambiente que ata espantos a la explosiva densidad de la población y los multiplica en la red delirante de tensiones que no por consabidas son atajadas con conciencia, el desafío de la adaptación al medio plantea como nunca a nuestra especie dos tratamientos opuestos para aliviar el atolladero global: la guerra, quizá en combinación con algún tipo de pandemia, con vistas a eliminar rivales y demandantes en el control de los recursos disponibles, o la pacificación de las conductas mediante el avituallamiento de filosofías de la inacción, como el budismo o una vulgarización del mismo, que complementen con su calado, más alguna equidad ostensible en el reparto de bienes y servicios, la capacidad sedativa de los clásicos sistemas morales basados en incentivos de beneplácito y castigos interiorizados en forma de culpa, vergüenza y miedo al conflicto. Una tercera senda, la más sutil que cabe concebir desde el escepticismo aunque rara vez se la considere con la envergadura que merece y carezca de intensidad contra otros engramas neuronales, propondría como requisito primordial la restricción reproductiva y dedicarse a cultivar un respetuoso goce de lo existente a medida que se consuma el gradual apagón biológico del humano. No es una solución, pero al menos sugiere un final elegante.

Las respuestas confiadas a la beligerancia son características de pueblos jóvenes, o habituados a especular con el prestigio de una pujanza reciente, que confían más en sus vigores inmediatos que en potenciar cualidades menos broncas, mientras las estrategias de sosiego colectivo tienden a propagarse en el seno de pueblos declinantes, que se sienten de vuelta de la inútil pugna con lo insoluble y, cansados de pelear, prefieren encajar las fluctuaciones del infortunio con una resignada contemplación. Tal ha sido, a mi parecer, la diferencia más acusada entre las trayectorias antagónicas que han seguido las culturas de Oriente y Occidente a lo largo de los dos últimos milenios hasta la presente transmisión de actitudes en ambas direcciones con un efecto nivelador, sobre todo, en el ámbito de las vilezas. La provocación mutua disemina sus viceversas: Oriente se occidentalizada, Occidente se orientaliza y, juntos o por separado, se roen el tuétano.

Porque detrás de cada manzana podrida hay un cesto mugriento, en mi doble calidad de observador y humilde participante me declaro pacífico, no pacifista, lo que para mí significa que creo más en la fuerza de las reconciliaciones que en la elusión del enfrentamiento. Los nudos gordianos exigen decisiones de gran temple. Es evidente que no evolucionamos para vivir en estrecha competencia con millones de desconocidos ni para compadecernos de ellos todo el tiempo. Ser más no nos hace mejores, sino más pobres. Recocidos en la cruenta naturaleza de pulsiones maltratadas por la ausencia de otro límite que el de la rentabilidad impuesta al ritmo de una economía que nos engulle como una maqueta cancerosa, ¿a quién le asombra ya que la apelación al poder numérico para dirimir problemas sociales condene a la impotencia el ingenio de congeniar? Estamos en el mismo mundo donde se celebra como un derecho la canallada de fabricar abono de progenie para los cementerios...

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