19.12.15

LOS OMITIDOS, II

Steve Hanks, Leaving in the rain
Prosigo con esta misiva la iniciación a María en los recovecos de mi actitud oferente plantada por la cita electoral que se nos viene encima. Por amor a la privacidad no incluyo ni incluiré ninguna de sus respuestas, una laguna que el lector imaginativo habrá de rellenar como tenga a complacencia entender.

Estimada desconocida:

Asumiendo el riesgo de ganarme tu rechazo, quiero dedicarte una última reflexión con el designio explícito de neutralizar tu deseo de votar y poder ahorrarte, así, el probable arrepentimiento que, gane quien gane, te causará el haber colaborado con un régimen que funciona en el proscenio como la dictadura rotativa de quienes logran articular una mayoría parlamentaria, porque en la práctica nadie elige a los guionistas del capital financiero, que deciden más entre bastidores que cualquier gobierno visible. 

Si es de suponer que la democracia es la forma idónea de gobierno (postura que no voy a evaluar ahora y remito a la paradoja de Abilene), España no cumple los requisitos institucionales mínimos para ello. Este suspenso en «calidad democrática«, como dicen ahora los reporteros, se hace evidente en algunas herencias recibidas de la tiranía de capilla y cuartel que precedió a la alternancia de demagogias ratificada por la Constitución, aunque a fe mía es más grave constatar que ningún partido con opciones de mando se ha propuesto modificar en profundidad tan infame legado. Especialmente ofensivo para mi sensibilidad libertaria, pues si algo defiendo contra el ascenso de la inmundicia es la soberanía individual, es que se procrastine dar solución, entre otras urgencias y prioridades, a estos asuntos:

— Separar, en todos los aspectos (fiscal, educativo, etc), la Iglesia del Estado, que mantendrá con ella el mismo tipo de relación que el ordenamiento jurídico prevea para cualquier sociedad dedicada al desempeño de actividades mercantiles.

— Impedir que los máximos órganos jurisdiccionales, el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, estén subordinados al poder legislativo.

— Acabar con el privilegio del aforamiento que blinda a los cargos electos frente a la ley.

— Modificar las penas por delitos de corrupción y prevaricación con objeto de evitar que prescriban antes de quince años.

— Suprimir los tribunales militares.

— Congelar el derecho al voto de los miembros del clero y del ejército mientras dure su vida profesional.

— Desmilitarizar la Guardia Civil. ¿Qué sentido tiene, sino consolidar la pervivencia del caciquismo, haber encomendado importantes competencias de seguridad a un cuerpo paramilitar que fue concebido para proteger los intereses de los terratenientes en las zonas rurales y cuya intervención ha sido desde entonces eminentemente represiva allí donde despliega su acmé? Sugiero, mientras este cuerpo persista en su actitud pretoriana de acoso y saqueo a los verdaderos civiles, que reciba el nombre, más descriptivo, de Guardia Servil.

— Reformar el actual sistema electoral, basado en circunscripciones asimétricas que benefician el bipartidismo criptofranquista en perjuicio de una interpretación fiel a la diversidad del mapa político. Si en este país de masoquistas los ciudadanos estuvieran lo bastante concienciados de que nuestra tecnología de gobierno fue diseñada para mantener privilegios que sabotean los intereses de los representados, podría negociarse un modelo de participación directa que volviera prescindibles las cámaras de diputados y senadores.

— Retirar las subvenciones a partidos políticos, fundaciones, confederaciones de empresarios, cámaras de comercio, sindicatos y cualquier otra entidad susceptible de orientar en su beneficio la gestión pública. Con independencia de su naturaleza formal y de los fines declarados, corresponde en exclusiva a sus simpatizantes sufragar estas organizaciones.

A la vez que estas y otras razonables objeciones han pasado inadvertidas a lo largo de la campaña, en los mentideros del reino no se chismorrea de otra cosa que de la oblea sin bendecir que tomó Rajoy en Pontevedra. Algunos, en su demencia ultramontana, hasta han insinuado que la responsabilidad moral de estas agresiones debe ser achacada al expresidente Zapatero. Viendo en este suceso lo que no puede negarse, un acto aislado de repulsa que encuentro admirable en el coraje de la ejecución pero reprobable en la visceralidad que lo motiva (y menos injustificado que el pelotazo premeditado de un agente contra un manifestante inerme, por ejemplo), no mueve a escándalo que los principales opinadores lamenten a voz en grito que la minoría de edad del culpable lo librará de ir a la cárcel. ¿Prisión por un crochet? Que yo sepa, cuando no se producen lesiones graves de resultas de un ataque de estas características, el asunto se dirime como un juicio de faltas, no en una sala de lo penal. No tengo noticia de ningún españolito que haya sido condenado a sanción mayor que multa y arresto domiciliario por obsequiar un mamporro. Según una lógica proporcional al castigo que muchos articulistas de gran tirada aplicarían a este sujeto, cuando hace veinte años fui asaltado por la espalda por dos cabestros a los que disgustaron mis melenas (uno de ellos fue militante de Bases Autónomas y hoy es un orondo líder provincial de Vox), ya que ambos eran mayores de edad y actuaron con los agravantes de nocturnidad y alevosía, tendrían que haber ido al trullo acusados de pertenencia a banda armada y enaltecimiento del terrorismo. Sin embargo, faltó poco para que el fiscal pidiera disculpas por llevar a un tribunal las que llamó «travesuras» de este par de hijos de prominentes y, como buenos capullos, se fueron de rositas dejándome, en lugar de la debida reparación de daños, una molesta espinita con la justicia.

Apago aquí mis brasas.

Un abrazo.

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