28.3.12

DE LA HOLGANZA BELICOSA

¿Alguien recuerda a qué película corresponde el fotograma?
Cualquier obrero tiene derecho a sabotear todo lo que sirve para destruirle.
Raoul VANEIGEM
De la huelga salvaje a la autogestión generalizada

Según la letra que define mi contrato laboral soy un empleado público con carácter fijo, lo que traducido al argot de los muchos contravidentes que han encumbrado a los peores villanos del reino significa que pertenezco, por filiación de buró, a una especie de vagos, inservibles y privilegiados caraduras; que subsisto, sin ringorrango, como un retoño de tal por haber sido enchufado a esotra estirpe cuyo sobrenombre amasa en la dicción el oprobio con la memoria de las madres cada vez que el amo, después de haberse alzado con el santo y la limosna, tiene en su otero la llaneza de cargar el montante a los operarios de la cosa estatal. Por mí, y por ellos también —los cobardes nunca dudan en sacar tajada de ajenas gestas—, mañana compraré con un gravoso tributo a las arcas de Leviatán mi derecho a la holganza belicosa. Y como intención tenía de escribir sobre el temple desazonado del clamor que tantos afectados temen reunir contra el embrutecimiento infundido a sus condiciones de vida, esos geniecillos oximorónicos que son los portavoces de la anarcocracia me han proporcionado, al albur de su enquiridión, un texto cuajado de reacciones que suscribo y encuentro procedente difundir:

Con el mantra ominoso de la Crisis, la economía especulativa aprovecha la adversidad circunstancial ocasionada por sus malas artes para imponer reformas estructurales que acorazan sus privilegios en detrimento de nuestra soberanía como ciudadanos, cada vez más debilitada. El pueblo ha perdido la capacidad de intimidación necesaria para que la clase propietaria limite su voracidad, que no encuentra obstáculos para usurpar campos que creíamos seguros, como la sanidad pública (que nunca ha sido gratuita, pues la costeamos con impuestos), el acceso a la educación en condiciones óptimas y la estabilidad de los derechos laborales. Además, si la huelga fuera un derecho debidamente reconocido, la jornada de protesta sería remunerada en su integridad como lo es, por ejemplo, una baja por incapacidad temporal, aunque esta cobertura social básica también se ha visto amenazada por la reforma laboral que, entre motivos a hartar, justifican en España las manifestaciones de repulsa contra su gobierno títere del poder financiero, lo que por otra parte no nos impide esgrimir cuatro excelentes razones para cuestionar la convocatoria del 29M tal como está planteada:

1. Ni las huelgas ni los desfiles masivos de indignados sirven para cambiar nada en beneficio de las clases menos favorecidas. Son actos de probada inutilidad. Más nos valdría encauzar los recursos destinados a esos eventos hacia medios más prometedores, como recibir entrenamiento táctico para organizar escuadrones de verdadera guerrilla urbana que sustituyeran a los soporíferos mítines.

2. El éxito de una iniciativa crítica está en relación con su oportunidad y la rapidez en el tiempo de reacción es crucial para que surta efecto, pero esta huelga se ha insertado deliberadamente fuera de plazo. Quizá la disconformidad hubiera tenido impacto político antes de la aprobación del decretazo; después, harían falta otros elementos de insurgencia para no verse reducida a un acontecimiento testimonial.

3. Considerando lo anterior, nadie podrá negar que la huelga está desde el principio instrumentalizada por los grandes sindicatos intervenidos, que la usan, entre otros fines, para recuperar parte del prestigio perdido. Sus líderes se limitarán a dramatizar en las calles el papel que tienen asignado por oficio. Evidencia indiscutible del parasitismo complaciente de quienes dicen defender a los trabajadores, es que los huelguistas del politburó, los sindicalistas profesionales, no verán mermado ni un céntimo su sueldo en el día de marras.

4. Salvo en los sectores industriales que dependen de una producción constante, el parón será rentable en buena medida para la patronal y, sobre todo, para las administraciones públicas, que se ahorrarán el pago de muchas nóminas con sus correspondientes prorrateos.

Pese a estas objeciones, tenemos presente que para el gobierno en funciones la huelga general permite, como un barómetro social, medir el nivel de movilización del descontento, y solo por este hecho merece nuestro apoyo. Sin embargo, las maniobras del gran capital no pueden combatirse con una huelga convencional, es preciso recurrir a estrategias concebidas con una inteligencia más agresiva. Si realmente se quiere hacer una campaña de resistencia enérgica que paralice el país y demuestre la fortaleza latente de los desposeídos (entre los que incluimos a todos los subordinados a un contrato por cuenta ajena), hay que atacar directamente al sistema bancario, cuyas entidades viven de nuestro trabajo y gracias a nuestro crédito, no lo olvidemos. Desde aquí, para que la cita reivindicativa se transforme en un golpe de liquidación, proponemos acudir en masa a las sucursales para retirar los ahorros depositados en las cuentas corrientes. Así de simple. De ser secundado este llamamiento por la mayoría de la población damnificada por los recortes, en cuestión de minutos se podría hacer jaque al Estado manejado por los eurócratas.

Y luego, ¿qué? Evitar servir de blanco fácil a los cuerpos represivos, mantener el pulso sin arredrarse y no indultar jamás a los mezquinos que alcen la mano contra la gente que no teme transformarse en león para no ser gacela en lo sucesivo. Sólo a partir de ese momento podríamos empezar a negociar en una posición respetable con los clanes mafiosos que ahora insisten en hacernos pagar sus errores tras haber jugado con nuestras vidas como si fuesen el excedente más volátil de su patrimonio.

27.3.12

HORAS RASTRERAS



Conoced primero los hechos, y luego, probad las historias como quien se prueba un traje.
John LE CARRÉ
El topo

Fiebre nocturna desde hace semanas, debilidad general, escalofríos, congestión nasal, tos sucia... ¿tendré tuberculosis? ¡Tisis, qué maravillosa coartada! No creáis que temería verme atenazado por los límites severos de una enfermedad terminal, a los moribundos se les permiten grandes licencias, nadie se atreve a importunarlos, son objeto de delicadas atenciones; incluso mereciéndolo, casi todos omiten las ganas de llevarles la contraria como si ello fuera el culmen de la crueldad. Pero este malestar que me aflige, tan insuficiente para merecer una baja médica como insoportable para realizar las tareas cotidianas más nimias, es algo ruin, ordinario, plebeyo, no encaja en ningún cuadro patológico de renombre, su obstinación en permanecer indefinido tras una nubosidad regular de síntomas variables me tiene harto. Ni siquiera pienso en curarme; sanar sin pasar por un proceso heroico de lidia interior contra el mal me defraudaría.

¿Serán estas las fantasías truculentas de un hombre con una salud que revela, en el fondo, su muy combativa tenacidad? En el cautiverio flexible de mi dolor, solo cabe la esperanza de un sufrimiento mayor.

Puesto que nada sé sobre el título y la autoría de la desoladora escena —dubitativo, únicamente me he decidido a ponerla tras recibir el horrorizado acuse de mi improvisada asesora artística—, os remito a la entrada del blog donde la hallé.

24.3.12

BALADA DEL INTRUSO


En el mundo del éxito, el fracaso es altamente revelador.
Kostas AXELOS
El pensamiento planetario

Estoy sepultado hasta el cuello con las pedregosas tierras calizas de algún paraje perdido en la llanura manchega. El sol juega a confundir los tramos horarios moviéndose en secreto tras una pantalla de nubes inexpresivas cogidas con grapas de luz por puntos que a primera vista no revelan el orden caótico subyacente. La sed no es mi preocupación prioritaria. Sobre mi cabeza desnuda, coronada por una trenza de alacranes que no dejan de dar vueltas, varias águilas gravitan indecisas: quizá teman el veneno imprevisible de los arácnidos o los mordiscos desesperados de mi boca de lija. En la duermevela febril que ha precedido a mi abrupto despertar, el hilo quebradizo de mis pensamientos se desenrollaba alrededor de las magnitudes que utilicé recientemente en un breve artículo sobre las clases de personas, en el que mencionaba a los perfeccionistas, a los utilitarios y a los abúlicos como tipos esenciales. Las categorías de conceptos manejadas se volvían arenosas en su relatividad cuando las trataba de rodear con mi raciocinio, que cada vez más deshilachado apenas me permitía distinguir a unos de otros. Más que pensar, sentía que lo hacía, y lo que hacía en modo alguno bastaba para despejar mis oscilaciones filosóficas. Si la perfección es el estado de aquello que no admite más ni menos, lo perfecto ha de ser, por antonomasia, lo acabado, luego el perfeccionista es alguien que desea dejarlo todo en su definitiva e inmaculada conclusión, alguien que quiere acabar con todo, y, movido por esta idea motriz se abandona a su pretensión. Es, también y por tanto, un abúlico tenazmente hiperactivo, un entregado por abandono a su vocación completista o finiquitadora, lo mismo me parecía entonces. No menores problemas me planteaba el prototipo del interesado, ¿acaso no merece el adjetivo de perfeccionista quien trata de obtener la ventaja respecto a su pasado al evolucionar hacia un nivel superior de integración personal? Aquí volvía a ramificarme en argumentaciones difíciles de trasladar al lenguaje, y no sé de qué manera me topaba con la apatía, en principio más afín a los abúlicos, con que las enseñanzas del zen promueven la iluminación de la conciencia. Abandonarse, dejarse ir y venir, hacer nada, volición sin voluntad, pensar en no pensar... hasta improvisé la dudosa eficacia de verbos como ahacer, antiquerer e impensar. ¿Era la pulcra pero meticulosa dejadez del místico zen una versión minimalista del obsesivo y muy compulsivo aspirante a la perfección? En estas estaba cuando Freud se cruzó con mi desmadejada hilatura. Recordé vagamente sus teoría de las pulsiones humanas fundamentales, Eros y Tánatos. Eros englobaría las tendencias del sujeto para formar unidades mayores, como la sexualidad, o el impulso necesario para mantener la propia, como la autoconservación, mientras que Tánatos estaría relacionado con la ruptura que en el ser vivo se manifiesta por el deseo de disolución, de pasividad, de acceder a un estado menos organizado o anterior a la vida. En la balanza entre una y otra pulsión me encontraba cuando sentí el cosquilleo que los escorpiones producían en mi cráneo con sus patas, inquietos a causa de las extrañas vibraciones proyectadas por el trajín de mis imágenes mentales. Ahora, sólo consciente en su mínimo parcial del error que supone atribuirle a otros seres una inteligencia o estupidez similar a la propia, pienso que estas rapaces silenciosas carecen del menor interés por acelerar el proceso que tutelan desde la comodidad de sus tronos térmicos de vuelo, ya que con escaso esfuerzo podrían haber empleado su pulsión vital para desatar de la pulsión de muerte de mi voluble nimbo invertebrado. Tal vez necesiten ingentes cantidades de sentido freudiano para preservar el narcisismo de su majestuosidad exhibida con una estudiada ausencia de prisas. Las observo sin ser objeto de ninguna emoción, salvo de una incipiente y bastante paradójica admiración que me anima a celebrar de antemano su victoria. Musito: mi fuerza sobrevivirá en su plumaje. Sarcasmo: el mecanismo de mi racionalización, no. Creo que en realidad, dadas las circunstancias, sólo puedo hablar de una pulsión de fracaso con adornos y de otra de fracaso al descubierto; puesto que quiero sucumbir cuanto antes y de la mejor suerte posible, soy un perfeccionista que trata de obtener sin mover un dedo un beneficio nada decorativo de su rotundo fracaso. ¿Me refería a esto? En realidad, creo que es hora de decir que para un hombre de acción en los peligros de la vida reside la flor de sus misterios; también para un pensador, sobre todo para un pensador con bichos monstruosos ocupados en la circunnavegación de su sesera, los misterios de la vida a los que entrega su reflexión están llenos de peligros.

Sólo The Siren de Waterhouse me podía acompañar, a la debida distancia, en esta pesarosa tonada solitaria. Me sube la marea negra.

21.3.12

CLASES


Existen tantas clases de naufragios como hombres hay.
Joseph CONRAD
Lord Jim

Según he podido verificar, hay tres clases de personas: las que dividen a los humanos en dos o tres clases solamente, las que piensan que cada persona es una clase en sí misma y las que creen que todos son de la misma clase. Si me centro en la primera, puesto que de eso trata el juego sugerido, distingo claramente otras tres categorías: las que se esfuerzan en lograr la perfección de sus asuntos, las que buscan la ventaja en todo momento y las que tienden a abandonarse; pues bien, no pertenezco a ninguna de ellas, pero en todas me veo reflejado con un anexo enojoso que el dañino Walt Disney hubiera encomendado representar a Pepito Grillo con un tono de sacerdotal camaradería especialmente pensado para mí:

«Tu mente es libre, chavalote, y para confirmar el hecho dispones de los menos de mil euros de un salario no menguante, sino de un competitivo crecimiento negativo, con el que podrás sentirte de una clase privilegiada».

A lo que yo hubiera respondido poniendo su cabeza con chistera dentro de un exaltado aplauso mientras imaginaba tener en idéntica situación a algún canalla real, como Montoro, Rajoy o el bifocal Gallardón.

Imagen sujeta a los derechos de Mark.Weaver, cuya galería podéis visitar aquí.

3.3.12

COLISIÓN



Era antes menos duro y menos denigrador que ahora; ha agotado toda su indulgencia, y la poca que le queda, la guarda para sí.
CHAMFORT
Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas

Me gustan las piedras del camino, porque ellas están preñadas de tropiezos y nada mejor que la caída para trazar las direcciones ocultas de un destino. Yo no me busco, me encuentro, y a esa sorpresa recurrente mis jueces lo llaman perderse: qué sabrán ellos, que apenas la esbozan huyen de la identidad esencial entre víctimas y culpables. Las musas tejieron varios hilos para mí y en secreto de confesión me aseguraron que ninguno hilvanaría la salida, pues más allá del laberinto sólo hay enredos mayores que devoran y confunden el anterior como un envoltorio trucado en sus pliegues de texturas y dimensiones. He aprendido a ignorar si esto es bueno o malo, si tiene virtud de causa o atributos de finalidad, si me hace mejor o me desastra; supone una variedad de experiencias que procuro aceptar como un juego de espejos rotos frente a los cuales uno jamás llega a conformarse «con todo, con nada y con más». No hay justicia para los agitadores de montañas que a otros les parecen ominosos pedruscos, porque lo justo para injusto en esta versión del infierno es consumar la vida en vez de consumirla... para luego desvivirse por decidir vivirse antes que ser vivido por ella.

Tan exacto como el pasado venidero, recuerdo que mi cuerpo será descubierto por el hedor. Carcajadas llorosas lo precederán a cambio de lágrimas rientes. No aguardo la esperanza allende la gusanera, y quizá mi papel se limite a representar el perverso desastre que busca perderlo todo para habituarse de golpe a las inmensidades de la soledad. Sólo se ama verdaderamente lo que se abandona, y eso que la verdad es cosa aún menos fiable que la razón: absoluta para los crédulos, relativa para los dudosos y un invento necesario para la casta maravillosa de los mentirosos. Cosa chica, se vista como sea vista, cuando los momentos más vitales hacen que el conocimiento, que es luenga cosa desnúdese como se denuede, sirva sin que nos sirva de juguete para maníacos, la hoguera que malamente entibia con luces de sombra el mural en el fondo recoleto de la caverna donde también hay dibujados acontecimientos de la niñez que preludian toda la vida adulta. Actualizo ahora mi primera y muy reiterada pesadilla donde yo, un ente puro e intangible, me deslizaba como la conciencia rasante de una línea recta que se extasiaba por su aceleración progresiva sobre la superficie de interminable neutralidad que vagamente se asemejaba en su abstracción a un plano bruñido, no sé si lo adultero al pintarlo de albero. Irrumpía entonces una fuerza de desconocidas insolencias empeñada en afear mi itinerario con las oscilaciones de polaridad de un magnetismo que desviaba mi resuelto trazo hacia un garrapato irresoluble. Despertaba por sobresalto en la infusión sudorosa del agobio, pero el garabato seguía estando allí para torturarme. Ese borrón caprichoso soy yo.

Creo, ya sin firmeza, que la libertad empieza por sentirse preso. ¿Seremos espíritus encarcelados que se sienten un poco menos cautivos al saber que nada los librará de padecer el sarcasmo de la propia conducta? Llegue a delirarse acto o a actuarse delirio, si las expectativas de vida aumentan las probabilidades de ser un villano también.

Estas ideas que nunca llego a enarbolar en su plenitud fermentan en mi cabeza y terminarán por reventarme el cráneo que mi corazón, tonto fatal o listo de remate, aplaudirá en desacato a su agonía.

El cosmos entero resucita en cada ser una conspiración contra sí mismo.

No sé dónde ni en qué silencio, en algún lugar anterior a mí esa escalera me ha interrogado.
 
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