La ironía es la flor de la libertad de espíritu, es el arma más sutil y más eficaz contra el prestigio —prestigio quiere decir engaño— del principio de autoridad y contra la disciplina sin magisterio.
Miguel de UNAMUNO
Discursos y artículos
—¿Adónde vas, peregrino?
—Vengo a olfatear la miel de estos campos antes de que el verano se la libe. Y a tentar al águila que anida por aquí cerca y midió su envergadura la otra tarde echándole vuelo avizor a mi cometa.
—Mal rayo te parta si entiendo algo.
—Este lugar me merece y el arrendajo, que se calló la alarma, así lo confirma. Da gusto quererse mientras uno se sumerge en la maraña de esta brisa juguetona que exprime la reverberación de las flores en cuyo canto tardío, como una espuma rumorosa de silencios, colorea la alegría de contonear la conciencia, ¿no cree?
—¿Qué has fumado, chaval?
—En la noche a la que puse en celo de madrugar un sueño de trompicones he amansado a una mujer que ardía como cien Nagasakis. Aparte de los retazos de este triunfo extintor, no llevo más munición en sangre que las ganas de pasearme lejos del polvo pateado de la vereda.
—Aquí no se puede estar, lo pone bien clarito en el cartel: «Finca particular. Acceso restringido al personal autorizado».
—¿Está usted autorizado?
—Soy el guarda.
—Y yo el nuevo dueño, si a eso vamos.
—Muy gracioso. No te muevas, tengo que hacer una llamada.
—Hágala y márchese pronto, no quiero intrusos en mis montes, sobre todo si se encopetan de postizo llevando al hombro la hombría de una escopeta.
—Falla la cobertura. Lo intentaré más tarde.
—Di orden de retirar la antena de telefonía que se alza en Juntavientos. Supongo que los operarios han sido más diligentes de lo que esperaba.
—¿Quién dice que es usted?
—Me parece que aún no se hace cargo de la situación. A partir de ahora, seré yo quien haga las preguntas. En primer lugar, quisiera saber cuándo desaparecerá de aquí. ¿O acaso cree que le voy a remunerar el salario correspondiente a la semana transcurrida desde que el notario remozara a mi nombre la fe de las escrituras?
—¿Cómo?
—Le explicaré lo que su responsable inmediato debería haberle comunicado antes de llegar a imponerme su prescindible presencia: me llamo don Ernesto Silvestre y el suelo que usted pisa en estos momentos me pertenece.
—Comprenderá que me resista a tomarlo en serio sin un documento que acredite su aserto.
—¿Desde cuándo y con qué derecho el empleado exige explicaciones al propietario? Créame, estoy siendo más que paciente con usted.
—Tiene que tratarse de un malentendido.
—Desde luego, un malentendido que corre por entero de su parte.
—Mire, no quiero causar problemas, solo desembrollar este lío.
—En tal caso, ¿por qué no me echa de aquí?
—Señor, mi obligación es...
—¡No se hable más!
—Podría tratarse de un impostor.
—¿Me está insultando?
—Oiga, que no hay ánimo de ofender, pero debo averiguar...
—Haga el favor de esperarme en su caseta. Le aseguro que todas sus dudas serán disipadas. ¿Me permite?
—Allí estaré. Por su bien, no se demore.
—Perfecto. Únicamente me falta exponer una información crucial que le concierne.
—Dígame.
—Para su antiguo patrón, que permanece a la escucha gracias a este transmisor, usted nunca ha reunido las dotes adecuadas para el puesto. Ayer mismo me propuso quedarme con la plaza de agente forestal que usted ocupa si, valiéndome de la persuasión de mi palabra, conseguía que me franqueara el paso tras ser sorprendido en los dominios cuya custodia tiene encomendada. Como ve, eso es exactamente lo que acaba de hacer. Le comunico que a partir de este instante, según lo acordado, está despedido.
—¿Es una broma?
—Para usted, ojalá lo fuera. Recibir la noticia de labios de quien lo ha desplazado le resultará tan feo como azotar a la propia madre con unos calzoncillos jaspeados de semen. No es nada personal, se lo aseguro; el mercado laboral exige competitividad y usted se ha relajado hasta el punto de que justificar mi engaño con su desconfianza.
Yacija titilante de corolas y tiernas yerbas para atenuar las bobadas del poeta.