28.4.13

EXCURSIÓN AL DESMAYO


Hay que seguir viviendo a pesar de todos los firmamentos que se hayan desplomado.
David Herbert LAWRENCE
El amante de Lady Chatterley

Para un niño, el mundo se divide en cosas agradables y desagradables con breves fluctuaciones entre ambas; para un espíritu desgranado, ya no es posible efectuar ese taxativo deslinde: lo desagradable ha llegado a ser el mundo todo, y lo agradable se acopla al sentimiento de perfecta aunque lúcida ausencia que de manera esporádica proporciona, precisamente, el contacto irresistible con las ruinas de las cosas. Tanto se busca esta salida, tanto se pierde uno al cruzarla, que nos creemos dioses porque no tenemos dioses, porque obviamos que son los mismos dioses quienes nos han hecho así, pulpa de adioses.

El paso de la laguna Estigia de Joachim Patinir, obra que puede verse en el Museo del Prado.

27.4.13

PANTOMIMOS AMBULANTES


Todo el coro de los cielos y cosas de la tierra, o, en una palabra, todos esos cuerpos que componen la poderosa estructura del universo, carecen de una subsistencia independiente de la mente; su ser consiste en ser percibidos o conocidos.
George BERKELEY
Principios del conocimiento humano

Alejamiento, ajenamiento, añejamiento: corpus delicti y modus operandi o el fetichismo del acto sobre extensiones afónicas de tierra quemada.

Un llanto no basta para amasar un pan, y si 2001: Una odisea en el espacio no se hubiera estrenado en 1968, una traslación antes del primer alunizaje oficial del hombre, las imágenes que se divulgaron de la superficie selenita, así como del Ingenio visto desde el éter, serían diametralmente distintas. Un pequeño paso para el mono, un gran paso para el zoo...

Lo verosímil es para la ficción un supuesto estético de robustez narrativa que en esta realidad traspasada de inverosimilitudes inenarrables funciona como la nariz que Pinocho hace crecer al quedar atrapado en el vientre de la ballena, quien facilita así su fuga porque jamás salió de allí.

Cuéntase que el mayor placer de alguien inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente, pero ¿quién sabe quién? Cognitivamente, la inteligencia artificial superará los artificios de la inteligencia orgánica, a la que asimilará como una lección primordial, velozmente caduca, de sus archivos heurísticos.

Balas que rebotan, palabras que sangran: la única verdad para mí es que hoy, siempre otra vez, no debería haber pregonado con este timbre de chubasco.

Aborrezco repertirme sobre el fotograma.

26.4.13

INERME

Los mayores logros del hombre no se han trabado en el aparato racional sino en el terreno de las emociones. La verdad de las cosas externas nunca ha sido tan útil como la de las experiencias íntimas.
PERPETRADOR

Tras el destete moral y la correlativa crisis subliminal, el oasis abstracto del exilio interior representa una elipsis balsámica para eludir la espiral alienante de la sociedad. Habiendo amado tan loca y despiadadamente como uno jamás hubiera tolerado a un tú, la otrora distintiva capacidad de querer hállase en brusca legitimidad agostada, gozosa aunque laciamente volatilizada pese a las recidivas sobre las que no ha de conservarse el idealismo de que desaparezcan.

Amarrado al muelle de los afectos estrangulados, soltóse el meollo de la vida que no emerge intención de recuperar toda vez que se lo ha visto como andadura de perdición más que como vía de perfección dentro de la certeza, indemostrable, de estar militando en la fantasía de un organismo ausente cuyo secreto metabolismo incita a la prueba iniciática de un engaño que conduce por la verídica a una mentira mayor.

Ni la caricia suscitada por el perfume cariñosamente preparado con extracto de mariquita de siete puntos y aceites esenciales de lirio y de caléndula, detrae la noción de putada universal. También da guerra el amor cuando triunfa, y la guerra donde falta el amor es espantosa incluso en la innegable virtud de eliminar a mucha chusma; una virtud que, por desgracia, no alcanza a aquellos que mejor se sirven de ella.

Detalle de La predicazione dell'Anticristo, fresco de Luca Signorelli que decora la Catedral de Orvieto.

23.4.13

METANOIA

¡Ahorrad a los planetas que os desconocen la huella infame de vuestras pisadas!
Rigoberto SOLFERINO
Locus amoenus

Mi genio quedó atrapado dentro de la botella que en un deliberado despiste vacié previamente de conciencia en la transición de virtudes al anochecer. En alguna latitud llegada a holganza de bitácora, esa ampolla rodó después mástiles arriba cual sonda de veneno galáctico hacia las profundidades que ejercen su respiración omniausente bajo el encantamiento persecutorio de las esferas. A hendir de entonces, ergo todavía, ha irrumpido aquí abajo la primavera que tanto me inaltera en una primera fase, y de permanecer cerrado a alterarme en una segunda me descompone, a mayor abundamiento, sin que por ello deje de estar quieto, calma huesa cuyo precio cabizalado conlleva una deuda de altura harto incomunicable a ras de mueca.

Sea por fobia reciclada a cualquier tiempo pretérito, sea por asentir con un ápice de expectación los vítores de novatores y transhumaníacos, el auge animista de la tecnología (electrocracia) que engalana hoy el declive espiritual (psicopauperización) difícilmente podrá obrar portentos de evasión poética en el aire viciado de grisura que confiere a la tragedia su cualidad cromática preponderante, su visible y divisible oscuridad. Cercado por cacharritos que superponen la pixelación de sus naturalezas muertas a las pantallas sobrevivientes durante miríadas de ciclos, cae mi rendimiento en los múltiples planos de la guerra y recuento más deserciones en combate que posiciones conquistadas. Inactual a todo de nada, ni craqueado en la derrota soy dócil para mí por mucho que guarde en la huella de la sombra de un reflejo los florecimientos marchitos que aboné regularmente con la materia decolorada que vuelve a rebosar de las cloacas de mi personalidad. Cuanto quiero ha de tributarme su mal; cuanto no, peor que mal. Debo de ser rico porque ya tengo bastante...

A la mecha pujante de mis faros, desvélase el rorro microbio de moribundo. Salvo en las premoniciones, invariables chivatas del desastre, me oriento con una brújula ilegible que por fallar siempre me acierta, pues estar prevenido sobre la conducta futura gracias al conocimiento de la pasada me acongoja al ceder a luz un acto de imperdonable trivialidad. No sé cómo, me lo sé.

Vivida desde la existencia finita que atada se halla a los violentos engaños de la temporalidad y en la que sólo un juguete contento de serlo no se sentiría intruso, la creación adquiere con sus pegamentos de apariencia la condición original de un adversario absoluto contra la simultaneidad en la que se adivina a cada qué alcanzar su qué. No es que el mito, como defendía Eliade, sea una realidad viva necesaria para ilustrar con modelos imperecederos la epopeya intrahistórica de la bestia humana, sino que la realidad es un mito devenido histórico cuando su presencia empieza a ser creíble por aquel impulso que Burroughs definía, en otros contextos, como «el álgebra de la necesidad».

Doy pausa.

Árbol de la Sabiduría —de la Ciencia del Bien y del Mal— según la miniatura del Codex Amilianensis que se conserva en la Real Biblioteca de El Escorial.

19.4.13

ARDER COMO EL AGUA

El misterio no es un tope en las posibilidades de nuestra mente. Tampoco algo que alguna vez nos será revelado, que por fin comprenderemos. Por el contrario, la cualidad del misterio radica en su indescifrabilidad, en que es algo en sí, inherente a la naturaleza misma del hombre y de las cosas.
Federico GONZÁLEZ FRÍAS
Diccionario de símbolos

Planto vidriera al destino dándole la espalda y, siempre que me dejan, vuelo con las musas lejos del ego, que es una capilla demasiado estrecha para dar cabida al templo transfugado de mi inspiración. Advertido estoy por un coro inmanente de lamias tumultuosas de que cuanto atrapo al toparme de entusiasmos resulta vacuo comparado con todo lo que escapa de mis saturnales, pero hoy mi piel huele a sol rebozado en sudor de jarales tras un masaje de tormenta y no haré caso de esa manera tan adherente de quererme que es luchar contra mí, así que pintaré el mundo de color vulva sin preocuparme por la perfección moral de los sentimientos, presunta perfección publicitada por las tapaderas de la fagocitosis sensitiva con un prestigio de inteligencia emocional que, al igual que ha ocurrido con otras técnicas que ostentaron el fragante brillo de los mitos proyectados por la potencia de la voluntad, habrá de humillarse ante el último capricho utópico de la identidad, santo y señuelo de otra voluntad que no es la misma ni por tal hay que entenderla. 

De todo lo que existe en la naturaleza lo menos inexacto que puede decirse es que prolonga una celada donde perderse en beneficio de códigos crípticos como el genético, dogal del que pende hereditaria la depravación biótica al completo. Los fenómenos que antaño recibían una explicación plástica de índole mágica o religiosa, hogaño se malversan dentro de las leyes termodinámicas de la física. No es más bizarro y con desdoro mediante hágase el quizá porque ni el viejo sentido de la fabulación se ha olvidado por ello de influir en las transformación de los procesos empíricos, ni la ciencia está exenta de supersticiones insensibles para captar la secreta ligazón de las cosas. 

Por autocomplacencia, inercia mimética u otros dopajes de cortedad, contraer un punto de vista implica univocarse al confinamiento de un significado, mientras que desvelarse por expresar el caudal de las ópticas simultáneas disponibles pone la lucidez a expensas de la paranoia, que es un germen de verdad amplificado hasta fecundar con un delirio comprensible la realidad, que lo es muy nunca.

Pícaro candoroso de buena fe suspicaz, a mis lanas vengo trasquilado del dislate de haberme ido sin llegar aún. Puesto que ningún propósito experimental —empezando por el propósito en sí— me ha reconciliado con esta vida a la que ladro o aúllo según me ronche o me acaricie el colodrillo, ¿qué motivo habría de tener para apaciguármelas con mi tierra natal, que es un lugar empotrado en la cautividad de un máximo de gentes mínimas donde hasta el planeta parece empachado de girar?

Malrollista, ya, no me lo repitas... ¡Vuelvo a temer tener razón!

Lacrime di Eros de Roberto Ferri, pintor nacido en 1978 cuyo talento está emparentado estilísticamente con los artistas barrocos. En su obra se percibe una atmósfera que recuerda a Caravaggio y contribuye, con rigor equiparable, a plasmar las eminentes dobleces y distorsiones de la condición humana.

15.4.13

EL PROFESIONAL

Porque la sabia naturaleza había dotado el corazón del hombre de una esperanza inagotable, viendo que la felicidad engañaba sus deseos en la tierra, fue a buscarla en otro mundo; lisonjeándose con una dulce ilusión, imaginó otra patria, otro asilo, donde, lejos de los tiranos, recuperase los derechos de su ser; y de aquí resultó un nuevo desorden, pues, encantado con un mundo imaginario, despreció el hombre el natural, y por unas esperanzas quiméricas despreció la realidad. Consideró la vida como un tránsito penoso, como un sueño tristísimo; su cuerpo, como una prisión que impedía su felicidad; y la tierra, como un lugar de destierro o peregrinación que no se dignó cultivar.
Conde de VOLNEY
Las ruinas de Palmira

Nada obliga a engendrar vida, acto tan abusivo como quitarla, y al ser fácil engañarse a conciencia en el juicio sobre la propia conducta, aun en los sueños anda uno errado por el exceso de apego a sí mismo que nunca parece entero en demasía. Duelen más las vanidades heridas que el desamparo filosófico, y frente al despotismo de la falta de consuelo espiritual las prendas del amor cerrado alrededor del yo no cubren pero encubren las derrotas y malformaciones de la voluntad. Pieza ejemplar de esta generalizada pasión por la escatología de las carencias individuales que se conectan activamente al inconsciente, en el retorno de hace varias noches al transformismo ficcional que colapsa la continuidad entre vigilas me había quedado en paro, razón por la cual no desdeñé acudir a una oferta de empleo que me facilitó un amigo en excelentes relaciones con el responsable de contratación de una importante agencia multinacional, quien obvió la indagación de mi preparación técnica para el puesto y me emplazó a una entrevista en su despacho, un hexaedro equipado con última tecnología domótica que se alzaba sobre la ciudad dentro del glande espejeante que coronaba investido de arrogancia un edificio cuyas retículas de acero, insinuadas a través de los paneles de cristal inteligente, sofocaban erectas la mirada impotente del peatón. Al recibirme, me encontré con la cara de un antiguo compañero de colegio que iba un curso por detrás, un chico al que por entonces, movido por una inexplicable antipatía, solía mirar con un deje de aversión que evolucionó posteriormente al desprecio. Aunque me identifiqué aludiendo a esta lejana coincidencia escolar, no me reconoció o fingió no hacerlo, actitud que atajó a merced de una tibia cortesía. Sin demorarse con dilaciones protocolarias, me planteó preguntas de diversa naturaleza más referidas a mis opiniones sobre el funcionamiento del mundo que a conocimientos específicos valiosos a los intereses de la compañía que representaba. Sabiéndome condenado, no moderé mi criterio, que expuse con la mejor solvencia que me permitieron las circunstancias. Tras deliberar enmascarado en un rugoso silencio, resolvió que sus filas de operarios se enriquecerían con alguien de mi perfil. Sorprendido tanto por su rauda determinación como por las causas no reveladas que la motivaron, quise indagar acerca de las funciones que debería desarrollar y por toda respuesta obtuve que bajo ningún concepto formaba parte esencial de mis atribuciones como asalariado entender el cometido de dicha actividad. Ante mi extrañeza por su disruptiva kafkiana, sacó de un cajón una pulsera elástica en la que iba montada una esfera táctil, de composición gelatinosa, que además de GPS estaba implementaba con acceso directo a SITEL y un repertorio de lustrosas aplicaciones indispensables, según explicó, para mis futuros cometidos. Como buen tecnorrupestre, limítrofe y remoto en oscilantes mitades a los desafíos y esclavitudes de la actualidad, trasteé intuitivamente el aparato con evidentes muestras de escepticismo que en mi jurisdicción interna, sin embargo, no bastaron para reprimir la permeable avidez con que me figuré explorando sus posibilidades. A un gesto ínfimo y azaroso del pulgar, una súbita emulsión de campos primaverales de ruca me empapó la atención; enlazada a la proyección, disponía del registro audiovisual generado en las proximidades de ese punto geográfico con un historial que se extendía desde los últimos diez años al día anterior. Fueron escasos los segundos que mediaron hasta ser interrumpido de nuevo por la voz de mi pesquisidor, que una vez sancionado el contrato ejercía de empresaurio subiendo en decibelios de autoridad:

—Mañana saldrás a primera hora.
—¿Hacia dónde?
—Ninguno de los dos necesita saberlo. En tu trabajo no habrá instrucciones porque se espera de ti máxima versatilidad. Te aconsejo que no te separes del strongly.

Después de una noche de juerga que bordó el epílogo a mi exclusión del mercado laboral, Pablo Wineless nos ofreció amenizar el descenso de ebriedades yuxtapuestas en su palacete, ubicado a orillas del Mediterráneo en lo que fuera una quinta que concentraba su principal atractivo en un alminar acondicionado como zona de esparcimientos flemáticos —un chill out, en palabras de un hispánico acomplejado—. Otros tres amigos completaban el séquito de crápulas. Al cruzar el umbral que se abría al saloncito principal, el mayor en esa autointoxicación que llamamos edad se arrojó sobre una banca decimonónica cuidando de poner entre sus piernas una torre de periódicos, pues sufría de una indecorosa incontinencia urinaria bajo los efectos de las bebidas fermentadas. En su arrebato de somnolencia etílica, perdió la ocasión de apreciar la belleza de una escena que se desarrolló de inmediato en la azotea adyacente: dentro de un sarcófago rebosante de flores de magnolia, asomaba un cadáver con conchas de caracol apiladas en las cuencas oculares. Lo custodiaba un enano que aliñaba su escueta desnudez con un tanga de manchas leopardinas y una hilera de tres pares de alas de urraca que batía cadenciosamente para ahuyentar moscas inaudibles. Del féretro salían sendas mechas hasta la punta de nuestros pies, que de común acuerdo encendimos en un ahora. Cuando se consumieron, bufó el sistema de inflado de un globo aerostático que en tres parpadeos elevó el lecho mortuorio rumbo a la estratosfera con enano y otros ornamentos colindantes incluidos. Al perderlo de vista, Pablo improvisó una actuación a la guitarra para la que contó con la coreografía inesperada de una especie de mujer-cardencha, emitida por la boca de un invernáculo, que si bien estaba privada de vagina mostraba en sus punzantes formas atributos dignos de una vampiresa seminal. Para deleite de asombros, bailó una canción espasmódica titulada Memory Dance mientras con tenebrosa voz de sacerdote egipcio enrarecía la invocación de su estribillo: «¿Quién será el muerto que a los cielos va?»

Muy de bajini, uno de mis acompañantes comentó que el sorprendente híbrido femenino había heredado la genética de unos San Pedros con propiedades mescalínicas que sembré en mi fervorosa juventud. Como si ese dato tuviera una significación crucial, la criatura danzante, que lo escuchó, se abalanzó en dirección a mí con la fatídica intención de prodigarme un abrazo de pinchos. Perfectamente acompasado con el ritmo, pude eludirla durante un interregno de interminables minutos hasta que me vi acorralado contra un ángulo de la estancia. La música se aceleró hasta dotar al espectáculo de una intensidad dramática por grotesca en sumo grado enajenante. Si tenía que padecer esa tortura, pensé, lucharía hasta merecer el aliento final... ¿Acaso el héroe no nace a la inmortalidad hecho el ocaso?

Sus púas osificadas me perforaron por centenares de sitios simultáneamente, pero el gesto que hubo de hacer para envolverme dejó al descubierto un área desprovista de defensas naturales, correspondiente al arco del cuello, en la que hundí la saña de mis fauces hasta provocarle la muerte. Justo en ese instante, el sepulcro volante estalló a centenares de metros por encima de nuestras calacas. Desvanecido el estruendo, un mensaje efímero se hizo explícito con versalitas de humo: «Buen trabajo».

Mordedero diseñado por la artista Nancy Fouts

11.4.13

PROEZAS DE LA PRECARIEDAD

La comunidad nos da calor, mientras que la soledad nos da la luz.
Carl Gustav JUNG
Sermones ad mortuos

Hoy, de haber tenido interruptor, hubiera puesto el off. He vuelto a fantasear con mi funeral, al que asistían compungidas todas mis verdades, las que por negar alivio ni olvidan ni curan ni perdonan. Puedo imputar la causa de mis más repugnantes dificultades personales a los vapores de mercurio que desprenden a temperatura corporal los empastes de amalgama que me instalaron cuando la edad era incapaz de oscurecerme el pubis, pero eso no cambia una de las paradojas fundamentales de la que nadie escapa —o así lo creo— según la cual crecer en experiencia le hace sentirse a uno constreñido, claustrofóbicamente diminuto, por no mencionar los evidentes signos de desubicación social, destrozo cognitivo y rotura de la motivación que el tiempo siembra noche a noche con sus corrupciones tras cada roturación de la precariedad.

La bestia arcaica que habita en el humano nunca es tan fiera como se pinta y, siempre que llora, aun por impregnación traumática de otros, lo hace por pena de sí misma. Entre las proezas, no sé si de la corteza más reciente o de la salvaje, de Teseo o de Minotauro, esos momentos de júbilo que de manera esporádica logran reconciliarnos con las angustias de la existencia, sobre la que traman una doble y portentosa traición al aliento amargo de nuestra naturaleza.

Visto por Caravaggio, ¡qué envidiable degüello le hizo Judith a Holofornes!

10.4.13

A CONTRALUZ

El sentido común nos enseña que la tierra está fija, que el sol gira alrededor de ella y que los hombres que viven en las antípodas andan boca abajo.
Anatole FRANCE

«Actualizar el blog sin actualizarme a mí mismo es una mezquindad de la que he aprendido a sentirme orgulloso», comenta un poeta cuyo planteamiento troca exactamente los términos de la relación agnada que mantengo con mi cibercriatura. En estos monólogos feroces que aborto regularmente, el nihilismo de amante desamorado que hay en mí se da la lengua en carne viva con la mitogenia difusa de mi temperamento subuniversal. Soñador de acción o criminal de butaca según me case o me divorcie de las vicisitudes que me inventan, he llegado a convertir mi cerebro en un cactus lógico al que tanto he dejado medrar a su manjar, que no sé ya si son sus púas las que atraviesan mis embriones del pensar o los adianos cuernos que conmigo me pongo creciendo retorcidos por dentro... Salvedad de pormenores aparte, que me confabulan, en el dolor desglosado de estas perforaciones se hace patente que nada hay más artificioso que lo natural; prueba abductiva de ello, que al ser probado compruebo que antes se duda de mi cabeza que de mi palabra, siendo la segunda un divisor ocasional y no el cociente justo de la primera.

Puesto que nos han educado para usar la enfermedad mental como una reserva de sentido que permite descalificar aquello que no entendemos rehuyendo así de los riesgos que desafían a esclarecerlo, he aprendido a leer en la mirada del otro lo que averigua cuando atina a leer en la mía, que también en el espejo se me insinúa cual lascivo pozo de contraluces y eso que a mí, bicéfalo y reparanoico, ni yo ni nadie me la cuela de rositas: todo lo cruel que puedan hacerme los foráneos cazadispares me lo he hecho bien solito con la venia de un sublime recato.

Lo peor de cada uno se concentra en los momentos fronterizos sobre los que pivota la transición entre dos mundos, el detestado del que se procede y el sospechado hacia el que se va, que rara vez es mejor que el presente y ni de tumba sirve donde enterrar los errores que quisieran verse florecer.

Abatido por su obra, El alquimista muerto de Elihu Vedder.

7.4.13

EL PARADERO INESCRUTABLE

Al pasar bajo el arco de la eternidad, en la suprema comprensión de nuestra vida mortal está el premio y está el castigo.
Ramón María del VALLE-INCLÁN
La lámpara maravillosa

Ronda el humano su culpa como una mariposa la candela que ha de abrasarla. De cabo a rabo somos culpables, pero sólo de sentirnos culpables, y si el más zopenco soñador, sabiendo que toda voluntad de enmienda es inoperante, considera absurdo arrepentirse de las acciones desempeñadas durante sus fantasías oníricas, ¿en razón de qué sinrazón hasta el individuo menos moralista sigue apegado en alguna de sus andanzas al aflictivo hábito de reconcomerse cuando se conduce por este lado igualmente escénico de la vida, y no busca en el castigo la química lacerante de un placer prohibido secretado en forma de remordimientos? «La comprensión acertada de un asunto y la comprensión desacertada del mismo asunto no se excluyen completamente», le explica el cura a Josef K en El proceso, y ante la frondosidad envolvente del paradero inescrutable de nuestras irrealidades realizadas no basta con perder el juicio para recuperarlo después: punto por punto, sus leyes deben ser abolidas para afianzar lo desconocido que se extiende no tanto más allá, sino más que nada en el acá interior de cada uno.

Se constata una acantilada diferencia de nivel entre el esfuerzo mutilador de quien busca empequeñecer el mundo periférico para sentirse grande, y el efecto integrador de sentirse menos pequeño por haber ampliado el céntrico mundo transpersonal; para todos, sí obstante, las horas ruedan porque el momento, que es único, cae irremisiblemente en el silencio del cosmos, nudo mudo que sirve de expresión a la incontrolable relatividad dentro de la cual divagamos cual larvas existenciales de otros seres o pareceres en los que dormimos hasta el eso que la muerte nos depare.

Quiero y no quiero, sin llegar a acantonarme en el concepto, dispensar el medio pensar del espíritu que asume volverse pupa de su despertar; no quiero y quiero, sin gloriar penas, rajar el vientre de lo manifestado para sacar a la luz una imagen de la existencia que la distinga, con mejor gracia, por encima de esa tiranía de hostilidades que, desgraciada, la define.

La caída de los malditos de Dirk Bouts, cuyos horrores ilustran con alusiones deformes el retorno de la identidad reprimida.

6.4.13

TROPISMOS

Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan. Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.
Jalil YIBRÁN
El loco

Pienso con mayor realismo cuando estoy en desacuerdo conmigo. No ahora, y bien caro lo hago padecer, por más que trate descaradamente de malentenderme a mi favor recetándome la inalcanzable pero necesaria para no apiltrafarse libertad individual, que me he puesto de moda entre tanto frangollar infecciones de ficciones como un valor superior a la pasión amorosa, a la que sin embargo no puede igualar en su irrupción contraventora del orden cuando el corazón trepa con la fuerza de sus lavas hasta las últimas crestas de la realidad sobre medios de miedos, predios pulverulentos y los siempre empinados tedios. Este órgano místico, aureolado por la cultura trovadoresca que no entendía otra ley que la subversión con nombre propio del deseo erótico, ha sido reconducido desde entonces por las estables vías del convencionalismo a los tópicos en cuyos iconos sobrevive degradada en una mueca de lo que fue la insaciabilidad del anhelo absoluto que es su honra. De esta insaciabilidad que no es divina ni demoníaca, sino irreductible tegumento del numen —por decirlo sin objetar el amaneramiento—, uno sólo puede considerarse cautivo o falleciente, jamás curado.

Con un estilo inspirado en el arte victoriano, Colette Calascione introduce conceptos desafiantes que admiten un sinfín de interpretaciones, a cual más caprichosa. Dream of The Hungry Ghost es su pintura favorita.

2.4.13

DE LA FALAZ MEMORIA DE LOS ESPEJOS

Mala memoria, la que sólo funciona hacia atrás.
Lewis CARROLL
A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado

Hay quienes dicen que todos los espejos engañan, en especial los que acostumbran a mostrarnos tan calcos de lo que somos que apenas percibimos las adulteraciones achacables a sus fullerías. Tan bien cuentan que cuentan también que el malhadado que no llega a verse en el espejo es porque está muerto —un hallazgo que la psiquiatría ha embocado con la etiqueta de autoscopia negativa dentro del repertorio de distorsiones esquizofrénicas—, mas quisiera subrayar —casi escribo subrayer, y no en vano— que la metonimia es obligada: quien no logra verse en un muerto como en un límpido espejo es porque acaso no está vivo, y esta clase de oclusión, que es notablemente corriente, no por ello es menos espantosa... Se produce un amago similar de huida ante las pesadas suelas de la evidencia en el poético uso de rotular el mundo según la complacencia y medida de la propia enajenación, pues el sujeto que nombra no posee aquello que designa tal como finge su marca, sólo lo reviste de una imagen sólida a la que pueda confiar el hábito de reconocerse para sentirse a salvo de la sucesiva disgregación sin necesidad de aceptar que al no ser nada igual a sí mismo nada se tiene, ni lo vivido de veras ni el vívido sueño que crece a su vera, nada, ni siquiera algo de la transitoriedad que uno cree conocer por el algo que proteicamente recuerda entre sus dos amnesias cardinales.

Como en La tormenta de William Etty, tras haber perdido las velas de nuestra embarcación, asiremos inquebrantables amada y timón sabiendo que la tempestad es una rebelión de las profundidades dispuestas a mostrar su matriz oculta; dispuestas, loadas sean, a engullirnos con ella.

1.4.13

RISE & FALL

A Ramón Millán, señor del kitasato

Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Antonio MACHADO
El viajero

No soy un monstruo por la relativa deformidad de mis atributos físicos o mentales, tampoco por las desviaciones de mi conducta o las transgresiones a la moral del común cuyas discutibles ventajas no acato ni reconozco; ígnea y principalmente lo soy por la enormidad de las cosas que rechazo. Invirtiendo la declaración de intenciones expresada por un personaje de Palahniuk, quiero que el mundo entero odie lo que adora, desde la adicción a los teléfonos móviles a los estadios deportivos, desde las inseminaciones a señoras muy dignas, pero muy ajadas, a las procesiones que celebrando la patética muerte y ascensión de un poseso descalifican, más allá de lo admisible —incluso como espectáculo—, la existencia no menos funeraria de sus fieles: tal es mi incentivo clandestino de cara a la sociedad, y dado que más vale una guerra sucia que una guarra paz, a las texturas y contexturas imaginarias de la realidad añado diariamente una mimosa transfusión de dinamita.

Hecho por facilidad del dicho un símil vegetativo, la monstruosidad no consiste en tener tan desmesurada copa como raíces, sino en verse mutilado de ambas o en padecer la sobreabundancia de alguno de sus extremos en detrimento del otro. Me viene al serrín la truculencia de los yoshiwaras japoneses con sus felatrices de cinco años especializadas en la succión de los característicos penes diminutos de un pueblo propenso a compensar sus complejos mediante ensañamientos sadomasoquistas, entre los cuales mancha el sentimiento recordar el folclórico ritual del bukkake. Y aun así, lo ominoso no constituye un fenómeno punible por sí mismo, lo punible es el firmamento donde cabe institucionalizar el despliegue de traumas que representa, haciendo norma de lo execrable y de la conciencia discrepante una excrecencia. Si os parece aberración y contrahechura que haya altares consagrados a lo abominable, haced justicia por vuestra propia mano, instilad enmiendas en la combinación de naturaleza y cultura que está en su causa o exigidle una reparación a Dios, caso de aceptar que haya puesto sus fétidas manos sobre la materia caliginosa del espíritu humano. De haber creador, hasta la criatura más horrenda es inocente, eternamente inocente, y con la mutua exposición a la crueldad de nuestras obras es Ello quien nos está pidiendo insistentemente un castigo proporcional al sufrimiento acumulado durante la historia; reprensión equivalente, por otra parte, a imprimir huellas en el viento o sombras en la oscuridad...

Human pardon de Félicien Rops, compinche decadentista de Baudelaire.
 
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