12.4.07

GET AT DARK

Stanley Donwood, Trees
«No sé cómo vives el presente, yo anticipo que algo tremendo va a ocurrir, y no me refiero a la decadencia económica: lo sé porque cada vez estoy menos loco» (Fragmento hurtado a mi correspondencia futura).

Al despertar, tuve dudas de si el bullicio de imágenes en que me vi envuelto fue la estela de un sueño enervante, la impronta de un cuento especulado aprisa antes de dormir o una revelación súbita en el pastoso umbral que precede a la vigila. Sólo me quedan vestigios a partir de los cuales sería un desacierto intentar reconstruir el frágil mecanismo de una historia que se muestre fiel a la lógica interna de las pesadillas. Mejor, así se verán resaltados los detalles más curiosos de la misma, que bien pudieran ser los menos importantes. A veces la nitidez juega en contra de la veracidad y el riesgo de ser tomado por impostor acecha las buenas intenciones, ¿qué se le va a hacer si nada de ello basta para coartarme? El caso es que al protagonista de esta ensoñación, que en su idiosincrasia era yo pero otro muy distinto en su trayectoria vital y fisonomía, se le mostraban los rastros que conducían a un descubrimiento histórico inquietante. Estructurar las pruebas y testimonios le exigió no pocos quebraderos, de los que ofreceré una síntesis despejada del desasosiego que tiñó la experiencia:

Desde hace siglos, los círculos herméticos de hombres empíricos afines a los intereses de la minoría política dominante saben que la corteza terrestre en la cual habitamos constituye la capa más externa de un sistema de geoides superpuestos que giran de forma simétrica, aunque no sincrónica, alrededor de un mismo eje. La corteza del geoide inmediatamente inferior no es un lugar castigado por infernales presiones y temperaturas, sino que está dotada de complejas formas de vida, entre otras la representada por una extraña especie de seres casi mitológicos que han desarrollado una cultura social tan sofisticada como hostil a lo humano. Como en el sueño, los llamaré sumergianos.

En el transcurso de las últimas décadas, se han enviado en repetidas ocasiones brigadas de espías y equipos científicos de sondeo destinados a esclarecer el funcionamiento de este submundo, pero los escasos investigadores que consiguieron regresar no recordaban nada, salvo la imperiosa necesidad de divulgar un mensaje de crueldad homicida mediante arrebatos de demencia furiosa. Algunos psicoanalistas, tal vez con aficiones literarias demasiado transparentes, comentaron que los sujetos hallados en ese estado parecían sufrir el trauma de una regresión hipnótica a la etapa más primigenia de la psique.

Las dificultades que impiden una exploración minuciosa de los sucesos que atañen al submundo están relacionadas con factores que exceden el control deseado por las autoridades. A causa del desfase entre los geoides, los nodos de acceso van diseminándose por los continentes en coordenadas imprevisibles que sólo son viables durante horas con un intervalo de separación de varios años cada vez. Sin embargo, no todos los esfuerzos por estudiar a los sumergianos han sido estériles. Algunos datos han sido confirmados y permiten manejar la idea de que los ancestros directos de esta especie fueron los primitivos dinosaurios del Jurásico, cuya fisiología, según fuentes alternativas a las ortodoxas, no guarda relación alguna con los estereotipos difundidos por la paleontología oficial, disciplina que al parecer forma parte de una maniobra secular para desviar la atención sobre las pistas que pudieran indicar la legendaria presencia en la Tierra de civilizaciones no humanas. Los sumergianos fueron los amos de las dos caras del planeta durante cientos de miles de años antes de que el clima se enfriara. Fue entonces cuando hubieron de refugiarse en la geografía paralela del submundo que inauguró una fase de paulatina decadencia genética, lo que no les impide estar a un nivel psíquico equiparable o quizá superior al Homo sapiens. Nos desprecian como indignos acaparadores de una riqueza que no merecemos. Para ellos, no somos más que intrusos, novatos, advenedizos que obstaculizan su epopeya cósmica. Su sistema nervioso reptiliano puede ser arcaico, pero al haberse adaptado a las situaciones más inhóspitas resulta extremadamente poderoso de cara a la supervivencia, habiendo evolucionado por misteriosos cauces cognitivos hasta adquirir facultades propias del reino feérico —que, por cierto, tradicionalmente se creía ubicado en el reverso de la corteza—. No sólo pueden manipular en gran medida la percepción ajena, sino que disponen de atributos de expansión sensorial que han hecho imposible determinar la naturaleza exacta de su aspecto físico; ni siquiera se sabe con seguridad si son una sociedad compuesta por seres unidos empáticamente en una metaconciencia, o si se trata de un único ser que puede manifestarse como la simulación de una comunidad de monstruos arquetípicos que tienden a adoptar la imagen que más teme el observador. Todo lo que puede asegurarse es que los sumergianos odian a la especie humana y prueba de ello es que han conspirado a lo largo de la historia valiéndose de estrategias de distorsión mental con las que pretenden sobreexcitar las regiones primitivas del cerebro hasta lograr desconectarlas del neocórtex. La pugna es tremenda hasta lo poético: corteza intraterrestre contra corteza terráquea...

La última operación subversiva de la que tuvo constancia mi doble onírico ocurrió a mediados de los años setenta del pasado siglo. Consiguieron introducir en el mercado discográfico un enigmático álbum titulado Get at dark que, además de ser estéticamente un precursor de la música electrónica en su vertiente más siniestra, sirvió para inocular un contagioso virus nervioso cuyos síntomas empezaban con una agresividad delirante que concluía en suicidio si el afectado se veía impedido para matar a otros. Pude escuchar una versión depurada del disco —los originales estaban cuidadosamente extraviados— en casa de un antiguo colaborador con una agencia de inteligencia involucrada en sabotear la tentativa. Para reproducirlo utilizó un artefacto electroneumático con el que logró fascinarme interpretando melodías de una exquisita ambigüedad que jamás me hubieran despertado apetitos criminales. Aquello sonaba realmente bien, encandilaba. Recuerdo que quise hacer una analogía y sólo pude pensar en motetes entonados por coros de glándulas que se multiplicaban sin cesar en ritmos de escabrosa concepción. A partir de este momento, mi memoria se desdibuja en escenas que por escrito serían vana palabrería.

Fuente: Retablo de pesadillas. Inédito. 2005. 

NOTAS
Como un secreto transmitido por generación espontánea, más reseñable que la traslación del sueño son las circunstancias en que se produjo. Acaecido en 2002, algunas de las conjeturas que aparecen en el mismo y hoy son tópicos para las teorías de la conspiración eran, por entonces, corrientes de opinión desconocidas para mí. 
 
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