Existe un principio clásico en la profesión: no tomar a los consumidores por estúpidos, pero sobre todo no olvidar nunca que lo son.
GRUPO MARCUSE
De la miseria humana en el medio publicitario
Si fuera un pelín más cínico (valga también menos escrupuloso), montaría una ONG (Organización Necesitada del Gobierno) y elegiría un escenario rentable para mis operaciones vacunadas por la opinión pública contra la sospecha, lugares depauperados que ofrezcan mano de obra a precios de escándalo y autoridades fácilmente sobornables; quizá el norte de África o alguna región difusa en las selvas de Centroamérica, la cuestión sería objeto de estudio para el departamento de marketing. Aunque la tentación sea grande, no podría llamar a mi empresa Mercenarios Sin Fronteras, Invasión Solidaria, Chantajes Unidos o Sicarios de la Paz porque estas tribus de necrófilos y especialistas en el blanqueo de finanzas con mácula existen con nombres muy parecidos y gozan de buen predicamento. A continuación, para darme publicidad y obtener una liquidez inmediata libre de impuestos, fingiría un secuestro que atribuiría a una franquicia local de la agencia que patentó la última moda en terrorismo internacional, pues la amenaza terrorista está para eso y mucho más, otros la inculparon antes con notable éxito. Entre las exigencias del guión, tendría que entorpecer las negociaciones durante el tiempo suficiente para ganar prestigio como víctima y valor comercial como presa, tiempo que aprovecharía para viajar en la clase preferente de mis apetitos por los rincones más exóticos del mundo dejándome crecer un matojo facial que me sirva de mascarada aciaga frente al mundo. Cuando me sienta agotado o se acaben mis fondos, lo que antes suceda, enviaré un ultimátum al gobierno del país donde tengo la sede y exigiré en rescate una cantidad que me permita seguir ampliando humanitariamente mi negocio. Da igual que la sociedad con la que está en deuda ese gobierno se hallé estancada en una cenagosa fase de crisis económica, lo importante es que en los subterráneos del trapicheo global se comenta que dicho Estado tiene fama de ser dispendioso, de pagar pronto y sin plantear problemas a granujas de toda laya. Tampoco es ningún secreto que muchos de esos canallas se encuentran dentro de sus fronteras y pasan con relativa facilidad a tener nómina en calidad de asesores al servicio de los cargos públicos de turno; incluso abundan los compatriotas que se jactan de haber puesto al peor de ellos al timón otorgándole privilegios de monarca, un lobo guardando al rebaño... Por supuesto, el rescate incluirá cobertura inmunitaria a los actores que han posado para los medios haciéndose pasar por mis secuestradores y con quienes he compartido venturosos momentos en la pasarela televisiva. Finalmente, cuando el entuerto quede resuelto (no aclarado, sino remunerado y blindado a las investigaciones críticas que pudieran hacer mofa de las instancias oficiales implicadas), llegaré triunfante a mi ciudad natal y seré recibido en baño de multitudes entre aplausos que sonarán sinceros y un alud de actos conmemorativos a los que rehusaré acudir por sentirme exhausto. El colofón lo pondrán mis ilustres camaradas de retaguardia, quienes anunciarán mediante un comunicado que seguiremos luchando con tesón y coraje para poder ayudar a las familias que, carentes de los recursos elementales, sería un crimen privar del altruismo de nuestras campañas.
Si fuera menos escrupuloso (valga también un pelín más cínico), permitiría que el lector atento decidiese hasta qué punto cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
Puesto que el mercado recurre en ocasiones al talento de los artistas como herramienta de impacto propagandístico (a falta de buenos creadores los publicistas deben conformarse con sus comandos creativos), el finlandés Akeselli Gallen-Kallela, ilustrador del Kalevala (poema épico escandinavo equiparable a los cantares de gesta medievales), no fue una excepción y en 1907 percibió el potencial lucrativo de asociar la velocidad de un descapotable color sangre con el desnudo de una mujer extasiada en la litografía hecha por encargo, a modo de cartel, para la Bil-Bol.