25.3.17

APENAS UN BOSQUEJO DE LOS MÁS VALIOSOS INVENTOS

¡Venimos!, uno de los exlibris diseñados por M. C. Escher.
¡Oh soberbio teatro del mundo, continúa tus representaciones, a las que nadie suele llamar comedias o tragedias, porque ninguno ha visto todavía el final! ¡Oh teatro de la existencia, prosigue tu espectáculo incesante, en el que a nadie se le devolverá nunca la vida, del mismo modo que no se devuelve el dinero! ¿Por qué no volvió ninguno jamás de entre los muertos? Porque la vida no sabe cautivar como lo hace la muerte, ni tiene la persuasión de la muerte.
Sören KIERKEGAARD
La repetición

Tras haber paseado la iniciativa durante meses al puro capricho de la fantasía y negándome por principio la consulta de referencias externas a mis divagaciones, he tanteado al fin en los pliegues del ciberespacio el asunto y he aquí una lista de inventos que parece repetirse, con alguna variación insustancial, en las principales fuentes visitadas:

— La rueda.
— El papel.
— El alto horno.
— La imprenta.
— El microscopio.
— La máquina de vapor.
— Las vacunas.
— La bombilla.
— El automóvil.
— La radio.
— La penicilina.
— La fibra óptica.
— El microchip.
— Internet.
— El palo de autofoto.*

Da la impresión de que los humanos modernos están pagados de sí mismos con una munificencia temeraria, cual si mirasen los accidentes de la historia abducidos por los efectos especiales que la civilización ha desencadenado en los dos últimos siglos, con tumulto de mecanizaciones y profusión de maquinaciones, no sin haber socavado para lograrlo el significado de acciones y omisiones que se tenían por virtuosas en la era precedente. Fletar aviones, por ejemplo, con hordas de pasajeros en busca del trofeo audiovisual de su estancia en lugares chapados de prestigio es un hecho fuera de toda discusión para la misma visión del mundo que descalifica como un dislate optar por una vida ordenada en el retiro de un cenobio. Es más, no siempre el avance tecnológico cumple la máxima que hace de la necesidad madre de la invención, a menudo la invención engendra necesidades impredecibles como ha sucedido con muchos de los adelantos registrados a partir del eufórico siglo XIX, desde el motor de combustión interna o el fonógrafo a los teléfonos celulares. Deberíamos pensar el valor de los inventos como si partiésemos de un apagón tecnológico irreversible y quedásemos desprovistos de los rudimentos que tendemos a eclipsar gracias a su facilidad actual de producción y adquisición, pero nos encontramos en un contexto donde ya no es posible percibir de forma inmediata, sin hacer un acopio previo de documentación contrastada, la gravedad de las pérdidas ocasionadas por la banalización acelerada de la vida bajo el dominio global de cánones técnicos a expensas de los cuales la persona singular es instruida en una clase de disponibilidad cuyo modelo no es otro que el humano abierto en canal al medio, convertido en un cosificado Homo accesibilis que distrae la confiscación de sus vivencias y ulterior dragado de sus facultades como Homo communicare. Las exigencias permanentes que se le hacen hoy al ser humano tienden a igualarse con las mismas prestaciones que se le piden a la máquina y uno de los síntomas claves para comprender esta mutación radica en la coexistencia de una ingente capacidad movilizadora de estados anímicos, informaciones y mercancías, por un lado, con la interdependencia colectiva para fomentar una fe fatua en la máxima eficiencia y proyección social, por otro. Nuestra unanimidad es inequívoca mientras se rinde a las cotizaciones definidas en función de un menú en línea con las demandas robóticas del estar en pantalla a perpetuidad. Ni siquiera los más críticos con el control informático de la población parecen preparados para desconectarse de las simulaciones montadas por unas plataformas que funden en la turba de la gusanera virtual a individuos de toda calidad, procedencia y condición, indiscernibles en lo sucesivo de cualquier otro proceso computacional que requiera introducir en sus cálculos agentes vivos. Como templo neurálgico de ese cabaret ecuménico donde se agolpan, entre otros devanadores de majaderías, los neocolonizados que se agotan reclusos de sus relicarios móviles en un proactivo desvelo, internet, a qué negarlo, no ha dejado de ser un continente en vías de hipertrofia laberíntica que se intercala con nuestro literal estar de paso, un pasar de estar en sí a hozar camándulas multitudinarias donde perderse o hacer el ridículo impunemente. De balde o no, es a ojos de sus arrepticios un foco mesiánico de atracción «con su tonelaje de cosas regulares y su tonelaje de cosas malas», como sugiere A. R., autor de algunas de las aportaciones más ingeniosas que me han hecho llegar los notables a quienes animé a participar en un sondeo privado sobre los diez inventos menos prescindibles. Por buscar la simetría de sombra, habríamos de preguntarnos a la par de qué sirve poder compartir en un relámpago archivos y escamas de personalidad si después del colapso venidero las destrezas telemáticas de poco valdrán para encender una hoguera, tejer una manta o enmendar un hueso roto. Tras el frustrado intento de esclarecer esta y otras prioridades, mi relación de inventos, por lo pronto provisional, no pretende ser más verdadera ni más exhaustiva que el gusto de haberla confeccionado y la expongo como sigue aunque no necesariamente para ser interpretada por este orden, que debe considerarse aleatorio:

1. La rueda. «Dales un círculo y no dejarán de dar vueltas», machihembré en un viejo lance con el propósito de afilar el aguijón de mi escepticismo. Hecha la prevención y la trampa, a los primeros simios trasteadores debió reclamarles la rueda su cuota de realidad con el ciclo de los días y las noches, con el cambio periódico de las estaciones, con la rotación terrestre reflejada en el desplazamiento del disco solar a través de la bóveda celeste y, más aún, con las pupilas enmarcadas por colores nunca idénticos que hablaban de sobrecogimientos indescriptibles en los prójimos: fue cuestión de conferirle una forma sólida al plenilunio y la cosa echó a rodar por sí sola. Ha de pensarse, por añadidura, que hasta la idea del cero, con cuanto el concepto de vacío es capaz de conjugar, podría provenir de la misma versatilidad de un redondel que gira alrededor del mudo eje del mundo. A despecho de esta digresión, debo poner de relieve que hay un extenso acuerdo entre los historiadores acerca de que la funcionalidad mecánica de la rueda acudió al magín en respuesta a la necesidad de transportar mercancías de origen agrícola. Es un dato, en cualquier caso, cuya ligazón empírica no excluye la posibilidad de operadores arquetípicos en los anillos más arcaicos de la experiencia humana de ser. Las coordenadas donde suponemos que actuamos indican solo una de las múltiples direcciones que pueden ser ensayadas por la imaginación creadora. Nuestra lectura de la realidad no es la realidad, tan solo el mito con que la filtramos. 

2. La escritura, comprendida la pictografía, como el más poderoso y asequible sistema de expresión, intercambio, transmisión y conservación de conocimientos.

3. Aunque procuro pensar en la potencia de simientes y matrices más que en resultados concretos, y con esta muesca en mente a punto he estado de sugerir en masa las aplicaciones derivadas del estudio y familiarización con los cuatro elementos clásicos (el elemento agua, sin entrar en detalles, conllevaría lo relativo a su almacenamiento, potabilización, canalización e irrigación), decido arriesgarme y escojo mi queridísima farmacopea por la conexión galénica a la ciencia de las plantas no sin haber vacilado frente a la elección de la alfarería, hijas ambas del saber telúrico.

4. Los métodos anticonceptivos, en particular aquellos cuyo uso no haga merma de la sensibilidad. Sin la debida separación entre el instinto que nos utiliza como vectores de genes y el placer de la unión carnal, no solo la liberación sexual sería inconcebible, sino asimismo el autocontrol incruento de la natalidad, que seguiría abocado a truculencias como el infanticidio, una práctica sostenida en las regiones depauperadas donde se procrea para el hambre. Tampoco es preciso proclamarse portavoz de una rama homínida divergente para advertir que allí donde las relaciones íntimas no pretenden bombardear la línea de flotación de la amistad y se disfrutan con un erotismo libre del precario apetito de posesividad (apetito del que afiliado ineluctable es el deseo de tener prole), se está favoreciendo un desarrollo del entendimiento social incomparablemente superior a los pegamentos habituales de la paz: mejor enderezan badomías de bonobo que actitudes de chimpancé.

Agradecidas a los métodos contraceptivos, así como al recurso discrecional de medidas abortivas, deberían estar todas las personas con estatura moral por la incalculable cantidad de sufridores y avasallados que su empleo ha ahorrado al orbe.

5. La música como lenguaje supremo de la creatividad al servicio de la emoción.

6. El cuchillo, habida cuenta del escrúpulo que señala entre sus posibilidades el inicio de la carrera armentística, por ser un utensilio básico para llevar a una isla planetaria inaugurada por náufragos y superpoblada de villanía, además del prototipo de otras herramientas concebidas para adaptarse a la mano como se adapta la capacidad de análisis al pensamiento. 

7. La autonomía individual y su culminación congruente en el suicidio. Sin obviar que algunas bestezuelas comúnmente menospreciadas por nuestros congéneres exhiben comportamientos análogos en circunstancias excepcionales (no hay que escarbar mucho: se sabe de canes que se amortajan en la pena hasta consumirse cuando sus dueños desaparecen), e incluso que a nivel corporal existe una forma de obsolescencia celular, la apoptosis, implicada en la gestión del crecimiento mediante un proceso de muerte selectiva que aporta ventajas al organismo en su conjunto, estas versiones autolíticas distan mucho, no obstante, de la aniquilación de sí planteada como mors tempestiva, que a mi juicio es un fenómeno privativo de la consciencia reflexiva y supone una victoria mental sobre los automatismos de la conducta, tanto si son biológicos como aprendidos por imitación gregaria. Lejos de entrar en otras disquisiciones, pues el asunto las merece con amplitud de miras y serenidad en lugar de la voluntad reprobatoria y la desesperación por donde suele oscilar el debate, podría inducirse una relativización del enfoque si se inquiriese qué vida es tan regalada como para justificar el haber venido a ella, o cómo cambiaría la actitud frente al discurrir del propio despeño en la existencia de conocer de antemano el plazo de la misma y las calamidades que habrá de soportar en el ínterin.

8. La amistad (no estrictamente un invento ni vedada a otros seres sintientes), aunque solo fuera porque quienes suavizan nuestras escarpaduras son los responsables de que podamos mantener a raya la demolición ininterrumpida que hemos emprendido armados de misantropía.

9. Llegados hasta aquí y siguiendo el rumbo de interés por los objetos intelectuales sobre los tangibles, dudo entre elegir la invención del derecho o la noción de destino. Respecto a la primera, no me engaño sobre la función dentro del teatro de la existencia que le corresponde al poder instituido, y dado que ninguna ideología autoritaria logró nunca echar raíces en mí tampoco pierdo la escucha de aldabonazos como el de Agamben cuando denuncia que «la hipertrofia del derecho, que pretende ante todo legislar, traiciona incluso, a través de un exceso de legalidad formal, la pérdida de toda legitimidad sustancial»; ni hago caso omiso del desengaño de Juan Poz en la máxima «la ley es el fracaso de la especie»; ni despisto el adagio de Solón reformulado de manera magistral por el aviso de Setantí: «Como telas de araña son las leyes que prenden a la mosca y no al milano». Todo ello es una verdad sin aditivos que quisiera hacer compatible, sin menoscabo de mi celo autárquico, con la preservación del frágil equilibrio de un orden de reciprocidades que podamos sumar jurídicamente sin restarnos lucidez. En cuanto al fatum entendido a modo de adaptación filosófica a la fatalidad en un mundo incognoscible, con frecuencia depravado (la mayor parte de la humanidad, en cualquier momento histórico, habita durante la mayor parte del tiempo en alguna forma de penuria) y carente de certezas pese a que nunca construimos con las manos yermas sobre el legado de los antepasados, podría evocar con añoranza la estabilidad catedralicia de un ecosistema metafísico que ampare al alma cuando implora al reino de lo ignoto un surtidor constante de sentido. La religión, al menos cuando no desvía su motivación original, se atribuye para sí la satisfacción de dicha necesidad; religión a la usanza pagana para mí, no como secta proselitista a la que se acude en rebaño a balar miedos y prejuicios monolíticos, sino como escuela de vida donde se va en busca de un método argumentado de sosiego y claridad que empiece por la aceptación sin enmascaramientos de lo irremediable.

10. La vestimenta (de la cabeza a los pies) y, por ende, los tejidos y otras artes involucradas. Si fuéramos un paso más allá en los aliños del vivir, otro aporte crucial es el jabón y la higiene en sentido amplio, sin que se caiga en el defecto de repudiar la fisiología connatural, o se ancle uno a la adoración engreída de algunas partes que componen su anatomía. Traigamos a colación, porque sirve para cualquier zona de inflexión donde se haga patente que el conocimiento es largo y la vida breve, el segundo precepto délfico que anunciaba «nada en demasía», quizá como pauta para moderar el «conócete a ti mismo». Una persona limpia no es aquella que huele a cosméticos industriales rociados sobre la piel o corrige su aspecto de conformidad con la imagen socialmente aplaudida, sino alguien que comprende la virtud de saber habitar con dignidad la residencia del propio cuerpo. 

Puede que con demasiada ligereza excluyera de mis primitivos inventarios la domesticación del fuego por haber resuelto después que participaba más del descubrimiento encauzado por la suerte que de las victorias de la inteligencia sobre las inclemencias de la realidad. En contrapartida, al no estar a salvo el avance desaforado en un campo de provocar retrocesos en otros, podría objetarse que aquello cuyas bondades son persuasivas en origen raramente dejan de traicionarse en sus secuelas. De esta guisa contemplo la geoponía y la ganadería, con las que se dispara la demografía, se consolidan como ciudades llenas de inmundicias los asentamientos donde proliferan las enfermedades infecciosas y la estratificación social despliega sus males bajo la férrea vigilancia de gobiernos centralizados. No menos irónico es comprobar cómo al explotar sistemáticamente a otras especies el animal humano comienza su marcha imparable hacia la granja de almas... Y mientras daba vueltas a la rueda como icono mágico de la cultura material, me revolvía de calambres con la electricidad, pues al mismo tiempo que los beneficios de su implantación respecto a capacidades de trabajo y comodidades hogareñas son innegables, el horizonte que surgió con la electrificación a ultranza ha multiplicado los modos de exprimirnos y, en síntesis, ha reemplazado a ritmos forzados nuestra ontología milenaria por la eficacia productiva. De este paisaje no me parecen promotores en exclusiva los poderes fácticos que velan por la conservación de sus intereses a costa de penosos sacrificios para muchos más; por encima de su rapacidad patrimonial, creo que para explicar este atolladero cabría invocar la entelequia aristotélica en atención al hecho, tantas veces observado, de que las inercias tecnológicas, aparte de nuevos desafíos, generan más problemas de los que resuelven.

Por último, rondaría el descontento si no especificara que con la farmacopea incluida en la lista le aseguro una posición irrenunciable al alivio de contar con sustancias que ofrecen propiedades analgésicas frente a la inmensidad de dolencias y trastornos que nos acechan, lo que a su vez me pone en el aprieto de tener que disculpar el papel de algunas creencias como franquicias proveedoras de consuelo y me sitúa frente al interrogante de si es lícito todo aquello que tiene por fin la supresión del sufrimiento, sea este de índole física o espiritual.

NOTAS
* La inclusión de este trebejo en la lista es una coña, aunque si se hiciera una encuesta sobre inventos a los zagales de hogaño...

17.3.17

PALOS DE VIDENTE

Ali Gulec, Garden Skull Light
Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.
Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.
Federico GARCÍA LORCA
Poeta en Nueva York

Coronada de fogosidades sin artificio la cena en casa de B. donde su compañía sirvió, con diferencia, el bocado más exquisito a un retablo de estímulos destinados a aligerar el ánimo, pensaba en el libro de Lorca que días antes le había regalado cuando este, perfectamente vertebrado en un estante, cayó de su sitio como imantado por una fuerza misteriosa. No creo que un ente sobrenatural tratara de enviarme un mensaje cifrado a través de canales hurtados a los cálculos de la racionalidad ni que mi estado mental se hubiera calibrado por azar para inducir al volumen un impulso telequinésico; mi explicación es a la vez más física y más mística: estoy a una brizna de persuadirme de que algunas personas podemos recordar el futuro, momentos antes de que acontezca, de una forma que vinculamos por hábito a la esfera de los fenómenos subjetivos hasta que el curso de la realidad los confirma como hechos tangibles. Para ilustrar esta conjetura debo añadir que de Lorca estaba recreando la semejanza entre el retrato de su mirada y la mía en el instante previo a que su poemario cambiara la posición erguida por la yacente. Tampoco se me escapa que el origen de este súbito movimiento podría ser imputable a factores en modo alguno superiores a los pedestres aun cuando un análisis pormenorizado los revelaría de todo punto indeterminables: un estremecimiento que hubiera recorrido un lienzo de la estructura del edificio dentro de límites subliminales para los inquilinos y respetuosos con la estabilidad de otros objetos que permanecieron firmes; una turbulencia imperceptible pero lo bastante sostenida como para que la inclinación del ejemplar oscilara hasta hacerlo volcar por el lado menos proclive; o quizá cualquier otra causa fortuita —¿es lícito juntar ambas palabras?— desprovista de mayores significaciones pese a las inverosimilitudes que habría que aportar en defensa de su probabilidad. Tan empapados estamos del materialismo vulgar de las magnitudes mensurables y fácilmente convertibles en valores monetarios, que de ordinario nos desmemoriamos frente al verdadero crecimiento de la percepción, muy requerida de silencios en su síntesis de contenidos y de quietudes no secuestradas por el acto ni sometidas a la necesidad de propaganda para iniciar su floración.

Sonreí con una extraña familiaridad al imprevisto y volví a pensar, por demás, lo que en tantas ocasiones he circundado de andamios conceptuales: mientras bajo el prisma de la causalidad el mundo aparente se presenta como una imparable cascada de entropías donde cada suceso es el nudo y desenlace de otros no siempre contiguos, contemplado desde la casualidad ese mismo mundo empieza a mutar sus elementos caóticos en formas sincronizadas de sentido que coquetean con el devenir. Nos guste o nos asuste, podemos ver en el interior de esas formas como ellas pueden ver en las nuestras cuando atendemos a las irisaciones de las circunstancias sin el vicio de aferrarnos a sus efectos pasajeros, es decir, haciendo entrega del desinterés apropiado para que todo en ellas sea digno de abundancia.
 
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