¡Dios mío! ¡En qué siglo me habéis hecho nacer!
San POLICARPO
Es tan evidente como la luz del sol que la existencia, tal y como la conocemos, no puede estar bajo la supervisión de ninguna divinidad mínimamente escrupulosa.
Llewelyn POWYS
La gloria de la vida
No estás salvado: has de nacerte más.
PERPETRADOR
Brotes verdes
1
Si la vida fuera un fármaco, serían menester varios tomos para transcribir sus efectos adversos y un par de líneas bastarían para sus indicaciones.
Nadie, excepto un gran derrotado, puede formarse una idea clara de la imposibilidad que supone una vida bien hecha.
Nada haríamos en el mundo si no tomáramos por necesarias las costumbres más despreciables.
Tumbado en una tumba, he ahí lo más erecto que puede estar un humano.
Justo es que uno se sienta digno de sus desalientos ante la plétora de los desalmados que a fuerza de inmundicias prorrogan la sociedad.
Es un error generalizado creer que se puede ser edificante sin ser demoledor. Junto a las razones que ningún servilismo ha logrado dementar ni avillanar, las evidencias aguardan emparedadas tras pesados muros de intereses hostiles a la expansión del conocimiento.
La libertad comienza donde acaba el miedo, pero el miedo no acaba mientras haya celo de cosas que ganar y que perder.
No existe fortuna capaz de comprar la libertad de espíritu que posee quien es ajeno a la intranquilidad de pensar en el dinero.
No sospecha la «libertad para» lo desenvuelta que puede llegar a ser la «libertad de».
Ningún esfuerzo se acomete en vano, ningún empeño queda sin fruto, cuando se trata de conseguir la perdición de la propia libertad.
No solo el éxito como razón y medida de todas las almas, sino que no tenerlo sea un crimen, tal es el mayor desollamiento que debemos a los próceres de nuestro tiempo.
El éxito es un carril demasiado angosto para el espíritu que desdeña reducirse.
A menos que uno haya aprendido a engañarse a sí mismo y olvidado que lo hizo, morirá sin despejar la incertidumbre de sus méritos.
Los grandes hombres son obra de una posteridad empequeñecida.
Habida cuenta de los laureles cosechados por los modos groseros de humanarse, la ironía reflexiva es el único humor que tolera la virtud sin malograrse.
Como el autor de talento en su obra, así está Dios en la suya, presente en todas partes y localizable en ninguna.
Hay sucesos tan fuera de propósito en su buena estrella que solo son explicables por la intervención de una mano providencial.
Nada es más verdadero que la forma de contemplar las cosas y nada menos falso que cada uno lleva en sí demasiadas perspectivas como para no resultar ilusorio.
Porque nada es interesante por sí mismo, porque lo interesante radica en la forma de recrear lo evaluable, la realidad debe ser una lanzadera cognitiva desde donde la imaginación se despegue de todo.
Mezclada va la revelación con el delirio dentro de una maquinaria elemental que urde sus apariencias de formas tan instructivas como destructivas.
Un mundo hecho añicos, que huye de su centro en todas direcciones, solo a costa de iluminaciones contrapuestas a su potencia de fuga puede recibir la bendición de nuestra confianza espiritual.
El determinismo que antaño se buscaba con ahínco en el firmamento ha sido desplazado por la ciencia de hogaño a las constelaciones rubricadas por el genoma. El escrutinio ha descendido de la carta astral a la carta carnal.
No puede haber vocación sin un vínculo fatal de la mente con lo inefable. E incluso si conlleva la ruina física y el aislamiento moral, la única salud aceptable para un ánimo de temple creativo se delibera en los rigores del arte.
Cuando uno crea con alma no debe creer en otra cosa que en el alumbramiento. Ni siquiera las necesidades primarias pueden ser una fuente de distracción para quien bebe directamente del néctar escanciado por las musas.
No sin certeza descubrimos que la sombra que pende sobre nosotros también es proyectada por los sucesos venideros.
Mejor que en la inspiración debiera pensarse en la intuición capaz de hallar la ruta justa en la zarabanda de las ideas que nos acechan sin forma ni sentido definidos.
Todo lo que un autor no haya sabido esclarecer con su arte le sobrevivirá convertido en diana para la avidez cinegética de sus críticos.
Mal anda el artista que necesita recibir palmaditas en la espalda para mover el ingenio. Por el bien de la obra, ahórrense los presentes a la dependencia emocional del creador.
De nuevas remesas de imbéciles no se vaciará el mundo mientras a ojos de los listos haya soñadores que ordeñar.
Si la depresión tuviera arreglo, la vida sería inconcebible.
¿De qué ser hablamos si uno es apenas, y en los mejores casos, otro intento truncado de conjugar al simio con lo eximio?
Muere pero no caduca el juicio que a sí mismo se educa.
Desde que el mundo es mundo, la belleza y la política son realidades tan antagónicas como la sensibilidad y la procreación.
Cuanto más se agita una vida, más parecido revela con un instrumento hueco como el sonajero y menos con la inteligencia.
De todas las expresiones que el ofuscado lupanar de la política exhibe, la que aún no es por completo aborrecible es el motín, en particular el levantamiento que se sabe fracasado por anticipado, porque de todos los trastornos superfluos que ocasionan las disputas civiles ninguno es más idóneo para ilustrar cuán poco ha progresado la humanidad.
La patria es el aire que uno toma y devuelve con su diafragma; lo demás, eso que aparece delimitado en los mapas y retratado en las guías turísticas, es tan solo un marco para acotar lo irrespirable.
No se explica uno qué clase de impulso atroz poseyó a sus ancestros para venir a residir a climas tan inhóspitos como el que habita. Salvo que fueran unos cafres incorregibles —lo que no puede ser descartado de entrada—, quizá su elección se hallara justificada porque gracias a la crispación que producen algunos sitios descubrieron un remedio eficaz para el vicio del «gusto por la vida».
Si el nacionalismo se cura viajando, como pensaba el autor de El árbol de la ciencia, no es menos cierto que el menosprecio del propio terruño suele responder positivamente al mismo tratamiento. El viaje solo se completa cuando anima al regreso.
El imperialismo es inclusivo y el nacionalismo exclusivista; aquel es un falso troquel y este una moneda falsa. Apreciada esta diferencia de relieves, su lugar común es la petulancia de un pueblo convencido de su primacía sobre los foráneos.
La infalibilidad del sufragio ha sucedido a la infalibilidad papal de igual manera que las necedades de la democracia han reemplazado a las contumacias de la teocracia allí donde lo importante, sobre cualquier otro concepto político, sigue siendo acatar al mono dominante.
Sueña la democracia con igualar en mezquindad a la plebe y a la burguesía para intimidar, en todo momento, al que tiene verdadera clase para no imitar el enanismo agigantado de la mayoría.
Cuanto más finas son las paredes de los cubículos, más gruesos son los tímpanos de quienes los habitan.
No vive en paz quien permanece entre aquellos con quienes muy a su pesar se acaba midiendo. La exigua paz que puede tener un mortal consiste en situarse donde nadie que no haya escogido su corazón le tome el pulso.
No cometa uno la ligereza de perder de vista el suelo que ya no pisa.
Metido en tratos con la matriz, el cerebro resolverá que todo lo que sucede más allá de los veinte centímetros de prospección en cavidad ajena no es asunto suyo.
Póngase visión de hondura en cada ser mancillado con el nacimiento y resérvese la vida para ninguna parte, donde no pueda volver a ultrajar el alma.
A fe mía, ninguna calamidad de nuestro siglo sería posible sin la fijación generalizada con la celebridad, sin el pesar de tantos por hacerse notar con la pesantez de los tontos que viven de la prez.
Al barroquismo industrial debemos unos cuantos adminículos fabulosos, algunas infraestructuras útiles y una miríada de profesiones idiotas con sus respectivas legiones de aspirantes.
No hace falta más que contemplar sin apegos los pavores del mundo para empezar a ser menos mugriento.
Cuando un espíritu elegante se pliega de buen grado a los rebajamientos impuestos por la acción, a nadie decepciona más que a sus rivales, a los que priva de un promontorio que atacar. Flaubert alardeaba de su desprecio a los hombres de acción remontándose con él hasta a un designio portentoso: «El pensamiento es eterno, como el alma, y la acción es mortal, como el cuerpo». Calló referir que tampoco el pensamiento se libra de nacer tarado y pacotillero, como algunas deidades de amenes amenazantes, y que en esos casos su eternidad depara un castigo de indefectibles tautologías.
¡A qué contorsiones de la existencia no compelerá la integridad ética! Una vez se asumen principios elevados de conducta, tras los primeros desasimientos afianzados la coherencia exigirá como último tributo el suicidio.
Al puritano se le puede disculpar su fervor, pero no la estupidez de haber puesto al calor de la devotería una olla a presión de bajas pasiones desprovista de válvula de seguridad.
Tan harto estoy de pensarme que ya no me pongo cara; tan harto de encararme conmigo que compongo pensamientos como si tuviera la osadía de haberme arrancado de mí mismo.
Mi presencia aporta todavía esencia de leticia a algunas personas. ¿Cómo no ver en la hilatura de sus sonrisas la red con que soy pescado por la vida?
Como de costumbre, me he levantado por error; como por error, me he acostumbrado a dormir de pie.