26.9.15

VENIR DE FIRULETE

Gustav Klimt, Hayedo I
Él es poderoso en el mundo cercano, pero maldice su poder que fue comprado con su armonía de alma, su inocencia, su paz interior en el abrazo de la vida.
Peter WESSEL ZAPFFE
El último Mesías

Animal erguido en sus quimeras y postrado por deseos insaciables, cada humano lleva en sí mismo el vaivén entre horrores e irrisiones que es el mundo. Por muy regalada de bondades que devenga una existencia en esta cacogenésica y presurizada populación, ninguna bienaventuranza, ninguna dicha real o fabulada, puede compensar la atrocidad de haber nacido.

No envidio a nadie, y antes que fruncir pelusas me padezco al compadecer a quienes creen, con más alma reprimida que conciencia, en la prelación de venir a ser sobre la alternativa de la esterilidad. Incluso a nivel de meandros mentales los caudales de su suerte pintan feos porque carecen no ya de argumentos filosóficos que apuntalen a una causa respetable la adherencia a la barbarie de proliferar, sino de un aval ético para justificar el desmadre renovado a golpe de fecundación.

En contra del dictamen que a fación de apariencia se colige, las personas más sufridas suelen amarrarse con mayores ahíncos al menor resuello de vida; son porfías que deslucen, a fe de este anacronista, y guarnecer quisiera por ello con una voluta de Antero:

«Que seamos pequeños se admite
—a fin de cuentas el tamaño nos vino impuesto—
lo imperdonable es que pensemos como piojos».

24.9.15

ELEGÍA POR UNA INTERRUPCIÓN GENÉSICA

Todos se agitan, lo unos meditando y los otros actuando, el tumulto es indescriptible. ¿Pero cuál es el último fin de todo esto? Mantener individuos efímeros y atormentados durante un breve lapso de tiempo, en el mejor de los casos una miseria soportable y una comparativa ausencia de dolor a la que enseguida acecha el aburrimiento; luego, la propagación de esa especie y sus afanes. En toda esa manifiesta desproporción entre el esfuerzo y la recompensa, la voluntad de vivir desde ese punto de vista se nos aparece objetivamente como una necedad y subjetivamente como una ilusión que mueve a todo ser viviente a trabajar con el más extremado esfuerzo por algo que no tiene valor.
Arthur SCHOPENHAUER
El mundo como voluntad y representación

Exhibiendo una eficacia inversa a la del Diablo, cuya uterina astucia consiste en hacer creer que no existe, la mayor jugarreta de una tiranía es convencer a la mayoría de que la libertad está garantizada; la treta de la naturaleza, más imperativa que la peor dictadura concebida por criatura alguna, ha infiltrado un mantra biótico conforme al cual sentenciar condenas de existencia es un derecho consustancial a los humanos solo por ser portadores de órganos reproductores. Insumiso a los preceptos del Creador en las alturas, nadie como Lucifer, el Partero, lo ha servido más metódicamente en este valle de desguaces orgánicos. Que padecemos una época infernal se hace patente por medio de un sinfín de martirios que sería lastimoso enumerar, empezando por la trampa que ha convertido los principales escenarios de nuestra ruina en una conspiración genética y cultural contra la nobleza, sentida aquí como la capacidad de dar lo más depurado de sí mismo en cada pormenor o bien, ante la duda, la prudencia de adoptar, contra vientos y mareas colectivas, la conducta menos prolífica, es decir, la más inmune a infecciones ontológicas. 

Con el promedio de la población mundial inadaptada todavía al descrédito soportado por el señuelo cristiano de la salvación de un alma que, según el mensaje bíblico, guarda más similitud con el culto timorato al propio culo que con la trascendencia de la identidad, e ignorante en gran medida esa misma grey de las sutilezas metafísicas de otras religiones que, cansadas de reiniciar el absurdo de la encarnación, han buscado el acceso a lo que algunos han expresado como Dios Desconocido o No Ser tras una vía de desenredo espiritual estructurada en una esquena de etapas demasiado fatigosas para la urgencia acomodaticia de la mentalidad actual, la esperanza en la supuesta nada que nos acogerá al espicharla se encarga hoy de traducir a estímulos compatibles con los pesares y ajetreos cotidianos una revisión ansiolítica del carpe diem: «Puesto que solo hay esto, ¡abundemos en ello!»

Al desencantado del artesonado de una realidad compuesta de inclemencias se le reprocha con puntualidad la incongruente actitud de prorrogar el suicidio, imprecación incrementada por la ineptitud del censurador que elude considerar no solo cuestiones que atañen a la esfera de las intimidades compartidas, como el daño adicional que puede provocar el apostrofado con su desaparición voluntaria a seres a quienes una deuda de afecto veda ocasionar ese trauma, sino incluso la posibilidad filosófica de que la vida que el optimista alaba tan a la ligera no finalice con la muerte, premeditada o no, del pesimista que la juzga sometida, con razón, a crueldades intolerables. Y si ninguna fuerza lógica puede obligar a otro a apagarse contra su arbitrio, tampoco es óbice para que el sufrimiento intrínseco a la condición humana, rea de conciencia en la enfermedad degenerativa de subsistir, no guíe a la poderosa conclusión de que mejor que el mundo sin nosotros, estaríamos nosotros sin él.

Ciertamente, en vista de la obstinación combinatoria de las partículas caídas en el precipicio de la eternidad, no seremos la primera ni la última especie accidentada en la lucidez de su tragedia que se extinga a lo largo de los eones, pero nada en nuestra agitada odisea planetaria impide que podamos asumir una experiencia pionera centrándonos en la negación a cebar el destino con descendientes que multipliquen el aciago impulso de mantener en movimiento la maquinaria evolutiva. Solo elevándose a esta responsabilidad sin precedentes el homínido merecerá el sobrenombre de sabio que se concedió cuando ni siquiera imaginaba que este calificativo lo retaba a la síntesis de su más cumplida claudicación, una retirada que quizá no resulte definitiva si especulamos a la sombra del anatema que postula la repetición del universo hasta la náusea infinita. Así podemos deducirlo a tenor de la hipótesis de ergodicidad (del griego έργον, trabajo, y οδός, camino), en la que desentraño una ratificación matemática —excusada sea mi deficiente autoridad en la materia— de la antigua noción de palingenesia, el perpetuo ciclo de muerte y renacimiento de lo existente; establece que a partir de una cantidad limitada de energía, todos los estados que pueda adoptar el sistema que la contiene son igualmente probables cuando el tiempo disponible para conjugarlos es suficientemente prolongado. Si además de verosímil esta suposición no es falsa, el error de nuestra especie no acabaría con su desaparición, ya que la dinámica interna del cosmodrama implicaría que para llevar a término la anulación de un capítulo tendría que paralizarse, en consonancia, la totalidad. Tarea ímproba, física y teleológicamente delirante, en la que vuelve acorralarnos la ironía, enmascarada como fatalidad, de Ananké, la Necesidad a la que los dioses, por arrogantes que sean, también deben rendir programaciones.

Incontables estrellas han de agonizar para que bulla una vida e incalculables vidas serán trituradas para encender una estrella; entre ambas, la inteligencia consciente se halla acosada como el misterio azaroso de un faro que rutila en precario sin saber qué hacer consigo, salvo vaticinar su próximo colapso. No ha bastado que hayamos hecho de nuestra historia el despliegue de un deicidio ni funcionará que acordemos escapar de las tempestades milenarias ciñéndonos la corona del homicidio ecuménico; lo inconcebible, que se agita en el lecho abismal de cada uno, exige que cometamos lo imposible, nos conmina a que seamos cosmicidas frustrados.

Creo que El Bosco, talento ejecutor de este muestrario de pecados capitales, «aquellos a los que la naturaleza humana caída —comenta el autor de la Summa— está principalmente inclinada», admitiría de buen grado que estas sietes pasiones gobiernan el orbe porque este, a su vez, se arrebata con una octava que no se nombra: el miedo... ¿En qué categoría introducimos la procreación?

22.9.15

TELEONOMÍA

Los durmientes son colaboradores de lo que sucede en el mundo.
HERÁCLITO
Fragmento DK B75

Toda conducta regulada por la autoprotección del material genético guarda más afinidad con el reflejo atávico de una bacteria que con los espasmos de horror necesarios para vomitarse en la conciencia. No se dispone de ningún conocimiento capaz de volver favorable a la lucidez la pulsión de perdurar como especie, como tampoco nadie ha dado nunca un motivo desprovisto de engaño para prolongar la existencia cuando el mecanismo de connivencias hipnóticas que la preservan se revela inútil o, contra todo proyecto y distracción, se estropea.

Diríase que la brecha abierta entre la expansión cósmica y la surgida en el núcleo incontenible del ser consciente es un error que horada el muro del instinto de conservación y deja en adefesio la eficiencia constructiva del devenir natural.

Folio 76v del manuscrito Le Livre et le vraye hystoire du bon roy Alixandre (BL Royal 20 B XX), cuyas páginas encauzan un ameno recorrido simbólico que toma como protagonista a Alejandro Magno, a quien podemos ver explorando los límites del cielo, símil del microcosmos craneal, gracias al desempeño volátil de varios grifos.

20.9.15

DEL PAULATINO ACEFALISMO

Pieter van Laer, il Bamboccio, Autorretrato como mago
La ignorancia de la propia ignorancia acompaña firmemente al conocimiento.
Stanislaw LEM
Golem XIV

En esa lejana antigüedad que podríamos situar tras los albores de la escritura pero antes de que la domesticación de los elementos diera lugar a una explosión de oficios y refracciones hermenéuticas, cualquiera dotado de una reserva generosa de tiempo, disciplina y curiosidad podía adquirir, sin demasiados tropiezos, los principales conocimientos desarrollados por la especie. Hoy, sin embargo, el vasto árbol de las humanidades, de las ciencias y de las industrias, con sus respectivas subdivisiones y especializaciones, ha eclipsado la potencia intelectual de los hombres y hasta los ejemplares más eminentes confían cada vez más su pensamiento a las máquinas para mayor número de tareas, entre las que debe subrayarse el trabajo sucio de procesar un mundo donde la biosfera, cual templo de prestigio perimido, ha sido desplazada en concepto por la datosfera, ecosistema virtual de laberintos computacionales donde la información pulula tumultuosa y es disputada por aquellos cuyo éxito depende de maximizar la precisión de todo tipo de variables de comportamiento en aras del pronóstico más ventajoso.

Inconscientes de los devastadores efectos secundarios de esta creciente delegación mental, las nuevas generaciones toman por un incremento auxiliar de la encefalización lo que no es sino el espejismo producido por la transición de relegar, junto con el cálculo, la memoria y la intimidad, el esplendor de nuestras siempre vacilantes facultades cerebrales a la lógica desalmada de la cibernética, campo donde los bots cumplen la función de patriarcas mientras los expertos ofician como sumos sacerdotes. Se puede discrepar sobre los medios que requiere este planteamiento emergente de la realidad colectiva, pero la elección de los fines está cerrada al debate, no se pone en riesgo de crítica, y hasta quienes detentan una cuota importante de poder deben guiarse sin contravenir el interés pautado por la plantilla tecnocrática del saber y del hacer.

Contra la glaciación espiritual que se aproxima y ya se siente en el desdén mostrado hacia los verdaderos desafíos, que exigen entre otros apremios la repolitización de los conflictos ocasionados por la perspectiva de un horizonte unilateral, acaricio el comodín de una hipótesis dialéctica: el espíritu de la imaginación (con sus deserciones) y el espíritu de la colmena (con sus anclajes) se interoponen de tal suerte, que a medida que este último se pavonea victorioso aquel trama una reacción proporcional a la vitalidad desalojada.

19.9.15

HIC ET NUNC

Telemaco Signorini, L'alzaia

Hubo un tiempo en que existía un vínculo directo entre la desesperación (individual) y la explosión (social). Hoy existe un vínculo entre la depresión y la implosión. Un día este mundo implosionará. 
Alain de BENOIST
La sociedad depresiva

Al haber trastocado el orden en injusticia y la corrupción en un imperativo estructural de la doma de los asuntos públicos, la clase política se ha vuelto odiosa no solo hasta el grado de acaparar el primer plano de las causas del malestar, sino de haberlo propagado a las competencias directivas en general y al simulacro de contrato social que la respaldaba en particular; ha creado, con todo lujo de oprobios, traiciones y peculados, las condiciones propicias para la extinción no tanto del monopolio corporativo del Estado, cuya disolución mis ojos no verán, como de la paz civil que, no sin graves tergiversaciones oficiales de la historia ni solapadas fricciones internas, se sostenía a pesar de los gobiernos.

Por diferente que sea la concepción ideológica del mundo que uno se forme, nadie reprochará como insensato el principio de conceder mayores licencias a quien adopta responsabilidades superiores, pero muy escaso sentido de la equidad revelará si no se subleva apenas roto el equilibrio de correspondencias que debe existir entre cargos máximos y máximas cargas.

18.9.15

DESNUTRIR EL SISTEMA DE LOS OBJETOS

Aquel que vive
arrojando de sí todos los deseos,
sin apego por nada,
liberado de la idea de «lo mío»,
liberado de la idea del «yo»,
aquel alcanza la paz.
Bhagavad Gītā 2, 71

Cada día, a cada maldito instante, queda demostrado que pocas creencias son más hostiles a la prosperidad social que la confianza en el progreso tecnoeconómico y, no obstante, pocas actitudes son más despreciadas que la autocontención de la natalidad por los mismos que se escandalizan ante sucesos íntimamente ligados al catecismo del crecimiento, cuales son, entre otros atolladeros, la intoxicación medioambiental, las convulsiones migratorias, la devaluación de la mano de obra y las interminables guerras que engrosan con bajas civiles combates donde ningún alto mando, al igual que ninguno de sus instigadores, corre jamás peligro alguno. Será porque la posibilidad de permitir a los humanos administrar mejor los limitados recursos materiales y discernir, con mayores márgenes de maniobra, la finalidad específica de su papel planetario les parece una alternativa que coarta sus derechos básicos, pues así designan hábitos tan irreflexivos como aquel que los convierte en fabricantes de cadáveres, o ese otro que los entrega en adicción al consumo de fruslerías rentables por cuanto aumentan la capacidad de absorción del mercado. 

Siempre será peligrosa la voluntad que procura hacer coincidir la humanidad con algún modelo de orden ideal y lo prueba el hecho de que todavía, a la izquierda y a la derecha, se preconizan a todo trapo recetas de cambio subordinadas al productivismo a modo de única vía de recuperación colectiva. Pero remisa al redondeo de cualquier aritmética política, la realidad presenta curvas menos amables en la carrera hacia el erebo y el desarrollo de una nación sirve así, con metódico empuje, para que caigan más rápidamente sus proles al vertedero. Solo las omisiones soberanas, desde la abstención de dar eco mental a ciertas redes a la renuncia a procrear, proponen la última forma de congruencia inconformista en el seno de una especie que todo se lo permite, excepto criticarse, y a la que nada ha ofuscado tanto como la admiración profesada a la transparencia comunicativa... Ni la Gestapo soñó con una utilidad como Twitter; han tenido que ser los sucesores de sus supuestos adversarios quienes han extendido al deseo de figurar los dispositivos de vigilancia generalizada.

Si se trata de lucir conclusiones diáfanas, en la tez se me insinúa la sombra dentada de una media luna al recordar que fue un metafísico de la talla de Kant, cuyas moralinas muchos de nuestros autómatas biológicos aplaudirían con gusto, quien opinaba de los seres sumisos a la irracionalidad de los impulsos que tienen «un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos».

Inepto para seguir siendo donante de medida en todas las cosas, el hombre ha reculado hasta abreviar en la cosa toda su medida.

También lo grande se pulveriza cuando lo heredan pueblos minúsculos. The Course of Empire: Destruction, de Thomas Cole.
 
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