29.9.10

CONTRAPUNTO


Comprendí que el designio estaba latente en mi voluntad.
Knut HANSUM
Pan

El señor Ori Nokoi era muy severo con la educación de sus vástagos, sobre todo en las facetas relacionadas con el arte de la expresión armónica aplicada a los flujos de melodía y ritmo, lo que ocasionaba por su nivel de exigencia notables fricciones en el trato cotidiano con sus hijos, pero no podía ser de otro modo porque se sentía depositario de una responsabilidad inmensa, la de ser el único heredero vivo de una tradición secular que había llegado a dominar la estructura de la composición musical como un territorio conquistado al tiempo por concienzudos laberintos de arquitectura abstracta.

Los signos del devenir mutaban velozmente, y con cierto pesar observaba que lo que antes se movía a la velocidad del caballo ahora se comprimía en la concatenación íntima de los sucesos a causa de la presencia a gran escala del vapor y la electricidad. Sabía que con suerte y una rigurosa disciplina alimentaria tal vez alcanzaría a prolongar durante otra década su lucidez didáctica, un plazo que temía insuficiente para la transmisión de un conocimiento que a él como virtuoso le había costado un cuarto de siglo asimilar y casi otro tanto depurar de elementos espurios. Sus descendientes reunían cualidades sobresalientes para el estudio, en especial la joven Gadna, y en ella concentraba el afecto destinado a renovar el deseo de entrenarla para una completa excelencia. Sin embargo, aun aceptando que el legado de los antepasados debía ser respetado en su integridad, había descubierto en el análisis pormenorizado, microcósmico, la existencia de lo que para sí mismo designaba como «la tentación de la tiniebla», a la que podríamos referirnos también como una presencia de factores viciados, inaprensibles para el profano, que distorsionaban el resultado ejecutado conforme a la ortodoxia de la vieja usanza. Sombras de duda que el señor Nokoi, cuya humildad tenía por un referente en permanente estima, saldaba en circunstancias normales decidiendo que el desviado era él, pues era harto improbable sospechar que ese giro hacia lo siniestro hubiera pasado inadvertido a sus sabios precursores, o peor aún, que todos ellos se hubiesen entregado al cultivo de una práctica secreta disponiendo aquí y allá, de una forma tan delicada y sutil los principios rectores de un sabotaje encubierto que nadie incapaz de hallarse a su nivel podría percibir como una luxación creciente en el despliegue interno de cada obra. En los raros e insondables momentos que se dejaba caer en picado a la suspicacia aferrado a las alas negras de su delirio, pensaba que sus maestros habían sido más perversos de lo que nunca imaginó, y que la mayor entre las proezas artísticas que les había atribuido se reducía, en realidad, a reírse soberanamente de sus discípulos a través de las generaciones, a quienes enseñaban una perspectiva trucada con el propósito de que la confianza ciega los hiciera desmerecedores de continuar el magisterio por su falta de discernimiento para entender el sarcasmo, acaso una estrategia maliciosa preparada para una selección a la inversa. Consideró con profunda zozobra la gravedad de que sus mentores hubieran sucumbido a los desgarros masoquistas del escepticismo, hipótesis que una vez contemplada desde todos los ángulos concebibles sustituyo por otra conjetura, no menos disparatada, a la que terminó por adaptarse con taciturna expectativa cuidándose de no mostrar el menor indicio de cambio en su semblante: la última lección y su refinamiento, el verdadero desafío, consistía en desenredar los misterios paranoicos de un juego cifrado en la doctrina que le permitiría alzarse por encima de la misma y comprenderla mejor.

Gadna, prodigiosa con el santoor, se propuso interpretar ante su anciano padre y su hermano menor Ipsarko la evocadora pieza Gnossienne 1 de Satie en memoria de su madre, que no sólo la tasó a lo largo de su vida como su sinfonía predilecta, sino que además cumpliría al mediodía un año exacto que había escapado por su propia mano de la vehemencia anticipada de un cáncer incurable. Tenso el ánimo de los presentes en un arco de reflexiones abismales y añoranzas sin sosiego, ya desde los primeros compases el señor Nokoi advirtió que su hija estaba introduciendo con una técnica intachable un porcentaje demasiado alto de tiniebla en el desarrollo de la partitura, vislumbrando de inmediato, segundos antes de que ocurriera, la fatídica conexión de efectos que provocaría en caso de proseguir: la vibración exagerada de una nota próxima inquietaría al mastín que dormitaba a escasa distancia, cuyos ladridos se sumarían a los siguientes acordes de una manera terrorífica que pondría en desbandada a los gorriones refugiados en el nogal más frondoso del jardín, dispersión instintiva que a su vez, allende el muro que delimitaba el perímetro de la casa, pasaría rozando con estrépito la gorra de un policía ebrio desde primeras horas de la mañana para atenuar el descubrimiento de una infidelidad conyugal, quien de forma impulsiva sacaría su arma reglamentaria y abriría fuego a tontas y a locas contra el nubarrón de aves, que no estaban por dejarse cazar por el azar que acertaría en pleno rostro a Damolko, el otro hermano de Gadna e Ipsarko, quien a paso raudo y con bastante retraso doblaría la esquina en ese instante para acudir a la cita que tenía con su familia.

El señor Nokoi rugió a tiempo un «¡así no!» y su hija, sin explicarse la razón del inesperado énfasis recriminatorio, habituada como estaba a tragarse las protestas, enmudeció las cuerdas que dieron unísono volumen a su fantasía agitadas por una escena donde el padre era la víctima de un disparo a quemahueso en la cara.

Trasiego brujeril en un aquelarre alucinógeno, fechado en 1510, por el pintor y grabador Hans Baldung.

24.9.10

TRÍO DE NEGACIONES



Exonerado del ímpetu falaz de dar consejos, y rematada sin asomo de lástima la arrogancia de encadenar consignas que siento cada vez más ajenas a mi incumbencia, quiero abandonarme en lo que duran varios parpadeos a la fruición artesanal de compartir mis tres negaciones medulares para entonar una vida asertiva (que es palabra que odio tanto como altruista, problemática o dismenorrea):

– No hacer nada que contribuya a que el mundo sea más feo de lo que es (por supuesto, recae sobre cada uno la responsabilidad de delimitar esta categoría afectiva, ética y sensorial).

– No fingir capacidades que no se poseen (la ambición es una pésima instructora, máxime cuando no la precede el talento).

– No comprometerse a emprender iniciativas que tengan un origen extraño al propio convencimiento, así como evitar especialmente aquellas que lo tengan como finalidad.


El texto me ha servido de coartada para mencionar que Santiago Caruso es un artista que sabe arrancar música a las vísceras con pinceladas dotadas de suave elegancia. Como no me decidía entre la primera imagen (la número 11 de las 29 que ilustran el libro La condesa sangrienta) y Remordimiento (publicada en la revista argentina Caras y caretas), al final he optado por subir ambas.

23.9.10

VIUDO DE FE


Incluso un reloj roto acierta dos veces al día.
Máxima popular

Podría empezar diciendo que no sé si creerme que mi sombra es alargada porque la luz de mi entendimiento también lo es, pero como aserto sentencioso se presta bien al estraperlo de pasar por un hecho probado frente a mi perenne falta de convicción la idea de que donde penumbra e iluminación se abrazan, nace y declina mi conciencia en una mayonesa de experiencias morbosas que acompañan al epicentro abúlico y la dorada agonía de mis fuerzas. Otra imagen amartillada para romper la cáscara de este párrafo convidaba a la sugerencia de que todos tenemos un agujero oculto por donde nadie puede mirar; un agujero tenebroso por donde se escurre el alma –lo siento, no es el ano– con la misma celeridad que perdí hace tiempo por el desagüe el apoyo de Dios –miserable criatura– y el beneplácito de los hombres –fabuladores incorregibles– en lo que juzgo un menoscabo bicéfalo que antes celebro al cuadrado que sustraigo al suspiro, pues lo triste del detrimento se reduce, a mi criterio, a haber extraviado con ellos la confianza que me tenía en calidad de hombre capaz de proyectarse a lo divino o, mutatis mutandis, de divinidad zurcida en lo humano. A cuestas, por tanto, con la investigación de esta errata de mi destino, creo que lo apropiado sería dar comienzo de una vez con el relato de un descubrimiento de dolores atípicos cuyos ecos apaisados atraviesan todas las direcciones biográficas dejando sentir su impacto no sólo mucho después de que el estrépito se haya diseminado, cuando apenas queda sustancia sensible para el recuerdo ni remembranzas emotivas que sustantivar, sino antes incluso de que se produzca, que es justo lo que empaña ahora mis córneas por los tormentos que anticipo inmensos e indestructibles más que por los sufrimientos que he causado o padecido –dos líneas paralelas convergentes en el infinito–, y que son, en definitiva, los desafueros que me han motivado para enraizar estas precarias razones por escrito.

Uno más entre las huestes de altos cardos y cicutas.

22.9.10

RELAPSO


Tengo que hacer un gran esfuerzo para creerme lo que veo, y empiezo a estar asustado de ver algunas cosas por si acaso tengo que creérmelas.
Flann O'BRIEN
El tercer policía

Cuando escribo, actividad que normalmente ejercito recluido en mi gabinete, pienso que la vida está ahí fuera, que dentro del observatorio que he alzado con ladrillos de textos propios y ajenos solo puede haber un pálido reflejo de la auténtica experiencia; sin embargo, cuando salgo al mundo, pronto vuelvo a convencerme de que la vida está entre mis libros y lucubraciones, hasta que a fuerza de escribir agoto la certidumbre. Por el camino de ida y vuelta entre lo uno y lo otro, el uno se pierde y el otro se escapa. Y si la vida está en ambas partes, como razonablemente sugiere un amigo, ¿dónde estaré yo que no la encuentro? Lo ignoro y tampoco me importa, porque de igual forma que la realidad no necesita ser verdadera para existir, mi existencia no necesita ser real para extraviarse. Es entonces cuando me susurro mantras incandescentes como «de yo a yo no hay nada, salvo una ilusión de principio y un presagio seguro del fin», o diamantes en bruto del tipo «por el mero hecho de nacer cada individuo es un atentado permanente contra su conciencia, y quien no lo sea, carece sencillamente de conciencia», pero claro, se trata de conceptos enrarecidos por la atmósfera opresiva del pensamiento al que he de atizar en estos términos para que se consuma cuanto antes:

«Paseante solitario demorado junto a mí, ¡aléjate o te rompo! Eres la herida abierta de mi náusea sin arcada, el espejo roto de mis deseos marchitos, la sombra pegajosa de mi traición».

18.9.10

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS PESADILLAS


A Sonia con cariño por su deliciosa vulnerabilidad

El mundo del querer sobrevivir es el infierno; sólo lo que no quiere sobrevivir a todo precio tiene la ocasión de una vitalidad real. Pero semejante vida no puede menos de presentarse como nula desde la perspectiva de la lucha por la existencia.
Rüdiger SAFRANSKI
El mal o el drama de la libertad


La religión organizada fue concebida para dirigir desde dentro la conducta de las masas; la publicidad contemporánea también, salvo por una diferencia con su predecesora: lo hace mejor. Técnica y tecnocráticamente, el dogma publicitario es la eucaristía del pueblo que se consagra al nuevo culto acelerado del hiperconsumo. Atacar la contaminación mental que representa esta cruzada propagandística es hoy un requisito de la crítica como antaño, con la Ilustración, lo fue desmitificar los fantasmas morales de la superstición, pero es una empresa ardua cuya ruta está sembrada de trampas para la conciencia, pues a cada instante se nos ofrecen como antídotos actitudes que derivan de la misma ruindad responsable, en gran medida, de los trastornos actuales; de ese carburante de calamidades que algunos intoxicadores especializados llaman pensamiento positivo, y que instituye una forma de referirse con apostura, eludiendo la negación, al acto hueco de no pensar en absoluto.

En estos tiempos de amasijo en los que proliferan los ciegos que se creen tuertos y raro es el tuerto que no se cree rey, la acomodación ansiosa de la voluntad a una creencia de efectos dopantes nos asegura un cerco de vacío, cuando no una abierta repulsa, a quienes acusamos directamente al optimismo de contribuir en muchos quilates a hacer del mundo un lugar más inhóspito. Sin embargo, ¿quién puede rebatir que por optimismo se devastan los recursos disponibles, se tienen hijos en exceso y se embrutece la gente trabajando más horas de las que precisan sus necesidades a instancias de la presión mediática para alcanzar el paraíso desechable del éxito? El optimismo es una de las cargas más activas de esa imparable bomba de relojería que es la sociedad globalizada, y mientras algunos permanecemos intrigados a la espera de que explote –¿puedo frotarme las manos por anticipado?–, su espectacular despliegue de incontinencias nos va llenando de porquería.

Por gentileza de Ash Sivils, artista oriunda de Nashville, este The Queen fechado en 2008.

16.9.10

REMUERTE


No hay mayor teatro para la virtud que la propia conciencia.
CICERÓN
Conversaciones en Túsculo

Cualquier fórmula que solucione el problema de la angustia existencial (del vacío de vivir, de la inanidad de los afanes y del fracaso del pensamiento), tendrá que empezar por exterminar social y psicológicamente a quien lo padece. El dolor es el hueso del sujeto; privado de su pena, sin tuétano venenoso que roer, el hombre se desploma.

A: ¿En serio?
Z: Vaya, te lo dice un experto en tumoraciones del alma.
A: ¿Y qué haré yo si cada vez soy menos humano?
Z: Pues lo mismo que yo, musiquita de látigo con arabescos de ironía.
A: Es patético.
Z: No lo dudes, so criminal:

Anoche lloré lava,
magma de mi cobardía,
pensé que si me mataba
–tal como yo quería–,
nacería de inmediato
sin haber cambiado nada.

A: Ya puestos en rotura, salgan de mí los versos cimarrones de unas coplas que me delatan:

Duro me llaman
porque pretendo
no entrar al trapo,
sino romperlo;

mas soy blando
porque no quiero
ir al entierro
de mis lamentos.

Querido Vania Zouravliov, ¿a ti qué te te ha pasado para poder dibujar así? No me canso de tenerte otra vez por aquí embelleciendo con la imaginería de tus obsesiones mis artefactos verbales tan dados a lustrar esplendores patibularios. Creo que ambos sabemos lo que significa sentirse desbordados por un amor inmenso ante el quebrantamiento de las ilusiones.

8.9.10

LAS GALERADAS DE MI GALERÍA


Sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo.
NIETZSCHE
El nacimiento de la tragedia

Azares y pesares han contribuido a que el elenco de mis personajes se estreche en vez de ampliarse con la experiencia. El ermitaño acapara demasiado tiempo, mientras que el currante abrasa, día tras día, la flor estoica de mis energías; poco le queda al amante, casi nada al seductor, menos aún al familiar que compagino con el amigo, y debo esforzarme por mantener a raya al escritor que se vanagloria cuando lo denuncio ante el tribunal de la conciencia por su testaruda monomanía. Sé que la geometría variable de la personalidad no es un haber, sino un poder facetado donde lo idóneo es dotar de una máscara flexible a cada emoción así como de una función heurística a cada máscara, pero de momento, y aun siendo escasos mis papeles, no es despreciable lo que consigo al impedir que se enreden unos con otros, porque en las más diversas situaciones caracterizadas por un cambio continuo de relaciones que mantienen la esencia del juego inmutable, lo realmente miserable, lo que uno jamás debería perdonarse, es acabar pareciéndose a sí mismo demasiado.

3.9.10

AXIOMA


Cuando creas estar en la cima de la montaña, pregúntate lenta y atentamente si no estará la montaña encima de ti.
(Yo, en dura charla con/contra mi Ello)

El universo es simultáneo –esto lo intuyo–, pero el conocimiento es sucesivo –esto lo sufro–. Concebido en el seno de la tensión entre uno y otro, el engendro humano no se cansa de inventar dioses cómplices que lo eximen de pensar y lo ayudan a matar, añora una inmortalidad de la cual abominaría si fuera cierta, y, tras haber subrayado su presencia con una copiosa contribución de mierda a la que se aferra hasta pringarse el alma, se pudre inevitablemente incluso antes de morir.

Por supuesto, esta diatriba solo ha sido un pretexto bravucón para poder subirme en el A trip to the moon, fechado en 1901, que encontré en un variopinto catálogo dedicado a las exposiciones universales.
 
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