Sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo.
NIETZSCHE
El nacimiento de la tragedia
Azares y pesares han contribuido a que el elenco de mis personajes se estreche en vez de ampliarse con la experiencia. El ermitaño acapara demasiado tiempo, mientras que el currante abrasa, día tras día, la flor estoica de mis energías; poco le queda al amante, casi nada al seductor, menos aún al familiar que compagino con el amigo, y debo esforzarme por mantener a raya al escritor que se vanagloria cuando lo denuncio ante el tribunal de la conciencia por su testaruda monomanía. Sé que la geometría variable de la personalidad no es un haber, sino un poder facetado donde lo idóneo es dotar de una máscara flexible a cada emoción así como de una función heurística a cada máscara, pero de momento, y aun siendo escasos mis papeles, no es despreciable lo que consigo al impedir que se enreden unos con otros, porque en las más diversas situaciones caracterizadas por un cambio continuo de relaciones que mantienen la esencia del juego inmutable, lo realmente miserable, lo que uno jamás debería perdonarse, es acabar pareciéndose a sí mismo demasiado.
No parecerse uno a sí mismo en cuanto a no dejarse invadir por el rostro oficial de mejillas rosadas (que todos los posmodernos tenemos en mayor o menor medida), propias de haber gozado buenas digestiones, sí. Pero no parecerse uno a sí mismo en cuanto a emprender un sendero de coherencia marcado con fuego, no lo firmaría.
ResponderEliminarHay quienes hacen de su sucedáneo de autenticidad una pose, y hay quien es genuino y repetitivo porque realmente tuvo algo que decir. En las circunstancias endemoniadas es donde se criban diáfanamente uno y otro. El cobarde abandona su estilo y su temática al primer holocausto de joven, en la primera tiranía, en la primera hambruna; el otro muere con las botas puestas, a ser posible odiando la marejada de los fenómenos que buscan derribar sus preciados arquetipos.
Querido Perpetrador, ante la disyuntiva endemoniada que propones, piedra de toque del talante y del talento, creo que mi reacción más sincera (acaso no la más inmediata, aunque tampoco la más remota) sería la salvaguarda de la serenidad, que para mí significa un tesoro en medio del caos. Por supuesto, tanto los protagonistas de la fuga hacia atrás como los de la fuga hacia delante se sentirían increpados por mi posición difícilmente acomodable y tratarían, antes o después, de masacrarme por todos los medios que tuvieran a su alcance. Y, para que conste en acta, no lo digo por un subrepticio afán de martirio (reverso complementario del impulso heroico), sino porque he tenido trato con gentes de ambos perfiles y sé bien como funcionan: los primeros detestan tener testigos, los segundos enfurecen por la crítica; son hombres de acción y de inacción que rara vez se adentran, y menos aún soportan, el pensamiento. Me pregunto qué será preferible cuando uno se ve involucrado en tales terremotos del espíritu, si hacerse valer por lo que se calla, por lo que se cuenta o, por el contrario, si la valía no consistirá en aprender a desposeerse de todo valor, en saber pasar desapercibido...
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