Incluso un reloj roto acierta dos veces al día.
Máxima popular
Podría empezar diciendo que no sé si creerme que mi sombra es alargada porque la luz de mi entendimiento también lo es, pero como aserto sentencioso se presta bien al estraperlo de pasar por un hecho probado frente a mi perenne falta de convicción la idea de que donde penumbra e iluminación se abrazan, nace y declina mi conciencia en una mayonesa de experiencias morbosas que acompañan al epicentro abúlico y la dorada agonía de mis fuerzas. Otra imagen amartillada para romper la cáscara de este párrafo convidaba a la sugerencia de que todos tenemos un agujero oculto por donde nadie puede mirar; un agujero tenebroso por donde se escurre el alma –lo siento, no es el ano– con la misma celeridad que perdí hace tiempo por el desagüe el apoyo de Dios –miserable criatura– y el beneplácito de los hombres –fabuladores incorregibles– en lo que juzgo un menoscabo bicéfalo que antes celebro al cuadrado que sustraigo al suspiro, pues lo triste del detrimento se reduce, a mi criterio, a haber extraviado con ellos la confianza que me tenía en calidad de hombre capaz de proyectarse a lo divino o, mutatis mutandis, de divinidad zurcida en lo humano. A cuestas, por tanto, con la investigación de esta errata de mi destino, creo que lo apropiado sería dar comienzo de una vez con el relato de un descubrimiento de dolores atípicos cuyos ecos apaisados atraviesan todas las direcciones biográficas dejando sentir su impacto no sólo mucho después de que el estrépito se haya diseminado, cuando apenas queda sustancia sensible para el recuerdo ni remembranzas emotivas que sustantivar, sino antes incluso de que se produzca, que es justo lo que empaña ahora mis córneas por los tormentos que anticipo inmensos e indestructibles más que por los sufrimientos que he causado o padecido –dos líneas paralelas convergentes en el infinito–, y que son, en definitiva, los desafueros que me han motivado para enraizar estas precarias razones por escrito.
Uno más entre las huestes de altos cardos y cicutas.
Creo que ha sido el párrafo más barroco que te he leído. No entendí demasiado aparte del tono, pero me gustó la musicalidad de algunas frases y lo de la "mayonesa de experiencias morbosas" (me ha dado ganas de ir a la nevera).
ResponderEliminarLa foto es curiosa y el entorno natural es atractivo. ¿Puedo preguntar cuál es?
Encarezco tu gentileza crítica, tienes un gran tacto. Es muy probable que la insinuación de un plato fuerte se haya visto empantanada por una salsa bastante especiada.
ResponderEliminarEn cuanto al paraje, que está impregnado por la magia de otra época, no tengo inconveniente alguno en ampliar datos.