30.1.16

EVOCACIÓN

Rembrandt, León descansando
El genio es un talento para producir aquello para lo cual no puede darse regla determinada alguna.
Antoni MARÍ
El genio romántico

Menester metafísico de una mente pueril, que también lo había, y acto de evasivo floreo rico en desatar funciones inmunitarias contra el aburrimiento, de muy niño inventaba monstruos que me acompañaban en los momentos de soledad sometida al rudimento de lo ajeno, cuales eran los trayectos forzados de vaivén al cole o las secuencias urbanas concatenadas junto a un adulto durante el faenar de recados incomprensibles para mí, situaciones en las que me hallaba impedido del deleite de dibujos que hacer fluir como sempiternos inventarios (una visita al mercado, por ejemplo, se traducía en una orgía de hortalizas agonizantes, carnes desmembradas y pescados exánimes pasados a rotulador), no menos que privado de la epifanía de lombrices, escarabajos, grillos, libélulas y, no digamos ya, de las inestimables culebras y lagartijas deprecadas al Altísimo Mirón, Vigilante Señor de quien dependía facultarme para descubrirlas bien bajo pedruscos volteados con esmero arqueológico, bien al socaire intersticial de tapias sin otra guarnición que un interrogatorio urdido al milímetro de mis ganas.

Cuando el ser engendrado a partir de un híbrido de pánicos y fascinaciones, encofrados en mí sin saber cómo, perfilábase con encantos harto deliciosos para ser mecanizados por el centrifugado de la costumbre, los reservaba en una morada idílica, burbuja paralela y santuario vegetativo de irrealidades, donde lo previsible siempre imprevisto es que fuera disipándose en el reposo logrado de una irónica falta de uso, si antes no era relevado por la incorporación de otro ente, más persuasivo en su eretismo, mediante argucias de palimpsesto que imprimían rasgos a la imaginación de similar forma, quiero pensar, que una máscara mortuoria pretende capturar la identidad en un remedo de la intransferible que fue viva y única presencia en lo múltiple, múltiple ausencia en la unidad y cosa no menos fantasiosa que la lucubración de mis bestias.

Izada la mañana con este recuerdo, palpo que descifro el sacacorchos del alma en los vestigios de un zoomorfismo interior, invocación y matriz de un poder primordial cuyo magma, en mi caso, debía prestarse a moldear una síntesis de toda la fauna concebida gracias a una selva indiferenciable de fuentes: desde las endógenas o autoacontecidas pesadillas, a la sensitiva extensión de mí mismo puesta en los pequeños reptiles e invertebrados con dedos a menudo heridos por el trofeo así apresado; desde los rostros que de parte a parte me devolvían las muecas de la especie en razón de la cual debía desfigurar mis facciones, a los bestiarios modernos que tuve a mi alcance en los atlas de saurios prehistóricos, en las enciclopedias visuales dedicadas a la biota (como la sugerentemente titulada La Senda de la Naturaleza) o en las efigies votivas de las fichas Safari Club, editadas en 1978, que aún conservo con el respeto ceremonioso de haber verificado en tan prolija colección una suerte de tarot exento de marrullerías.

No por nostalgia evocada con los retazos propios de un cuarentón, pues mi infancia no deja por ello de contener pasajes terroríficos y crónicos estados de excepción, sino por recoger lo que cada uno pudo crecer y no fue, son estos pormenores de renacuajo los que alimentan el goteo de nuestra vida de hombres, nuestra secreta hermandad de perdedores con aquellos que, como Leopardi, se desubican demasiado pronto conscientes de que «los niños hallan el todo en la nada; los hombres, la nada en el todo». 

26.1.16

LUNÁTICO

Paco Carrión, Quijote
No hay nadie tan plenamente desengañado del mundo, ni nadie que lo conozca con tanta hondura ni que lo odie tanto que, al notarle un rasgo benévolo, no se reconcilie un poco con él; como no conocemos a nadie tan malvado que, al saludarnos cortésmente, no nos parezca menos malvado que antes. Observaciones que valen para demostrar la debilidad del hombre, no para justificar ni a los malvados ni al mundo.
Giacomo LEOPARDI
Pensamientos

Y si me dan a elegir —canta, en saludable nocturnidad, mi chunguito corazón— entre la sugerencia simbólica, disfrazada de elegancia, y la sustancia simbolizada, acusada de grosería por los enemigos de la hedoné, también yo me quedo con los labios besables, que las ideas, aun sabiéndome más perdido sin ellas, ya me irán rondando sobre el ir devolviendo al mundo lo que el mundo no me ha dado sino a fuerza de revolverlo.

Cada uno es tan infeliz como se lo permite su sensibilidad, y en el tedio que la secunda encuentra el más noble y desolador de todos los sentidos que ocupan el ánimo con sentimiento. Noble porque en su volumen de insatisfacción se revela el excedente desarbolado del ser; desolador porque reprocha a la realidad, sin ningún efecto, su inutilidad para superarse abasteciendo plenitud donde el deseo relegado de un solo hombre es mayor que el universo en funciones. 

24.1.16

BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA

A Pablitu

Creemos que vivimos y lo único que hacemos es sobrevivir. Sobrevivimos a las flores, a los animales domésticos, a nuestros padres. Nos sobrevivimos a nosotros mismos, ya que partes de nuestros cuerpos nos abandonan a lo largo del camino. Y más tarde también a nuestros proyectos y recuerdos. Y todavía nos atrevemos a llamar a todo esto vida.
Jean GRENIER
Sobre la muerte de un perro

El lenguaje de la gran empresa extiende sin pudor sus tentáculos hasta ámbitos nunca antes tan expuestos a la ventosa del management y, amén de otros flagelos, nos conmina a salir de una supuesta zona de confort cuya simple alusión pretende disparar las alarmas que mantienen en guardia las facultades relativas a la eficiencia personal. A esta zona se la acusa de bloquear los horizontes vitales con la afición a los momentos transcurridos en una reserva de tranquilidad procedente de las rutinas asumidas, mas el canto de sirena de su abandono, que muchos creerán propuesta inocente e incluso pertinente, implica que la seguridad en el hábitat del espacio íntimo es juzgada y condenada como un mormel que obstaculiza la expansión hacia el éxito, aquí entendido como doctrina hecha de egocracia y controlatría, enemiga de la neurodiversidad y aliada al caudillaje económico. Sus adeptos propugnan andar apretado de meninges, ágiles en el reñido ajedrez con las hormonas rivales, para alcanzar la notoriedad característica de los machos y hembras alfa, únicos ejemplares de la fauna homínida en condiciones de ganar prestigio y suscitar la emulación de sus congéneres. La razón a la que obedece este énfasis por irradiarse y descollar sobre los otros a costa de desvelos no siempre fundados ha de buscarse en un fenómeno constatado, al menos, desde los estudios del psicólogo y primatólogo Robert Yerkes, quien aportó evidencias a lo sabido desde antiguo por los capataces de cualquier régimen esclavista: la ansiedad multiplica el rendimiento cuando es estimulada hasta un nivel óptimo de concentración; según parece, el flujo establecido sirve igualmente para conectarse al Absoluto a través de un mantra que para enroscar tornillos con presteza en una cadena de montaje.

Bajo los barnices del materialismo tecnocientífico seguimos dominados por el pensamiento teológico, y no solo porque el modelo narcisista de proyección social deba habilitar un repertorio equivalente de alegorías demoníacas —desde la zona de confort referida a las grasas saturadas, pasando por un torrente de temores que desembocan, en definitiva, en la soledad— a sabiendas de que el espanto bien dosificado actúa como catalizador de la movilización productiva, sino porque así lo demuestra la devota rendición ante la imagen colectiva que nos devuelve el culto universal al poder místico, mesmerizador, del dinero, capaz de elevar a sus máximos detentadores al rango de superhéroes en un mundo que sobrevive, más que por la desmesura de lo desechable, gracias al crédito renovado de los efectos totémicos que otorgan a nuestros fetiches la cualidad atrayente de una trascendencia tangible.

Andrea AnghelAll Hail the American Dream
Un amigo que realiza labores especializadas en una multinacional escandinava me desglosaba algunas particularidades sobre los métodos aplicados para exprimir al personal mediante asaltos recurrentes a la zona de confort:

«El concepto es muy de gurú del siglo XXI y tiene connotaciones positivas porque suele darse mezclado, para mayor despiste, con la autogestión de la curiosidad y una actitud receptiva al ensanche de perspectivas, aunque en manos de terceras personas u organizaciones influyentes se convierte en una abominación que fuerza al individuo a diluirse en la mediocridad del entorno corporativo, donde se usa como excusa para todo lo que no puede ser razonablemente exigido a un adulto lúcido. Dentro del ambiente de oficina creativa en que me muevo, provoca situaciones tan rocambolescas para el espectador como degradantes para el protagonista: jefes de sección hablando en público como si de niños de tres años se tratara, o veteranos profesionales compitiendo en gincanas de las que salen emocionalmente exangües después de haber destripado sus secretos más escabrosos ante un coro que se someterá a idéntica ordalía. Cualquier fantochada es plausible si se hace en aras del trabajo en equipo, como doblar una barra de hierro sostenida entre dos cuellos, o hacer el trenecito agarrados de la cintura mientras se entona un himno que insiste en que el conjunto solamente avanza si la máquina y los vagones marchan coordinados… Llevo años dando el callo en preescolar sin enterarme».

Ante el requerimiento de tales acicates, creo en verdad que el espíritu de superación estriba en el soberano intento de zafarse en pos del sosiego abortado por la vorágine de necedades interpuestas. Quienes por timidez, inadaptación, enfermedad prolongada u otra causa de malogramiento hemos debido transitar durante décadas en una zona de combate cicatera en treguas, calificamos la meta de constructiva cuando apunta a la creación de una zona franca, no a minar las posiciones conquistadas, sin que ello signifique cerrarse a la didáctica esporádica de la tempestad.

A medida que aumenta el optimismo invertido en una iniciativa, también resulta incrementado su reverso tenebroso; ténganlo en cuenta los amantes de las terapias asertivas. Y recuerden la erosión subrepticia de las leyes de Murphy. No se sale de la zona de confort con el saludable propósito de ampliarla o de explorarse más allá del anquilosamiento al que tienden los seres recluidos dentro de límites fijos y repetitivos; si el objeto de estas prácticas es quebrar la comodidad, no hay duda de que se consigue, el problema es que junto con la distensión se rompe algo más profundo y, probablemente, precioso. Al subordinar el sentimiento de confianza en uno mismo a las satisfacciones de un territorio, magnificado con una plétora de posibilidades de realización, que todo sujeto debería poseer en su bagaje para cotizarse a la altura de los tiempos, lo que se ofrenda a la deidad del triunfo es la mortificación, propia y ajena, tras la cual late hosca la impotencia para rehusar y dedicarse con independencia a ocupaciones más cabales. Si esto es consecuencia de ese nihilismo que los meapilas denuncian como la plaga de nuestro presente, que resucite el Agudo Bigotudo y lo vea; yo encuentro más similitudes con la noción cristiana de abnegación, adaptada en este caso a una clientela compuesta por ejecutivos, futuros psicópatas de las finanzas e imitadores de la mímica desalmada de los líderes que defecan sonrientes sobre los escrúpulos de conciencia.

Esquema neofervoroso
¿Qué, si no un oportunismo zorruno o una avidez de verdugo, insiste en sacar a los demás del gallinero? Egresar de la zona de confort no es igual que aceptar la zona de incertidumbres que constituye la sombra esencial de nuestras victorias, por discretas que las diagnostiquemos; a lo sumo, puede ser formulada como una parodia de nuestra inadaptación congénita a la existencia, máxime cuando las trabas y desafíos surgen en granjas urbanas superpobladas, en escandalosa proporción, por cafres codiciosos y mentecatos de infinitas tragaderas, dicho sea sin conato de soberbia por mi parte, pese a que mi negativa a engrosar las legiones abanderadas por el «creced y multiplicaos» me ahorre cometer y tener que justificar no pocas sandeces. Frente al desarrollo social propulsado a expensas de las calamidades canonizadas con cada nacimiento, yo planteo el principio epicúreo como balanza de virtud: no abundancia de vidas, sino belleza de buena vida o de ninguna. Dado que nadie pidió nacer y nadie puede negarse a morir, cuanto cabe entre ambos trances merece ser gozado sin culpa o ser rechazado con gloria.

¿Puede impugnarse la impresión de que en cualquier edad, histórica o biográfica, nuestra especie ha vivido uncida al ciclo de auges y obsolescencias de sus ilusiones? Carecer de ilusiones no deja de ser una ilusión, quizá la que corresponde a pueblos exhaustos, y nuestra crisis actual de criterios no es, ni de lejos, una excepción a la norma de las falacias adoradas como axiomas. Si la ruina de las expectativas que lamentan los nostálgicos de ideales represivos es turbadora, peor es el artificio de hospedar en el ánimo la intención de socavar, a cambio de espejitos y lentejuelas, la necesidad de componer un refugio, por cochambroso que otros lo tasen.

19.1.16

LAS PUERTAS DE LA CONFUSIÓN

Jean-Léon Gérôme, Diógenes
Todos los animales domesticables se asemejan; cada animal no domesticable es no domesticable a su modo.
Jared DIAMOND
Armas, gérmenes y acero

Aunque en el foro, fácilmente desaforado, del fuero interno no seamos escasos quienes nos sentimos línea dactilar recorriendo los pliegues biográficos de solitarios como Kafka, Pessoa, Beckett y tantos espíritus descarnados a fuerza de trasegar lucidez (autores en ocasiones célebres en fase previa a la póstuma por venganza o por malentendido de sus coetáneos), lo propio de la edad democrática es convertir en desviaciones mentales las evidencias del espanto que la realidad emplea como materia prima de su construcción. Fuera de las normalidades autoexplotables de las cuales dependen los adictos al ego para reptar y liberado, no pronto asoma la desazón, del ornamento de personajes que inspiran nulidad, el refugio del solitario radica preferentemente en la ironía, inmanente astucia del desapego —«es más humano mofarse de la vida que llorarla», leemos en Séneca— que lo distancia de la locura hacia la que es conducido por la misma maquinaria detectada donde los abonados al inventario de convenciones y cromosomas solo quieren registrar espléndidas razones. Con todo, como la seducción frustrada termina transformándose en agresión y la agresión civilizada empieza por la homologación, la referida maquinaria está provista de una plasticidad simbólica capaz de concitar contra el menor intento de desmontarla los ingredientes proclives al quijotesco guirigay entre lo literal y lo literario, de modo que cuanto mayores sean las dotes intelectuales invertidas en el denuedo de desafiarla, más peligroso resultará señalar en los sucesos patentes el imperio latente de lo grotesco. Bien sabía Petronio que en sociedad «todo el mundo cierra los ojos y se dedica a contar su dinero», y mientras los indignos de conocer la verdad sufran como una ofensa la penetración en el orden cuyas falsedades custodian, cabe esperar de ellos algo más feo que una respuesta lógica para empaquetar, en la condición de mixtificador, a cualquiera que se proponga desenterrar las pruebas de una ficción metódica con efectos de proporciones criminales.

Si Aldous Huxley estaba en lo cierto al indicar que «cada persona, en cada momento, es capaz de recordar cuanto le ha sucedido y de percibir cuanto está sucediendo en cualquier parte del universo»; si el cerebro, en congruencia, funciona como una especie de válvula reductora centrada en la misión de «impedir que quedemos abrumados y confundidos por esta masa de conocimientos en gran parte inútiles y sin importancia», para las proezas cumplidas de este desconcertante exceso de realidad, al contrario que para paliar el vacío de sus defectos, no existe compensación sin estolidez ni alternativa que no refuerce el mal, nunca chico, del hastío.

Llegados a las puertas de la confusión, que son tan variopintas como imaginarios las recrean, con insomnio de discernimiento o sin otra ciencia que una desenvoltura destronada de sí misma, no son precisos saltos ultradimensionales, en el escueto trayecto que media entre las membranas de la caverna y el cofre de escorias más próximo —por no decir en la aventura de salir de casa a tirar la basura—, el desencriptador audaz puede verse investido de súbito con el protagonismo de alguna herejía a la que aún no se ha exorcizado mediante el cortejo de un nombre. Por una ley que parece escrita con la tinta invisible destilada por las glándulas de una criatura abisal, es de rigor que la curiosidad no descubra arcanos, sino que sea asaltada por ellos...

Para mí, que no sé nada de casi todo, esta vida se compone de necesidades, caprichos y regalos en una forma, medida y distribución demasiado variables para dejar de prejuzgarla aleatoria en su devenir; pero lo más intrigante a partir de este planteamiento es que las necesidades tienden a volverse caprichosas, los caprichos llegan a ser cotizados como experiencias imprescindibles y el mejor regalo, a fin de cuentas, se limita a descubrirse hecho a sí mismo un don genuino, o lo que es igual, un hecho genuinamente superfluo.

16.1.16

JUGANDO A PERDER

Encontrado en la Uncyclopedia
La servidumbre envilece a los hombres hasta el punto de amarla.
VAUVENARGUES
Reflexiones y máximas

Ignorar el planteamiento de un problema puede ser un alivio para la conciencia destinada a conferirle forma en el dolor y, sin embargo, es al amparo de la trivialidad que desprecia los enredos como se gestan los más graves conflictos, de ahí que el colmo de la presunción sea acogerse a la devoción de un sistema de pensamiento en vez de asumir con franqueza la parcialidad de un juicio libre expuesto a la aventura de equivocarse. 

Si he de abrazar una escuela de sabiduría, que sea compatible con las ambivalencias que se advierten allí donde son conjugados, con distendida complicidad y estructurada geoponía, hábitos de concentración y ámbitos de disipación, modos de afianzarse que permitan desprenderse de sí mismo, llegado el caso, con esplendores parejos al existencialismo voluptuoso de Omar Jayyam, quien distribuyó sus principales dedicaciones entre el fermento espiritual del estudio, la copa libada en las gracias del cuerpo femenino y el cansancio de los crepúsculos improrrogables ahogado en el menstruo de los racimos, aunque debo aclarar en propio menoscabo que me bastan dosis infinitesimales de sangre eucarística para entrar en barrera de resaca, un malestar que si otra ocupación no lo remedia suelo dirimir en sátiras como la presente, de la cual he elevado, sirviéndome de mis atribuciones de abad de Núcleo Chamánico, una petición pública a la Dirección General de Tráfico y los ayuntamientos en los mismos términos que aquí comparto:

CONTROLES DE ALCOHOL Y DROGAS A LOS COSTALEROS

1. Por seguridad, ya que los pasos religiosos que se sacan en procesión, a pesar de su moderada velocidad de marcha, constituyen vehículos pesados de tracción animal cuyo tránsito por la vía pública requiere el movimiento coordinado de sus ocupantes, quienes además de soportar la efigie sobre sus hombros deben manejarla con pericia a fin de disminuir la inestabilidad de la mole durante las maniobras.

2. Por un trato equitativo a todos los conductores con independencia del medio de locomoción empleado. Si para ciclistas, motoristas y automovilistas rige una severa censura farmacológica basada en una política preventiva que pretende reducir la siniestralidad por causas atribuibles a estados de embriaguez, es justo que se exijan los mismos requisitos a los responsables de guiar y acarrear los pasos religiosos.

3. Porque está fuera de toda coherencia y supone un pésimo ejemplo de conducta que un católico comprometido con el calendario litúrgico se intoxique cuando la moral cristiana exhorta a seguir ritos de purificación ordenados sobre prácticas bien contrarias, como son la penitencia, el ayuno y la castidad.

9.1.16

FALSO DILEMA

Escher, Drawing Hands
La vida es breve, la ciencia extensa, la ocasión fugaz, la experiencia insegura, el juicio difícil.
HIPÓCRATES
Aforismos

Frente a las costuras de la obra que nadie como él logra percibir en su penosa insuficiencia, todo creador sincero tropieza con el dilema de sacrificar su arte por la vida o su vida por el arte. Habría de dar prioridad a la agudeza sobre otros talentos para comprender que se trata de un dilema ilusorio porque, decida lo que decida, se equivocará.

7.1.16

LA OBSCENIDAD

Manuel López-Villaseñor, ¿Y qué...?
Mi orgullo lapidado por ciegos y mi desilusión pisada por mendigos.
Fernando PESSOA
El libro del desasosiego

¿Acaso no raya la obscenidad que hayamos desmultiplicado las potencias del Demiurgo con la audacia de juzgarlo como un Promotor sin ningún derecho moral a crearnos, un Incógnito que nos modeló así de endebles y dolientes solo porque pudo, o quizá porque no pudo hacerlo mejor, y que al mismo tiempo, dotados de instrumentos adecuados para frenar eficazmente la magnificación de su malicia o de su error, acatemos como un privilegio intocable la capacidad de engendrar seres a quienes de antemano sabemos purgadores de sufrimientos que habremos de aglomerar con los nuestros hasta que la morgue nos separe? «Si el Mal ha creado el mundo —predica Ceronetti—, el Bien tendría que deshacerlo».

La defensa de la existencia que no se ajusta a principios éticos solo es un pretexto para perpetuar alguna especie de tiranía, pero un principio ético que justifique la imposición de la vida nada tiene de ético y como principio es todo un atentado. Algunos, cargándose de realidad, objetarán que la reproducción constituye un acto natural, como si hubiese otros actos posibles. Natural es que un patán venido a más, valiéndose de una fuerza física superior, reduzca a una mujer solitaria cuando las ganas de vaciarse le aprietan la manga pastelera, y no por ello dejan las personas respetuosas de repudiar la violación como un comportamiento aberrante por cuanto tiene de ultraje contra la plenitud y libertad del otro. El violador, al igual que el procreador, sigue brutalmente el motor de su voluntad.

Mientras lo propio de la voluntad es prevalecer en el querer, actuar antes que analizar, expandir sus apetitos hasta el no va más del hartazgo y requerir la regulación de un orden externo para ser contenida cuando se desmadra sobre integridades ajenas, la inteligencia consciente delibera, cuestiona, investiga, se pule a sí misma, va del caos primordial hacia formas autoorganizadas sin excluir la posibilidad de autorrefutarse, ya que entiende que entre el simplismo estereotipado de las afirmaciones y la tozudez zahareña de las negaciones no hay tentativa, por especulativa que sea, que no acabe consigo misma si el cansancio o el autoengaño no la traicionan. Pues bien, por muy meditados que parezcan, los nacimientos se supeditan a la voluntad de los progenitores, a su parte más frívola y maquinal, no a la luz de una empatía responsable, madurada a conciencia en el fuero interno, lo que ha de tenerse presente siempre que los abogados de tan diabólico empeño remienden la apología de la proliferación desde la pretendida moralidad de sus autores materiales. Ni para consumo cárnico, causa que no sería más inaceptable que las usuales, debería legitimarse la producción de humanos; de los grandes vicios de la naturaleza, este es uno de los pocos que a la razón le es dado corregir.

5.1.16

EL ENTE REFORMULADO

Pieter Boel, Alegoría de la vanidad
Encontraremos la llave de nuestras conductas en los abismos bajo nuestros pies, nunca sobre nuestras cabezas.
Albert CARACO
Breviario del caos

De nuestra especie lo menos improcedente que puede colegirse es la condición que activa en cada ejemplar al omnívoro ideológico, depredador de sí en abstracto como preámbulo de lo corpóreo, que ejercita su mayor animalidad en la noción diferencial de lo humano y acecha en la reformulación de su naturaleza su mayor carestía espiritual.

Nuestro mundo no es solo el mundo, sino ante y sobre todo aquello que nos contamos unos a otros acerca de cómo es ese mundo. Entre estos cuentos interminables, la dicotomía que separa lo casual de lo causal parece más el fruto de una limitación de nuestro aparato cognitivo que una realidad intrínseca del ser. Si tuviésemos la capacidad de contemplar el recorrido de la propia vida de una forma compacta y simultánea, como en una suerte de carta ontológica de navegación, a fin de poder saltar más allá de la puntada que avanza de espaldas al futuro por las coordenadas temporales, comprenderíamos en su descarnada evidencia de qué fabulosa materia estamos hechos. Por fortuna para la supervivencia y por desgracia para la vocación de saber, la biología nos ha obturado la memoria del porvenir, de manera que nos movemos en un territorio cambiante donde creemos hacer lo que bien puede estar concluido desde el principio: lo avala el presagio, por supuesto indemostrable, de que origen y final conectan en todo y cero, en uno y nada.

Si cuanto ocurre sucede por necesidad, el resultado nos resulta tan psíquicamente mercurial y científicamente impredecible como un azar de proporciones alucinógenas; tan cósmicamente borroso y filosóficamente inaprehensible como una deidad gratuita. Ajustándonos a lo empírico, que no obedece a reglas simples y abarca infinitos términos medios, cada evento estudiado nos remite a un acontecimiento general, replegado sobre sí mismo hasta lo indeterminable, del que ni siquiera puede establecerse su relevancia en un sentido absoluto porque el concepto de valor varía según la escala de observación y los presupuestos del observador, uno de los cuales postula que observación y observador son hechos distintos o, al menos, aptos para ser desglosados. Sin embargo, ninguna postura que precie la elucidación relativa de nuestro puesto en el embrollo fenomenológico debería obviar el dato de partida que nos presenta como entes efímeros atrapados en una onda evolutiva cuya detonación ha despertado una conciencia conminada por los algoritmos de la existencia a mutilarse, so pena de que el engaño donde se sujeta deje de sostenerla.

2.1.16

RETRATO DEL DISIDENTE

Moebius
Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta.
Albert CAMUS
El hombre rebelde

No hay rebeldes sin causa porque la causa genuina del rebelde, la que lo distingue del doctrinario en pie de guerra y lo eleva sobre cualquier pistolero adscrito a una u otra capilla, es la propia rebeldía. Por estridente que devenga el antagonismo radical de su sino a juicio de los entibiados que lo pregonan como enemigo de la civilización, el pro de todo rebelde es rebotar en todo a pesar de todo, también contra sí mismo: sabe que la razón concentrada de los moldes exige trascenderlos y así concierta con ella el silogismo rompiente de una singularidad.

Aunque pueda darse un rebelde sin conciencia, la conciencia no podría darse sin rebelión. El rebelde es el más solo de los hombres entre los hombres y el más hombre entre los solitarios.
 
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