7.1.16

LA OBSCENIDAD

Manuel López-Villaseñor, ¿Y qué...?
Mi orgullo lapidado por ciegos y mi desilusión pisada por mendigos.
Fernando PESSOA
El libro del desasosiego

¿Acaso no raya la obscenidad que hayamos desmultiplicado las potencias del Demiurgo con la audacia de juzgarlo como un Promotor sin ningún derecho moral a crearnos, un Incógnito que nos modeló así de endebles y dolientes solo porque pudo, o quizá porque no pudo hacerlo mejor, y que al mismo tiempo, dotados de instrumentos adecuados para frenar eficazmente la magnificación de su malicia o de su error, acatemos como un privilegio intocable la capacidad de engendrar seres a quienes de antemano sabemos purgadores de sufrimientos que habremos de aglomerar con los nuestros hasta que la morgue nos separe? «Si el Mal ha creado el mundo —predica Ceronetti—, el Bien tendría que deshacerlo».

La defensa de la existencia que no se ajusta a principios éticos solo es un pretexto para perpetuar alguna especie de tiranía, pero un principio ético que justifique la imposición de la vida nada tiene de ético y como principio es todo un atentado. Algunos, cargándose de realidad, objetarán que la reproducción constituye un acto natural, como si hubiese otros actos posibles. Natural es que un patán venido a más, valiéndose de una fuerza física superior, reduzca a una mujer solitaria cuando las ganas de vaciarse le aprietan la manga pastelera, y no por ello dejan las personas respetuosas de repudiar la violación como un comportamiento aberrante por cuanto tiene de ultraje contra la plenitud y libertad del otro. El violador, al igual que el procreador, sigue brutalmente el motor de su voluntad.

Mientras lo propio de la voluntad es prevalecer en el querer, actuar antes que analizar, expandir sus apetitos hasta el no va más del hartazgo y requerir la regulación de un orden externo para ser contenida cuando se desmadra sobre integridades ajenas, la inteligencia consciente delibera, cuestiona, investiga, se pule a sí misma, va del caos primordial hacia formas autoorganizadas sin excluir la posibilidad de autorrefutarse, ya que entiende que entre el simplismo estereotipado de las afirmaciones y la tozudez zahareña de las negaciones no hay tentativa, por especulativa que sea, que no acabe consigo misma si el cansancio o el autoengaño no la traicionan. Pues bien, por muy meditados que parezcan, los nacimientos se supeditan a la voluntad de los progenitores, a su parte más frívola y maquinal, no a la luz de una empatía responsable, madurada a conciencia en el fuero interno, lo que ha de tenerse presente siempre que los abogados de tan diabólico empeño remienden la apología de la proliferación desde la pretendida moralidad de sus autores materiales. Ni para consumo cárnico, causa que no sería más inaceptable que las usuales, debería legitimarse la producción de humanos; de los grandes vicios de la naturaleza, este es uno de los pocos que a la razón le es dado corregir.

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