Sólo sé que si supiera más tendría que matarme.
Chris DOOMED
Leteo evaporado
Aparte del contacto pánico con los enigmas sobrecogedores de la naturaleza –que desde siempre nos ha parecido familiar y extraña en un mismo sentir–, la única experiencia religiosa es el amor verdadero, transgresor, «l'amour fou» en el decir de André Breton y el «vivo sin vivir en mí» según Juan de la Cruz, pero todos los cultos organizados que han pretendido monopolizar su fuerza se han ocupado más de extirparlo que de estimularlo, así de indómito acaece. Para un cristiano devoto, seguidor a ultranza de una secta inspirada supuestamente en el amor, el acto de entrega por excelencia se inclina a subrayar el sacrificio por un semejante al que se valora como otra extensión criaturil de Dios, método que además cuenta con el aval de ser el certificado por Cristo en el Calvario y gracias al cual su empresa obtuvo un productivo prestigio mítico por descabelladas que sean sus consecuencias ideológicas, que con mayor frecuencia de lo habitual conllevan la realización de los crímenes más espantosos en el refinado marco de las torturas autoimpuestas donde lo primordial no es tanto amar al otro con honestidad, sin exigirle nada, dando buena fe de amor, como demostrarle el amor a la buena fe y atraerlo por cualquier medio al desierto sordo de la renuncia ciega. Antes que los hechos, al cristiano le importa la fe letárgica en la divinidad que los justifica; sin embargo, el valor neto de la fe es humanamente nulo: cualquiera puede creer sin fisuras en algo que no existe o de lo que, al menos, no se tienen pruebas ni una pálida sombra de constancia cognitiva. El auténtico desafío amoroso radica en querer lo posible a pesar de las dudas, riesgos y tinieblas que puedan envolverlo figurando una espectral encarnación de imposibles; radica, previa mofa de cualquier pronóstico moralizante, en celebrar el nacimiento de esa inmensidad ignota y embriagadora que induce al deseo de fundirse en un rapto de ser con el ser de un ser concreto.
Con La meditación del veneciano Francesco Hayez queda satisfecha mi necesidad de una alegoría. Por cierto, ¿puede alguien aportar datos fidedignos acerca del libro que con tanta gracia sostiene la chica?