25.7.09

HUIDA, PERSECUCIÓN Y ACATAMIENTO


Sólo sé que si supiera más tendría que matarme.
Chris DOOMED
Leteo evaporado

Aparte del contacto pánico con los enigmas sobrecogedores de la naturaleza –que desde siempre nos ha parecido familiar y extraña en un mismo sentir–, la única experiencia religiosa es el amor verdadero, transgresor, «l'amour fou» en el decir de André Breton y el «vivo sin vivir en mí» según Juan de la Cruz, pero todos los cultos organizados que han pretendido monopolizar su fuerza se han ocupado más de extirparlo que de estimularlo, así de indómito acaece. Para un cristiano devoto, seguidor a ultranza de una secta inspirada supuestamente en el amor, el acto de entrega por excelencia se inclina a subrayar el sacrificio por un semejante al que se valora como otra extensión criaturil de Dios, método que además cuenta con el aval de ser el certificado por Cristo en el Calvario y gracias al cual su empresa obtuvo un productivo prestigio mítico por descabelladas que sean sus consecuencias ideológicas, que con mayor frecuencia de lo habitual conllevan la realización de los crímenes más espantosos en el refinado marco de las torturas autoimpuestas donde lo primordial no es tanto amar al otro con honestidad, sin exigirle nada, dando buena fe de amor, como demostrarle el amor a la buena fe y atraerlo por cualquier medio al desierto sordo de la renuncia ciega. Antes que los hechos, al cristiano le importa la fe letárgica en la divinidad que los justifica; sin embargo, el valor neto de la fe es humanamente nulo: cualquiera puede creer sin fisuras en algo que no existe o de lo que, al menos, no se tienen pruebas ni una pálida sombra de constancia cognitiva. El auténtico desafío amoroso radica en querer lo posible a pesar de las dudas, riesgos y tinieblas que puedan envolverlo figurando una espectral encarnación de imposibles; radica, previa mofa de cualquier pronóstico moralizante, en celebrar el nacimiento de esa inmensidad ignota y embriagadora que induce al deseo de fundirse en un rapto de ser con el ser de un ser concreto.

Con La meditación del veneciano Francesco Hayez queda satisfecha mi necesidad de una alegoría. Por cierto, ¿puede alguien aportar datos fidedignos acerca del libro que con tanta gracia sostiene la chica?

16.7.09

¿SUPERACIÓN, SUPERACCIÓN O...?


Cuando el ser vivo ama se arriesga a sí mismo al hacerlo, pero vive entregado a la energía de su voluntad y pretende realizar con su empuje actos más luminosos. Impelido a superarse continuamente, continuamente tendrá que revolverse contra su propio amor y escupir sobre sus huellas doradas, aniquilando su querer con otro querer o permitiendo que se marchite tras el último temblor. No es una ley de vida (la vida se muestra caprichosa, irregular, desmesurada y rara vez legal), sino una partida viciada donde el perseguidor termina siendo burlado. «El mal sumo forma parte de la bondad suma», esto lo dijo también el Agudo Bigotudo y yo, sin modestia, con un dolor abismal, lo confirmo. Se trata de la infame sabiduría del verdugo.

Con Suicidio romántico de Leonardo Alenza, discípulo poco divulgado del Goya más alucinado, cierro esta serie concisa de episodios monográficos dedicados a las sinuosas sendas que han de recorrer los amantes, cazadores y presas de su pasión.

14.7.09

TRIBULACIÓN


No encuentro mejor proyecto de ser que intervenir en calidad de personaje en la trama de la vida al objeto de inspirar la construcción de un autor que sobreviva gracias a su tramposo nacimiento y laberíntico linaje. Supongo que esta pretensión recuerda a su antojo el modo de reproducción basado en la partenogénesis y obedece a una artimaña narcisista, a un anhelo de redención metafórica que debería tener muy superado (pues he vivido a fondo la transfiguración de la conciencia en el fractal del instante), pero que me tienta como al casto la fantasía de explorar otros cuerpos... ¿acaso pueden eludirse los atractivos de su mera evocación? Ni siquiera el Agudo Bigotudo pudo renunciar a las utopías implícitas en la adusta visión de la voluntad de poder que circula por el eterno retorno. Quizá tuvo miedo de exponerse demasiado a la vacuidad del misterio; o quizá lo hizo y quiso engañar las consecuencias de lo que allí vio. No en vano, todos somos huérfanos de Dios y, con mayor patetismo si cabe, de nosotros mismos. El ego constituye nuestro último ídolo, es el más ciego tótem de cuantos hemos concebido (no parece haber nada allende sus dominios) y, como nudo de nudos, también es el primero en resistirse a aceptar un desenlace revelador que exhorte al ocaso de las pantomimas. Tanto es así, que el autogenerado relato de mi odisea vital según el modelo insinuado en las líneas iniciales no dejaría de ser un delirio de grandeza planteado para salvar lo que fatalmente tiende a volverse irrecuperable en el sumidero de su inmensa pequeñez: la identidad. Sea como fuere, ¿quién soy yo para saber? ¿qué sé yo para ser?

Permití a Gustave Doré recrear mis artes de mistagogo en la agitada sinfonía de grises La danse du sabbat.

11.7.09

LOS ENTES FUSIBLES



Mi alma anhela un poeta, mi cuerpo busca una bestia. ¿Dudas poder hacerme feliz?
Sor Mariana ALCOFORADO
Cartas portuguesas

El amor y el horror son las fuerzas conocidas más intensas de la extensión intuida del cosmos, sus torcidas y poderosas constantes, su motor en cada cosa y su cosa en cada avería, pero si bien las manifestaciones particulares de las mismas pueden ser conceptuadas mediante infinidad de formas según los amores y horrores parciales involucrados, lo realmente prodigioso es que resultan indisociables, insuperables, irrenunciables. Todos estamos hechos y deshechos por amor; nadie, por tanto, escapará del horror.

He tomado el arrugado Umarmung o abrazo del señor Egon Schiele para poner una nota de efusividad que ronde lo monstruoso, pórtico de aventuras proscritas.

9.7.09

EL GUERRERO INCANSABLE


Nunca he buscado en la mujer amada un reposo para mis luchas según el conocido dictado del filósofo, sino mi más esforzada y meritoria gesta. Acaso la destrucción heroica de mis fuerzas y un santo oficio de refulgentes, incalculables locuras, pero jamás el declive estéril de mis ánimos ni el abandono manso de mis bríos. En ellas recupero el sentido de mi sino; por ellas, al asalto, subo al celo de mi cielo; y con ellas, más me vale, sonrío despreocupado al calor de mis infiernos. Así es mi naturaleza.

El sortilegio pictórico lo tomo de John William Waterhouse, quien se inspiró en el poema La belle dame sans merci de Keats para inmortalizar el embrujo de una mujer que devora corazones y está condenada a vivir emboscada a causa de su codiciada belleza.
 
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