27.5.13

CREO PORQUE ME DEVORO

Todo lo que puedas hacer, hazlo en tu pleno vigor, porque no hay en el sepulcro, adonde vas, ni obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría.
Eclesiastés 9, 10

Dijo que el mundo es un juguete chafado que nadie sabe reparar, la divinidad un armatoste persistente cuyo funcionamiento se ha vuelto incomprensible y el humano un artefacto natural de incorregibles apetitos que ni en sueños hace tregua a la guerra permanente consigo entablada contra todos. Enmudeció que quisiera reconciliar la cosmofobia de su temperamento misántropo con el gusto por el equilibrio armónico de las potencias en el justo medio, y tampoco se molestó en excusar que la disciplina de mesura no le ampara para ciclar con un brillo de ascendencia superior esa inclinación tan antibiótica al romanticismo. Desembragada al fin la esfinge de su silencio por el canto del autillo, no fue necesario desovillar que más de veinte siglos de abigarrada experiencia histórica interponen sus contraindicaciones entre la fe autoinmune que a sí misma se devora y el arquetipo clásico en el que a ratos, perdida, se concreta.

The Meeting of Animalism and an Angel de Fernand Khnopff.

23.5.13

BENDICIÓN A PICO Y PALA

Lovis Corinth, Caín
El miedo es la base de todo: el miedo de lo misterioso, el miedo de la derrota, el miedo de la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano.
Bertrand RUSSELL
Por qué no soy cristiano

La impotencia del orgullo herido induce a acusar a otros de los propios fallos, pero al culpable que así se descarga de responsabilidad terminan por perderle, como al criminal pomposo, los recovecos de la vanidad. El cristianismo no es una excepción, sino quizá el más notorio ejercicio colectivo de este mecanismo tan engorrosamente habitual de proyección, un egrégoro patológico que manifiesta en el integrismo católico su enconado sistema de envenenamiento emocional. Para mí, un católico exaltado nunca dejará de desprender una pestilencia moral equiparable a la que un judío percibe en presencia de un neonazi, o un represaliado por el nacionalchabacanismo de Paquito —otro tiranuelo monórquido con baraka— ante el Valle de los Caídos.

El individuo sólo llega a descubrir diáfanamente si por sus venas corre un resto de divinidad o un reguero de mierda cuando las inclemencias de la existencia lo empujan fuera del cobijo de sus límites. Para cualquier sujeto dotado de un nivel aceptable de conciencia de la realidad, el acto de hacerle otro hijo al mundo representa uno de esos límites vulnerados de modo tanto más dramático dada la imposibilidad de impugnarlo tras el alumbramiento, mientras que para un cristiano apenas reviste el vulgar carácter de una obligación, es el producto homologado de poner los órganos reproductores como sucursales abiertas al servicio del Creador.

Un básico e impostergable control de natalidad habría de velar por establecer un mínimo cualitativo en el ámbito del hogar donde ha de criarse la descendencia, exigencia que implicaría en orden prioritario exámenes de capacitación a los progenitores, similares en algunos aspectos a los vigentes para los trámites de adopción, en los que se tendrían que evaluar, principal pero no únicamente, la estabilidad anímica, el compromiso afectivo, el nivel cultural, la solvencia económica y, por encima de lo demás, la madurez mental. Por sí solo, este último requisito bastaría para excluir a los padres y aspirantes a serlo que demuestren conducir sus almas con propensión al ardor católico. Sin embargo, la cristiandad en general y los católicos en especial son uno de los grupos humanos más feraces, y no en vano, pues si los índices elevados de natalidad constituyen un acontecimiento ordinario entre gente modrega, en este caso, por añadidura, se trata de ampliar el alcance fáctico, bioinvasivo, de una parentela peligrosa; peligrosa y asaz costosa: cual agente contaminante, animando a la utopía celeste mediante la multiplicación de los miserables en el agreste, así funciona in saecula saeculorum la estrategia vaticana de dominación mundial.

James Tissot, Jésus porté sur le pinacle du Temple
En el último dislate presupuestario, según fuentes que todavía considero fiables, la cantidad que se destinó en España al mantenimiento de la Iglesia fue de casi once mil millones y medio de euros. ¿Se imaginan los usos verdaderamente respetables que se podrían hacer con ese dinero... aunque el mejor de todos siga siendo, por pura equidad, prescindir de gravarlo a los contribuyentes? Eclipsados por la pasividad de consentir a los adalides de la estafa que nos conduzcan al vertedero de la historia, lo menos calamitoso que puede lamentarse a la vista de este devastado enclave es que los sueldos sufren hemorragias irrestañables, los impuestos se disparan como armas anónimas contra la población y los derechos civiles quedan gravemente amputados a trochemoche —pagamos más por un empeoramiento de condiciones— para que otros permanezcan inmunes a la debacle. A costa de las arcas públicas, el balance eclesiástico se beneficia de un incremento progresivo a tenor de lo que puede contrastarse buscando el importe de esa misma cuantía en años previos, circunstancia a la que han contribuido sucesivamente los diferentes gobiernos de este manicomio. Para enardecer el escándalo, a la cifra total que se maneja —una mezquindad si se compara con el incalculable daño psíquico de tener comisarios religiosos hasta en las guarderías— habría que sumar el producto de las múltiples actividades económicas exentas de gravámenes que son desempeñadas, directa e indirectamente, por la secta católica con su emulsión de organizaciones paralelas y no gubernamentales, pero como ningún poder vigente osa inspeccionar a la Iglesia, que incluso dispone de facultad legal para registrar la propiedad, podemos conjeturar que redondeará el montante en varios miles de millones. Y ello pese a que desde los acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede, ya se instaba a la autofinanciación del clero en la sección quinta del artículo segundo. Ratificados en 1976, estos onerosos convenios fueron el prólogo perfecto a esa magna Prostitución española aprobada para maquillar como una Transición lo que fue una descarada Transacción de influencias, como puede colegirse de lo expuesto en los últimos apartados del artículo segundo de la Ley de Amnistía de 1977.

Haciendo cuentas al margen de estas afrentas legislativas, los 11.337.100.000 € troceados entre los 46.818.200 deshumanizados que componemos la población española según el INE, arrojan un resultado aproximado de 242,15 € anuales por orto. Algunos pensarán que no es tanto y, ciertamente, no me extraña: hoy día, a cualquier excreción sumisa la llaman pensamiento.

Ahora, si me lo permiten —y si no, con mayor énfasis lo adelanto— haré un expletivo voto nulo de silencio para limpiarme la caricatura de sermón que bien podría aprovechar para dar ejemplo de axiomático mutismo a los espíritus miniaturizados por el vicio de la fe que se cobran por la jeta cada mejilla del prójimo. Cállese lo que se calle o dígase lo que se diga, para estos incorregibles villanos no hay mejor dechado de sensibilidad barroca que la elevación de mi santa polla. ¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia!

22.5.13

LA TENIDA

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.
Albert CAMUS
El mito de Sísifo

Somera luna creciente en el subsuelo adjunto al subcielo; bajo las persianas y sale jarreando la Templanza: tiempo blanco de afinar retiros que emplearé en darle otra vuelta al ombligo y desembrarlo de astillas. La ausencia fluye de mi cuenta. Acepto la invitación...

Negro es el continente recóndito de todas las cosas, y cuando no lo veo, me derramo cafre a su través. No vengo a este estuche de incontenibles por venir a más ni a tanto menos lo devengo, pues más que mi nacimiento —tragedia neta, un fiasco remiso a la expiación— celebro mis renacimientos. Tampoco me desvivo por estar cansado de vivir ni me doy descanso por bullir en soflama viva, sino que revivo de matarme cerviz a cerviz las esperanzas que no fecundo a la existencia en la que incluyo, del coxis a la crisma, los enconos del mundo más alguna otra solapa entusiasta de sentido que, absurdamente, en un místico convite del roto por el roto, me desbarro intransigente a comprender.

La suerte no me cambia porque la muerte ya no me arredra con sus hilaridades de quitaipón. Ella y yo, casi somos uno o dos medios casi. Recipiendario, con distinciones zumbonas de nada que para nupcias de entero sirven, sé ronchar sin embozo de confalón la mano que me priva de comer, así como besar el sexo que me infunde en privado calorías de relatividad para mover montañas.

¡Estoy tan desaprovechado, tan suavemente estrellado en la defección de cada alborada!

The Great Day of His Wrath, de John Martin, obra que acicaló el desazonador álbum Heresy de Lustmord.

20.5.13

POLOS DESCOMPUESTOS

¿Aquello que queremos es realmente la vida o simplemente vivimos para liberarnos de ella?
Sandra BOQUEDANO
¿Voluntad de vivir o voluntad de morir?

Ninguna ley es sagrada, y cuanto más lo pretende, con mayor celo profanará a los vivos en nombre de una instancia muerta o irreal. La libertad tampoco es molde de ley, sino pintarrajo en devenir, un laberinto, la geometría mudable de la experiencia por donde discurre la expresión loca del mundo, y quien se adentra en ella construye su propia prisión, la más grande de todas y también la más engañosa, pues incluye en su deambular a las demás, de las comunes y materiales ataduras a las inabarcables trabas imaginarias. Nadie está libre de ser libre, del continuo ciclo de desmesura y desplome que confiere su profundo sentido irreparable al espíritu, convertido en el instrumento punzante que aúna la tensión entre el apetito de esclarecimiento y la certeza de perdición, entre la elevación insuficiente y la infalible caída. Su destino, símbolo crucífero de dualidades, parece servir de cauce a una radiación ambivalente velada en las ganas de sobrepasarse a sí mismo por hallar la intensidad máxima, la efervescencia del apogeo al que sigue el obstáculo hecho a medida que la exaltación, en la suma disponible de sus fuerzas, nunca puede vencer. Con una lógica desafiante por su obsesiva regularidad, la depravación dicta de tapadillo la única norma inviolable en los dominios del territorio psíquico mediante la torsión de sus dos directrices básicas: porque la vida tiende a ahogarse en la aspiración a querer tomarlo todo, y porque una vez se precipita en la fase de contracción solo puede transformar con volátiles enredos de perversidad las pulsiones tectónicas de su deseo.

Tras los esfuerzos imperiosos de la voluntad no hay satisfacción, salvo que merezca tal concordancia el regosto de una decepción directamente proporcional a la alegría buscada, que llegará a tedio integral de persistir en los empeños. Chapoteando en la nostalgia del fango, pretenciosa en las sublimaciones de sus designios, la volición adoptará a partir de entonces una forma reincidente y cada vez más apagada de afirmarse que adolecerá la intermitencia de un poder carente de energía, marcado por angustiosas complicaciones, donde el deseo de ascender —tanto en su programa trivial de lograr el éxito, como en su vocación trascendental de iluminación— se interrumpe con la evaporación de lo que antes era concebido, aun con otros apelativos, como un sólido ideal de bondad, belleza y verdad, y queda subjetivamente trastocado por el bloqueante adobe de malicia, fealdad y falsedad que le instruye plúmbeos anticlímax.

De cerca, la imponente grandeza que consigue proyectar un humano trasluce, poco menos que más, un combinado venturoso de impotentes bajezas. Entregado a la atracción desestabilizadora de sus polos descompuestos, nadie por nada se colmará. El sueño degenerará en pesadilla; la pesadilla, en realidad; la realidad, en historia; la historia, en literatura; la literatura, en mito; el mito, en fraude; el fraude, en ley; la ley, en frustración; la frustración, en sueño y así, en rotativo descenso helicoidal, hasta trasroscarse el raquis. ¿Un disfemismo? Ya quisiera... de la memez voy díscolo a la melarchía; allí, si me entiendes, nos felicitaremos.

Famine de John Charles Dollman.

18.5.13

LA ENSENADA

Admite que no conoce la ley y, al mismo tiempo, afirma que es inocente.
Franz KAFKA
El proceso

¿Cuántos, como yo, estarán saboreando en este instante los restos interdentales de una insuperable mermelada de zarzamora, apoyados en una ventana provista de cucamonas térmicas para encuadrar sin escalofríos la tormenta, mientras suena una pieza envolvente de Josquin des Prés y una gata veteada de cobre se relame a baba suelta tras haber apurado el aliño de guindilla en aceite de oliva que no pasó la barrera encefálica de mi frugalidad, aderezo suplicante en su abandono de la miga carbohidratada que no lo embebió?

Todo lo que haces, te deshace; todo lo que deshaces, te da forma y lima que lima te afila en el tránsito de desperdiciar potenciales, sobrarte sin pesar y pisar de consumado perdón la tijereta que cruzó el quicio reactivando la sensación incógnita que ostentas al escuchar la canción de un grupo ochentero, más oculto que de culto, cuyas protuberancias te propulsan a bailar en busca de esa intimidad umbilical donde el todo me la suda inculca magistralmente el padecimiento justo de fusión, así hasta que te cansas de trotar con los ojos encallados en blanco y vuelves a preguntarte, una pizca fodolí, por qué las mejores rosas huelen a violeta recién parida y los bebés, cuando están limpios y jugosos, a promesa tierna de lechón asado...

Cesa la música. En un váyase la luz vino el pozo. A vicio de verdad, esto decae: creo oportuno —y quizá más— citar un aforismo que yo mismo clasifiqué de segundo o tercer nivel hace años, cuando lo escribí, a saber en qué condiciones de lacrimosa transparencia:

«Dar por hecho que no hay nada tras la muerte también es un acto de fe que responde a la necesidad de consolar nuestra irremediable ignorancia frente a los contenidos claves de la existencia. Nada demuestra, en efecto, que algún fragmento de conciencia sobreviva a la muerte biológica, pero desde la misma exigencia de imparcialidad tampoco faltan motivos para sospechar que la indeleble angustia de que pueda haber algo peor que la desaparición ha condicionado la idea de estirar la pata sin solución de continuidad. Deseo y realidad se confunden en las maneras de pensar la muerte y ni siquiera la postura que pasa por ser la más escéptica se libra de querer imponer como certeza lo que no se sabe, en vez de admitir la impotencia esencial para comprender lo que nos espera al cruzar la última frontera».

Al desvanecerse la zonga imaginaria equivoqué el axioma; tenía intención de hacer fluir mi influencia con otro menos intempestivo:

«No estoy seguro de lo que quiero, pero sí lo estoy de lo que detesto. El odio define mejor la personalidad que cualquier otro baremo de acotación psicológica. Lo que tiene más peso, por tanto, no es lo que un sujeto hace con su vida, sino lo que deshace y quiere deshacer con ella; no los hechos, sino los desechos».

Ni atlántico ni mediterráneo, me tiro un beso salado —ex lenguado— que robé a una copa esquivando el brindis de la zupia ya seca. Ea. Gratuito de mí, además de puta, pespunte en boca.

La encantadora de serpientes de Henri Rousseau.

17.5.13

TOPOS


No hagas caso de lo que sientes cuando el verdadero talento que tienes es el de esconder la verdad.
Chuck PALAHNIUK
Superviviente

Mírese debajo de las piedras, de las hechas por natura y de las que son obra del hombre; mírese con aumento debajo de las casas, de los caminos, de los templos, de los monumentos, de los palacios, de los museos, de las cárceles, de las fábricas, de los hospitales y de los cementerios; mírese debajo de todas las piedras, sin excepción, tanto en campo como en poblado; pero mírese atentamente, hágase inventario de lo que allí se guarece y vuelvan a colocarse en su sitio: en adelante, nada se sostendrá. La piedra calla porque exige silencio a la mirada y ceguera a la voz, y por cada cosa que la piedra cubre otras mil no se descubren...

Miremos, también, debajo de las faldas. Se desconoce quién pudo ser el autor de esta insinuante parodia de la seducción (circa 1680) que nos invita a paladear el bocado que sobrevivió a una distinguida mujer.

13.5.13

MAÑANITA DE DOMINGO

Derecho, siempre adelante, no se puede ir muy lejos.
Antoine de SAINT-EXUPÉRY
El Principito

Los menos ariscos impacientes del centro de desmonificación han salido en desdentada jauría a pasear sus ultracuerpos en un radio de diezmil tiros de roca, lo que incluye por la tangente a mi morada que quisiera enjalbegada de invisible ultravioleta. Precediendo a la prosodia pringosa de laringes chapadas en aluminio al tizón percibo el mosqueo elocuente de los perros de la vecindad, que huelen el tufo de las malas intenciones antes de ponerles cara. Nítidos a través de la cefalea proferida por un éxito musical que rechina carcasas de telefonía a todo volumen, distingo los versos blancos de un negro presagio:

—Esta casa seguro que mola.
—Parece fácil.
—Mejor pedir perdón que permiso.

Y una orquesta de risas pastosas acude en refuerzo de la actitud que me suplanta las puntuales ganas de evacuar tras el desayuno por el desaire de que me jiñen encima. Son seis menos uno: al gordo sudoroso de pantalones caídos y lengua fofa no lo cuento, aunque su culo imponga por sí solo una monstruosidad pesada de eludir y su relleno la más hedionda promesa de amenaza. Sereno, como negando el crédito al suplicio de las retinas que me los sitúa descabalgando a lomos del seto, un relámpago de adrenalina me cruje al fin los nervios con meridiana resolución: «Coge la fusca que aún no has tenido cojones de enfocar contra una sucursal bancaria y pronuncia tu heraldo en el dialecto universal de la pólvora». En ausencia de falcata o de katana para invocar con honores a Ate, realizo la secuencia básica de ponerle cinco cartuchos al depósito —el orondo tendrá que conformarse con un culatazo— y un criscrás al guardamano. Aparte del albornoz deshilachado por mi gata y las babuchas de estilo papal que le compré a un musulmán con acento de curry, nada se interpone entre mi piel y el mundo.

—¿Ya no se lleva aquello de llamar a la puerta y enseñar la patita?

Se detienen. Tratan de localizar la procedencia de mi voz, que les sale al encuentro por una de las cuatro ventanas de la fachada.

—Tengo una amiga que desea conoceros.

Deliberadamente, mi disparo se pierde en busca de los cirros. Disfruto de la fuga atropellada con que rompen su avanzadilla a pesar de que los tímpanos me detonan fatalidad con una legión de zumbidos. No mataré a nadie desarmado, pero apunto en un acaso al que presenta hechuras de damajuana por si hubiera que desbravar con un certamen de eritrocitos otro conato de hostilidad.

—¡Bonitas espaldas para criar malvas!

Salgo muy en mis sosiegos en dirección a los bárbaros, que en la desbandada han quebrado sus lazos convenidos de criminalidad por el instintivo sálvese quien pueda. Contra todo pronóstico, el adiposo ha sido el primero en sortear la valla que separa mi morabito de la vereda —pobre bicho, he sido prejuicioso con él—. Cargo el siguiente proyectil saboreando al máximo el efecto psicológico del mecanismo.

—¡Largo! Me sobran razones para perder la cabeza.

El último asaltante queda atascado en las flores de forja de la cancela, de las que pende torpe y obstinadamente, como una garrapata mayúscula, mientras sus camaradas firman polvaredas de pezuñas a generosa distancia. Sin repensarlo, me apresuro al armario donde guardo los productos de limpieza y regreso con una botella de metanol que descargo sobre el furtivo.

—¿Tengo que pedirte permiso o disculpas?
—Por favor, por favor...
—No supliques a quien estabas dispuesto a hacer suplicar.

Al verme empuñar rumboso el mechero, líbrase del anzuelo en un santimecagüen y cae de testuz al otro lado. No es veloz y cojea, aunque con un yonqui cualquier apariencia notoria de lamentación suele ser disfraz de majadería. Apenas un centenar de metros después lo derribo echándole la zancadilla y muerde el trigal dejando sobre el verde ondulante el oprobio de un oscuro moteado: no está herido, es el miedo licuado que se le escapa por el rebosadero inferior. La ferocidad de mi mirada no apela al señorío facticio de la escopeta, que abandoné en el jardín al echarme a la carrera. Me basto de ojos cual dos serpentines al averno para provocar la rendición del intruso, cuya pasividad termina de enfurecerme por no dar juego de prestancia al desquite. Le salpico el mal menor de una eucaristía que me reboza la mano de mocos. Repito la obra pía hasta tres veces, tan ultrajantes para su orgullo como necesarias para atajarle la rinitis. Satisfecho por la mansedumbre obtenida sin mayores derramamientos, le arrojo al frontispicio una tableta de opio bien curado que tenía reservada para otras labores.

—Aficiónate a la humillación, porque no tiene remedio. Y recuérdale a tus amigotes que la única propiedad valiosa que hallarán en mi hogar soy yo —no mucho, la verdad, mas esto me lo muerdo.

Fresco de Andrea Mantegna para la Cámara de los esposos en el Palazzo Ducale de Mantua.

10.5.13

DE LA INASIBLE COMBATIVIDAD

Todo nuestro razonamiento se reduce a ceder al sentimiento.
Blaise PASCAL
Pensamientos

Vivir con miedo es pecar contra uno mismo, ir de uñas contra ese casi nadie a quien debemos soportar la enmienda de su pegadiza transmigración entre otros insoportables pasajeros de la existencia que nos merodean como agujeros y nos tragan solo un poquito a condición de servirles de público. Loco de verdad o verdaderamente cuerdo, hay que ganarse el alguien haciendo lo que más se teme.

Si no me valgo para amar, me gustaría saberme armar el nervio de ser peor de campo a campo que mi enemigo; para él me gustaría ser temible sin interrupción, pero las guerras me salen santas a mi pensar porque tiendo a ver lo bueno en la maldad ajena por lo propio malo que se cría en mi bondad. Como cruzado, soy radicalmente desintegrista y amador discrepante me revuelvo todo por mi sola presencia, impenitencia de corazón sin dueño que desdeñado nunca ha detestado sin querer a la vez y de sus filias ha de salir balduendo con el hábito de lucha que me ha vuelto sencillo en la victoria, valiente en la derrota y diabólicamente cortés en todas las batallas.

Púgnase en vislumbre de trifulca quien persigue a su oponente hasta cercarlo en el puro deseo de acabarlo, que en el momento de la centella reptiliana da un vuelco de discernimiento al saltar sobre ambos, se anonada en para sí por esa fisura que honra a su presa incluso cuando la devora y desprende a su victoria un veredicto trabucado de vacío donde no más dentro ni más fuera se raspan los extremos y siempre se pierde el tiempo por quererlo ganar, con cualquier pretexto, también en el combate.

Comentan por las paredes que «si luchas puedes perder, pero si no luchas estás perdido». A mí hasta eso me parece una mentira para poder dar cauce al odio que nos inspiramos unos a otros, y conste que no estoy en contra del odio ni de las mentiras... cuando van por separado. Unamuno desconfiaba del que no lucha, pues veía «un mayor enemigo en el que se me somete que en el que me resiste». Habrá que deshacer las sábanas...

El ahogado, de Vasily Perov, responsable del popular retrato de Dostoyevski.

8.5.13

REABRIR BRECHAS

Entienda de una vez, ustedes son poderosos en tanto que no le hayan quitado todo a la gente. La persona a quien le hayan quitado todo, como a mí, ya no está en su poder. Es libre otra vez.
Alexander SOLZHENITSYN
El primer círculo

Tengo un amigo que ha trabajado como operario durante años para una de las mayores empresas de un prominente capo del sector alimentario. Pese al superávit, el patrón orientó sus naves según el viento dominante y dictó un ERE en el que la pareja de mi estimado, que trabajaba con él en idéntica categoría profesional, fue expulsada en condiciones infamantes junto a otros cientos de curritos. Ante la ofensa, él prefirió trocar la indignación en amor y pidió formalmente al responsable de la tropelía la informalidad de permutar el destino de su compañera. Al principio no obtuvo respuesta, pero insistió, manteniendo en todo momento la corrección del tono y propiedad de las palabras. Días después, la bicicleta en la que se desplazaba diariamente a la planta de envasado apareció pinchada en el aparcamiento con un pósit rosa en el que algún mandado había escrito NO MOLESTES MÁS, IDIOTA. Fue entonces cuando solicitó mi colaboración creativa para dirigirle una carta de despido al Gran Jefe. De las tres versiones que compuse, esta fue la que entregó:

Vienes y vas a tus anchas pisando mis estrechuras, enchulado al cuadrado por exhibirte bucanero augusto de tu hacienda musculosa. Crees que nunca serás forúnculo en tierra extraña porque a tu paso se abren fácilmente todas las puertas y del proceloso negocio siempre arribas a buen puerto como a chocho efervescente de soñarte, pero lo crees porque no entiendes, con la gravedad difusa del conflicto, que raramente verás franqueada la estima verdadera, la que no hace precios de reverencias, porque lo creas o no allí donde fueres serás odiado por los más, quienes te maldicen por costumbre a tus espaldas y a veces, también, a la cara, cuando se alzan al no seguir dispuestos a perderse el respeto que tus trampas de cacique han mancillado. Maldito eres —y no lo aplaudo— por ser un blanco magnífico para esa envidia ordinaria cuyos condimentos no entran en mi dieta a pesar de habérmela recalentado en frecuentes ocasiones; la carga explosiva de dicho estigma es baladí comparada con el hipermundo que te has labrado con el oro que arrancaste a otros de sus carnes, porque aún más maldito serás —y no lo lamento— por otras razones que se contagian de corazón cuando uno se ha hecho inmune a la codicia, tu indigente diosa del dame más.

Exprimes al máximo la lámpara maravillosa de tu fortuna para pagar un mínimo por la actividad productiva de mi organismo hasta conducirlo a su avería, aprovechándote de la calle monstruosa que me engullirá si desdeño putearme barato. ¿De quién será la culpa que te apresuras a hacer mía?

Posees, pose que sabes, el mal gusto de carecer de la presencia de ánimo necesaria no ya para dictarme órdenes contra mi conciencia, sino para igualar a pulso la entereza con que noblemente, sin pedirte nada, renuncio al juego terrorífico de tus contratos emboscada, libre de acatar mi valor a la intemperie por no ganarme la rutina sepultada en vida de ganarte opulencias. ¿Comprendes? ¡Soy yo el que te despide! Estoy tan poco interesado en pavimentar el éxito de un mediocre, como tú en poner a tu servicio a alguien que empieza por despreciarte con su indocilidad y después, en el mamífero tú a tú, te insinúa sombras con formas que no sospechas por sospecharlas dignas de temer.

El sentimiento de aversión que experimentas ahora es mutuo, no te quepa duda, con la diferencia incalculable de que tengo poderosos motivos para prevenirme contra ti y tú apenas disimulas la impotencia autoritaria, hueca de hambrienta arrogancia, que te corroe cada vez que ves reflejado en la cara involuntaria de tus subordinados ese saco de mierda asegurado en Suiza en el que perfectamente te reconoces.

Segundo episodio del panel de cuatro escenas Nastagio degli Onesti de Botticelli. El argumento de la historia puede seguirse en la página que le dedica el Museo del Prado, donde se conservan las tres primeras partes de la obra.

7.5.13

DURO DE ROER, FÁCIL DE LAMER

La naturaleza humana es intrincada; los objetivos de la sociedad son de una complejidad máxima; y, por lo tanto, ninguna simple disposición o dirección del poder puede avenirse con la naturaleza humana o con el tipo de asuntos que le conciernen.
Edmund BURKE
Reflexiones sobre la Revolución en Francia

Puesto que toda ficción compartida es ya una fuente de realidad, podría colegirse a la inversa que toda realidad que deja de serlo se disipa sin más, pero no: como mínimo, se comparte con uno mismo, cuyo punto de vista no se achica a rebotar aisladamente dentro del campo abstracto de la subjetividad e influye de lleno en lo observado por rutas a menudo impensables. Las representaciones de la realidad son parte sustantiva de ella, el nexo que une simultáneamente necesidad y aleatoriedad en la textura imprevisible de los hechos, ajenos por su estructura interna al muy humano propósito de nivelación simplificadora incapaz de contener la relación mutante que media entre ellos. Algunos han querido penetrar en este orden nada obvio de procesos en constante variación atribuyéndolo a una supuesta trascendencia universal definida por la retribución, de manera que lo individual es contemplado como un momento de reajuste o compensación de lo general. Según las leyes del karma, con su frondosa pero desasosegante filosofía intrínseca que adjudica no sólo a cada acción, sino a la misma raíz del pensamiento un valor moral absoluto, en su más profunda identidad uno es responsable de alternar tiempos, seres y lugares trazando un atlas intergeneracional —el irrefrenable samsara— de forma análoga a como se combinan las experiencias vividas, soñadas e imaginadas en la memoria singular donde florece la dimensión espiritual del sujeto. Para los que así piensan, lo coercitivo no está reñido con lo cognoscitivo, y creen legítimo justificar lo que por naturaleza no tiene razón de ser, como el sistema cerrado de castas que determina antes de su nacimiento los límites estrictos en los que ha de moverse la existencia concreta, convertida así en inerte predicado material de una aberración metafísica donde no hay espacio —ni mental ni social— para la inventiva, ni se concibe la inestabilidad que, al margen de cualquier dogma, sirve con sus incertidumbres de matriz prodigiosa a lo real, que se expande inagotable siempre que la mirada trata de abarcarlo.

El descubrimiento de la miel por Baco, de Piero di Cosimo, pintura que luce en el Worcester Art Museum.

6.5.13

IGNOMINIAS (selección)


José de Ribera, Magdalena Ventura con su marido
Como forzar la fuente a dar lo que no fluye es arriesgarse a hacer un lodazal del santuario, traigo en sosiego del manantial habitual un acopio de epigramas que desmembré, con algún relato de entresueño mediante, durante la convalecencia de un accidente que casi me tritura la vida en la primavera de 2003. Sobrevivir significó un renacimiento desfibrado en la crueldad que me obligó a discernir, por nuevos canales, lo esencial de lo accesorio. No habré vivido mucho, pero he muerto varias veces. Que en la actualidad, al releerme, me reconozca y no pueda suscribir con un sentimiento de legítimo orgullo muchas de las opiniones expresadas sería un certificado de haber ganado en amplitud de miras si excluyera la constatación del deterioro que supone, por contraste, entenderme más roído de colmillos. ¿Habría pensado lo mismo de haberme visto ahora con los ojos de entonces?

Sin mayores preámbulos ni conmemoraciones, disfruten a su malicioso capricho de aquellas mordeduras que quise asestar ignominiosas:


La disparidad irreconciliable entre la mayoría y el invasor hiperbólico que, para abreviar, suelo promulgar en un yo, obedece a la ecuanimidad empírica: mientras ellos esperan mansamente que Dios, la Suerte o el Destino les resuelva el enigma de sus vidas al culminar en la muerte, yo me despeñé en los abismos del tiempo desde las áridas cumbres del saber cuando tuve el primer indicio de poder asegurar algo, aunque sólo fuese la dureza de mi calavera.

*

La vida me agota porque no la agoto, pero durante ese intervalo crepuscular que va del deseo a la desilusión concentro una riqueza tan gloriosa que podría sobornar a Dios.

*

Censurar es un complejo: se reprimen conductas ajenas por pánico a consentir los propios vicios; lo cual es de por sí un consentimiento desviado.

*

Siempre que entres en un laberinto pregúntate de que otro enredo estás huyendo.

*

Vagamos en el dédalo de la existencia ignorando que estamos perdidos, pero al vislumbrar la esencia caótica de nuestro recorrido nos extraviamos definitivamente... Claro, que siempre conforta el depravado orgullo de haber ensombrecido la oscuridad por sumar un laberinto singular al laberinto original.

*

Quien no valora el ocio teme secretamente perderse en su espíritu, o mejor, en su ausencia de goces espirituales. Y es esta incompetencia para crear un mundo interior la que anima a desvirtuar como inútiles a los que saben caer en sí mismos.

*

CONDENADO A LA TRANSPARENCIA. Una vez que se ha visto, los párpados se desvanecen.

*

La medida de nuestra fuerza individual se expresa en la virulencia con que la sociedad nos reprende.

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Si dispones de un gran capital y vives miserablemente sólo mereces que te expropien. En cambio, si a pesar de tu jugosa fortuna te arruinan las ambiciones, bendice tu suerte: el destino te ha proporcionado el lugar que te correspondía.

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HACEDORES. Todo lo justificable es impermisible; todo lo intolerable está permitido. Comprendo a quienes, sabiéndose mejor individualizados, aspiran a debelar al resto elevando sus deseos al rango de dogma; pero también entiendo a los que, hartos de esclavitud, se rebelan contra los tiranos en ciernes: ambos están hechos de la misma pasta maldita cuyo molde es la insatisfacción.

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Schopenhauer: «Pero ¿qué significa ofender a alguien? Significa desengañarlo de la buena opinión que tiene de sí mismo» —y de la mala, añadiría yo.

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La dignidad es un patrimonio intransferible que prospera o decrece con nuestras cualidades. Si en verdad somos dignos, al oír declamar dignidad humana deberíamos ofendernos con el hedor caritativo de este falso concepto que a tantos seres mediocres pretende consolar, ya que cada persona es una bestia hasta que no demuestra lo contrario.

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ANANTROPOLOGÍA. No se puede definir al Hombre porque, sencillamente, ese majestuoso señor no existe. A preguntas huecas, respuestas vacías.

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La ventaja de ser humano es que por mucho que te analices, jamás obtendrás un conocimiento concluyente de tu naturaleza; la desventaja, exactamente la misma.

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A un intelecto riguroso no le basta con ver; debe pensar lo que ve y, por encima de todo, pensar cómo se piensa lo que está viendo; ver cómo se piensa lo que está pensando.

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Haz de cada día una vida y de cada vida una preciosa muerte.

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La burla hiere más profundamente que la negación, puesto que para anular es preciso un acuerdo en lo esencial, mientras que la risa —maremoto del sarcasmo— transgrede su objeto desde todos los ángulos, lo deshace sin necesidad de oponerse. De ahí que la habilidad crítica por excelencia no sea la argumentación beligerante ni el reproche cruel, sino el dadivoso humor que habiéndose instalado sobre un colchón de indiferencia, sólo se levanta para corroborar la eficacia purgante de su ironía acumulada.

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PROFILAXIS. Primera lección: aléjate de la sobriedad cuando hayas olvidado tu última fiesta. Segunda lección: vuelve a ella cuando no recuerdes el desenlace de tu último homenaje.

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Frente a la absurda noción —¿y qué noción no lo es?— de un Dios omnipotente creador, opongo mi versión del dios final producto de la autoconciencia del cosmos en descomposición, que habiendo comprendido súbitamente su ilimitado delirio de formas y azares comete la única, suprema acción de suicidarse.

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Descartamos como primitivo o salvaje aquello que nos parece inútil y, en cierto modo, incomprensible, pero no hay nada tan fatuo —tan adolescente— como la manía civilizada de renunciar al estudio de lo superfluo.

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Si no eres capaz de encontrar los mejores bienes en ti mismo, tal vez llegó el momento de recrearte con tus males, porque fuera de tu alma no hallarás tesoro sin ponzoña.

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Tanto me gusta la muerte que rehúso de ella por temor a estropearla.

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AUTOTEDIO. La sociabilidad es sospechosa de insociabilidad con uno mismo. El anhelo de compañía responde a la urgencia de anestesiar la sarna que uno es para sí y contagiar al resto las flatulencias mentales que, sin público, terminarían reventando. 

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Amar al prójimo es la reacción morbosa ante las torturas que uno pueda ocasionarse en soledad.

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PSICOLOGÍA QUE NUNCA FALLA. «Díme de qué presumes y te diré de qué careces»... ¿Amas la vida sobre todo lo demás? ¡Falso! Lo que ocurre es que la perspectiva irremisible de la muerte te horroriza. ¿Te gusta escuchar a los otros, compartir tu tiempo con ellos y demostrarles tu interés por sus asuntos? En el fondo huyes de tu angustiosa monotonía. ¿Lo que más te apasiona es viajar? Signo inequívoco de que la rutina te ha vencido, o quizá ni te atreves a recorrer tu geografía interior y la sustituyes poniendo tierra de por medio. ¿Eres un devoto creyente? ¡Falacias! Tan culpable te sientes, que para evitar un posible castigo divino lames el altar más asequible. ¿Tu debilidad son los niños? Lo que pasa realmente es que ante el espanto que despierta tu vejez, vampirizas cualquier indicio de vida, especialmente allí donde más pura se manifiesta. ¿Prefieres la dignidad del trabajo a perder el tiempo sin hacer nada útil? Está claro: muy poco debes valer cuando ni tu ocio te estimula; desempeñarás a la perfección tus funciones de hormiga, pero para desarrollar las dotes de tu sensibilidad eres un necio.

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Puede que la soledad no sea confortable, sino oscura y dolorosa, pero la sociedad es oscura, dolorosa y, además, idiotizante.

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Quien teme sus deseos está deseando sus temores.

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La muerte es un manantial de sueño que recibimos cuando hemos evaporado lo que podríamos soñar.

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Si los gusanos te roen, ¡cómetelos!

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En la inspiración sólo hay espacio por llenar, mientras que en el tiempo el espacio que poseemos —que nos posee— se quema.

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En muchos sentidos escribir equivale a defecar: si no lo sueltas, te pudres. Empero, nada huele tan lascivamente como un manuscrito sazonado de putrefacción.

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El azar es nuestro destino y predispone, imprevisiblemente, la cantidad de energía que cada ser puede disolver en el tiempo; la calidad con que esa fuerza se desenvuelva nos afectará siempre, pero es ingenuo confiar en la voluntad para gestionarla: su influencia es un factor en juego, la ilusión de una especie que al estar condenada a la inanidad sólo puede apostar por su arrogancia.

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Quien no añora la esponjosa intuición de la infancia demuestra que sigue siendo un niño.

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Prevenirse del miedo es temer virtualmente lo peor a efectos de no hundirse cuando suceda.

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Bello es aquello que me supera y, sin embargo, no me afea.

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Si las ideas estuvieran ausentes, los hechos se derramarían inundándonos de ambigüedad, pues no hay fluido que conserve la honradez sin envase.

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Tengo mis fórmulas, pero sólo prolongan la incógnita elemental.

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La verdad no está contenida en los hechos, mucho menos en la fe —que es la estrategia de sobreponerse a los hechos—; la verdad se ha escondido en el último miedo.

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No es extraño que las virtudes actúen como enzimas de corrupción; los defectos sólo nos ayudan a soportarlas.

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En todo momento deberíamos ser recíprocos con la sociedad, es decir, que al individuo desfavorecido, injuriado o estafado por los avatares que lo vinculan a un grupo habría que permitirle atentar contra las instituciones que se nutren de su ordinaria pleitesía. La política estatal seguirá siendo un abuso mientras el desafuero no sea reconocido como derecho inalienable frente al acoso de las circunstancias. Hume lo tenía claro: “No estoy obligado a hacer un pequeño bien a la sociedad si ello supone un gran mal para mí”.

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Si conociésemos el futuro por anticipado no haría falta tomarse la molestia de corregir el presente: antes de reflexionar ya habríamos sido fulminados por el hastío.

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Tal vez detrás de cada suceso exista la palabra secreta que lo conjura con precisión absoluta, tal vez responda al lenguaje de un creador; creador que a su vez pertenece a la creación de otro creador: creadores superpuestos que se remontan en torbellino al infinito y castigan con irrisión los intentos de objetivar la realidad.

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Cuando el poder legisla quiere reparar sus vacíos, expiar sus culpas: elude ser juzgado haciéndose inquisidor.

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Tan artificioso me resulta una naturaleza que evoluciona de formas simples a complejas y de simios a hombres, como otra diseñada por algún dios en prácticas o decididamente tarado. Mi intuición analítica confirma más bien lo contrario al proceso evolutivo, o sea, que la tendencia natural es reducir los organismos a su máxima sencillez (incluso la todopoderosa muerte se declara a favor de esta hipótesis cuando obliga a la disgregación inorgánica de las estructuras más sofisticadas) y que el fenómeno humano es un accidente acaecido entre dos inmensas épocas de monopolio bacteriológico. En cuanto a la posible genealogía de este singular fenómeno, me parece un despropósito relacionarlo con los fortuitos residuos óseos de las especies extintas que tuvieron la desventura de ser vagamente similares. A veces se me ha ocurrido pensar en el hombre —o despensarlo, que para dispensarlo de otras intrigas no estamos— como un producto de sí mismo en el sentido más literal de la expresión. No sé cómo articular esta idea que pulula en mi cráneo con impulso automático, pero trataré de esbozarla: supongamos un intrincado futuro donde es factible viajar en el tiempo. Supongamos a los científicos ensayando diversos prototipos humanos en la prehistoria con la esperanza de esclarecer el mapa genético del eslabón perdido tras la iniciativa fallida de distribuir sistemas de vigilancia etnobiológica. Supongamos que uno de esos prototipos se establece y comienza a reproducirse hasta desplazar con el tiempo a sus competidores. El ciclo de la historia se cierra con una paradoja: el hijo habría creado al padre a su imagen y semejanza.

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UN TRAUMA IRREPARABLE. Nuestros genes incluyen la tentación de modificar los genes, y sospecho que es el asco la causa original de esta inquietud. No podría ser de otro modo: la arcada con la que Dios —intoxicado por su narcisismo glotón— expelió al hombre perdura en la intimidad de cada proteína.

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A los muertos se les lleva flores para que, simbólicamente, no apesten nuestra conciencia.

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REFLEJOS. Desde la vida soñamos la muerte como una suerte de secuestro inescrutable, lo que quizá garantice que desde la muerte estamos soñando la vida.

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Sólo las mentes demasiado lógicas son propensas a la locura.

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Toda proposición es verdadera a condición de ser sinceramente falsa.

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¿Es el ∞ un reloj de arena durmiente o es el reloj de arena un ∞ en erección?

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Los pueblos avanzados viven la tragedia celebrando el mundo; los superiores, además, procuran conocer otros mundos. 

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Un nómada recorre el espacio; al místico el espacio lo recorre.

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Mi espíritu no es apto para la religión, sino para el mito. ¿Y qué es lo mítico? La sustancia con la que se elaboran nuevas respuestas para viejas preguntas, y de la que brotan viejas respuestas para nuevas preguntas. Los pueblos, las culturas y hasta los dioses mueren; el mito permanece.

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Nada que hacer por hacer que nada se haga.

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NECESIDAD DEL ANTAGONISMO. Me gustan los buenos: junto a ellos puedo sentirme gozosamente malvado; también me gustan los malos: su compañía realza mi probidad.

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La elocuencia es un feudo de la duda... el maquillaje galante del alarido.

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ETERNO RETORNO DE LA PIEL. Del mismo modo que los papeles que representamos en la vida se repiten generación tras generación con escasas variaciones, las facciones del rostro se reiteran como máscaras para la escena cuando el tiempo estima que no serán reconocidas.

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LATITUD DE LA SORPRESA. Hay túneles que atraviesan el cielo y nubes cuyas rutas terminan en el infierno.

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Leer es un acto divino que resucita los textos, mientras que escribir es la histriónica enfermedad que desguaza la vida en palabras.

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En la actualidad nadie ve a Dios, pero todos se miran en Él.

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Mis órganos no se ajustan con nada ni con nadie, forzándome a una promiscuidad caníbal.

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Entre el cura que reparte hostias y el camello que trafica con pastillas sólo hay una diferencia destacable: el primero ha obtenido un nivel de dominio que le permite el lujo del placebo.

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¡Cuán feliz soy retocando mi infelicidad!

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Lo repugnante de la acción no es el cansancio que acarrea el esfuerzo sostenido, sino la fe que reclaman los nervios para funcionar a voluntad.

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Efectivamente, soy un rotundo fracaso: en lo que invierto más interés es en la apatía, pero ni siquiera esa ocupación me interesa...

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El auténtico pensamiento no se razona, se padece: empuja a la voluntad al vértigo de la inutilidad y horada la carne que lo mantiene.

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Un erudito sólo puede aspirar a la condición de mecánico de ideas; para la sabiduría, sin embargo, hay que estar dispuesto a delirar en el despojamiento del delirio y a brillar a costa de terribles apagones.

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La virtud de un concepto no consiste en servir al intelecto cual si fuera una pieza reglamentaria, sino en arrastrarlo al extremo de sus posibilidades orgánicas.

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La verdadera conciencia ecológica debería ser exculpatoria, no represora. No sabemos si sabemos más que un protozoo y, a pesar de tan lamentable incertidumbre, algunos padecen la jactancia negativa que atribuye al humano el rango de criminal con el medio ambiente, cuando si algo puede afirmarse de nuestra especie es que sufre su presencia en la naturaleza como un chantaje irreversible: la mezquina expulsión del paraíso.

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Quienes nos atrevemos a morder la manzana prohibida merecemos ser temidos como la Serpiente, amados como Jesucristo y disculpados a imagen y semejanza del imperfecto Universo.

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En un bostezo hay más profundidad intelectual que en mil universidades.

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No es un vanidoso consejo, sino el mensaje cauterizado en la herida de un titán: cuando aprendas a volar, recoge las alas.

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Hay más mérito en la desilusión que en el empeño de alcanzar un objetivo, aunque sea de capital importancia. El desengañado conoce al menos el mísero valor de la vida, mientras que el esperanzado sólo le ha puesto precio a sus días.

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Y, después de tantos sueños plutónicos, ¿quién quiere la minucia de ser Dios cuando tiene toda la vida para arrepentirse de ser hombre?

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Los sistemas filosóficos evocan sospechas afines a las grandes catedrales: el esplendor arquitectónico enfatiza aún más la debilidad espiritual de sus fieles... Por una vez mis incoherencias están a mi favor, pues rara vez una verdad desacostumbra a presentarse caprichosamente.

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Mi improductiva perplejidad sabotea mejor al mundo que cualquier actitud crítica por subversiva que parezca. No hay criterio más correcto —y, a causa de ello, más conflictivo— que la serena ausencia de criterio.

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TENEBROSA CORRESPONDENCIA. Si la vida tuviera sentido yo perdería el mío.

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Hace falta un gran coraje para tomar una indecisión.

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Engaña vilmente quien presume de haber comprobado la verdad: las verdades no se descubren, sólo pueden inventarse por el choque atroz de la revelación.

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Seis mil millones de individuos necesitan un cortocircuito gracias a las secuelas de las buenas costumbres que ha cultivado la civilización. Si se hubiesen incentivado varias generaciones antes la soltería y el aborto, además de distribuir gratuitamente el equipo y la medicación necesaria de asistencia al suicidio; si la gastronomía antropófaga fuera objeto de un prestigio superior al premio Nobel, la vejez se catalogara entre las conductas más procaces y las campañas de esterilización gozaran de autoridad moral sobre las expectativas de las familias y los cálculos pecuarios de la economía, quizá el presente no estaría hundido en los aciagos caudales de miseria y tiranía que los demagogos tratan de solapar con maniobras de exaltación humanitaria. Es ridículo comprobar como un mundo que se vanagloria del poder de su ciencia carece de rigor para aceptar que la especie humana ha llegado a representar una epidemia para sí misma, y tampoco sería un alivio si al fin lo hiciera: demasiado tarde. Los escasos valores vigentes quedaron obsoletos hace más de un siglo, pero quienes lo advirtieron con más vehemencia fueron menospreciados sistemáticamente o vejados en los frenopáticos de la maldición histórica; ahora, en plena resaca de las melopeas codiciosas del progreso, tan arrulladas a su modo farisaico por la sombra ulcerante de la cruz, la decencia sólo es compatible con el exterminio. Seamos sinceros: quien contribuye a la propagación del hombre no sólo está cometiendo un crimen contra su independencia, sino contra la prosperidad global, uno de cuyos tesoros, por escaso, es la sensatez. Y por sensatez, precisamente, conviene recomendar a quien se reproduce la loable acción de ofrecer a cambio un sacrificio: alma por alma, su vida por la que viene.

4.5.13

LA INVALIDEZ DE LOS PRÓCERES

El que acusa sistemáticamente a los otros para poder esconder la realidad de sus fracasos, no merece vencer.
Guillaume FAYE
El arqueofuturismo

La incapacidad, que bajo cualquier forma de afectación no sirve de defensa personal al individuo de buen temple, se convierte en primera excusa de ofensiva para el pusilánime, que no se sentirá disminuido por esgrimirla en su patética reacción contra el mundo que ignora sus roñas, lo evalúa como a uno más de los miles de millones gusanos que viajamos en la Tierra o, en hedor de proximidad, rehúsa doblegarse a su antojos.

En las familias aristocráticas de este expaís se advierten crecientes incapacidades, algunas de ellas directamente ligadas a sus nada tentadoras perversiones endogámicas, y otras, más hirientes para el contribuyente, instaladas como razón de privilegio y cuota de pundonor a costa de quienes al desafío de tener que salir adelante por sí mismos arrostrando los proyectiles que lanzan desde sus fortificaciones financieras los potentados, deben añadir el sufragio de un parasitismo enlucido con títulos de grandeza. Como en el caso de la Casa, no es de extrañar que donde falta genuina clase todo sean modales, profiláctica corrección e hipocresía extractiva publicitada como campechanía cuando la secuencia de fanfarronadas delata lo contrario. El menosprecio por las mesnadas sin abolengo que dependen de un oficio, por excepcionales talentos que puedan salir de ellas en cualquier campo del saber y del hacer, enfatiza el miedo secular que heredan las gentes de alta cuna a las variables que no dependen del blindaje de un linaje dentro de una fortuna segura, desnaturalizada, eximida de la competición popular de todos contra todos en la que debería revalidarse o morir.

Guiado por la teofanía de Venus y Minerva, El sueño del caballero de Rafael.

3.5.13

REINVOLUCIONES

Los afanes por fomentar el sentido del humor y contemplar la realidad bajo una luz humorística constituyen una especie de truco que aprendimos mientras dominábamos el arte de vivir, pues aun en un campo de concentración es posible practicar el arte vivir.
Viktor FRANKL
El hombre en busca de sentido

Tengo ante mí el recibo de una estafa con nombre de recaudación municipal. Viene con el máximo porcentaje de recargo: consecuencias de apelar a la burocracia de los insaciables como un Estado soberano compuesto en exclusiva por uno mismo. ¡Ojalá me quedará dactilomudo para dar el salto a la impetuosidad sintiéndome impotente para canalizar mi lado silvestre a través de estos barrotes que, morfema a morfema, me dan el mendrugo calmante de cada día. ¿A quién no le gustaría descuartizar al chantajista que te castiga cuando te resistes a creer que debes pagar por lo que es tuyo, por esa migajosa colección de quincallas que has logrado apellidar con el honrado sudor de tus cojones y el tiempo que te quitaste de besar culos verdaderamente dignos de alma? Quien te ata, te mata, ya lo decía de obra y a su crespo modo la puta madre de los lilin, primera insumisa de Adán. «Tenemos el deber de consumir porque es el motor del sistema. Si no lo hacemos bien, se desatan las crisis», comenta irónico el antropólogo Marc Augé haciendo hincapuño en la sangría que todos los encarnados en pasto de salario sabemos por sufrida experiencia.

De azar en azar, me voy descubriendo un destino colaboracionista con el como si de un sentido para poder zarpar de un querer al siguiente sin lamentar el acrisolado instante de lucidez donde me hundiré. Que la existencia tenga o no sentido da igual, la vida es un engendro provisional que seguirá su curso hacia el devoro puro. Mientras llega, lo admito: soy pequeño, incluso demasiado, empiezo y termino en mi pellejo, pero he crecido lo suficiente para no necesitar propagarme ni erigir ilusiones sobre mí mismo, desengaño que por generosidad hago extensivo a los demás. En esta tontería de jugarse el ser por el ser pierden todos los que participan, nadie se libra de conducir el ansia de su propio accidente; ni Satán, el Maligno, transubstanciación de cada uno y todos juntos, del santo al último bribón. Hasta los sueños que se lidian en el imaginario individual son un patrimonio viciado de la humanidad, pertenencia que significa antes que nada y sobre cualquier pauta de uso que no los gobierna ni Dios: siendo como son de este otro mundo, su onírica riqueza desliza un anticipo de la muerte, una irracional ración de conexiones y rendija que se abre cual coño parturiento al más acá del aquí siempre. En este sinsentido, es revelador que el humano, padre de la ciencia, no responda como animal absurdo al rigor de una metodología científica, pues la ciencia maneja hipótesis que sustituye por otras más satisfactorias cuando aquéllas no funcionan, y nuestra especie, salvo que un supuesto creador trate de purgar su estreñimiento, demuestra ser un completo desastre bajo cualquier supuesto —biológico, filosófico, histórico— con que se la desmenuce. Veo en ello la génesis de un tabú primordial concebido para cerrar el arcano de la obsesión por su inexplicado y tal vez inexplicable origen, aunque este tabú en su función de límite sea la causa de nuevas manías acaso más peligrosas que la contenida en un principio. Lo patógeno no es que la realidad parezca burlarse de la eterna búsqueda de una solución, sino tomársela a desarreglo por negar la realidad con que la niega, y, sin embargo, también de esto hay que absolverse, porque se empieza por no hacerlo y se acaba abrazando por desesperación a cuanto imbécil cualificado pide la otra mejilla. Yo me absuelvo infinito de mis penas y alegrías, de mis conjuras y renuncias, de mis progresos e involuciones, de hacerme y deshacerme un no saber qué hacer conmigo. Es preferible equivocarse por no comerse de meniscos, que beber del charco que otros bendicen con sus temores vacíos; es preferible pisar esos charcos al paso de la cotidianidad dispuesto promulgar, señero y sonriente: «por la frustración de mis amos me conocerán».

Con un indicio de ausencia en su expresión fatigada, La Verdad de Jules Joseph Lefebvre.

1.5.13

TOCARLE LOS IRIS AL VIGÍA

Jacek Yerka, Chmurolamacz
Quien hace la historia apenas la comprende, y quien participa en ella, de cualquier manera que sea, es o su víctima o su cómplice. Sólo el grado de nuestro desengaño garantiza la objetividad de nuestros juicios.
Emil CIORAN
Ejercicios de admiración

La vida en un bosque termina por retorcerse claustrofóbica, con toda esa milicia de árboles dispares que derramándose al cielo ciñen las asimetrías temblorosas de sus huestes alrededor de los sentidos, para los que cocerse en su propio jugo, como galaxias dentro de una olla a presión, forma rozaduras de estupor salvo en el claro donde el estímulo se afloja. Por motivos opuestos, en la llanura la vida se vuelve pasmo vertical presa del mordisco de un horizonte digerible únicamente a pedazos, en gajos abovedados de perspectiva sobre los que la mirada, siempre que se posa, vaciándose de proporciones llena su fantasía con las insinuaciones ilimitadas del paisaje minúsculo que la rodea. Cuando el viento invade el páramo, lo que rara vez deja de ocurrir, hasta la intimidad se siente violada en sus recónditas cadencias por una fuerza irreprimible de la que no puede desoírse su agitación para secar el alma del cuerpo mientras pone un grano de obsesión en cada pensamiento.

De vivir en una ciudad populosa, ni hablo: no es lugar para mí, que necesito amplitudes silenciosas de atención para duendear al aire limpio, despejado de respiraciones homínidas, en el que me desatravieso las complicaciones de ser siervo y soberano en tierra extraña, pues en las porquerizas rectilíneas del trazado urbano se izó el olvido de que la mano no está hecha para el guante, sino al revés. ¿Y en la costa? No poco de lo referido sobre la llanura es aplicable a las extensiones marinas, con el agravante de monotonía que impone el ritmo machacón de su proximidad al abrochar de confín el continente, perturbador efecto que al sumarse a la coqueta distorsión de la bóveda refractada en las aguas y la humedad que emborrona los parajes colindantes termina por reblandecer al morador, crustáceo provisto humanamente de un caparazón salino que retiene la papilla resultante de su vida interior sometida a tan magnas escenografías. Quizá en un faro abandonado, austera y turbiamente lejos de las playas donde se marisca el turisteo, podría embriagarme en compañía de las olas sin marear resaca de rumores oceánicos.

Lo mejor sería habitar en la cresta más garbosa de una montaña, al amparo de un peñón u otro abrigo natural desde el que puedan reconciliarse, sin más violencia que un rayo de vista, los valles y planicies que desnudan el tapiz de sus secretos a las cumbres para poder transcurrirlos, con ojos cálidos, en la quietud felizmente ilusoria de un plano distante, aunque se contemple a un tiro de pensamiento. Allí, entre sima y cima, anida esbelto el sentimiento de la indomable presencia que no cabe en sí por ganar a no jugarse dueña de la situación.
 
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