Los afanes por fomentar el sentido del humor y contemplar la realidad bajo una luz humorística constituyen una especie de truco que aprendimos mientras dominábamos el arte de vivir, pues aun en un campo de concentración es posible practicar el arte vivir.
Viktor FRANKL
El hombre en busca de sentido
Tengo ante mí el recibo de una estafa con nombre de recaudación municipal. Viene con el máximo porcentaje de recargo: consecuencias de apelar a la burocracia de los insaciables como un Estado soberano compuesto en exclusiva por uno mismo. ¡Ojalá me quedará dactilomudo para dar el salto a la impetuosidad sintiéndome impotente para canalizar mi lado silvestre a través de estos barrotes que, morfema a morfema, me dan el mendrugo calmante de cada día. ¿A quién no le gustaría descuartizar al chantajista que te castiga cuando te resistes a creer que debes pagar por lo que es tuyo, por esa migajosa colección de quincallas que has logrado apellidar con el honrado sudor de tus cojones y el tiempo que te quitaste de besar culos verdaderamente dignos de alma? Quien te ata, te mata, ya lo decía de obra y a su crespo modo la puta madre de los lilin, primera insumisa de Adán. «Tenemos el deber de consumir porque es el motor del sistema. Si no lo hacemos bien, se desatan las crisis», comenta irónico el antropólogo Marc Augé haciendo hincapuño en la sangría que todos los encarnados en pasto de salario sabemos por sufrida experiencia.
De azar en azar, me voy descubriendo un destino colaboracionista con el como si de un sentido para poder zarpar de un querer al siguiente sin lamentar el acrisolado instante de lucidez donde me hundiré. Que la existencia tenga o no sentido da igual, la vida es un engendro provisional que seguirá su curso hacia el devoro puro. Mientras llega, lo admito: soy pequeño, incluso demasiado, empiezo y termino en mi pellejo, pero he crecido lo suficiente para no necesitar propagarme ni erigir ilusiones sobre mí mismo, desengaño que por generosidad hago extensivo a los demás. En esta tontería de jugarse el ser por el ser pierden todos los que participan, nadie se libra de conducir el ansia de su propio accidente; ni Satán, el Maligno, transubstanciación de cada uno y todos juntos, del santo al último bribón. Hasta los sueños que se lidian en el imaginario individual son un patrimonio viciado de la humanidad, pertenencia que significa antes que nada y sobre cualquier pauta de uso que no los gobierna ni Dios: siendo como son de este otro mundo, su onírica riqueza desliza un anticipo de la muerte, una irracional ración de conexiones y rendija que se abre cual coño parturiento al más acá del aquí siempre. En este sinsentido, es revelador que el humano, padre de la ciencia, no responda como animal absurdo al rigor de una metodología científica, pues la ciencia maneja hipótesis que sustituye por otras más satisfactorias cuando aquéllas no funcionan, y nuestra especie, salvo que un supuesto creador trate de purgar su estreñimiento, demuestra ser un completo desastre bajo cualquier supuesto —biológico, filosófico, histórico— con que se la desmenuce. Veo en ello la génesis de un tabú primordial concebido para cerrar el arcano de la obsesión por su inexplicado y tal vez inexplicable origen, aunque este tabú en su función de límite sea la causa de nuevas manías acaso más peligrosas que la contenida en un principio. Lo patógeno no es que la realidad parezca burlarse de la eterna búsqueda de una solución, sino tomársela a desarreglo por negar la realidad con que la niega, y, sin embargo, también de esto hay que absolverse, porque se empieza por no hacerlo y se acaba abrazando por desesperación a cuanto imbécil cualificado pide la otra mejilla. Yo me absuelvo infinito de mis penas y alegrías, de mis conjuras y renuncias, de mis progresos e involuciones, de hacerme y deshacerme un no saber qué hacer conmigo. Es preferible equivocarse por no comerse de meniscos, que beber del charco que otros bendicen con sus temores vacíos; es preferible pisar esos charcos al paso de la cotidianidad dispuesto promulgar, señero y sonriente: «por la frustración de mis amos me conocerán».
Con un indicio de ausencia en su expresión fatigada, La Verdad de Jules Joseph Lefebvre.
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