31.7.15

DE LOS FIERAS DE SERIE

Willem van Aelst, Un pedazo del desayuno
Una cultura, una civilización o como quieras llamarlo, da origen a un hombre tanto más débil cuanto más perfecto y glorioso es el futuro que promete.
Juan BENET
Epístola moral a Laura

Cual regla ontológica redundante, propio de lo pésimo es querer pasar por excelente y procurar que lo excelente parezca pésimo. Mientras la vileza interroga la realidad con el propósito de averiguar qué provechos puede sacar sin importarle la calidad de los medios que haya de emplear en extraerlos, la nobleza busca dónde hallar las mejores situaciones de fraguarse fiel a la forma de su norma más allá de calcular si su decisión comporta mermas o ganancias, pues tiene por conquista segura luchar dándolo todo y por principio de honestidad no aferrarse a nada, y, menos que a nada, a la idea de éxito donde ni las máscaras de la fiesta se sostienen. Téngase presente, además, que el poder que no procede de la grandeza solo es un golpe de bajeza, una inversión de términos que confunde la grandeza con el poder; entre el fiera de serie que cada sujeto es en bruto y el fuera de serie en que a veces llega a convertirse existen tantas formas de ser humano como maneras de perderse, mas para un espíritu de valor en su valer, existe un deber de pulcritud en cualquier obra consciente que precede a la necesidad de velar cuanto es precioso y delicado al saqueo de los zafios: develar la roña encaramada que se pretende superior sin compostura de sí ni auténtica elevación, algo que sin duda títeres y titiriteros lamentarán como un acto de profanación, pues siempre será irreverente devolver las cosas a su indómita naturalidad, empezando por el uso lúdico de la vida que los dioses y sus esbirros codician usurpar impunemente.

28.7.15

LUCO Y HACHA

Mi vida empezó por la extinción. Es raro, pero así es. Desde los primeros momentos en que tuve conciencia de mí mismo, sentí que me apagaba.
Ivan GONCHAROV
Oblómov

Siempre me he llevado mal conmigo, pero sé de buena tecla cómo desarmarme. De defección en deyección, transformando el desánimo en ideas angulosas de las que puedo desprenderme suavemente al menor desaire, construyo la enramada de un boscaje que me libera de mi carga a medida que crece. No abono la necesidad de talarlo ni espero salir de él. Me sobro, eso es todo: mi terreno más querido está en el aire.

Más que una lucha entre San Jorge y el dragón, el mártir que Albrecht Altdorfer extrajo de su fantasía tiene todas las trazas de estar embelesado por su adversario, que de la aparente delusión hace mofa en la floresta.

26.7.15

LA DICTABLANDA EFICIENTE

Sath, Con-tenedor
La sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra como una forma de coacción. Así, a la liberación sigue una nueva sumisión. Este es el destino del sujeto, que literalmente significa «estar sometido».
Byung-Chul HAN
Psicopolítica

La lucidez del sujeto es una de las fuerzas más corrosivas entre las tendencias disolventes que toda sociedad alberga y procura contrarrestar con tabúes, creencias, tradiciones y arquitecturas institucionales agregantes, dispositivos de largo pero unívoco recorrido que, en último análisis, no resisten la superioridad de la mirada quirúrgica aplicada por un intelecto de acerado despejo crítico. El fin más comprensible que puede justificar la estabilización de la manada humarrana, aparte de las fatídicas dependencias surgidas a raíz de la consanguinidad, es la variada necesidad de crear un contexto apacible para el intercambio de afectos y placeres, saberes y experiencias, bienes y servicios, lenguas y visiones, ideas y filosofías. Cuando fallan las bases para que este intercambio mantenga un equilibrio aproximado entre fluidez y seguridad, o las complejas relaciones derivadas son saboteadas por alguna facción que quiere imponer el troquel de sus intereses a los demás por encima del sentido de reciprocidad, la afinidad social pierde su razón de ser menos tóxica y el miedo se instala en las haciendas y en las conciencias, dando lugar a núcleos de población que, por más que preserven ciertos hábitos cohesivos como respuesta a las urgencias primordiales inmediatas, tienen como ligazón principal el entramado de chantajes establecido y su progresiva asimilación cultural en forma de estructura ineludible. Pues bien, nuestro mundo ha devenido escenario donde la técnica de centrifugar anhelos y temores para obtener conductas sumisas se ha desarrollado con tal refinamiento persuasivo, que las cosas funcionan más por autocoacción que por imperativos externos. Exprimirse a uno mismo para encajar en el sistema económico de vida, he ahí la política real que define el pensamiento hegemónico en la sociedad contemporánea. 

La libertad, como clima de fetichismo ideológico propicio para hacer circular sin trabas el capital a través de las personas y naciones, demuestra ser el modo más eficiente para la explotación intensiva de sí mismo dentro de una perspectiva común subordinada al beneficio crematístico como carburante imprescindible del motor mundial. El individuo, que en los regímenes autoritarios es arrasado por la incompetencia del poder para propagarse dentro de los súbditos, la sociedad del conformismo democrático, compuesta por espectadores entretenidos (consumación del consumidor en la producción de una mentalidad seriada) ha aprendido a emplearlo como una fuente de alto rendimiento gracias a su facilidad para introducirse en ámbitos como la comunicación, la sexualidad o las emociones, que hasta no hace mucho constituían reservas privadas. Sometidos como nunca a un modelo de integración accesible que nos desnuda a medida que invisibiliza los aparatos de dominio, no hay ya necesidad de amos en tanto cada uno se ha convertido en su propio negrero al servir de franquicia a un control, omnímodo y omnívoro, que actúa como una maraña digital sin centro ni rostro definidos, procesa a velocidades lumínicas cantidades masivas de datos y se revela experto en la síntesis de personalizar la oferta para instrumentalizar la demanda, es decir, al usuario. De esta suerte, se hace posible que las relativas prosperidades, por precarias o fraudulentas que sean, se interpreten como triunfos consistentes del sistema sin que sus más graves disfunciones se expliquen fuera del fracaso particular al que se vinculan. La perversa inteligencia de este nuevo orden ha tornado estéril y hasta escandalosa la rebelión frente a las seducciones de una entrega asertiva y las miserias inherentes a cualquier conato de desviación; donde antes se buscaba atentar contra un estado de cosas sentido como un molde opresivo, ahora las reacciones motivadas por el descontento pasan por atacar contra uno mismo mediante el aislamiento en la vergüenza culpable y el vacío existencial siempre que las expectativas se muestren demasiado pobres para ser aceptadas o demasiado laberínticas para ser atendidas: el estrés inicial y la depresión ulterior reflejan el cuadro clínico del castigo que han de asumir los inadaptados al ritmo de los acontecimientos, un aviso elocuente para vagos, apáticos y desconectados, cuyos más llamativos ejemplares han dejado de ser vistos como los bohemios o exóticos outsiders de otras épocas para ser menospreciados hoy como lowlifes, jugadores ineptos en el póquer de la competencia, gentuza parasitaria según el saldo neto de la derrota.

Con la contundencia de una conclusión insuperable, la actual homologación de la libertad se presenta como un culto de validez universal e infinitas posibilidades de éxito que embute la trascendencia en la autorrealización despiadada a través del dinero, somete la falta de implicación mercantil a un endeudamiento perpetuo y racionaliza el tiempo propio para que no florezcan horas sin su correspondiente diezmo a la construcción de un proyecto útil para el ilusionismo financiero. Mediatizado por la estrategia de un bombardeo incesante de presiones internas, el hecho atomizado de ser libre significa poder ofrecer colectivamente mayor capacidad operativa y menores costes, tanto en términos humanos (envilecimiento de la mano de obra y masificación de los focos de ocupación), temporales (optimización del ocio como parte de la obligación productiva), morales (la responsabilidad de los males evitables causados se diluye en el anonimato reticular de las organizaciones), sociales (la dialéctica de la frustración no conduce a la catarsis de una fractura civil, sino que es movilizada hacia zonas de confort o situaciones de conflicto programadas) y, evidentemente, materiales (los grandes negocios son basura si los examinamos a tenor de la obsolescencia, el deterioro ambiental y la esclavitud laboral que conlleva, en diferente grado, cuanto venden). «La libertad es el premio», compendia el lema de las Loterías y Apuestas del Estado.

25.7.15

EL TORERISMO EN LA ACTUALIDAD

Francisco de Goya, Desjarrete de la canalla
A Ana Rosa García, para que embista o desista

Aborrezco la naturaleza, la detesto porque la conozco bien. Instruido en sus horribles secretos me he replegado sobre mí mismo y he sentido, he probado una suerte de placer indecible en copiar sus crímenes. ¿Su mano bárbara no sabe amasar otra cosa que el mal? ¿El mal la divierte, entonces? ¿Podría amar yo a tal madre? No, yo la imitaría, pero detestándola.
Marqués de SADE
Justine

Vivo en compañía de un montón de animales, entre los cuales me son leales una gata bigotuda cuyo alboroque veteado intercala un terciopelo amable en mis acordes melancólicos, un mastinaco español que lleva años batallando una leishmaniasis incurable, la camada inextinguible de arañas rendijeras con las que mantengo una guerra tibia en las alcobas y un colón asilvestrado —perdón, un colon— que me somete a embarazosas pruebas con cada bocado. Son un vivo haz de relaciones que me ayuda a templar un acercamiento a los bichos no humanos basado en la experiencia directa, diversa y prolongada donde hallo mayor incompatibilidad que comunión con la actitud bíblica que aún marca la pauta del trato debido a nuestros compañeros de gueto planetario en atención a lo dictado en el Génesis: «Y los bendijo Dios, diciéndoles: “Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”». Debo aclarar que soy carnívoro —o necrófago, por beneplácito de exactitud—, luego no estoy exento de participar como depredador en la maldición divina; también he asistido a la plaza en varias ocasiones para presenciar de cerca lo que allí se aplaude, mas de todas he salido confundido y asqueado, con un sentimiento de pringosa desazón y tiempo malgastado por haber colaborado en la multiplicación de un ensañamiento tanto más intolerable cuanto que es legal y sigue estimulando la aprobación jocunda de un sector de la sociedad que se define por saber «no solo que los toros son insensibles al dolor, sino que disfrutan de lo lindo», según comenta el ironista Víctor Moreno.

Entre la mixtura cotidiana de bellaquerías, podría haber escogido para el humor acibarado de mi diatriba crímenes más horrendos que la tauromaquia, cuales son los derivados de esa paulatina militarización de las finanzas que no cancela, sino prolonga, la absoluta mercantilización de la guerra, pero ya que tengo por norma no menospreciar los quehaceres de mis coetáneos sin haberlos sondeado antes con mis propias astas, hoy quiero rendir el homenaje de mi cornada, sin desear herir a nadie salvo en el corazón, a ese público peripuesto al que tanto parecen haber deslumbrado los trajes de luces que sería inútil pedirle que excuse aquello que no ve, la tragedia en el albero sediento convertido, solo para ellos, en una ceremonia fiel al genio mítico de la tradición. No faltan en las gradas de los codiciados tendidos los entendidos que aciertan a transmutar habanos y bocatas en una cornucopia de sabiduría presta a derramar sobre ignaros como yo razones elocuentes que van desde el despectivo «no tienes ni idea» al esotérico «si no se conoce al toro de lidia, no se comprende el toreo». Siguen escrupulosamente la lógica trampeada del «fueron criados para morir en la arena» por respuesta de diamante a la objeción que los advierte de que una tortura con atrezo peor es, si cabe, de lo que supone el tormento al descubierto: el ornato y la teatralidad aquí funcionan como bufa, sin menoscabo de que algunos puedan sublimar otros sentidos partiendo del mismo hecho. Si yo fuera un miura, no me gustaría verme asesinado entre tales carnestolendas; si fuese matador, la grotesca mariconería del atuendo me pondría de grana la soberbia que no tapan las patillas.

Puede que una parte considerable de nuestra especie no sepa gozar sus instintos ni representarlos artísticamente sin bañarlos en sangre, y es bajo este prisma donde los sacrificios de bestias mantienen su extraña vigencia y hasta pueden ser disculpados en alguna medida si se acepta que suplen la inmolación de humanos en actos cuya finalidad, expiatoria o propiciatoria, pretende apaciguar a los dioses, atraerse sus favores o congratularse con ellos en cruenta hermandad sobre el resto de las criaturas. Siendo el bovino una ofrenda de menor envergadura espiritual que la víctima humana, el rito donde interviene su occisión debe sobredimensionarse con artificiosidad y copioso simbolismo perifrástico; el torero, gladiador de sí mismo a su vez,* aparece así en el centro de este esquema como un arcano sacerdote que dirige o lleva al culmen las maniobras necesarias para la purga colectiva del respetable cada vez que se abren los toriles y los presentes, si son devotos, guardan silencio...

¿Hasta dónde llega la sensibilidad de los espectadores de una corrida? Revela un mal concepto ponderar en términos cuantitativos este atributo emocional que tan pronunciado se encuentra en los mamíferos; no se trata de ser más o menos consciente de la bizarra escenificación de una muerte preparada, como de ser turbado por un espectáculo lastimoso del que únicamente admiro los pasodobles y las microfaldas. Si el que con su afición se hace eco de esta costumbre reduce el proceso desarrollado en el ruedo al entusiasmo volcado en la pericia y el indudable arrojo de un señor que ejecuta compases muy afectados con un trapo rojo y, sin embargo, no se conmueve lo más mínimo por el sufrimiento extremo causado al cuadrúpedo, obvia en pareja medida que entrega su apoyo al partido del verdugo, elección que viene preñada de un componente ideológico brutal, por eso puede hablarse del sadismo implícito en la fiesta taurina, asumiendo aquí que por sadismo hay que traducir la aclamación dada a la violencia como forma excelsa de poder. El simple hecho de concebir una matanza como una verbena popular es ya un síntoma de adoctrinamiento en la tosquedad de juicio que no difiere, en su motivación esencial, de la abolición física del otro llevada a efecto sin argenterías en una película snuff o del fusilamiento, con escarnios previos y Dios mediante, de los más bravos disidentes en un régimen de represión postbélica: en ambos casos, los humanos son martirizados y finalmente suprimidos como reses. Torerismo y terrorismo se parecen demasiado en las pasiones que ceban su perdurable anacronismo. 

Existe una carcunda torerista, muy afín a la clerigalla y sus iconos de convulsión moral, que cierra filas alrededor de la faena teniéndola por mercancía pancircense de primera; una claque tan preclara y abierta a la empatía, que igual se reconoce en la puntilla que hago mía por los versos del infractor Caballero Bonald: 

Me asomo a un mundo numerado y veo

la secta envilecida de los hijos
de quienes ya eran hijos del oprobio.

Solapan sus linajes con cosméticos,
pero aun así no pueden
encubrir esa abyecta condición de gregarios
que sustentan su fe.
Se llaman
como sus gentes se llamaron,
nombres trucados de homicidas, nombres
hereditarios de secuaces
de soldadescas y de clerecías.
Son los mismos
que siguen solazándose
con las soflamas de los patriotas
y empuñan de continuo estandartes y cruces
con que emular a sus mayores,
mientras avanza por las avenidas
un cortejo triunfal de biempensantes.

NOTAS
* A mi gusto, lo que ennoblece al torero de verdad, a pesar de realizar funciones sombrías, es el coqueteo suicida con el riesgo y su voluntad de exhibir obscenamente ese tango con la muerte como un exceso que acusa la independencia sobre sí mismo. Eugenio Noel, uno de los grandes maestros olvidados de las letras hispánicas, sostenía que «no tener miedo a cosa alguna de este mundo, es tan ruin como tenérselo a las del otro; no significa nada», para añadir, poco después, que «no hay odio contra el valor torero; no se opone fanatismo a fanatismo».

24.7.15

ANACRUSA

Gabriel von Max, Mono lector
«No viendo más allá de sus errores, tómalos el necio por aciertos»: incorpórese, si no chirría, esta paremia de mi cosecha al acervo popular.

Una duda me persigue con un millón de caras que conforman la hosquedad de una sola en la necesidad de esclarecer si estuve roto o enterado en cuanto suscribí, pues el criterio de juicio muta bajo el peso de esa millonada miradora que se filtra con la inteligencia de una media entidad, indiferenciada del otro hemisferio que uno se enfunda como identidad, hasta sentirse en crudo la amargura de hacerla dura, no vaya a provocarse la blandura de volver confortable la estrechez de ideas y situaciones que la sociedad propone para ser más parecida a sí misma de lo que puede soportar sin aplanar cabezas.

Más que otros muros interiores, detesto el salto de la lipemanía a la altivez del reduccionismo en que a veces deshago pie cuando reboto por afirmar el paso en vez de dejarlo fluir o sacarlo con decoro de la pista. Más adepto a la ocultación que amante de las transparencias sociales, he de ludir ante sus señorías que nunca busqué la proyección de difundirme en ningún campo —ni ético, ni literario, ni biológico—, y si filósofo es quien crea como poeta la imagen de la realidad que como escrutador habrá de desmontar y como sabio volver a componer con ensanchado esmero, por favor, hagan caso de no hacer caso a mis esporádicos maximalismos; no soy yo filósofo, sino un equilibrista accidental, con la sola red de unos tendones cansados, que terminará cayendo encima del desprevenido que se ponga debajo.

22.7.15

SANTA GUERRA

Théodore Géricault, Chefs de victimes de la torture
«Un hombre que destaca por nada caerá por cualquier cosa» es la sentencia atribuida a Malcolm X que, probablemente, el líder del Black Panther Party deslizó en alguna arenga con un sentido de aproximación a la unidad de la causa racista, aunque en el rastro pesquisado por Quote Investigator ni siquiera aparece este activista como uno de sus padrinos de adopción.

Una deidad que se comporta como nuestro enemigo primordial merece ser combatida con toda el alma, ahora y siempre, una vez se ha comprendido que en el fragor de esa batalla, exenta de la menor noción de límites, habremos de minar por nada incluso nuestra humanidad.

La primera yihad registrada por los anales, pues por tales tengo las insolaciones del Antiguo Testamento en tanto toda verdad mana como un cuento y todo cuento termina embalsando una verdad, fue el diluvio universal que Yahvé, hecho una diarrea de iracundia, arrojó con la intención de borrar de la faz terrestre las huellas de una grey entregada a los peores vicios imaginables; excesos que, a buen desdoro, delataban escandalosamente las taras transmitidas por el Castigador a su fauna procreadora.

VULTURNO

¿Quien avisa no es traidor?
Más vale hacer bien cosas mediocres que mal cosas excelentes. El modo en que se hacen las cosas vale más que las cosas mismas. El modo como uno vive sus ideas vale más que esas ideas. El modo en que se vive vale más que lo que uno vive, y a veces más que la vida.
Alain de BENOIST
Veinticinco principios de «moral»

¿Derechos de propiedad por mis escritos? No lo digo yo, que soy dicho hasta el redicho que me desdice: ni las palabras ni las radiaciones hiladas con ellas me pertenecen, ni a mí ni a nadie; puedo invocarlas y lustrarlas, jugármelas y ser jugarreta de ellas, refundirlas en voces extrañas a sí mismas mediante el sinapismo conceptual de un delirio etimológico y exponerme a la ventura de creerlas, pero jamás podré apropiarme del lenguaje, que siempre merodeará junto a nosotros como algo extraño y familiar al mismo timbre, indispensable y lueñe como el huevo que anima el grumo sublunar del mundo sin habernos consentido jamás el desafío de mirarlo directamente, tan semejantes somos a él en asperezas y frituras. Quizá haya que aducir jarana de matanza, el gatuperio de los cuerpos celestes que moran en sus respectivas pestes a ambos lados de la ozonosfera.

Démonos a las secreciones del verbo cual perros al hueso impostado de la realidad, y que sean otros los que aviven o extingan la chasca de columbres que allí dejamos rechupadas con más anhelo que vergüenza: la belleza, incluso la accesible al furor cíclico de un significado, se contonea en las lenguas de otros fuegos. No se trata de obtener un pasaporte intelectual para cruzar la muga del reconocimiento, ni de abonar el caprichoso arte de engendrarse un estilo en los ovarios de la memoria, sino de ramificarse en la exaltación pronominal que rebasa la pulpa del ego, se comparte a frase puesta en un acto orgánico donde la idea se hace uña y no guarda demasiada servidumbre con el paso pautado por el braille gramatical, solo el placer de morderse la cola para sacarle a lo inefable algunos armónicos textuales, ya sea comulgando con los posos de un dios de mi ficción o capturando los alelos de una veracidad que remato conmigo hecho un ciprés de deserciones.

Alboronía de espejos, relatos de la razón crucificada en la etopeya del suicidio colectivo, un lienzo ganado al silencio como sudario por no permitir que la picadura de una ilusión necesaria se convierta en el enjambre de una mentira insoportable. Aquí no hay más sentido que lo sentido y el ahora suspendido de los puntos suspensivos que no verás. No más deber, salvo la exigencia lucífera de mandarse como principio de forma, porque ella es la encargada de hacer imaginable el contenido del caos que supone para sí toda existencia, la existencia toda, que se hace carne propia con la invención de la vida, esa literatura idiota que uno comete consigo. No más tinta de pantalla por el momento, solo pinturas vaginales de guerrilla, así quiero mi impiedad de troglodita con tigresa sonriente al fondo.

Que no se cuente de mí que enjaulé en un catascopio la maldición del último vocablo. Escribo porque estoy mudo, bloqueado como el personaje tumescente al que anudo con el sadismo de la sintaxis. Me hiero mucho.

15.7.15

MAYÉUTICA

El campo de acción que se ofrece al talento superior para cambiar las antiguas costumbres por otras mejores es muy reducido; el hombre más capaz es arrastrado por los más ignorantes y torpes, que necesariamente dan la norma, puesto que no pueden alzarse y él sí puede caer. 
James George FRAZER
La rama dorada

Si las preguntas son apropiadas, enviarán a la policía...

A Dios se le acabó la suerte y, queriendo quizá subsanarlo, al punto repartió la Muerte. De la cicuta socrática al alzhéimer cioranesco, la ironía se corrompe en buhonería cuando el lubricán responde con esa luz decolorante, procuradora de una falsa paridad, en que perro y lobo se confunden como los sexos en la ciencia incierta de las mucosas tocadas de infinitud: Cave at evening de Joseph Wright.

14.7.15

NEOFILIA DE LA BRUTALIDAD

Armene, Package IV
«La máquina gira, gira, y debe seguir girando, siempre. Si se para, es la muerte», hace decir Huxley a uno de los personajes en Un mundo feliz. La gracia de esta observación no estriba en su literalidad, que es anodina, sino en la curiosa transposición que me suscitó cuando le asesté el cabezazo de ¡una tercera lectura!: «La máquina gira, gira, y debe seguir girando, siempre. Si es para, es la muerte».

La idolatría del Progreso, hija industriosa del racionalismo, luminaria siempre novedosa a presunción de la flamante o predadora Razón, talismán para banqueros y revolucionarios que con aptitud multiservicial ha sido, por igual, ama de cría de masivas atrocidades e inspiradora de elevados ideales, debe al concepto bárbaro de fuerza, convertido en valor supremo, tanto, si no más, que a la metafísica del logos como mediadora cartesiana de las transacciones entre los hechos y la subjetividad, pues el culto al desarrollo material identifica el avance con el sentido histórico y esto supone afirmar que nuestro mundo evoluciona, pese a las páginas fúnebres que la especie humana acumula en su reciente devenir, gracias a una vocación de prosperidad de tal suerte alabada con optimismo que en sus efectos revela seguir la nunca oxidada creencia en los vencedores, esa actitud de proficua adulación que los exalta —con un pragmatismo muy eclesial, por cierto— como plenipotenciarios de la Necesidad, razón de razones.

Así de brutote, todo un brulote, se vuelve el espíritu moderno cuando quiere abrirse rutas menos imprevisibles por las poco sedosas corrientes del destino.

13.7.15

EL ESCROTO POR BANDERA

Para un patriota, la mayor gesta está en la jeta.
«La patria es un campamento en el desierto», reza un proverbio tibetano, y Cioran, pensando a justo calvario en otra clase de asentamientos, dejó impreso en Desgarradura que «un hombre que se precie no tiene patria. Una patria es un engrudo».

No por haberlos lucidos abundan los ciudadanos lúcidos, incluso la conjunción de ambas voces raya el contrasentido por cuanto la autoconciencia, que comporta el exilio del barullo popular, tiene de agreste y relamida, pero baste usarla una vez como excepción para aproximar que allí donde las minorías más despejadas hacen buena savia en las gentes que lo son menos, el nacionalismo carece de vigor propagandístico y anda escaso de abonados dignos de ser elididos.

Cuando un territorio respira con el desembarazo de un tejido social que es capaz de funcionar lejos de los tumultos de una cohesión patriótica lograda a costa del pillaje y de un enemigo, real o imaginario, en lo concerniente a sus reservas espirituales; cuando digiere la ilusión mínima de lo nuestro como una norma de garantías públicas y no como una sacra verdad, concurren tantas naciones en él como individuos lo habitan, da lugar a una textura de variadas tesituras que no por ser afines a un mismo acervo y sentimiento de aduar indican la existencia de un caldo de cultivo idóneo para la hostilidad del todos contra todos que anida, bien anudada, dentro del marco de nuestra naturaleza, sino que la pechina de la cúpula cultural compartida se sostiene sin necesidad del pecho que algunas facciones políticas sacan en nombre de la exclusividad, si anhelan segregarse, o de la inclusividad, si temen desmembrarse.

12.7.15

QUINTA COLUMNA

Allí donde Dios tiene un templo, el demonio suele levantar una capilla.
Robert BURTON
Anatomía de la melancolía. Compárese con el refrán, españolísimo, «detrás de la cruz está el Diablo».

Si la psicología, la sociología, la economía y otras ramas del saber profano no acudieran a demanda de nuestros interrogantes y perplejidades frente a los excesos políticos de la historia; si la corriente casamata de comodidad que frecuentamos al amparo de categorías conceptuales no nos indujera a obviar que aún disponemos de escarcelas repletas de una ciencia simbólica apta para interpretar los signos indelebles de la perduración del factor monstruoso entre nosotros, habríamos de concluir que personajes como Stalin, Hitler, Mao, Paquito Franco y Pol Pot, o las aportaciones de la emérita saga Bush, antes que caracteres humanos son manos visibles de la potencia mercurial y pendenciera que los cristianos llaman Diablo. 

Con mengue o sin él, la monarquía, como la dictadura, es un culto a la unidad de mando que concentra la máxima autoridad en un hombre alfa sin cauciones respecto a lo necio o feral que pueda ser, mientras que la democracia aboga por poner los instrumentos de gobierno a disposición de una mayoría numérica cuya improbabilidad menor es que llegue a estar compuesta o encabezada por imbéciles, situación tan ominosa como la deparada por la plutocracia al ceder la dirección efectiva de los asuntos públicos a los grandes extractores de fortuna aun a sabiendas de lo limitados que se revelen a otros niveles los caciques del peculio que manejan, con secular sigilio, los trasmallos de las operaciones anónimas. Así pues, no el mejor sistema político, que acontece solo en provincias imaginarias, sino el menos vitando en sus funciones será aquel que, al margen de la retórica de sus apariencias formales, impida de buena manera que la estupidez y el oscurantismo influyan decisivamente en los poderes oficiales.

Vanitas de Yuri Gherman, nombre artístico que engloba la actividad pictórica de Yuri Bakrushev y Sergei Gherassimov.

11.7.15

LOS GENITIVOS, DE NUEVO A EXAMEN

El único fin en aras del cual los seres humanos, individual o colectivamente, tienen justificación para inmiscuirse en la libertad de acción de cualquiera de sus semejantes es la protección de sí mismos.
John STUART MILL
Sobre la libertad

¿Acaso por el tanto vigilarnos las vanidades los giróvagos que perduramos en este erial de postemas hemos gastado la cualidad empática para advertir, entre bascas y soponcios, que un planeta con más bocas que llenar se presume, ante todo, como covacha con heces más duras de tragar bajo el asalto de mayores felonías que aplaudir? Por muy digna que uno sienta la semejanza con sus homúnculos tras haberlos animado, dedicarse a imponer el soplo vital a seres a los que, según el vergajazo de Azúa, no se «pidió permiso para habitar un mundo insensato y canalla, dominado por viejos corrompidos cuyo poder es un insulto», representa contra los presentes un sabotaje por incremento superfluo de competidores que carga el pulso de la balanza con la turbanera genética, producto de la convergencia irresponsable de aparatos reproductores, que no dejo de hallar incompatible con una existencia adoptada con templanza, bien entendida aquí como requisito de afinamiento personal en sintonía con alguna forma de plenitud, buscada o acariciada sin rendirse al timo de las ilusiones económicas ni contraerse en la adquisición de hipotecas morales.

Hablo ahora a los machos: entre la paternidad fáctica y el parricidio autoinfligido, elíjase el acto menos sanguinario, aquel que proceda de la lucidez de haber luchado a conciencia íngrima y desapegada contra el mandato de impulsos cuya prosecución, aliada a la costumbre, quiérase o no implica agigantar la barbarie en los sucesores. El interés familiar, a la par industrial e ideológico, por mantener abierta la línea de crédito del desinterés público hacia los estragos de la proliferación desmesurada no solo funciona como una incubadora de miserias venideras, sino que abre la puerta de par en par a la araña del totalitarismo, incluso si para este progresivo enredamiento de primates hacinados asume la misión de gobernar con mano blanda, pero todopoderosa, a una población de peleles a la que siempre hemos visto implorar pan de seguridad y molde de entretenimiento. En sus múltiples facetas de lacaya ofrecida, tenemos suficientes referencias contemporáneas de ella para pensar que será fácil guiarla sin ejercer demasiadas coacciones, a lo sumo alguna conmoción periódica —el atentado administrado en clave de catarsis civil— y el habitual goteo de masacres, a modo de amenaza soterrada, que presiona desde una periferia, mitificada por los informativos como reino del descontrol absoluto, en beneficio de la unidad interior en torno al simulacro social de orden que casi nadie desea poner en entredicho, máxime si debe ocuparse de cuidar a su prole, inocente en lo esencial hasta que decida hacer lo mismo.

Más que periclitar en los descendientes, los úteros están potencialmente embarazados de martirio, son pozos eruptivos de parias en los que cada gestación, como manada en golondros, entona el estribillo del crecimiento a un ritmo que parece provenir de la mecánica demente de un matadero mundial, la Nueva Roma a la que ya remiten, del tirón, las principales trochas generacionales.

Agujetas acalambradas, fatigas que casi saltan a la nariz, callos de polvo y barro en los cueros de este signo, hoy clásico, que concentra los agobios de la criatura humana: Une paire de chaussures, de Van Gogh.

8.7.15

HABLA EL MARFUZ

En un universo muy dinámico e inestable, la paranoia bien podría ser una verdadera sensibilidad hacia los hechos.
Terence McKENNA
Caos, creatividad y conciencia cósmica

¿Cuánto darías por adquirir sabiduría? ¿Un ojo de la visera, como cuentan que hizo Odín, el cazador de cielos? ¿Quizá una mano? ¿O incluso el latidor? ¿Qué más temes perder? Poco, en verdad, perderás si aceptas la desnudez central de tu ser, el orificio donde se funden tu génesis y tu disolución. ¿Seguirás afligiéndote por el ensueño que media entre ambas una vez exhumado el mensaje que nadie, salvo tú mismo, escondió debajo del primer recuerdo?

Familiar en sus ficciones e incognoscible en sus hechos, nuestra realidad debería ser juzgada no desde el apuro de asumir que hoy puede inserirse el último respiro, tampoco desde la perspectiva diáfana que otorga el lecho de muerte —como quiso incitar Huxley—, sino desde la posibilidad, nada remota, de que ya estemos finados.

Ella, más que cautiva de la bestia, parece haberla retenido para que él, itifálico en la lanzada, a través de su victoria la desflore. Primera versión de San Jorge y el Dragón pintada por Paolo Uccello.

6.7.15

CON ESTE SIGNO VENCERÁS

Está pasando en la política como ya pasó en la economía de las empresas. A la riqueza personal han seguido las sociedades anónimas. Ya no hay poder personal sino poder posicional. El poder reside en el mandato no en la habilidad personal. Y la habilidad de mantenerse en la posición depende de la aceptación de un juego de poderes anónimos. Todos somos culpables pero nadie es responsable.
José Luis RAMÍREZ
Homo instrumentalis

Salta a la conciencia que no solo los ejércitos y las obsesiones colectivas con emblema divino, también la economía puede ser un arma proterva dirigida contra los pueblos allí donde estos no se pliegan a las concupiscencias de los poderosos. Y no me ajusto pronta y obviamente a un determinado régimen de estafa, cuya legitimidad se confunde con su generalización, que recaba de unos el jolgorio y de otros la caquexia intestada al montante de una deuda engordada con dietas mórbidas, sino de un asedio en toda regla, calculado desde algunos núcleos de decisión que nadie ajeno a ellos elige, para reventar ciertas membranas sociales poco permeables a celebrar la condición de animal de carga asignada por la compraventa de servidumbres. A este respecto, resulta muy ilustrativa la voluntad bimoral —paradójica, suavizaría un pancista— mantenida por organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, santasanctórum del monipodio mundial, para desregular a nivel global las ganancias y fiscalizar a nivel nacional las pérdidas, todo ello dentro de un contexto de ausencia de un patrón real de cambio sin el cual puede crearse moneda a partir de la nada y henchir de activos fingidos una riqueza que se cobra coacciones duraderas cuando al fin explota. Insistir en llamar liberalismo —con o sin el neo— al funcionamiento terrorífico de maquinaria tan vaporosa es, a mi juicio despechado, además de una imprecisión semántica, colaborar con la propaganda de quienes, por vocación de ansia o profesión de sinecura, la ensalzan.

Pólvora que tonifica la artillería pesada en las guerras políticas y financieras, la opinión según la cual todos los hombres son equivalentes ha servido por igual a los propósitos omnívoros de los mercados en expansión que al advenimiento de claustrofóbicos sistemas planificados; lo mismo al capitalismo homeostático de los grandes emporios que al capitalismo de economato estatal porque, antes que ser óbice para proyectos disímiles en apariencia, la perspectiva de lograr la uniformidad de respuestas mentales e intereses vitales ha supuesto un incentivo para debelar a quienes aducen que nadie merece tener como norma la merma de ser una pieza intercambiable que se agota en el valor de abuso que puede dar de sí.

Cuanto más irreemplazable se signifique un sujeto, menos vacilará en excomulgarlo como causa de inestabilidad y despilfarro un orden dependiente de esa equiparación de principios y objetivos que se extiende desde, pero sin duda mucho más allá de la fe en el lucro, pues lo que humea sobre el rehús de nuestra encrucijada histórica es el choque inevitable entre cosmovisiones opuestas... y sin recambio.

No esperen de mí mayores finuras que este tintinabulum romano, prisionero del Museo de Arqueología de Cataluña, que es justo recrear a su albedrío en otros atrios listo para poner en fuga los malos humores con el sonido de unas campanillas que en la foto, pillada a un usuario de Flickr, ni se adivinan (las imágenes del museo brillan por su racanería). Bien quisiera oírlo, junto al taladro de las cigarras, ahora que la canícula en mi latitud exige amadrigarse en un despertar incompleto que se agrava hasta licuarse con el mador impuesto al madrugamiento, palabro que acuño a expensas del clásico madrugón donde no hallo esa pochez o arrugamiento anímico que ocasiona el levantarse antes de lo que aconseja el instinto, siempre mal perdedor. «Lo peor no es la calor —dicen por aquí—, sino revolverla con el trabajo». ¡Y cuánta razón tienen!

5.7.15

REDARGÜIR

Los seres humanos hemos nacido de la basura, y por eso tenemos todos algo de día y algo de noche, y somos todos tiempo y tierra y agua y viento.
Eduardo GALEANO
Patas arriba

Quien se erige en portavoz del bien, de la verdad, de la justicia, de los derechos humanos y, valga estirar la cincha, de cualquier entidad metafísica aislada de las contingencias concretas para oponerla como modelo a la pluralidad de las actitudes, excluye a sus detractores, con perfecta lógica, de todo lo que considera admisible mediante una maniobra moral que permite desplazar al adversario del campo de la confrontación filosófica a algún campo de concentración real donde apartar, y en último término suprimir, a quienes obstaculizan, por el hecho de existir como desviaciones, la consecución de una sociedad perfecta.

Mal domingo es este que principia principando con el ludibrio del lunes. Pentateuque, escultura de Fabien Mérelle.

4.7.15

LA URGENCIA DE DEMORARSE

Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.
Carl HONORÉ
Elogio de la lentitud 

Desde más ángulos de los que pueden ser rebatidos, somos presionados para tener ganas de actuar y temer la desgana como una patología que ha de resolver de forma oficial nuestros capítulos de inacción y excusarlos, mediante un tratamiento pertinaz, de igual modo que antaño la penitencia acatada tras confiarse al confesionario reintegraba las faltas cometidas contra la moral. Si esta fiebre del acto por el acto, común a ocios y labores, no supone haber reducido la polifonía vital a un régimen malsano de cargas y apremios, a un cáncer que es cárcel de compromisos y objetivos indeclinables, entonces lo menos impedido a lo fortuito es que seamos una caterva de imbéciles recíprocamente abreviados, como podrás comprobar estrés donde estés.

El gigante Ixión cumple la condena de girar eternamente en una rueda de fuego por haber ofendido a Zeus, quien hubo de fulminarlo con el rayo para enviarlo al Tártaro al ser esta la única manera que tenían de morir los que habían compartido el privilegio de probar la ambrosía. En el lienzo, la sutileza de José de Ribera, el Spagnoletto, se hace patente al centrar la crueldad en el gesto revuelto del verdugo más que en los detalles del castigo.

2.7.15

MISTERIOS

Nicolas Poussin, Le triomphe de Pan
A Iván Sánchez, hombre de mente alada e ideas aplomadas

«Los grandes hombres marcan una línea y, cuando los hombres desaparecen, la línea queda»: sentencia atribuida a Joseph Goebbels que no he podido verificar y no porque, dicho sea a la zancada, al ser yo de los que sienten como un saber genuino que el mejor paso no deja huella haya querido obviar el rastro, sino porque con la frase, que bebí hace años, parece ser que me tragué la fuente... si es que no la imaginé.

Retorno al cañón, surcado por un inescrutable curso de aguas serenas, que tan recurrente ha sido en los paisajes simbólicos de mi biografía sumergida. Simplificando al máximo el mapa argumental del episodio, que se ejercitaba con tensiones crecientes y tenía un desenlace afortunado, un grupo de expedicionarios con Luno a la vanguardia dedicamos las luces que caben en una jornada a avanzar por un desfiladero boscoso del que sólo él conocía la senda certera para salvar las dificultades del terreno, que para algunos superaban con creces los mayores peligros que habían imaginado antes de salir con el Sol y les obligó a encarar un miedo sin cribar ni descifrar, en estado puro, renuente a los procedimientos reductores del pensamiento.

Tras varias horas de internamiento en la naturaleza entre circunvoluciones de trayectoria y una letanía de traspiés, cuando el cansancio rozaba su apogeo hasta en los mejor adaptados al escabroso itinerario, con un sigilo digno de hechicero Luno se detuvo para dar paso a la sorpresa de un espectáculo, preparado de antemano, que se valía de ingenios escondidos en los accidentes geográficos para producir, en respuesta a pequeños estímulos, una batería de efectos especiales a cual más singular: al retirar una piedra en cuya apariencia nadie hubiera reparado antes de activarse la epifanía, ninguno de los presentes olvidará cómo se desató una tormenta que duró apenas un minuto pero caló hasta los nervios de esencias cuanto podía tocarse con la vista en derredor. No menos preciosa de labrar recuerdos fue la alucinación de proporciones colectivas provocada por esta especie de guía y taumaturgo al insuflar aliento por un conducto horadado en la angostura de una cornisa: toda una cascada de sonidos hábilmente tramados recorrió el valle mediante ecos que se encaramaban de forma progresiva a los tímpanos con los atributos de una melodía capaz de evocar desde juegos de sinestesias polícromas a complejas experiencias virtuales relacionadas con el río: yo me viví en su tersura hidráulica con el cuerpo a flote, mirando al cénit y estirando las extremidades a lo largo de una distancia prodigiosa que cubrió en su totalidad, con sus saltos y meandros, ambos sentidos del cauce; la ilusión se disipó cuando los gases que ardían en el hornillo esférico que servía de reloj de nuestro sherpa arrojaron un reclamo que absorbió en un adiós los demás.

Dando tono a peripecias de menor envergadura, llegamos a una torrentera seca que ofrecía un fácil tránsito hasta los aledaños de la civilización y los malditos signos de su afición a barnizar con hormigones los espacios ariscos a la industria. Algún alcalde, eminente sin duda por la combinación de mal gusto y ligereza para recalificar parajes, había mandado erigir, en la falda más amable de la sierra, una terraza cuadrangular, destinada en teoría al descanso de turistas inexistentes, en cuyo centro se erigía la estatuilla de una Virgen que miraba, con el rostro erosionado, en dirección al abismo que habíamos remontado. Esta imagen venía a reemplazar un relieve del Paleolítico que representaba a una joven en actitud lasciva ante la cual, según cierta leyenda local, no había varón, por casto que fuera, que no experimentase una necesidad cósmica en el deseo irreprimible de masturbarse. Una vez el semen impregnaba la flor pétrea enraizada en misteriosos canales ctónicos, emanaba de sus entrañas sedientas un rocío, muy acre al paladar, que dejaba dormido a todo el que lo probaba para despertar en él la facultad de entender el lenguaje de los pájaros a su vuelta a la vigilia. Rememoré una clase de poder análogo en el adquirido por Sigfrido, el gran héroe nórdico, al lamer involuntariamente la sangre que rezumaba del corazón de Fáfnir, el dragón al que había dado muerte, cuando al disponerse a asarlo sobre las brasas hubo de llevarse un dedo a la boca para calmar el dolor causado por una quemadura accidental.

1.7.15

DE LA GILIPOLLEZ DEL ORGULLO AL ORGULLO DE LA GILIPOLLEZ

Luces que pasan...
Los mandamientos del mundo se cierran en dos: quítate tú que me ponga yo.
Refranero popular

Con motivo del Día del Orgullo Gay, celebrado el 28 de junio, hemos visto cubrirse de enseñas multicolor los balcones y pitones de aquellos ayuntamientos que han sido nutridos, en todo o en porción, con esa clase de arribismo que sus santones prefieren designar, con verbo de garatusa digna de mónita jesuíticamovimientos de participación ciudadana.

La gilipollez, como el orgullo, antes que carecer de bandera se vale de todas; es transversal a las creencias, la condición sexual, las edades, las razas, los países, las ideologías e incluso la inteligencia. Entre pasear efigies de matronas excoñadas a la luz chorreante, espermorreica de los cirios con el séquito de autoridades en comparsa y ondear arcoíris de tergal en las sedes del poder en pro de aficiones como la sodomía, la diferencia apenas rae la cutícula, porque el mecanismo mental que preside ambos gestos es el mismo: la voluntad de conseguir que una opción privada en materia de gustos o de conciencia se convierta en imperativo público.

No hay posibilidad de vida civil allí donde lo público y lo privado, como lo religioso y lo político, o lo ejecutivo y lo judicial, andan amarrados. Los representantes electos de las administraciones que, a cualquier nivel, aspiren de verdad a minimizar el componente despótico de su gestión deberían velar cada tramo de sus competencias para que el sesgo particular, perfectamente legítimo a título íntimo, no se traduzca en acción gubernamental. ¿Se imaginan el patético trastorno derivado si cada afición o devoción susceptible de sentirse perseguida u ofendida hiciera de los organismos oficiales su bombo y platillo? Con esta lógica, nada impide que lo más delirante dicte la norma y, aunque bien pueden preverse ocasiones para el descojone con el Día del Orgullo de los Micropenes o el de las Tetonas Hartas de Ser Miradas, por esbozar dos ejemplos que atenuarían los rigores de la mentalidad revanchista merced a lo esperpéntico de su exhibición, menos halagüeña se ofrece la perspectiva del activismo de alguna hermandad musulmana defensora del burka...

En el continente o contenedor cultural del que somos causantes y herederos, eurovíctimas y euroculpables, la única minoría que en la tesitura actual padece un peligro real de ser vulnerada de hecho y de derecho es el colectivo heteróclito que formamos, sin coincidir ni pretenderlo siquiera, quienes somos reacios a mezclar los estados anímicos con los ánimos del Estado. Una cosa es mantener flexible el espíritu de un sistema político basado en el respeto recíproco de la libertad individual —no el nuestro, huelga precisarlo—, y otra radicalmente contraria asemejar las instituciones que lo articulan a una agencia publicitaria en servicio promocional de tal o cual peculiaridad. Para ocuparse de resolver los problemas de índole práctica que se le encomiendan, la política debe emanciparse ante todo de la tentación de introducir en su agenda de deberes algún tipo de exaltación, divina o terrenal, sobre los destinos humanos, así como el empeño tan extendido entre los capitostes de producir sentido, labor esta cuya responsabilidad, sea desde el ámbito litúrgico o desde el profano, cae del lado de otros agentes que hacen de las artes, las ciencias, la filosofía o la mística su campo natural de influencia, pero excede sin excusa el compromiso de ecuanimidad y juego limpio contraído con los contribuyentes por parte de los dirigentes, a los que en modo alguno cabe tolerar su pasión por aleccionarnos sobre cómo experimentar nuestros asuntos, le pese a quien le pese.
 
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