1.7.15

DE LA GILIPOLLEZ DEL ORGULLO AL ORGULLO DE LA GILIPOLLEZ

Luces que pasan...
Los mandamientos del mundo se cierran en dos: quítate tú que me ponga yo.
Refranero popular

Con motivo del Día del Orgullo Gay, celebrado el 28 de junio, hemos visto cubrirse de enseñas multicolor los balcones y pitones de aquellos ayuntamientos que han sido nutridos, en todo o en porción, con esa clase de arribismo que sus santones prefieren designar, con verbo de garatusa digna de mónita jesuíticamovimientos de participación ciudadana.

La gilipollez, como el orgullo, antes que carecer de bandera se vale de todas; es transversal a las creencias, la condición sexual, las edades, las razas, los países, las ideologías e incluso la inteligencia. Entre pasear efigies de matronas excoñadas a la luz chorreante, espermorreica de los cirios con el séquito de autoridades en comparsa y ondear arcoíris de tergal en las sedes del poder en pro de aficiones como la sodomía, la diferencia apenas rae la cutícula, porque el mecanismo mental que preside ambos gestos es el mismo: la voluntad de conseguir que una opción privada en materia de gustos o de conciencia se convierta en imperativo público.

No hay posibilidad de vida civil allí donde lo público y lo privado, como lo religioso y lo político, o lo ejecutivo y lo judicial, andan amarrados. Los representantes electos de las administraciones que, a cualquier nivel, aspiren de verdad a minimizar el componente despótico de su gestión deberían velar cada tramo de sus competencias para que el sesgo particular, perfectamente legítimo a título íntimo, no se traduzca en acción gubernamental. ¿Se imaginan el patético trastorno derivado si cada afición o devoción susceptible de sentirse perseguida u ofendida hiciera de los organismos oficiales su bombo y platillo? Con esta lógica, nada impide que lo más delirante dicte la norma y, aunque bien pueden preverse ocasiones para el descojone con el Día del Orgullo de los Micropenes o el de las Tetonas Hartas de Ser Miradas, por esbozar dos ejemplos que atenuarían los rigores de la mentalidad revanchista merced a lo esperpéntico de su exhibición, menos halagüeña se ofrece la perspectiva del activismo de alguna hermandad musulmana defensora del burka...

En el continente o contenedor cultural del que somos causantes y herederos, eurovíctimas y euroculpables, la única minoría que en la tesitura actual padece un peligro real de ser vulnerada de hecho y de derecho es el colectivo heteróclito que formamos, sin coincidir ni pretenderlo siquiera, quienes somos reacios a mezclar los estados anímicos con los ánimos del Estado. Una cosa es mantener flexible el espíritu de un sistema político basado en el respeto recíproco de la libertad individual —no el nuestro, huelga precisarlo—, y otra radicalmente contraria asemejar las instituciones que lo articulan a una agencia publicitaria en servicio promocional de tal o cual peculiaridad. Para ocuparse de resolver los problemas de índole práctica que se le encomiendan, la política debe emanciparse ante todo de la tentación de introducir en su agenda de deberes algún tipo de exaltación, divina o terrenal, sobre los destinos humanos, así como el empeño tan extendido entre los capitostes de producir sentido, labor esta cuya responsabilidad, sea desde el ámbito litúrgico o desde el profano, cae del lado de otros agentes que hacen de las artes, las ciencias, la filosofía o la mística su campo natural de influencia, pero excede sin excusa el compromiso de ecuanimidad y juego limpio contraído con los contribuyentes por parte de los dirigentes, a los que en modo alguno cabe tolerar su pasión por aleccionarnos sobre cómo experimentar nuestros asuntos, le pese a quien le pese.

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