28.8.09

NI HEREJE NI INQUISIDOR

Todos los juegos son limpios si todo el mundo es engañado a la vez.
Stephen KING
La larga marcha

En Occidente, a pesar de los formidables esfuerzos de apertura a las entrañas del inconsciente realizados durante las últimas décadas por parte de una selecta minoría de amantes de la sabiduría, todavía no es factible una reconciliación profunda entre sujeto y objeto, que siguen usurpados por esas dos conspiraciones apócrifas que son el consumismo y el narcisismo, afluentes de una misma corriente de estafa mundial que tiene por premisa la vanidad intensiva y como resultado la servidumbre interior generalizada.

Si en el consumismo el objeto crece como un cáncer hasta deglutir al sujeto tras haberlo parasitado sin pausa ni remilgo, en el narcisismo el propio yo se cosifica a sí mismo por seguir el mandato de mirarse obsesivamente sin alcanzar a verse jamás. Contra una cultura que se jacta de haber roto todos los moldes sin mover un dedo y que bajo ese supuesto desplante ansía adoptar un modelo cualquiera, por precario que sea, siempre y cuando cumpla el canon publicitario, no cabe la rebeldía; contra una sociedad tan glamourosamente estúpida y entregada al autosabotaje solo cabe la deserción. No me juzguéis, por tanto, como a un peligroso insurrecto sublevado de indignación, pues tal respuesta carece en la actualidad de razón de ser; sentenciadme por evadido, prófugo e infiel, que solitario bien me abastezco para la cruzada de vivir alejado de novadores que ya quieren, ya persiguen herejía. A lo sumo, seré un hombre póstumo, pero confieso que no estaría mal ser achicharrado en efigie en honor a esos quince minutos tontos que predicaba Warhol.

La xilografía de Utagawa Kuniyoshi muestra al ascético guerrero Miyamoto Musashi librando un duelo feroz contra uno de sus demonios materializados. Se cuenta que este singular estudioso del Camino de la Espada sobrevivió a masacres como la de Sekigahara, que cosechó la muerte de setenta mil contendientes, y obtuvo la victoria en los más de sesenta combates que disputó a lo largo de su vida. Culminó su perfeccionamiento con el retiro espiritual en una cueva donde escribió un tratado, hoy popular, conocido como El libro de los cinco anillos.

16.8.09

TUNANTES, JAQUETONES Y RECTORCIDOS


Todo hombre acostumbrado a recargar sus fuerzas en la acción está destinado a transgredir los límites que prevalecen en el ambiente que le sirve de escenario y, a todo transgresor, en algún momento de su carrera se le plantea la disyuntiva entre ser un bandido o convertirse en fermento revolucionario; entre formar parte del empresariado clandestino menos escrupuloso o fomentar la revuelta social. La mayoría prefiere ser un criminal porque resulta más ventajoso económicamente, unos pocos ponen su arrojo al servicio de una causa que los hace sentir nobles, mientras que solo los muy grandes llegan a conjugar ambas facetas haciéndose respetar por sus hazañas hasta entrar con nombre y por derecho propio en el reino de lo legendario: son seres infrecuentes estelados por la admiración no exenta de escándalo que aciertan a suscitar con sus actos locamente rectos, con sus razones cuerdamente torcidas. A ellos, difamados por los dueños del mercado y siempre en peligro de extinción, les dedico este matute de palabras.

15.8.09

DE NADA SIRVEN BLASFEMIAS


Motivado por la delicada argumentación que un pensador amigo ha trazado a raíz de la reciente ilegalización de la blasfemia en Irlanda, quería discutir los análisis al uso del fenómeno en su dimensión social cuando a punto he estado de escribir «dimensión moral» advirtiendo al vuelo la inercia que me conducía al error: esa clase de dimensión solo existe como proyección mental, no es intrínseca a los hechos sino que atañe a la interpretación de los mismos y, si bien el acto eisegético no deja de constituir otro acontecimiento cuya importancia es relevante dentro del imaginario e incluso insinúa la más amplia cuestión de si la realidad puede ser aprehendida salvo como un sistema de interpretaciones entrelazadas, se encuadra dentro de una moral que se quiere dimensionada porque desde un punto de vista material carece de todo fundamento estructural y a duras penas se presta a ser objetivada filosóficamente. Salvada esta digresión, y con ella mi desgana estival, proseguiré con el discurrir blasfematorio.

Para un panteísta, que es la forma más coherente de vivir la incoherencia de creer en Dios, condenar la blasfemia puede entenderse como una irreverencia doblemente grave que tiene su explicación en que la condena de una parte de la Creación, aun tratándose del suceso renegador, equivale a abjurar del Todo, ya que microcosmos y macrocosmos, voluntad y representación, son un continuo en su visión compacta de la trascendencia. Por el contrario, para alguien que no cree en las ofensas cometidas contra las poluciones abstractas que algunos consideran absolutas ni, menos aún, contra las entidades categóricas indemostrables y, no obstante, se siente dispuesto a admitir ciertos convencionalismos sea por comodidad, por discreción o por hipocresía (acaso una actitud tricéfala), resultará oportuno recordar el sentido utilitario que los antiguos conferían a las blasfemias gracias a su arraigado politeísmo, en cuyo espléndido panorama había dioses que convenían y se amoldaban prácticamente a cualquier situación anímica. A modo de ilustración, relataré que hoy he tenido un problema con un aparato doméstico que ha venido a manifestarse justo cuando había reparado otra avería sin ninguna relación entre sí a excepción de la contigüidad temporal; un problema tan molesto como tonto, no es preciso que me extienda facilitando pormenores. De haber tenido un daimon específico de los estropicios, el aparato sin duda seguiría roto, pero al menos podría haber cultivado cierto desahogo litúrgico vituperándolo a pleno pulmón sin ofender a nadie; como no es el caso y mi frustración iba en aumento a medida que subía la temperatura exterior y menguaba el tiempo para efectuar la reparación, en un momento dado la he emprendido a golpes con el cacharro hasta chafarlo por completo. Ha sido una distensión brusca sin catarsis ni alternativa, una estúpida falta de paciencia del sujeto con el objeto, un alienante ¡basta! y así lo admito: esto me pasa por ser un escéptico contumaz. Al animal místico que uno lleva dentro no hay forma sensata de alimentarlo como merece.

Hacía tiempo que buscaba una ocasión propicia para insertar la Cabeza de Medusa concebida a imagen de su espejo por el irreductible vividor que fue Caravaggio. Y puesto que la entrada tiene lugar el 15 de agosto coincidiendo con la festividad de la Asunción de María que celebran numerosas localidades sometidas al santoral católico, animo a los más lanzados fetichistas a secuestrar la Santa Patrona que tengan más cerca para pedir rescate a sus devotos no sin antes haberle ofrendado en las mejillas portentosos lagrimones de semen que deberían ser vitoreados como una afectuosa muestra de fervor religioso.
 
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