El prójimo alaba el desinterés porque recoge sus efectos.
Friedrich NIETZSCHE
La gaya ciencia
Como réplica a esa amplia franja de ciudadanos que comparte de buena gana inercias y necrosis mentales en virtud de prejuicios derivados del amor al prójimo, y sin entrar a cuestionar las más que evidentes prácticas carroñeras de las organizaciones, gubernamentales o no, que utilizan la filantropía, la solidaridad y otros pastelosos conceptos para extender y preservar sus áreas de dominio, me gustaría ofrecer un par de observaciones refractarias a la opinión comúnmente aceptada sobre egoísmo y desinterés.
De entrada, hay que admitir que una vez esclarecidas con rigor crítico las llamadas acciones altruistas tras previo despojo de toda susceptibilidad ética, resulta difícil encontrar en las relaciones humanas una mínima huella de actos desinteresados, conclusión que no equivale a decir que el móvil de la voluntad sea siempre egoísta. Podríamos hablar de diferentes clases, estilos y grados de interés, ya que tampoco puede negarse la entrega mansa y sacrificio en aras de los otros, fenómenos extraordinarios con los cuales, sin embargo, el interés personal no sólo es compatible, sino en los que está presente e imbricado con relativa ambigüedad: dependiendo de la penetración analítica se encontrará su rastro, que desde luego puede ser muy indirecto, descompensado en relación a la inversión exigida y lesivo desde una visión más cautelosa, pero rastro al fin y al cabo. Incluso cuando no es posible discernir la persecución de algún tipo de ventaja en la persona que brinda su esfuerzo, apoyo y dedicación a los demás, no hay que dinamitar muchos mitos para detectar motivaciones menos idílicas en su origen, que a menudo tiene más que ver con el autoengaño (como en el caso del mártir religioso que cree estar en posesión de la verdad y se autoinmola... sin falsedad), con el miedo al descrédito (pienso ahora en el auxilio que se presta a un accidentado ante la mirada de una audiencia comprometedora), con fidelidades intragrupales (el soldado que con un gesto heroico salva a un camarada dando su vida) o con el puro instinto (cuántas madres no arriesgan su salud por el bienestar de sus hijos). Muchas acciones parecen sacrificios desinteresados porque se interpretan aisladas de su contexto específico, donde sin lugar a dudas adquieren otra importancia. Por supuesto, también existen actos generosos producidos por un amor genuino (el desvelo mutuo de los amantes sinceros, por ejemplo), pero ni son significativos en la distribución de los bienes y servicios de la sociedad, ni están exentos de interés particular cuando se examina con detalle lo que arriesgaría cada una de las partes implicadas, aunque sólo sea a nivel anímico, al renunciar a su responsabilidad afectiva. Además, es preciso destacar que la conducta altruista suele variar en proporción inversa a los peligros que acarrea su ejercicio, y que con demasiada frecuencia manifiesta ambivalencia moral en función de quien demande el sacrificio, de manera que el sujeto capaz de grandes obras en favor del estrecho círculo de sus seres queridos puede ser tremendamente desconsiderado u hostil con el extraño que le pide ayuda.
Para terminar, quisiera traer a colación una brevísima clasificación de las acciones humanas de acuerdo con las leyes de la inteligencia que enunció Cipolla, historiador y pensador italiano, al elaborar su teoría de la estupidez:
1. Una acción estúpida es aquella que causa un daño a otros sin obtener, al mismo tiempo, ningún provecho para quien la realiza, o incluso obteniendo un perjuicio. La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe, sobre todo porque rara vez se percata de que lo es y suponen sus acciones.
2. La acción incauta es la que causa un beneficio a los demás a costa de un perjuicio propio.
3. Una acción malvada beneficia a su autor perjudicando a otros.
4. La acción inteligente beneficia a la persona que la ejecuta al tiempo que procura un beneficio a otras.