Google, que llegará a dominar cual araña omnipresente la galaxia abstracta donde nos transfundimos, no impide con su panoplia cibernética que haya cosas que nunca cambien o lo hagan de manera harto imperceptible, como quien sucumbe a la ilusión de progresar girando alrededor del mismo punto. Prueba de ello, el nuevo juguete con el que pretenden distraernos las cúpulas políticas de este Reyno; un juguete que hace ruiditos como el bebé postizo que se tira pedos o defeca fluidos incoloros en las manos felices de niñas absortas en las maravillas del mundo inerte; un juguete que en lugar de pañales viste de ondeante bicolor a rayas y emite soniquetes de orquestilla uniformada. Nuestros caciques de izquierdas y derechas, demócratas todos de oficio según el guiso de moda (la sopa boba de siempre con nombre suave), se han propuesto echar una carrera a ver quien le pone letra al himno de la ni grande ni libre España en estos dían tan cariñosos con la Transacción, perdón, Transición.
Aznar convocó un conventículo de poetas fieles a las Leyes Fundamentales y él mismo se tiró el pegote de largo ingenio, pero creo que no se han atrevido a publicar la musa ortopédica de sus hallazgos. Por su parte, los ahora protagonistas Zapatero & CIA han encargado lo propio a los trovadores de su corte nada milagrosa, y el más beodo que arrojado señor Sabina, muy amigo él de gastar paños principescos si lo dicta el protocolo, se ha lanzado con unos
versos para tomarle a pulso el pelo a la población, a quien creo que estos silogismos más bien se la sudan siempre y cuando no falten dosis garrafales de encuentros deportivos y teleseries de bisturí.
No deja de sorprenderme, sin embargo, la terrible desmemoria que se comete desde las instituciones públicas contra aquella copleja anónima que con el mayor candor canturreábamos antaño por los patios escolares:
Franco, Franco,
que tiene el culo blanco
porque su mujer
lo lava con Ariel.
Franco, Franquito,
culo pelado
porque ese tal Juan K
lo lame hasta brillar.