30.8.18

DE LA INTELIGENCIA PLURIDIMENSIONAL

Wolfgang Paalen, Combat des Princes Saturniens III
A la Tabla de la Mangosta

Con indecible intensidad
que solo justifica la pasión,
la vida es una luz
que no se alcanza.
Miguel Ángel MOLINERO
Maestro del espíritu 

Si por un lado la experiencia desprovista de pensamiento carece de luminosidad, por otro la profundidad del pensamiento es ilusoria sin una estructura de arraigo en la experiencia. Ambas potencias, experiencia y pensamiento, se complementan en virtud de sinergias que no agotan en ningún caso la facultad proteica de su indefinición esencial, de su salvajez. No en vano, la realidad irriga el campo conceptual de lo sensible con un carácter unitario pero polimorfo, dendrítico y fluvial, de suerte que cuanto más se sumerge el ánimo en ella con mayor fuerza es expelido hacia la superficie, y cuanto más tiende a desplazarse por la superficie mayor es la garra legamosa que lo jala hacia el fondo...

En ese juego de luces flotantes y honduras enigmáticas, tres funciones magnas o pluridimensionales tiene a mi entender la inteligencia sobre cualquier otro sentido que el organismo sepa conferirle:

— Cartografiar lo invisible de lo vivible.

— Buscar tesoros ocultos en la urdimbre de las apariencias.

— Completar la transversalidad de la visión.

26.8.18

CLAMORES EN EL DESIERTO

Evelyn de Morgan, The Angel with the Serpent
La vida salvaje está dentro de nosotros y a nuestro alrededor. La batalla por contenerla y controlarla es la labor constante de la civilización. Cuando se pierde esa pelea y las tierras quedan desiertas, la vida salvaje persiste.
ANÓNIMO
Desierto. Manifiesto postecologista

1

Entender lo que uno quiere es cesar de querer. 

2

No sin caro tributo entrega la sabiduría su magna visión al hombre. 

3

La vida nos ha hecho de forma causal y no de otro modo debemos responder a sus intemperancias, con actitud siempre distante, eventual, desapegada, la única que hace digno al que ha sido forzado a ocupar la cruz donde lo han parido.

4

El servilismo de las convicciones no es problema para el que no piensa.

5

En el reino de las ideas, la certeza brilla en razón de la ignorancia de sus súbditos.

6

El mundo se mueve tan deprisa que no tiene tiempo de pararse a pensar en la naturaleza muerta de su existencia.

7

Cualquier estupidez es posible en nombre del progreso y ningún progreso deja de ser desdeñable cuando lo suscribe la estupidez.

8

Tal vez la rotación del planeta que con tanta ligereza consideramos nuestro se acelere con la urgencia de sacudirse la piojera que con tanto orgullo llamamos humanos.

9

Reaccionario es el que observa con ironía el porvenir de sus contemporáneos, pero el que observa con ironía a sus semejantes de cualquier tiempo y lugar, ese antes que nada es inteligente.

10

Lo primero en globalizarse ha sido el embrutecimiento y todo indica que será, también, lo último en extinguirse.

11

Imponer una buena norma y transgredirla forman un palíndromo.

12

Las libertades civiles —concediendo a la expresión un valor exento de oxímoron—, más que estar garantizadas por el ordenamiento jurídico no son sino las que escapan por las rendijas de la ley.

13

Nada cansa más que la verdad y nada es más necesario que cansarse entre las agitaciones de la falacia triunfante.

14

Por suave que sea la marcha a bordo de un turismo, los caminos siempre crujen bajo las ruedas.

15

Cuando la civilización se empecina en el agravamiento de los problemas que sus conquistas han generado, la manera correcta de abordarlos ha de ser tan radical como abortarlos.

16

Ninguna civilización supuso una solución para los pueblos, excepto para los que fueron finiquitados por su avance.

17

No erraríamos diciendo de la Tierra que alberga un zoológico de diablos panglosianos y un teatro para las operaciones divinas aquende el non plus ultra de su cercado gravitatorio.

18

Aunque la verdad pueda florecer en los extremos, la sabiduría se halla solo en el centro.

19

¿Qué amor se le puede profesar a la vida cuando se ha cohabitado con ella lo suficiente?

20

Una vez se comprende que nada es fortuito en ninguna parte, la relación con la totalidad desde la parcialidad recobra el centro sutil que el corriente uso de la vida había desplazado a la periferia de la cognición. Lo individual y lo universal copulan en el agujero negro que enhebra cada ser.

21

La generosidad transforma en sabio al guerrero que desarma al enemigo no para atacarlo, sino para descargarlo de su necesidad de agredir.

22

Un león no persigue hormigas.

23

A mayor fortaleza mental, menor poder irradian las apariencias. Quien busque el saber, ha de apartarse de las ocasiones que apelan al derramamiento de pasiones y arraigar en la derrota por la nada que en todo somos. Llega un momento en el peregrinaje del alma a partir del cual debe deponer sus armas frente al inabarcable batallón de la realidad o renunciar definitivamente a la trinchera de la piel.

24

Hay gente que hasta durmiendo se aferra al exiguo acorazado de su ego, pero el yo ha de morir cuando le pide paso la plenitud que en vano querría contener con su panoplia de cochambres.

25

Evacúense todos los pronombres que la mímesis cultural pretende indispensables para entendernos; juguemos a destramar todo lo que la sociedad exige que juremos contra nuestras conjugaciones.

26

Aceptar como parte de la normalidad que los justos sigan pagando por los pecadores es hacerse cofrade del averno.

27

Una vida que no se siente interpelada por el mal que a otros daña, vida es de piraña.

28

Las calotopías, los lugares donde vida y belleza son equivalentes, solo existen en la imaginación de los mejores, es decir, de aquellos que saben soñar despiertos sin necesidad de pasar a la acción. Trasladada al mundo de los actos, las calotopías devienen cacotopías.

29

Conocedor de la visión, el clarividente se aleja de los posesos que se sienten depositarios de una misión. He ahí la diferencia de nivel entre el visionario y el misionero.

30

El gusto por el caos ha producido más anarquistas que el amor a la autonomía, la envidia enconada más comunistas que el amor a la justicia y la avaricia en rapto de compulsión más emprendedores que el amor a la prosperidad.

31

Ni la justicia ni la dicha se imponen. Esto lo sabe el sabio y a sabiendas lo ignora el legislador.

32

Las lucha entre clases sociales apenas tiene importancia histórica en comparación con la lucha entre clases de conciencia.

33

Ninguna revolución, al igual que ninguna cruzada, hubiera sido posible sin verdugos, esbirros y delatores; sin el manido, malhadado y sanguinario recurso de poner a su servicio a la gente más abyecta. Antes que dejarse deslumbrar por los reclamos utópicos, es imprescindible dirigir el foco hacia la repugnante colaboración de la chusma con el ideal para conocer sobre el terreno lo que deben las epopeyas a las jaurías.

34

La creencia en un ideal —que puede ser tan banal como la celebridad o tan etéreo como la salvación del alma— está consagrada a una doble finalidad: la de ser lo que uno no es y la de no ser lo que uno es. Espoleada a cada instante por el miedo a estar a solas, corre el idealista en dirección opuesta al precipicio sobre el que ha construido su identidad sin reparar en el atolladero hacia el que dirige su carrera.

35

Presentar como una amenaza para la convivencia la rendición de cuentas que cualquier víctima de un acto de violencia merece es aún más deplorable que llenar de lapos la cara de un interfecto invocando el amor al prójimo.

36

Creer que en las confrontaciones de índole social el espíritu de reconciliación debe primar sobre la necesidad de reparación es equiparable, en esencia, a pedirle a una mujer ultrajada que bendiga a su agresor, le ceda sus bienes y calle para siempre después.

37

El Estado que afirma ser «de derecho» tiene la ineludible responsabilidad de esclarecer la verdad sobre su pasado y la perentoria obligación de responder a las víctimas de su historia reciente. Cuando un Estado incumple estos mínimos, su legitimidad no solo se vuelve cuestionable sino peligrosa para todos los discrepantes de la versión amputada de país que los victoriosos reductores de cabezas proclaman echando toneladas de amnesia sobre los que mordieron el polvo.

38

Pasar la página de la verdad histórica sin haberla leído no es distinto de condenar a muerte a los testigos de un crimen antes de que aporten pruebas.

39

La historia siempre expía en el futuro los secretos que no confía al presente.

40

Parafraseando al filósofo autodidacto Esteban Hernández, una de cuyas máximas invita a «dejar que el otro ocurra», siento más apropiado dejar que el otro escurra.

41

¿Qué fue de la razón y de sus sueños? Lo consabido, que el sueño de los monstruos produce bebés.

42

Las lágrimas del ser tienen rostro de recién nacido entre los mamoneos de los crecidos.

43

Pocos gestos he presenciado tan obscenos como la efusividad de los puercos festejando a los lechones que repueblan la pocilga.

44

El Demonio los crea y ellos procrean. Ruge la idiocracia a la vuelta de la esquina, y aunque todavía siga habiendo excepciones de preclara inteligencia y sensibilidad entre las camadas aventadas por progenitores lelos e irresponsables, con la mayor probabilidad sus hijos no se convertirán en las nuevas reliquias evolutivas de las ramas genéticas sin continuidad.

45

Tan dudoso es que existan eslabones perdidos en la evolución humana como ciertas son las cadenas rotas por los ejemplares que se niegan a colaborar con la perpetuación de una especie que se humilla a medida que prolifera.

46

Quien condena a la madre por no salvar al feto toma sus argumentos de Pichote, que según cuenta el proverbio vendió el coche para comprar carburante.

47

La única excusa de la perfección es que no está emparentada con las cosas reales.

48

Aceptar la imperfección manifiesta de la vida sin facilitarle medios que la agiganten es la forma menos imperfecta que el viviente puede darse a sí misma.

49

Hay buen hacer en dejar hacer, pero el mejor hacer es dejar de hacer.

50

Aun gozando —¡todavía!— de la complicidad de la mayoría social, la actitud natalista pocas veces deja traslucir mejor la inconsistencia de sus motivaciones que cuando algún prolífico engendrador, al ser confrontado con los argumentos del reacio a procrear, se complace a faz vista haciendo uso de un desdén que parece a punto de proclamar: «Si fueras tan estupendo como yo, entenderías que no hacen falta otras razones para tener hijos».

51

En un planeta superpoblado que cuenta con técnicas eficientes de autocontrol de la natalidad cada nacimiento debería ser explicado en vez de servir de explicación para cerrar el debate sobre una obstinación de consecuencias criminales que no solo perjudica al ser impelido a nacer en cuanto lo expone a las truculencias de la vida y las iniquidades de la sociedad, sino que añade otro depredador a la devastación generalizada.

52

La mística ocurre sin necesidad del hombre, la estética sin embargo incita a la criatura a cortejar lo creado. Un cortejo que debe confiarse a la creatividad y desconfiar totalmente de la fertilidad. O hacemos obra del espíritu, o nos condenamos a seguir engrosando la putrefacción de la carne.

53

A ningún mandatario le importa que el mundo esté hecho un desastre mientras ruede, y a ningún subordinado que el desastre sea imparable mientras haya mandatarios a quienes inculpar por todo lo que no rueda.

54

Tener que animarse a vivir como si la existencia fuese otra, un amable vergel de alborozos en vez de una cripta donde apenas llega la luz, socava las razones que pudieran acreditarla y deja innecesariamente averiada cualquier excusa moral que se le pueda atribuir.

55

Uno es lo que contempla y cómo se contempla en lo contemplado.

56

Sonrisa franca es firma de veras.

57

Desparramado en sus narcisismos anda el mundo exterior porque ansía más de lo mismo y hundiéndose en sus tinieblas el mundo interior se ahoga por menos de lo mismo.

58

De igual forma que la cara de uno es el espejo donde otras almas se miran, la mendicidad refleja aisladamente el feo semblante de la mendacidad social.

59

Más bello parece el amor perdido que el amor hallado, y más que bello haber amado sin haber sido tomado.

Henry Fuseli, Titania and Bottom

60

Formas perdidas de existencia son las palabras; formas no pedidas a las que el escritor concede la oportunidad de explicarse.

61

¡Qué augustos florecen los campos sembrados de militares!

62

Entiéndase la libertad de los demás no como un límite para la propia, sino como una raíz compartida. La única demostración posible de la libertad es hacer servicio de ella, por eso toda exigencia previa de sentido, pertinencia o rendimiento equivale a un arresto preventivo. ¿Acaso sería razonable pedirle a cada humano, solo por tener algún conato de racionalidad, que aporte una prueba teórica de la existencia del oxígeno para poder respirar?

63

Refinados utensilios y costumbres brutales han conferido al capitalismo un método cuya eficacia no hubiera llegado muy lejos sin el ímpetu demoníaco que, al menos desde la venta masiva de indulgencias en el seno de la Iglesia Católica, afianzó la creencia de que no solo los bienes terrenales, sino también los celestes, podían comprarse con metal.

64

El grado de dificultad no sirve como baremo de calidad de una obra. Es tan difícil hacer las cosas perfectamente bien como perfectamente mal.

65

Los primeros y más eminentes científicos fueron nuestros ancestros de la Edad de Piedra. Con ellos la especie humana expresó sus mejores dotes para explorar, recolectar, probar, ensayar, descifrar, conceptuar y, en una palabra, investigar, acudiendo siempre directamente a las fuentes del conocimiento sin otro laboratorio que uno mismo.

66

En Oriente el mismo concepto de individualidad ha sido siempre borroso e insignificante. En Occidente, por contra, tal vez lo insignificante y borroso haya sido el concepto de alteridad, de que otro mundo es, además de posible, palpable.

67

Ora por el hábito moroso del desconocimiento, ora por el temor a descubrir verdades incómodas, descubrimos similitudes donde solo hay particularidades.

68

De nubes arriba, ficción; de suelas abajo, confusión.

69

Nunca hay que dejar de ver en un dios fuerte al pueblo débil que lo engendró. Craso error sería, y  error favorable sobre todo a la debilidad mental, entenderlo al revés, como si hubiera una coincidencia entre ambos y no su proyección invertida. Un dios omnipotente que exige la sumisión absoluta de sus fieles es el perfecto reflejo de las aspiraciones de una plebe impotente para rebelarse contra una clase que ha hecho de la religión el aval de sus ambiciones infinitas.

70

¿Es plausible que un hombre abandone a la mujer y el churumbel que forman su familia porque empecen su desarrollo espiritual? Permitidme un solo disparo ad hominem: eso es lo que hizo Buda y sus acólitos aún lo tienen por dechado. Ni siquiera hace falta afilar el sentido crítico contra la doctrina budista para percibir la doble bajeza que supone concebir adrede un hijo para desentenderse de él a continuación. Si la realidad material estorba, ¿por qué fecundarla? Si la nada tira del alma, ¿a cuento de qué enredarla con parentescos evitables? Si uno busca la extinción de la duhkha que define la existencia, ¿qué interés lo lleva a echar simiente en la condición humana? Y por último, ¿cómo puede haber ascenso espiritual en ausencia de cimientos éticos que lo soporten?

71

Ser prominente no es lo mismo que ser predominante: mientras que el primero tiene por fatalidad ser machacado por descollar sobre la media, al segundo lo ensalzan desde abajo para que cuide de que nadie descabale el denominador común.

72

Sin contar horas ni minutos, cuenta el mejor reloj con dos puntuales agujas: la del hambre y la del sueño.

73

«El sexo es aburrido», declaró Foucault. Olvidó mencionar que aburrirse es un arte cuando no es vital reproducirlo.

74

La ciudad es al hombre lo que el aprisco al rebaño. Masificados, atolondrados entre la instantaneidad de las comunicaciones y la frustración perpetua de sus deseos, siempre juntos pero siempre solos, se distribuyen nuestros contemporáneos el cociente de la urbanización en la vida íntima. Las turbulencias y pesares del deforestado paisaje mental encuentran hoy en el reino tecnológico del consumo, como antaño en el reino teológico de la conformidad, adulterados consuelos sobre los que apagar los últimos rescoldos de entereza que pudieran quedarle en reserva a la bestia espiritual, nudo entre lo astronómico y lo microscópico, que es el humano; mermadas reservas después de la bacanal de destrucción que Klaus Mann, el más agudo retoño del autor de La montaña mágica, logró resumir con un descriptivo tono maniqueo: «Cámaras de gas y grandes explosivos, propaganda venenosa y explotación organizada, los atropellos de los regímenes totalitarios y el diabólico mal gusto del entretenimiento comercial, el cinismo de las camarillas gobernantes y la estupidez de las confundidas masas, el culto a los asesinos de alto rango y las máquinas de hacer dinero, el triunfo de la vulgaridad y el fanatismo, el terror de la ignorancia; son las armas y métodos que usa el Maligno. Con ellos pretende subyugar a la raza humana».

75

Civilización significa por encima de todo control, y el gobierno representativo, concebido en un principio para atenuar las cabildadas consustanciales al control ejercido por el poder político, dota en la práctica de un fantasioso sistema de pretextos simbólicos al despotismo subyacente, como el cebo pocho de la soberanía popular que ya no es posible denunciar sin desmontar al mismo tiempo el cepo de la representación civil. Es cómodo pensar que uno cuenta con menos opciones de las que en realidad tiene porque la libertad implica asumir mayores riesgos e incertidumbres: ahí está el quid del éxito que aún ostentan los sistemas de representación política a pesar del descrédito abonado por la clase que la ejerce.

76

Toda casa que no tenga una salida por el tejado solo es otro módulo de la granja mundial.

77

Considerar como un privilegio el acceso a necesidades superfluas es lo que hace el buldócer de la mentalidad moderna con el bosque de lo verdadero.

78

Hoy el magnicidio consistiría en dinamitar la visión economicista que ha abierto una franquicia en cada consumidor.

79

Lo que fue no es admirable porque ya no sea, sino por todo lo que nunca hubiera podido ser.

80

La vulgaridad vigente no es padecida por el vil como un allanamiento, sino celebrada como una patria.

81

La nitidez visionaria desenfoca a la inteligencia domesticada.

82

Se siente con la raíz y se piensa con el féretro.

83

No existe un estado de vigilia común, ni siquiera una sobriedad idéntica hora tras hora para cada mente. La alucinación consuetudinaria divulgada como normalidad es a efectos psicológicos el resultado de combinar las construcción social con las delicadas y continuas interacciones que median entre las más diversas variables orgánicas, desde la alimentación al funcionamiento del sistema inmune. Cabe, con todo, hacer una salvedad referida al estado anímico basal de los humanos cuando son conscientes de la precariedad insoslayable de su existencia: el tedio. Nada hay, nada, que pueda redimirnos de reescribir hartazgos en el palimpsesto de nuestras limitaciones, de rebotar en la sordidez de nuestro deterioro y de ratificar la consunción de nuestras facultades. Somos zarandeados hasta el estupor por la imbecilidad que el deseo nos impone de moda porque quisiéramos metamorfosear nuestro talante, evadir la mismidad de nuestras entrañas, huir del uniforme de paria que en cada bocanada de aire la patrona de las edades nos confecciona con el sarro hediondo de su carcajada. Fugarse de la cárcel de los estados comúnmente testados y rondar el desacato a la prescipción de existir no son por defecto en reacciones propias de una disposición patológica pese a que así las desestime el aquejado de docilidad desde su encarrilado apocamiento en los roles que le ha tocado representar.

84

La exploración que no abre vías hacia un mayor conocimiento de sí solo es un paso previo a la explotación de otro escenario bajo las mismas nociones de lo que debe ser la naturaleza y de lo que no debe ser el alma.

85

Desde la Revolución Neolítica, génesis descalabrante de la historia, todos los esfuerzos grupales han sido empeñados a demostrar que nuestra especie podía ir más lejos de lo que ninguna pesadilla soñó.

86

La esclavitud nunca fue abolida, tan solo fue parcelada dentro de la jornada laboral y regulada en algunas de sus secuelas. Quien pueda mantenerse sin necesidad de trabajar, que lo haga sin pesar: es una de las pocas cosas que sacará en limpio de esta cloaca social.

87

Los discursos del orador político y los sermones del pastor parroquial tienen en común su destreza impremeditada para poner en ridículo los valores que pretenden ensalzar.

88

Una vez aceptada no como zona franca abierta a la amistad, y atendida con un gusto de exigencia conciliable con las riquezas protegidas del desenfreno monetizador, la soledad deviene afición adictiva pero ideal: fértil en dones y parca en lesiones.

89

Rara vez deja la popularidad de deslucir al autor de mérito y aún más extraño es que la obra aclamada sobreviva a la erosión de los aplausos.

90

El texto, por amplios conocimientos que pueda deparar, nunca sustituirá a la experiencia directa que constituye la matriz de las concepciones a las que debe el saber teórico la intensidad de sus razones.

91

En cada definición el tribunal supremo de la cultura delibera para decidir el destino de la palabra.

92

El escritor y el lector se solapan en un territorio fronterizo donde tiene lugar un acontecimiento de intertextualidad ontológica: el lector construye su mundo con la diversa experiencia que halla en lo escrito y el escritor se libera del mundo a medida que lo hace legible.

93

Una ciencia que trabaja con herramientas propias de un forense y define su campo de estudio como un producto exclusivo de la materia necesita eliminar el alma de sus ecuaciones para que sus principios adquieran carta de objetividad. Como si las racionalizaciones derivadas de ese enfoque compusieran la única metonimia real que pudiera dilucidar la inteligencia, quien comulga con sus fantasmagorías quizá no sospeche que la consecuencia lógica de la imagen atómica del universo nos sentencia a errar en un mundo apto solamente para el esplendor técnico de las máquinas.

94

Aun siendo inasequible a las demostraciones científicas, es imposible dudar de la existencia del alma cuando se observa en acción a los desalmados que mueven el mundo.

95

Los poetas más inspirados, que son a todas luces los más inspiradores, nos hablan de cómo son realmente las cosas, mientras que los científicos más aplicados, incluso si mantienen una relación coherente con la naturaleza, solo se acercan a describir cómo son exactamente esas cosas. La literariedad es habitable, la literalidad, en cambio, deporta el alma humana a los hornos crematorios donde lo inmensurable es reducido a cenizas junto con los caudales subjetivos de la experiencia. Si el conocimiento exacto de los fenómenos exige a los organismos reducir su valor existencial a la categoría de órganos y aparatos; si este supuesto estudio de la naturaleza desprecia la polisémica indeterminación de la complejidad en favor de los contornos de un mundo limitado a moverse entre masas, tejidos, reacciones químicas e información genética, ¿no será en tal caso más liberador abrazarse ilustremente a la incuria?

96

No menos importante que la experiencia es la reflexión sobre la experiencia, y tan valiosa como ambas la imaginación que las completa.

97

Renunciar a la subjetividad no proporciona ninguna objetividad. Desprovista de comprobación subjetiva, cualquier explicación objetivadora se convierte en un artefacto quimérico.

98

Los límites de la ciencia nunca han coincidido con los límites de la verdad. Si la ciencia desatiende el estudio de algunos hechos por considerarlos demasiado ambiguos e ininteligibles sucede porque ante los verdaderos desafíos del conocimiento el hermetismo metodológico procura más ventajas parciales en otros campos, además de menos conflictos de intereses con las organizaciones que patrocinan la explotación material de la realidad.

99

Aún es crío el varón que no ha lidiado con la pérdida de la virilidad.

100

Cuanto más grande es la máscara, más desnudo está quien la porta.

101

Deberíamos redefinir algunas palabras al tenor de la psicología que siguen nuestros coetáneos en sus aconteceres. «Monstruo» sería, por lo tanto, el incapaz de aceptar la verdad que esconde su antifaz.

102

Aunque a pocos no abone su amargura la dicha que a otros toca, un alma noble respira mejor sabiendo que ni la felicidad puede ser racionada, ni el paraíso tomado por asalto.

103

No es la pobreza un eximente de la conducta respetuosa hacia los demás. Al contrario, el miserable moral que busca atenuantes en la estrechez material no es por ello la mitad de malo, sino el doble de ruin.

104

Pensemos en lo peor en previsión de lo que sucederá si solo pensamos en lo mejor.

105

Exacerbada en la civilización occidental como en ninguna otra está la necesidad de participar en un movimiento, de enrolarse en un proyecto colectivo, de participar en algún género de actividad —o remedo de ocupación significativa— que proporcione un sentido tribal de pertenencia o tapone la inescrutable sima de la soledad. Esta gusanera grupal, desprovista de diálogo porque no se basa en la búsqueda de contrastes creativos con el otro sino en el refuerzo coral de sus elementos identificadores, funciona como un dopante del sedentarismo mental que rige la existencia de la mayoría de la población. Ahora bien, ¿qué sería de un orbe con siete mil millones de almas moribundas si le faltaran los simulacros de anclaje que alcanzan su máxima expansión en las redes sociales, orquestadas a tal fin como el más eficiente campo de concentración que la humanidad ha conocido?

106

Hasta hace solo unas décadas las tiranías hacían callar las voces divergentes, en cambio las actuales dependen para subsistir de las tecnologías que a todos hacen hablar de más. Si ayer lo sospechoso era expresarse libremente, nada es más inculpatorio hoy que desconectarse de las omnipresentes redes de comunicación. De una u otra forma, el que dicta las reglas necesita espiar a quien las debe cumplir.

107

La música es para seguirla, los pensamientos para no seguir.

108

También tienen derecho a voz las sombras y a dar sentido con ella a la bípeda llaga que las proyecta.

109

Tan lueñe ha llegado el humano en su arrogancia, que incapaz de merecer la bienaventuranza del cielo que él mismo concibió a modo de edén recobrado, e inútil asimismo para crear una versión interior del empíreo donde sublimar el anhelo de redimirse, ha invertido los esfuerzos de su industria en dominar el espacio aéreo hasta dejarlo hecho una porquería. Ese diminuto cielo, despoblado de almas, está lleno de nosotros.

110

No es más pobre el que menos bienes tiene, sino el que más se identifica con ellos.

111

El pensamiento políticamente correcto presenta la conquista de derechos por parte de la mujer como una lucha porque sería de mal tono incluir en el árbol genealógico de ese logro una realidad histórica menos reivindicativa: la ampliación del espectro de beneficios por parte de la industria. ¿Puede desmentirse que las sociedades capitalistas dieron la bienvenida a la incorporación de las mujeres al mercado laboral como una prodigiosa fuerza de consumo, mientras las sociedades comunistas, necesitadas de mano de obra, no vacilaron en acoplarlas a su disciplina productiva?

112

Conocer el organismo humano interesa a la mecanización de nuestra época hasta que el saber instrumental se topa con las dimensiones borrosas del alma, que hacen retroceder a los expertos y lanzar incontinenti su anatema: todo aquello que no rinde a los propósitos de aumentar la productividad y el poder material es pseudociencia.

113

No es necesario intentarlo para saber de antemano que no es posible construir una catedral gótica lanzando al tuntún los elementos arquitectónicos que la componen. La mayoría de los científicos, defensores de una concepción estrictamente acéfala en cuanto al origen de la vida se refiere, sostienen que la estocástica de la materia conjugada puede lograr resultados aún más sofisticados.

114

La razón se protege ocultándose a sí misma las fuerzas irracionales de las que reniega. Bajo la fachada que le da nombre, el reino de lo racional no posee nada más razonable que sus escrúpulos.

115

Actuar por sí mismo, sin necesidad de agradar a un colectivo o de ser controlado por el arbitrio de otros, es una idea de tan rotundos fundamentos que tiemblan ante ella todas las civilizaciones.

116

Si creer me gustara, me gustaría creer que la carne fue creada para poder viajar entre las capitales del alma.

117

La realidad, a fuerza de materializar ficciones, evidencia en el mono monádico la calidad infernal de sus alucinaciones.

118

El engaño compartido al que una mayoría confía su libertad se convierte en verdadera tiranía.

119

Aun desde una perspectiva limitadamente egoísta, el poderoso no es libre porque está sometido a deseos y proyectos que no puede satisfacer sin sojuzgar a otros por la fuerza del engaño, del numo o del temor. Sus apetitos, por más que los atienda, son hijos de la necesidad, no de la independencia, y constituyen un palmario síntoma de cuánto crecen las deudas con los afanes y cuánto los compromisos con el mundo exterior a medida que la infatuación del yo asciende en la jerarquía social. «Este pobre diablo —diría Han Ryner de él— no halla jamás una hora para permitirse el lujo del pensamiento desinteresado».

Menos acrimonia azuzará la estampa si el espectador consiente encuadrarla en el coqueteo del oferente con la ironía cósmica.

120

La democracia coloca la libertad de pensamiento como piedra fundamental para que sus defensores decapiten sobre ella cuantas filosofías de vida burlen la homogeneidad cultural de la horda soberana.

121

Se precisa la destreza de un embaucador y el cinismo de un demagogo para llamar «soberanos» a los ciudadanos cuyo poder se restringe a la pertenencia a una colonia penitenciaria bajo la arbitrariedad de los círculos que dictan las leyes, imparten un trampantojo de justicia y acaparan un botín regular mediante el aparato de extorsión conocido como fisco.

122

Tan deleznable es que la miseria sea motivo suficiente para que haya personas dispuestas a vender sus órganos como que el Estado, incompetente para mitigar la pobreza, se muestre diligente como dueño y señor de los cuerpos impidiendo ese comercio macabro porque no le reporta dividendos.

123

Los asesinatos del fundamentalista horripilan menos que el procaz convencimiento con que asesina.

124

Ojalá el bostezo fuera más contagioso que la violencia usada como lenguaje por quien no domina otro.

125

Si a los menguados de conciencia les doliera su penuria mental, el mundo ensordecería a causa de sus frémitos y lamentos.

126

Ambición es perdición en movimiento.

127

Una creencia solo deja de ser pueril cuando es empujada al desfiladero de su propia vacuidad o minada desde dentro por el adepto que hasta ese momento se uncía a sus postulados como un mero predicado. Toda doctrina que no empiece por la aceptación de su propio fracaso se condena a destruir para no destruirse.

128

Papases y mamasas pregonan orgullosos cuán listos son sus niños porque han aprendido a escanciarse por sí solos las ilusiones multimediáticas que dimanan las interminables pantallas que invaden hoy los hogares. No cuentan, en cambio, las horas que estos menores pasan abducidos por los embrujos audiovisuales, ni quieren advertir la semejanza que estos tienen con la inmersión reiterada en los opiáceos que tanto reprueban las familias de bien.

129

El dominio creciente de la técnica sobre la cultura acarrea para el ser humano consecuencias más degradantes que el subsidio de creencias adversas a la eutimia o echarse a la briba ante el apremio las dificultades. Todo cuanto ganamos en prestaciones y rendimiento gracias a la técnica lo perderemos, correlativamente, en habilidad práctica y energía mental. Antinutriente espiritual, el poder de la técnica nos debilita, funciona como un disruptor cognitivo; su fuerza no es nada sin la disociativa conveniencia que mantiene en deuda los sentidos y trastorna la instrospección.

130

Tal vez la preferencia por sufrir injusticia a cometerla sea también una forma de causarla…

131

En el arte de ser uno consigo, la obra y el obrero que la vida confunden se palpan en la armonía que los funde. «Vivir armoniosamente», predica la escuela de Zenón, una bella y admirable mentira. La vida solo admite armonías en sus momentos de debilidad y en nada varía esta su sinrazón seminal.

132

De un lado, el deseo tira de uno por su parte más asible; de otro la autoconciencia, espejo cóncavo donde uno se mira como otro, contiene vivas dentro de sus formas esas fuerzas que quieren expandirse a través de los impulsos. La gracia del dominio de sí no radica en la abstención de los placeres sino en el comedimiento de los apetitos.

133

La cortesía, esa forma de amabilidad canalizada a través de atenciones templadas por los buenos modos, permite llevar a Kant en el bolsillo tratando como si fueran fines a quienes, más allá de nuestros esmeros y cauciones, la vida civilizada estrujará sin contemplaciones.

134

Una mezcla ponderada de razón e intuición es mejor que fiarse totalmente, juntas o por separado, de cualquiera de las dos.

135

La sociedad desdeña la mirada del sabio porque el sabio no desdeña contemplar lo que la sociedad ofusca.

136

El desabrimiento de la ruptura con la sociedad constituye el filo de la sonrisa del sabio que conoce el valor filosófico de la renuncia frente a las concesiones hechas al imperio de las ataduras.

137

¿Cuántos no habrá que por amor a la lozanía perdida empequeñecen por dentro creyendo rejuvenecer por fuera?

138

La lógica, habilidad de truhanes, es el disfraz de gigante escogido por las mentes que no saben pensar de verdad, a lápida corrida, sin filtros ni santiguadas.

139

El vulgo llama «héroe» a quien huye hacia el peligro en busca de expiación y «cobarde» al que busca un refugio huyendo de la condenación.

140

Si la historia humana fuera una señora, envejecería mezclando los antojos del último minuto con la decrepitud acumulada durante cientos de generaciones.

141

El humano es un ser tan conservador que todo lo derrocha por querer retenerlo.

142

Cuando entre la obra y la persona de un artista existen notables discrepancias, es preferible acentuar la vertiente más favorable a su naturaleza. Cuando se trata de un filósofo, toda discrepancia entre el pensamiento y los actos debe ser evaluada en detrimento de su valor desde cualquier faceta que se lo estime.

143

Inauditos sistemas de compensación poética tiene la termodinámica de la Creación más allá del turbión que el mundo fenoménico levanta a nuestro alrededor. Cuanto más afinada está la percepción, más asombrosas interconexiones muestra el universo a cualquier escala.

144

La visión orgánica del cosmos persiste no porque haya maestros dedicados a preservarla, sino gracias a los audaces que en sus viajes la reaniman.

145

Todo saber crea un caber en la otredad.

146

Cada día superpone al anterior un abrasivo útil, cuando menos, para pulir la lente del juicio con que hemos de contemplar en perspectiva la extensión abigarrada de nuestra existencia.

147

Más se aproxima al centro de sí mismo quien de la primera a la última hora vive sabiendo que no es el centro de la galaxia.

148

Concéntricas son las capas de la personalidad, concéntricos también los instantes que anillan el tiempo y transversales las visiones donde una y otro se estructuran en un sistema coherente de correspondencias.

149

¿Qué podría ser el universo aparte de un verso que contiene todas las metáforas?

150

Existe un tiempo histórico captado por nuestra percepción ordinaria, un tiempo fractal que es el correspondiente a los estados ampliados de conciencia y un tiempo cero que es el propio de las entidades sobrehumanas que podríamos denominar dioses almos o polinizadores de mundos.

151

Todo acto representa en su ejecución un sabotaje contra la conciencia cuya luz sobre la futilidad de las acciones humanas ha de atenuar para poder realizarse.

152

La sabiduría ama la claridad en todo y el control no puede apropiarse de nada sin enturbiar su estado. Lo menos improcedente es que el sabio, cuando rompe su silencio, hable claro para decir lo que ni señores ni lacayos quieren escuchar: para empezar, que como sabio no está interesado lo más mínimo en devorar ni en ser devorado.

153

El sabio no es ya el hombre que otrora corría hacia el cielo como otros siguen corriendo hacia el abismo del éxito. El sabio, sencillamente, no tiene necesidad de correr.

154

Habida cuenta de que trazar una imagen fiable de esta realidad que algunos llaman fluida, aunque mejor diagnóstico haría quien la calificase de volátil, es una tarea infinita que apenas puede esbozarse merced a la colaboración entre los espíritus proclives a hermanar conocimientos, no quiero respuestas definitivas a los enigmas de la existencia, sólo busco las preguntas capitales que el mismo Demiurgo rehúsa formular.

155

El espíritu es siempre más vasto que la doctrina que pretende captarlo: primera verdad pisoteada por la metafísica antes de ser enterrada por el materialismo. Ninguna explicación, especulativa o empírica, satisfará nunca las necesidades intelectuales de una mente despejada que no se cierre a explorar el juego de continuas e intrincadas complicidades que presentan los fenómenos.

156

La plasticidad de las interpretaciones es la única potestad que nos queda y pronto la perderemos a cambio de algún sucedáneo industrial del pensamiento.

157

Luchamos para mantener la forma de lo que somos en mitad del cambio universal aun cuando sabemos que nunca somos más en nuestras sucesivas formas que la misteriosa facultad que las concreta desde la insondable grieta de la materia. Creer lo contrario sería adherirse al residuo en vez de abrazar la inmensidad de la que procedemos.

158

Para las voces, silencio; para el silencio, oídos. Hay sigilos que delatan todo lo que no relatan. El alma habla por los codos donde más enmudecido está su rastro.

159

Qué poco, apenas una caricatura, queda del pensador cuando en lugar de lanzar doctas y penetrantes preguntas contra las realidades menos cuestionadas se convierte en abogado de una causa que le despierta más inquietud justificar a cada frase que arrojar a las fauces de los mentecatos. Deja entonces de escrutar la verdad para volverse al apodíctico trapicheo de moralinas, jerigonzas y formulismos.

160

Embellecer la moral es noble actividad siempre y cuando no sirva de tapadera a la prosaica avidez de moralizar la belleza.

161

Cuando un comerciante yerra a favor de su caja, se carga de un tiro dos conjuntos de reglas: las éticas y las algebraicas.

162

Pensar a fondo todo lo corroe porque las situaciones pendientes de ser pensadas oprimen por doquier.

163

La aspiración oculta de los pensamientos es poner un broche de letalidad al organismo como gesto plenipotenciario de la abstracción, por eso sobre el pensador sincero pesa siempre la imperfección de haber sobrevivido a su obra, de no haber logrado coronar con el corolario fatídico sus conquistas intelectuales.

164

Convengo con Pérez de Ayala en la idea de que conocer los engranajes profundos de las preposiciones de una lengua equivale a dominarla y añadiría, en sintonía con Azorín, que comprender «la claudicación en el uso de las preposiciones», saber cómo desvían los hablantes el empleo adecuado de estos elementos sintácticos en beneficio de su percepción mutilada y mutiladora del mundo, los desnuda más que sus más recónditos pensamientos. De este modo, podemos colegir que no solo el pensar para sí mismo no implica el pensar por sí mismo, sino que esta última forma de pensar, cuando en verdad es una propiedad independiente, asume entre sus prioridades la de libertarse de las finalidades prefiguradas de aquella.

165

El primate humano solo empieza a pensar por sí mismo cuando deja de sentir gratitud por existir y osa contemplar a sus congéneres como seres no menos deleznables que él en la sucesión de esfuerzos vanos desarrollados para sobreponerse a la conciencia de tener el alma encadenada a los estragos del tiempo, lanceada por las exigencias de la fisiología y azotada por las pasiones de su siempre menesteroso corazón.

166

Quien cree en los errores típicos de su tierra natal aún puede hacer algo para honrar su abolengo: propugnar sus propias necedades como si fueran necesidades.

167

Uno puede ser lo mismo, pero nunca el mismo ser. ¿No hay falsa cordura en sentirse idéntico a sí mismo a cada segundo sin que por ello sea menos auténtica la locura de sentirse acompañado por el doble desconocido que lleva en sí?

168

Si yo, que soy hombre de natural introvertido —y prudente por un sentido excesivo de la gravedad—, frente a la atención regalada de un público me transformo en un engreído, ¿en qué clase de fieras desbocadas se convertirán quienes no cuentan con semejantes riendas anímicas? «El entusiasmo es una grosería», pensaba Pessoa, y tiene toda mi razón.

169

Es factible cambiar de ideas, de gustos, de valores e incluso de actitudes, pero no de temperamento. Todo hombre es víctima de su carácter y culpable de su conducta. Todo hombre está, a la postre, envenenado mortalmente por el vicio de ser quien es y desquiciado por cómo son los demás.

170

No nacemos por instinto ni morimos por naturaleza, sino al contrario: la naturaleza nos ordena nacer si la oportuna generosidad de un aborto no lo remedia, y el instinto tiene a su cargo demorar cuanto sea posible el viático.

171

Si el aborto fuera un asesinato, ¿deberíamos considerar al onanista un genocida?

172

Si todos sufriésemos un dolor idéntico, competiríamos para desempatar. De ahí que los achacosos describan de buenas a primeras, con todo lujo de detalles, los implacables efectos de sus dolencias. Por paradójico que parezca, sentirse adelantados en la podredumbre los alivia como ningún calmante.

173

La piedad, tal como la concibo, se opone frontalmente a la versión carroñera cristiana que elabora con ella una táctica de confiscación del infortunio, considerado a tal efecto por el piadoso adscrito a esta tipología moral como un feudo donde blanquear sus máculas. De acuerdo con mi manera de sentir, piedad es implicación respetuosa en el padecimiento, la ramificación en acto del movimiento de ánimo que brota por empatía ante una desgracia ajena. Presenta, así pues, dos fases bien diferenciadas: en un primer momento, la toma de conciencia, el compadecimiento que supone entrar en la piel del sufridor para, en un segundo momento, socorrer en alguna medida su situación. Bien pudiera responder esta conducta, asimismo, a otra urgencia en su intento de reparar o aportar un paliativo al daño próximo que hace inevitablemente suyo: aliviar la propia sensibilidad herida por la visión que impone el dolor del otro y fomentar, al mismo tiempo, un código de reciprocidades frente a la contingencia que podría poner al misericordioso —misericordia viene de miser y cordis, «tener corazón para un desdichado»— en la necesidad de recibir ayuda.

174

En la dicha que despliega exultante sus pétalos al logos he sentido una llamada que invitaba a culminar su apertura con una entrega suicida. Así suenan mis llamadas perdidas.

175

No recuerdo haberme jactado de ser más esclarecido que los demás, aunque todo es posible cuando uno culebrea entre ratas sin haberse desprendido del hábito de sentirse un poco simio. Torres más firmes han caído y más bajos fondos se han erguido.

176

Toda criatura que haya contemplado con rigor la nimiedad de su ser conoce de primera mano la vastedad de unos parajes que aun si pudieran envolver al universo seguirían estando vacíos.

177

Lo más común a religiones e ideologías, lo que más une en mezquindad a estos sistemas de aborregamiento, es su porfía en sacralizar el impío deseo de perdurar.

178

Una vez aceptada la nulidad de sentido de la vida, ¿vamos a lloriquear por esa fruslería? Paciencia, la necedad proveerá a cada uno según su apostura y el humano genérico aprenderá a vivir como si tuviera sentido y el fuera de serie como si no tenerlo comportara mayor libertad.

179

¿Reportará finalmente la vida mayor utilidad que la de confirmar el hastío que muchos ya descubrimos en la infancia, cuando estábamos a décadas y muchos libros de saberlo expresar? Cabe suponer que en la muerte reuniremos todos los puntos del tiempo en uno solo. Mientras respiremos, cada punto de nuestra existencia indicará, como un hito fatal, la distancia que nos falta.

180

Para el ojo cósmico que arroja su mirada desde la eternidad, cada ser es una clave de bóveda; desde el ser que ha de morir en sí para acceder a estados supraindividuales, cada bóveda es la clave de un renacimiento.

181

Que «todo fluye» significa una cosa bien distinta cuando se piensa en modo cenital: que todo se ha evaporado ya.

182

En la «visible oscuridad» de la depresión, al perito en derrumbar hasta sus ruinas se le revela una verdad que otros llevan velada hasta la muerte: que nadie puede sino estar en visceral desacuerdo con su propia vida.

183

La agrura que la melancolía conlleva no se enseña ni se aprende, es un sentido que se adquiere en la íntima extremidad de cuanto pasa.

184

Nada como el realismo para proteger al realista del menor contacto con la realidad.

185

¿Es la exuberancia de la vida un espejismo del ser o lo es el desierto que lo acosa?

12.8.18

BIENVENIDOS AL POSHUMANISMO

Jasper Rietman
¿No es posible llegar a un exceso de inventos, como lo es un exceso de alimentación, capaz de causar similares perjuicios y trastornos en el organismo? ¿No tenemos ya suficientes pruebas de que la ciencia entendida como tecnolo­gía puede tornarse, debido a su crecimiento desmedido, cada vez más irrelevante para cualquier empresa humana, excepto la del tecnólogo o las multinacionales; de que, de hecho, como ocurre con las armas nucleares o bacteriológicas, puede ser no solo fría­mente indiferente sino hostil al bienestar humano? 
Lewis MUMFORD
El pentágono del poder

No entender que la familiaridad con ciertos aparatos proveedores de altas prestaciones depara una permutación en la relación instrumental entre el hombre y la máquina, o cerrarse a verificar que existen tecnologías diseñadas con la irrevocable misión de despellejar a quien las adopta, constituye la prueba más palpable de que la mente humana ha sido derrotada. De pequeñas sumisiones cotidianas están hechas las mayores mazmorras y de soluciones instantáneas el manual de las destrucciones sin enmienda.

El hombre nace bestia, y si una influencia más halagüeña no lo impide, la tecnocultura lo hace maquinal. A medida que se transparentan los pormenores de la individualidad, más lóbregos se tornan los designios sociales que los condicionan. El mantenimiento de la vigilancia y el control colectivos se miniaturiza y «la modelación de los individuos por estos mecanismos trata de convertir el comportamiento socialmente deseado en un automatismo, en una autocoacción, para hacerlo aparecer como un comportamiento deseado en la conciencia del individuo, como algo que tiene su origen en un impulso propio, en pro de su propia salud o de su dignidad humana», hace notar el sociólogo Norbert Elias. A la luz del empeño de tantos contemporáneos por demostrar su autonomía se desprende la inquietante sensación de que aumentan cada día los embudos sensoriales y las cuencas horarias donde la gente actúa en calidad de autómata. Ahora bien, ¿puede haber usos razonables de las aplicaciones tecnológicas cuando su pretendida funcionalidad es en sí misma un disparate o lo conjura por defecto para ser plenamente operativa? No veo objeción para que el buen uso de «no lugares» como las redes sociales sea ninguno, y lo mismo si examino con rigor las raciones de tiempo asesinado por esos terminales calificados de «inteligentes» en atención a su incuestionable eficacia para obtener la cosificación del usuario. Que este género de renuncias entrañe dificultades mayores que su pasiva asimilación, o que la ruptura tajante con la telefonía sea solo asequible a quien puede permitirse habitar el presente sin necesidad de rendir cuentas a la sociedad por el estigma de haber perpetrado una suerte de suicidio civil, revela hasta qué grado la tecnología no es una herramienta neutral, sino el verdadero panel de control remoto de los individuos, convertidos a tal efecto en minas de datos —el petróleo del siglo XXI— y comprimidos en sus ritmos de vida para ser más productivos que nunca en la perpetua cadena de sus menesteres. De momento, gracias al poder soberano de la cibernética y a las conductas miméticas que sus adminículos de consumo potencian, es más fácil robotizar a los humanos que dotar de inteligencia creativa a las máquinas, aunque no es desdeñable discurrir que una de las utilidades que nuestra especie proporciona a la hermandad de propósito que une las grandes corporaciones al estamento militar sea el de servir como banco de pruebas para perfeccionar las facultades cognitivas de los engendros pergeñados en sus laboratorios.

Al haber concebido el universo como la máquina por antonomasia con su divino artífice como motor inmóvil, la cultura occidental sentó las bases de una teodicea que elevaría al rango de sumos sacerdotes a los técnicos capaces de crear artilugios inéditos y de traducir a la lengua franca del poderío bélico sus sofisticados cálculos y experimentos, en especial cuando la clerigalla encanallada, que se hallaba por demás encallada en estériles devaneos escolásticos, disminuyó su atractivo utilitario frente al prometedor matrimonio de ciencia y despotismo político que el laico Francis Bacon consagró. Relojes, telescopios y astrolabios marcan el ascenso de una nueva casta sacerdotal que imaginaba el cosmos como un gran ingenio mecánico ordenado de acuerdo con principios matemáticos. Entre los cálculos orientados a explicar los movimientos siderales y los aplicados a la maximización del trabajo aquí en el calabozo, el nexo de interés rendiría, por ejemplo, la organización fabril que rebajó al obrero manual a la categoría de engranaje asalariado. «La perfección humana y la perfección técnica son incompatibles. Si queremos la una debemos sacrificar la otra; en esta decisión comienza la bifurcación. Quien llegue a descubrirlo trabajará más limpiamente, de una manera u otra», deslinda Jünger en Abejas de cristal. Reducir los organismos al esquema de un mecanismo no precisaba habilidad sino insensibilidad, un recurso siempre abundante en los gabinetes de decisión, pero conseguir que una máquina se comporte como un organismo requiere, amén de habilidades inventivas, una sensibilidad reñida con la voluntad tiránica de simplificar el mundo. Ya lo profetizaba Zerzan: «El proyecto de una tecnología humanizada se ha mostrado sin fundamentos ni resultados; lo que finalmente se ha hecho realidad es una humanidad tecnificada». Esa humanidad tiene como jaula de extenuantes demandas la comunicación, a la que profesa a través de sus pantallas un celo que bien quisieran haber recibido los viejos ídolos de poses todopoderosas.

«Cuanto más buena es la pantalla, más canalla», recuerdo oírle repetir en su melopea matutina a un dispsómano que no solía escatimar sagacidades antes de caer en un pastoso balbuceo —variadas son mis fuentes—. Frente al azoramiento de tantos enredos telemáticos, es prioritario conservar en bajo continuo la prudencia y vivaces las raíces de amistad condensadoras de sentido, amparo y proximidad. La dispersión mental y el desmontaje afectivo son enemigos tan drásticos de los espíritus libres como la desposesión del silencio, las presiones alienantes de la competitividad y los sucedáneos virtuales de la experiencia directa. O por decirlo con los acordes de insurgencia que la vapuleada conciencia merece: la confianza y el reconocimiento mutuos son, a pesar del sistema de roturación mundial, nuestro mejor arsenal de recursos compartidos. Sin embargo, los simios reticulados o «nativos digitales» tasan más fácil cosechar cientos de followers que esforzarse por comprender y cultivar la dimensión extraordinaria que solo en el cara a cara las amistades íntimas procuran. No se insiste lo suficiente en esclarecer que la difusión de la tecnología no ha sido concebida para enriquecer la vida humana o suplir carencias, no se cuenta como es debido que su popularidad es el resultado de haber sido promocionada para exprimir las facetas que antaño pertenecían a lo intocable. Al compás de este oscurecimiento, no deja de ser irónico que la prostitución provoque alarma en amplios sectores de las mismas sociedades que, rendidas a la penetración de las últimas tecnologías en sus vidas, han hecho de lo privado un intrascendente concurso de obscenidades.

Banksy
Cuando las directrices de una cultura se contagian sin un debate donde tenga cabida el disenso y su triunfo impone un obstáculo a la viabilidad de las alternativas, la imaginería resultante y el discurso que la acompaña son, punto por punto, lo opuesto a un horizonte emancipador. Si el racismo que otorgaba su principal coartada a la esclavitud durante el siglo XIX se ha vuelto indiscutiblemente reprobable bajo el prisma de nuestro siglo, ¿cuántas generaciones habrán de cebar la tierra para enjuiciar con la misma contundencia la esclavitud que impera, con pretextos técnicos y económicos, en el mundo globalizado del tercer milenio? La papilla anticerebral de una cultura clónica basada en la alta tecnologización de los hábitos y de los hábitats preside la conquista de suplantación que el sistema civilizador y sus Zapparoni se han propuesto culminar a lo largo de este siglo. Ningún centímetro cúbico de tierra, agua y aire sin explotar, ningún ser vivo sin chip son algunas de las emblemáticas motivaciones que coronan el declive. ¿En qué pasillo de supermercado, terminal aeroportuaria o código fuente se ha extraviado el análisis desapegado, objetivador, que exige al pensamiento crítico la frágil condición asumida por el humano en la actualidad? «Tanta gente» y «tan poca cosa soy» componen los términos más reconocibles a cada lado de una misma realidad social, la del mundo masificado donde nos han parido; un mundo donde la humillación propia es como la estulticia, que no conoce límites ni fronteras; un mundo donde el desahucio no se restringe a los hogares y ha hecho premisa del desalojo de sí que cada persona ha de ceder a las necesidades espurias que, según el Nuevo Orden, ostentan un estatuto superior a las intrínsecamente suyas.

Voegelin, autor de un ensayo que me gustaría haber leído, La religiones políticas, atribuye a Nietzsche en otra de sus obras una anticipación que, por otro lado, podría haber confirmado cualquier coetáneo del Übermensch nativo de las praderas norteamericanas: «El precio del progreso es la muerte del espíritu». La única revolución posible, y la única deseable puesto que depende del individuo en la relación que mantiene consigo y no del derramamiento de sangre ajena, es la radical eliminación de los filtros con que uno contempla la escultura diaria de su existencia. Valga para sintetizar esta apertura centrípeta el testimonio recogido en Un brujo del Alto Amazonas, la biografía de un chaval que llegó a ser chamán de la tribu de los Huni Kui que lo capturó cuando contaba quince años: «Todos los sentidos parecían poseer una intensa agudeza y estar integrados en un único sistema. El estímulo que recibía uno de ellos se trasladaba inmediatamente a los demás». Apaguemos el volumen de los medios de trepanación inalámbrica y olvidemos a los fantoches que desfilan por ellos creyéndose prominentes; escuchemos a los grandes solitarios por los que siempre se ha pronunciado la voz secreta del alma expulsada de las colmenas urbanas y violada en el agro por el pillaje latifundista. Que la noción de élite haya sido subordinada a los penosos trapicheos en la sombra de ciertas camarillas no la define en absoluto, aunque facilita un testimonio de primer orden sobre la inversión de valores que requiere la dinámica civilizadora para legitimar sus ambiciones. La élite es un indicador de altura espiritual, no una identidad corporativa. 

Cree el intelectual posmoderno, convencido como está de que todos los puntos de vista son relatos intercambiables, o de que la épica de la oposición al reino de lo manifestado es una impostura, que al no ser posible todo lo deseable todo lo posible deviene deseable. ¿Y qué es lo que proponen las orquestas de sirenas a los náufragos de lo indeseable hecho posible? Progresismo. Mientras la izquierda, con su sedicente compromiso con la justicia, no se libere de la adhesión al mito del progreso y perciba en su locomoción una fuerza devastadora para cualquier esplendor, seguirá siendo partidaria y cobenefactora de una política que existe por y para la opresión. El fanatismo productivista del crecimiento ilimitado, común a marxistas, socialdemócratas, fascistas y liberales, como asimismo a nacionalistas e internacionalistas, además de ser una apuesta ridiculizada por el rebosamiento de los hechos históricos, supone también que algunos potentados calibren desde hace décadas el modo de hacer habitable otro astro hacia el que emigrar sin despedirse de los que sucumbirán entre los detritos que han hecho de la domesticación sinónimo de polución. «Desde el momento en que el hombre es un cáncer, no tendría que ser tan improbable, en otros planetas, su metástasis», suspira con mordaz pesimismo Ceronetti. Lo que está en juego a medio plazo no es el bicho humano, que subsistirá de forma reptiliana, sino la viveza del espíritu y el acervo de su diversidad.

Para todos, prósperos y miserables, es demasiado tarde. No caigamos en el error ecologista de sobrestimar la capacidad antrópica de cambiar el curso de las metamorfosis planetarias —error, por consiguiente, antiecológico— ni en la bobada de pensar que somos externos a los procesos que tienen lugar en la biosfera. Somos parte elocuente de la Tierra, tan sustantivos y tan accesorios como una roca basáltica o un colibrí, aunque el futuro en ella pertenezca a las formas de vida más degradadas. «Cuanto es grande perece si lo heredan los pequeños», advierte Spengler en La decadencia de Occidente con una claridad muy apropiada que igualmente podría tener como faro emisor los escritos de René Guénon, otro estudioso de los ciclos de las civilizaciones y de sus trágicos avistamientos.

En ausencia de depredadores naturales, el humano se transforma en su propio azote y encarna una profusión de viñetas por donde desfila, acérrimo frecuentador de violencias y aberraciones, el despeluchado homo homini lupus. En ausencia de depredadores y de espacio para su inconsciente expansión, el humano deja de comportarse como un ser irrigado de alma, se transforma en una excrecencia infernal. Consumada su explosión como especie, su desenlace implosivo lo acecha a merced de sobrepasar unos umbrales de crecimiento tras los cuales se desatan implacables consecuencias. No es necesario hacer las debidas extrapolaciones del experimento Universo 25, realizado por el etólogo John B. Calhoun, quien acuñó la idea de «sumidero conductual» en alusión al desmoronamiento de la estructura social y a la muerte espiritual causados por la superpoblación, para llegar a conclusiones tan inquietantes como las observadas en roedores; no es necesario porque nuestro recinto es la historia y la civilización —el conjunto de las civilizaciones que han existido—, el más notorio desafuero acaecido dentro de su perímetro.

Conviene, no obstante, mantener a distancia la tentación de idealizar la pureza idílica del hombre salvaje: los hombres anteriores o exteriores a la civilización no dejan de ser hombres ni están exentos de encarnar un amplio espectro de brutalidades; dejan, ni más ni menos, de ser esclavos. Harto significativo sería que el acopio de registros arqueológicos viniera en apoyo de la conjetura, que tengo por verosímil, según la cual algunos grupos humanos, después de haber coqueteado con la naciente industria agropecuaria, decidieron abandonar el subyugante estilo de vida que trabajar campos y construir asentamientos permanentes conlleva para regresar a las tradicionales artes de la caza y recolección, ya que se tiene constancia de otros pueblos que han opuesto resistencia a las prácticas geopónicas y ganaderas de sus vecinos. Sea como fuere, desde nuestro despeño no basta con cuestionar una determinada línea política, la escandalosa asimetría en el reparto de los beneficios, el veloz deterioro medioambiental o el papel invasivo de la técnica: la inteligencia sensible se traicionaría si temiera escudriñar en el origen de estos males; mucho se acomplejaría si retrocediera en sus pesquisas ante el descubrimiento de que el anhelo civilizador de apropiarse de cuanto existe es, con su propulsor demográfico de ocupación, el primer responsable de la prolongada cascada de calamidades que es la historia. Después de la fertilidad uterina, el arma de mayor alcance destructivo ha sido el arado. O desindustrializamos los continentes, decrecemos como especie y desaceleramos la avidez por el control absoluto de seres y entornos, o solo una catástrofe de proporciones nunca vistas, la que desde siempre el hombre histórico ha presentido, conseguirá detener el poder mecanizador de la técnica que ha hecho de la cultura su vehículo y de nosotros sus cautivos, impotentes pasajeros. El heterodoxo James Lovelock, en una conferencia impartida en 2007, auguraba lo siguiente: «Los humanos se encuentran en una situación bastante difícil, y no creo que sean lo suficientemente listos para gestionar lo que se avecina. Creo que van a sobrevivir como especie, pero el descarte en este siglo va a ser enorme». El nicho ambiental favorable a las sociedades civilizadas está desapareciendo. Que sigan siendo productivas pese al envilecimiento paulatino de sus habitantes y la desertización que las circunda no acredita la plausibilidad de la urbanización, la industrialización y la estratificación a ultranza, evidencia en todo caso la obstinación de sus crímenes y la enormidad de su fracaso para corregirse. «Ser el último hombre que queda vivo es el deseo más profundo de todo verdadero buscador de poder», señala Canetti en Masa y poder. Barrunto que este pudiera ser el deseo más recóndito de cada hombre, y no sin mascullar espantos a cargo de las diafanidades en alza que atrapan por fascinación a multitudes, de rebote «me pregunto si existe una época más oscura que aquella en que todo está obligado a salir a la luz».

Maxim Nikiforovich Vorobiev, Roble alcanzado por un rayo
Nada casual traslucen en su irradiación los reclamos virtuales que han evolucionado en paralelo al empeoramiento de la realidad efectiva. De no ser por esta decrépita retroalimentación, los dispositivos que minuto a minuto nos arramblan tal vez no hubieran pasado de ser una invención anecdótica arrinconada en el almacén de algún centro de investigación tecnológica. Tanto el despliegue hipnótico del cibermundo como la zombificación fundamentalista, cuyos auges obedecen en su aparente divergencia a una misma causa, ofrecen falsos remedios a la precaria situación que caracteriza la vida de ocho de cada diez terrícolas, según el conocido principio de Pareto y según lo que cualquiera puede comprobar en los arrabales de cualquier megalópolis. Ambas ofertas despojan del vigor y la entereza mentales, son cruzadas contra la disponibilidad de sí mismo que suministran ficciones avasalladoras de la atención a una humanidad inmersa en el desencanto, pero certificar que lo pararreal está de moda y que ocasiona un despilfarro absorbente es quedarse demasiado corto; más ajustado sería constatar que la naturaleza de la experiencia se halla tan devaluada como obsoleta se ha vuelto la experiencia de lo natural. No es una mera quiralidad expresiva: ni el cuerpo ni la mente son lo que eran y la respuesta ante esta alteración delirógena es, por parte de la tecnocultura, añadir más novedad a la acumulación de inanidades, estirar el festín de simulacros hasta reventar. ¿Mentiría quien afirmase que somos artefactos biológicos desechables en manos de máquinas programadas para lograr que aun rompiéndonos seamos rentables? La coerción, una de las caras menos disimulables de la biopolítica, solo se desnuda en acontecimientos extremos o en las zonas limítrofes del espectáculo, cuando falla el canon de autoprostitución que ensambla, a niveles superestructurales, nuestro monkeyworld. Y puesto que la civilización no ha hecho otra cosa que atacar desde sus golpes de mando al individuo, cualquier invitación a bajar la guardia frente a sus metódicos allanamientos debe ser situada entre la propaganda ideológica que nos quiere raudos y mansos en el cumplimiento de las tareas que se nos asignan, desde pagar impuestos a fallecer de asco. No en vano, la proliferación del cinismo que tan fielmente retrata nuestra época es idéntica al cinismo de la proliferación, que juntos pueden ser resumidos en una sola fórmula: más de lo mismo, menos de lo indispensable.

En el ciberespacio sugerido por la novela de prospección futurista Neuromante, escrita por William Gibson en 1984, persistían numerosos rescoldos de genuina experiencia psicodélica; en la amodorrada aldea ubicua de nuestra centuria, el trajinado turista informático oscila, hecho un pelele, entre la murmuración perpetua, las compras compulsivas, la amputación del contacto físico y la sustitución del espejo interior de la conciencia por los reverberos narcisistas que algún albañal computarizado conecta entre pares de hominicacos. «Durante miles de años los hombres han soñado hacer un pacto con el demonio. Solo ahora es posible». Definitivamente, la especie humana ha huido hacia el más allá de la personificación audiovisual. Allí donde más encogida y fragmentada se encuentra la presencia —con síntomas que van del estrés, la ansiedad y la depresión a las disfunciones neurológicas y los trastornos alimentarios—, es precisamente donde el poder de la técnica está más desarrollado. «Frente a la catástrofe que nos amenaza —escribe Adorno en su Dialéctica negativa—, se reacciona más bien suponiendo una catástrofe irracional en los comienzos»: son las grotescas evasivas de un enfermo terminal ante la extremaunción. No se trata de hacer la revolución, como he apuntado, ni siquiera es necesario impulsar alguna clase de activismo sumando a la estridencia de los señores el tumulto de los criados; se trata, antes bien, de volver a dedicar tiempo a las extensiones relegadas que dependen exclusivamente de uno, de aprender a prescindir de las recompensas superfluas, de desistir de querer más a costa de otros y de repeler que otros quieran más a costa de uno. Los cambios sociales que se han precipitado en el tiempo histórico, como los provocados por las revoluciones políticas, las guerras plurinacionales y las perturbaciones industriales, no han hecho más que fornecer los sistemas de dominación preexistentes dotándolos de herramientas más eficientes para el expolio de ecosistemas y la gestión de poblaciones crecientes en número y complejidad. Si algún residuo de libertad ha quedado en pie cabe sospechar que ha interesado que así fuera. Vamos, por ende, de una sociedad casi totalmente vigilada a una interioridad casi perfectamente manipulable. Apenas hay margen de maniobra, pues hemos acabado siendo rehenes del marco de una civilización-proyectil que la sociedad moderna rearmó en su orgullo al incorporarle los afanes de la tecnociencia.

Arriesgándome a tomar el cómodo efugio de una generalización que aborrezco con la misma intensidad que apuro, miro por el gran angular al dictaminar que la Edad Moderna se inició como un acto de posesión en busca de razón que, a lo largo de la Edad Contemporánea, se ha viciado en encontrarle una razón exponencial a cada posesión. Este tipo de racionalidad es peligrosa porque, cuando un apetito se carga de codicia con ella, su salto a las acciones desmedidas se encarece como si fuera irrefutable, imprescindible e impostergable. Hemos amarrado la vida a los sueños de un progreso incesante y todavía nos sorprende que la humanidad actúe como un gigantesco sonámbulo.

Cuanto más énfasis invierte la pulsión progresista en la modernización, más inexpugnables son las configuraciones institucionales encargadas de universalizar la conformidad. El éxito de la supervivencia humana en las circunstancias más hostiles de adocenamiento está en la razón de la supervivencia del éxito como proyecto infinito: el burro huye de la vara y corre hacia la zanahoria que tiene delante, es un concepto simple. Devorar la propia vida hasta extenuarla sigue siendo la manera que mantiene en marcha la maquinaria que se ha adueñado de este mundo. «Amor de dueño, querer de leño», opina el refranero. Solo las cosmovisiones que no han sido hipotecadas por la lógica desaprensiva de la civilización pueden ser de ayuda para rescatar al conocimiento del atolladero en que andan metidos los seres vivos bajo la hegemonía de la técnica. 

Por más capas que se ponga, por más cuentas de colores multimedia que decoren su paso, el emperador está en cueros y arrastra sus excrecencias levantando una nube de alipori a su alrededor. Imposible contemplar su pesada carrera hacia el colapso sin sentir arcadas. Pasada revista a su fatigoso avance, encomendar a otros agentes una mudanza de modelosería fiasco sobre fiasco. Se precisa una demolición desde el consecuente desasimiento individual, no mover un dedo para evitar que la demencia civilizada se derrumbe por su propio peso cuando carezca de los puntales que ha instalado en cada cliente, en cada súbdito, en cada peón. «Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme», ilustra Cervantes por boca de la pastora Marcela a quien quiera prohijar el dechado.

Al abrir con azarosa unción Extravíos, el último título de Cioran traducido al castellano, el fragmento  impreso me columbra: «¿Por qué trabajar sino para olvidar la propia cuestión: para qué? Pudiera ser que la laboriosidad no fuese sino la caída de las naciones y de los individuos en la acción para evitar esa respuesta; la sed de acumular mal sobre mal para no mirar de frente. Es el destino de todo hormiguero. La sociedad humana es sin embargo algo más: un hormiguero que se hunde por exceso de celo». ¡Bendita flecha de noesis la de este arquero entre tamaña confusión de máscaras superpuestas a tanta labor trivial que sus actores persiguen acezantes! ¿Podría esa hormigueante putridez del mundo civilizado ser el nigredo de una transmutación de grado humano si templamos el coraje de la lucidez postrera con la sabiduría orgánica de las tribus arcaicas, las que intuimos más cercanas al núcleo primordial de la existencia? Vivir de esperanzas es beber de espejismos. Y ahogarse en ellos, lo más que pueden hacer los poshumanos digitalizando su desesperación.
 
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