30.3.13

¿PREGNANCIA?

Moritz von Schwind, El sueño del prisionero
Ya no puedo ver las estrellas. Se me han ido pudriendo de parte a parte.
Elias CANETTI
Apuntes 1992-1993

La vida humana es una simulación, y la mía, de las mejores. No es la sabiduría que hacemos reconciliar con la experiencia ni la seguridad de poder reconocerme en lo realizado ni el talento de prosperar en algún sentido que me lustre lejos de rendir pleitesía al orgullo de primate; tampoco la curiosidad recompensada por el arte de motivarse, las inercias despejadas de la costumbre o la apasionante construcción del amor es lo que me mantiene vivo: para hacer camino en cualesquiera de esas direcciones, se necesita una inmensa capacidad de discernimiento —que aún no poseo— compatible con los simulacros que conforman el mundo sin sucumbir a la necesidad de creer en sus límites. Lo que me vincula a esta acumulación apodíctica de ficciones —por designarlo de una forma reconocible, aunque injusta, pues toda quimera en el vivir es una realidad en el morir y viceversa— es la voluntad aleatoria de sorprenderme, de jugarme continuamente el alma a mayores niveles, riéndome de acto y pensamiento de las teorías y prácticas que se niegan a concederle un valor mágico a la vida, trinchera de falsa vanguardia en la que sería demasiado fácil refugiarse y, por ende, una evasiva demasiado estrecha o atestada en demasía para mi gusto, bastante acertado contra el pronóstico que lo dibuja enrevesado.

Al igual que el goce de vivir puede fortalecerse con cada una de las funciones inmediatas al organismo, la tentación de morir se cifra en la apariencia de su extrema proximidad, de ahí que ante un frasco de veneno se preguntara Jankélevitch: «¿Acaso lo que separa al vivo de los grandes secretos del más allá no es más que el grosor transparente de este vidrio?» A la luz que incide en ese magnetismo fatal que irradia el más verificado por ser el menos previsible de los acontecimientos, cuya confirmación ha de testificarse individualmente —todos somos fulanas hasta el revirgamiento de la extinción—, salgo en el crepúsculo a la caza tardía de metáforas que multipliquen las correspondencias con esta enigmática certeza y, a mi prematuro regreso, hallo que la pieza cobrada más que de consuelo sirve de reflejo a la trama fascinante de mi existencia. Quizá haya que absolverse en lo indispensable mediante crudezas exentas de artificio para amanecer con visantes dilatados a la dimensión recuperada que Blumemberg quiso evocarnos: «Podemos perecer, pero llevaremos un mundo con nosotros».

29.3.13

PREGNANCIA

 Moritz von Schwind, Un jugador con un ermitaño
Lo más precioso quiere volver a adelgazar, si no, se pudre.
Elias CANETTI
Apuntes 1992-1993

La vida humana es un error, y la mía, de los peores. No es la cobardía que hacemos reconciliar con la edad ni la esperanza maldita de tener más pecados en mi haber para arrepentirme menos de mis deberes pendientes ni la ambición de prosperar en algún sentido que lustre mi orgullo de primate; tampoco la curiosidad nunca satisfecha, las inercias adormecedoras de la costumbre o la fuerza rugiente del amor es lo que me mantiene vivo: para hacer camino en cualesquiera de esas direcciones, se necesita una inmensa capacidad de acondicionamiento que apasione la motivación de la que me he desposeído sin haberla llegado a desposar. Lo que me vincula a esta acumulación apodíctica de fracasos —por designarlo de una forma reconocible, aunque injusta, pues todo éxito en el vivir es un fracaso en el morir y viceversa— es el propósito exclusivo de fastidiarme, de ponerme continuamente el alma en mayores apuros, renegando a la vez de las teorías que se niegan a concederle valor alguno a la vida, trinchera de retaguardia en la que sería demasiado fácil refugiarse y, por ende, una evasiva demasiado estrecha o atestada en demasía para mi gusto, bastante enrevesado a su pesar.

Al igual que el asco de vivir se multiplica con cada una de las exigencias contiguas que atenazan al organismo, la tentación de morir se cifra en el recurso de su extrema proximidad, de ahí que ante un frasco de veneno se preguntara Jankélevitch: «¿Acaso lo que separa al vivo de los grandes secretos del más allá no es más que el grosor transparente de este vidrio?» A la luz que incide en ese voluptuoso magnetismo que irradia el más previsible por ser el menos verificado de los acontecimientos, cuya confirmación ha de testificarse individualmente —todos somos vírgenes en el burdel de la extinción—, salgo en el galicinio a la caza prematura de metáforas que desabrumen esta opaca certeza y, a mi tardío regreso, hallo que la pieza cobrada tampoco nutre consuelos, que su muerte no me aviva. Quizá haya que dejarse engañar en lo conceptuable mediante absoluciones de artificios dispensables para admirar con visantes semituertos la dimensión crepuscular dilatada que Blumemberg quiso evocarnos: «Podemos perecer, pero llevaremos un mundo con nosotros».

27.3.13

ANTIFONARIO PARCIAL

Todo hombre es una divinidad disfrazada, un dios haciéndose el tonto.
Ralph Waldo EMERSON
Ensayos

Yo viendo fuera me adentro lejos de mí, de esta gravidez posmortuoria que me labra y me devora. Aventado por una voluntad en la que he resuelto no examinarme, con la luna me levanto hambriento de hambres ajenas y feroz de mundos impracticables me acuesto con el sol. Aunque en un sentido ectópico todo se junte y contamine, nadie escapa de la admirable ironía de estar destinado a la responsabilidad, valga también la paradoja de filmarse en inconclusa clave onírica, ciertamente fementido enclave para rodar por afirmarse. He colegido que estaba de vuelta a las vigilias de la mirada por el vencejo en llamas que se ha desintegrado al cruzar la ventana, una de cuyas hojas dejé abierta en la víspera por si hubiese necesidad de hiperventilar el camarote lapidario de mis pesadillas. Descubro al acto seis demonios siameses que me invitan a pensarlos como jinn arábigos desde las mil y una vetas de la madera que recorren longitudinalmente las puertas del armario empotrado donde escondo mis cadáveres favoritos. Han tenido que transcurrir casi diez años para poder percibirlos, no me lo explico. Vibran con líneas ahora muy nítidas que perfilan un oleaje de sonrisas maliciosas, miradas de agresivas uves reptilianas y cerebros enroscados como pagodas en miniatura o cobras perezosas que asoman por un cesto de mimbres extraviados. Más que su aparición, me tumba la extrañeza de no haber advertido la presencia custodia de estas criaturas de barbilla hendida ni siquiera cuando a causa del alto octanaje febril he debido yacer en un acolchado delirio. Por ellas sé que el universo miente por cada cosa que lo desmiente, como una totalidad cogida fatalmente por sus partes, que son vórtices de nada, por y para nada. Un universo así no puede ser objeto de ciencia ni de fe, a lo sumo puede llegar a representar un asunto exótico de conciencia, quizá una invención largamente heterodoxa; un así universal sólo puede existir como remoción para los sujetos que se hospedan cual somatizaciones del vacío en esta apostasía que al perseguirse a sí misma da origen al devenir, cuyo drama parece reproducirse hasta en los últimos estratos de la realidad. La alternativa oscila entre la muerte, que es un sueño global, y este sueño parcial y caduco propio del sujeto en promiscua adaptación a cualquier predicado, sin excluir su legendario anonimato. Puesto que nada hay que redimir a este lado de la proyección, nada más santo que la indiferencia esencial del soy frente al soy, ninguna apuesta vital es tan filosófica, tan mística y apócrifa a la vez. Somos jornadas horriblemente hermosas; horribles porque somos, hermosas porque dejaremos de ser y ni aun obviándola u olvidándola dejamos de urdir nuestra singladura trágica. Al final, la mayor hazaña del héroe es aquella que lo derrumba. Entre el horror que es maravilla dormida y el estupor que la despierta, la imaginación prodiga las reglas de un juego que pertenece no a la latencia histórica de las cosas, sino a lo impensable, un territorio de impersonal atemporalidad marcado por la impronta de esa pura contingencia que es nada y renada en el reverso deslumbrante del contraser. 

Hubiera estado más acorde con mi remembranza alguna de las tallas anfibológicas de Theo Junior, como la intitulada Tam o' Sunder.

20.3.13

GINECEO

Caminar siempre al encuentro de la policía no era sólo una buena táctica psicológica: era también el estilo del héroe.
Eric HOBSBAWN
Bandidos

Con un arranque de sagacidad sobrevenida cuando el ambiente era más propicio al apocamiento encallecido por la rutina que al coscorrón de ingenio, una compañera de azotainas salariales ha deslizado en la conversación cafeínica a cinco egos que «los hombres sueñan con mujeres que ya no existen; las mujeres, con hombres que aún no existen». Ignoro de dónde la habrá sacado —la sentencia, no la perspicacia—, y antes de que ninguno de los presentes estudiara una respuesta, he decidido atajar a mi ventura el retardo de una insolencia pintiparada: «Las mujeres son necias si piensan que los hombres pueden superar su bestialidad primordial, aunque los hombres lo son más si creen que esa necedad les servirá para sentirse satisfechas con alguien como ellos a su lado». Hubiérame defraudado ser prorrateado de inmediato en la común concomitancia de un escudo de silencio —la guerra de los sexos sigue multiplicando amores por resquemores—, lo que en modo alguno significa que estuviese listo para verme adelantado en velocidad de argumentación. Entre el grupo de condenados a cardar el consuetudinario desfile de fatigas, otro cerebro menstruante ganó audiencia de sirena al hacerme perder la locución con un corolario irrebatible: «Razones de peso para comprender que sólo una mujer puede consolar a otra del sufrimiento de conocer a los hombres mejor de lo que se conocen a sí mismos».

Advanced minorities, del escultor Aron Demetz, expuesta junto a otros trabajos en la Gazelli Art House.

19.3.13

SALIRSE DE PROSA

¿Qué es una palabra? Todo lo que no se ha vivido con una intensidad ardiente.
Eugène IONESCO
Diario

En el quebrado oficio de la mirada, uno se suelta a pronunciar los torcidos relieves y anfractuosidades por donde rezuma pegajoso el arte del testimonio. ¿Que tropezó con un yorkshire y al caer se partió el cuello? Diré que lo mató el sorpresivo encuentro con un animal de furias veloces y nerviosidad rozagante. ¿Que me alejo telescópicamente de mi objetivo? Súbome al volumen de lo ajeno no por el tedio de entretenerme, sino por entreser entretejiendo las dos fieras mordedoras de la afirmación y la negación, cada cual con su presa, en los haces de una soga que no ceñirá mi garganta. Y si como en este ágora de agoras empiezo a arribar la nada en qué pensar, me siento al fin infinito en los albores del pensamiento...

Angelizarse, demonizarse, humanizarse, divinizarse, bestializarse, espiritualizarse: la sucesión y alternancia de la cuestión es hacerse granjería con reclamos de novela en la que lo elemental se contrafunde con lo suplemental, lo válido con el balido, el valor con el valer y todas las monedas redundan remedadamente falsas desde que fueron acuñadas más por olvido descarado de la experiencia que por vestigio crucial de la conciencia. Así que en este candelero y suplemento de carátulas al que asisto sin buscarlo ni rehusarlo, me observaré jugando, me jugaré observando, aunque no me salga la prosa de venir de cara ni de cruz, sólo el verso rodante de la herida circular, porque antes soy hombre de canto, decantado, desencantado, en un grado al menos suficiente para saber que sueño por el transverso enjaretado lo que otros viven, y eso es bastante para sospechar que quizá mi vida sea no más que lo que otros, a quienes desconozco o no reconozco, sueñan de mí.

Reverso de una pintura del maestro flamenco Cornelis Norbertus Gijsbrechts o Gysbrechts, que compagina de muy entero gusto con estas folies de Marais.

16.3.13

CAMBALACHE

Las tristes lágrimas mías
en piedras hacen señal
y en vos nunca, por mi mal.
Letrilla anónima

En la estrecha comunión del ancho vivir el momento daba fuelle de solaz una pareja a sus lumbres de somier. Viendo la dama que el gentilhombre tardaba en cumplirse más de lo que el ímpetu natural provee a la satisfacción del instinto, y como pimpán, dale que dale, porfiaba éste impenitente en su prosecución, hubo de decirle la aventajada: «Carrera inútil la vuestra, pues la presa se os escapa». «¿Escaparse? —respondió— Tiempo sobrado ha que la traigo prisionera en estas parrillas, ¿o acaso no os envuelve el perfume embriagador de la carne somarrada?»

Carta décima, correspondiente al arcano de El Mago, que me salió al barajar por segundas los nuevos trabajos de Julián de Narváez.

13.3.13

SIMONÍAS

Calaveras y calveros del ser, si vuesas mercedes consienten siéntome librado de omitirles lo que no creo pueda crear por esta gracia que aún me duerme; de intentarlo, a lo menos sería más de lo más y baldón de incordio con la repetición de mis retablos de ausencia, pues entre creer y crear no hay tanto saber como el gazapo de un dulcísimo sopor de figuraciones intermediarias por hacer. Los pensamientos, que son fuerzas motrices de la nada galopando hacia el desvividero del inquirir, me cuentan cuentos que no contentos de contarse en cuanto escribo he de descontar, por consecuente, cada vez que los cuento. Han aprendido a mirarse a través de mis ojos y a mí me place reperderme en la mismidad emprendida a través de los suyos, esos orificios de oscuridad sobresaliente en la que grato engaño es suspenderse y uno, bien que mejor, se indispone de girar la nuca al frente so pena de convertirse en un retornelo de piedra.

Sabido es por presunción de ignotos que el lugar que no ocupa el saber lo llena la ignorancia, y además que lo bonito es descubrirse sin ser descubierto, pero en mi seso licuefacto todo está próximo a relacionarse muy floridamente entre sí, o a cabecear parejamente un mustio olvido entre otros derroteros baldíos. Desde este mi agonístico desdén del yoquesear que empiezo intuirles pisón, traigo a cerrojazo de punto y aparte los retruécanos de mi preclara Juana Inés, a quien los sodomitas curópteros, acaparadores hoy del titular por las fumatas de simonías, encerraron en la sintaxis de la Cruz por el obtuso hábito de Sor. Para alivio de simpatizantes, menos mal que también, cabe latinos y latines, celebraba tertulias y amenas visitas en su celda de clausura, que según consta tenía dos pisos que sumar a la altura de su genio:

          En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? 
          ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento 
          poner bellezas en mi entendimiento 
          y no mi entendimiento en las bellezas?

          Yo no estimo tesoros ni riquezas;
          y así, siempre me causa más contento 
          poner riquezas en mi entendimiento
          que no mi entendimiento en las riquezas.

          Y no estimo hermosura que, vencida,
          es despojo civil de las edades,

          ni riqueza me agrada fementida,

          teniendo por mejor, en mis verdades,
          consumir vanidades de la vida
          que consumir la vida en vanidades.

Sueño enclaustrado de Clovis Trouille. Jipiando desde la abertura inferior de la arquería, otra hermana humedece su jardín.

12.3.13

JACULATORIA

Habíamos aprendido que había tormentos agudos, penas demasiado profundas y éxtasis demasiado elevados para que nuestros limitados yoes pudieran registrarlos. Cuando la emoción alcanza semejante clímax, el intelecto se opaca; y la memoria queda en blanco hasta que las circunstancias la despiertan de nuevo.
Thomas Edward LAWRENCE
Los siete pilares de la sabiduría

Gustan de hacer leña del árbol caído maguer desaciertan a incluirse la advertencia de que ellos mismos son rumia de llamas y en breve, atufados por sus tan grandes humos, volveránse en jolito con el soplido arrojado a los últimos rescoldos. Si la vida, que así parecen indicarla los prácticos, sólo llega a confirmarse como alarido entre dos imponderables silencios —a profusión de voces, razones menguadas—, no seré yo fiscal, sino abogado de las musas que lo adornen y compongan, pues no guardo prevención de causa mayor, ni espero bendición del por hacer por lo ya hecho, ni excusa de lo contrario cuando desalumbrado me vengo por donde, no menos, me voy...

Seguimos con las pistolitas blandidas en ambientes claustrofóbicos que, no obstante la impaciencia de la guarecida, admiten disparos de vejiga entre pilas de munición retornable. Da mulher e suas circunstâncias de Derbyblue.

11.3.13

SANTUARIO DE BEHETRÍA

La evolución es un error que comete errores. Lo que transmite el código es una carta escrita por Nadie y dirigida a Nadie.
Stanislaw LEM
Un valor imaginario

Piensa en su creencia el que apenas piensa que todo ser nacido de humano es noble por naturaleza, y en tan alta estima tiene el filántropo a su especie, que el mínimo trato con las gentes habrá de bastarle para allegarse a la condena de los traidores a su innata condición, cumplida en pocos a su juicio y corrompida siempre en los más. Ya que mete el ripio a sus coetáneos por llevarse frustrado el intachable concepto originario, si quisiéredes sonsacarle los pinchos al biempensante cotejad su actitud preservadora de purezas con la propia del descreído de todos —de los muertos y de los vivos, de los venideros y de sí mismo—, quien al aceptar que las trapisondas de la vida nos han seleccionado voraces por necesidad no guarda esperanza de que el mundo lo desmienta, mas por saberla extraordinaria celebrará con longanimidad la menor muestra de benevolencia que pudiere recibir de sus semejantes.

Alain Delon como Jef Costello ejerciendo fiel a la más estricta soledad su código de honor en Le samuraï, la excelente película de Melville también conocida como El silencio de un hombre.

9.3.13

ERRORES CELEBRADOS

Había un pobre hombre alcanzado a ser barrendero de la santa Iglesia de Toledo, con cien ducados de salario. Y como no cupiese en sí de placer y preguntase otro: «¿De qué está aquel tan alegre?», respondió: «De verse hecho hombre del polvo de la tierra».
Juan RUFO
Apotegmas

Cuando se comprende que la conquista de la felicidad es una meta irrelevante para el orgullo individual, que la descifra como una calderilla lastimosa para franquear analgesia de conformidad a las angustias, y al mismo tiempo se la concibe desde la delicada y poco ensalzada vida imaginaria como una metafísica indispensable para soportarse en las obvias estrecheces de la nimiedad, uno puede disponerse a convivir en el sistema carcelario de la realidad sin darse a mayores intrigas de fuga que el hábito de ser mimado por una desapasionada insatisfacción en la que no falte la justa dosis de animación para seguir olvidando en compañía de contrastes imprevisibles la monótona necesidad de ser feliz. Simulaciones y hechos se suman en la experiencia, y para Jardiel Poncela «hay dos sistemas de conseguir la felicidad: uno, hacerse el idiota; otro, serlo». Conocer de cerca la felicidad equivale a asfixiarla, pero ese crimen no está exento de cierto goce, de una secreta exultación en la que uno puede hacerse desfallecer para dinamitar mejor sus debilidades, autoatentado análogo a las zarabandas recurrentes de la dimensión onírica.

Rarista por nutrición hiperproteica de extrañezas, me gusta soñar porque allí soy el protagonista controversial y a menudo reversible de un guión del que nunca me espanto por disparatado que sea, afición que cultivo más por la costumbre de oficiar lo pésimo óptimamente trabado que por narcisismo, género de destripamiento que me deja bastante apático, quizá por su aridez en la falta de sencillez, cualidad que estimo en mucho porque no la tengo, porque es el modo de apariencia más natural y el más difícil estilo de estar en la escena sintomática de lo humano. Como en un clima aventajado por monzónicas pesadillas, he crecido salvaje, asaltando de mata mi labranza de embarrocado vergel. Desde niño, con un sentimiento sin consentimiento, siempre he hecho lo que me ha dado la gana, es decir, que desde entonces la mayor parte de las veces no he hecho básicamente nada porque no me salía la gana. Y no pretendo propagar que los demás hagan lo mismo —dar ejemplo es restarse soberanía—, basta que no me impidan sufrirme de forma distinta que ellos, pues no ando lejos de la doble personalidad —raíz de yerro doble—... lo que hago público con mi tercera —un acierto casi cierto.

Pintor de críticas morales bajo fisonomías de bodegón, Jan Davidszoon de Heem parece incitarnos a repensar la naturaleza tenebrosa del esplendor mientras contemplamos, con un punto de estupefacción, esta jugosa floresta que a mí me huele a melodía de salterio.

7.3.13

ANAQUEL

Sólo en la sociedad te encontrarás a ti mismo; si te aíslas de ella no darás más que con un fantasma de tu verdadero sujeto propio. Sólo en la sociedad adquieres tu sentido todo, pero despegado de ella.
Miguel de UNAMUNO
El Caballero de la Triste Figura

Puesto que lo evidente es que nos buscamos, no que existimos, cuando salgo de mi cueva entro en la humanidad como en una biblioteca desordenada en la que abundan los tomos de falso bulto, a cada momento me cruzo con ejemplares ilegibles y se destacan en los escaparates los libros basura que obtienen el rédito alimenticio difundiendo lo excrementicio; la mayoría de ellos no valen ni para improvisar una hoguera con la que alumbrarse el índice, sobrada razón para sentirnos afortunados si casualmente nos hallamos en presencia de una obra maestra, y dichosos siempre que encontremos historias donde merezca la aventura perderse.

Ilustro con el alivio de un clásico, El bibliotecario de Arcimboldo.

6.3.13

EVOHÉ

Entramos en la noche, donde todo se desarma, y ya no podemos mirar atrás, donde las claridades acaban de extinguirse, estamos solos con nuestras ideas y nuestras obras, a merced de su común desmesura. Sin embargo hay que marchar y no somos expertos en detenernos, hemos perdido el camino y cuando languidecemos, el camino nos arrastra.
Albert CARACO
Breviario del caos

Yo mismo he mantenido en la víscera de las situaciones menos juiciosas que «al hombre sabio todo le aprovecha», y al mismo tiempo, sin manifestarlo, me he sembrado en el invernáculo esponjoso del corazón la duda de que la sabiduría funciona como un truco para continuar anclado a la realidad que un verdadero sabio optaría por rechazar exterminándose —suponiendo que no se renazca— ante la imposibilidad filosófica y material de exprimirla en una celebración a la que no se le imponga el resignado achatamiento dentro de la proliferación cósmica de calamidades. Eximida de las técnicas y tradiciones de cultivo que la presentan cubierta de sugestivos adornos para el comportamiento, vista al desamparo que la expone libre de aditamentos en la radiografía de la supervivencia, la sabiduría se muestra como un recurso de acomodación a la dificultad, el tedio, la tortura y el desconocimiento; una forma paradójica de adaptación repujada durante generaciones para poder soportar la estupidez humana asimilándose en ella. En condiciones generales tan poco herméticas a la desolación, acepto que la mayor sabiduría se reduzca a la buena disposición para aprenderse los fallos, no mucho más, y que el menor desatino entre las inevitables lecciones por asimilar sea reventar la fe en lo absurdo por el absurdo de aceptar en cueros vivos un mundo despejado de fe en el que se bendecirá, por encima de lo demás, la delicadeza del verdugo que nos pode el alma. Para Napoleón, un tipo especulativo a través de la acción, preferentemente la criminal, «sólo hay dos palancas que muevan a los hombres: el miedo y el interés», ¿por qué la sabiduría habría de ser una ciencia de excepción? Y el hallazgo de un hombre sabio entre millones, de alguien que sepa no saber, ¿de qué serviría para la norma, de milagro, de evidencia? Lo bueno siempre se pierde, se pierde siempre al tomarlo, se toma siempre que no se retiene, y si el sabio persistiera en su sabiduría no se volvería loco, ni siquiera loco de vergüenza harto de las cerrazones ajenas: demostraría únicamente que es un caso especial de necio, del necio que es por definición cualquier hijo del mono.

Transportada por su progenitor, casi tan muerto como ella, la sabiduría se desplaza a resguardo del gentío por caminos inseguros. Pintura de Pierre-Auguste Vafflard.

5.3.13

ENSAMBLADURAS

La literatura es lo esencial o no es nada. El Mal —una forma aguda del Mal— que la literatura expresa, posee para nosotros, por lo menos así lo pienso yo, un valor soberano. Pero esta concepción no supone la ausencia de moral, sino que en realidad exige una «hipermoral».
Georges BATAILLE
La literatura y el mal

Con el abombamiento de recién venido al mundo tras la siesta del prealmuerzo que crucé en la angustia de un romántico viaje por la exacta cara opuesta del sonambulismo, me adelanté al despertar en la pesadilla de un despertar y heme aquí envuelto ni por dentro ni por fuera en el sudoroso hábito de pudor que me tengo en la vida factual por contraste con la que me sale entre las palabras de procaz y deslenguado espantasueños, mas metiéndome en la hondura donde se suman ambas actitudes siento que ha de encontrarse la consustancial, y en su rebusca, sin llegar a masticarlo de cabeza como suelo acostumbrar con los pensamientos glutinosos, me descubro ya rumiado en el paralelismo que puede trazarse entre la lujuria y la escritura: desbocada labor de encaje en la que hay un todo en entredicho que poner y probar, quitar y renovar; un todo trafagado por el pulso de anhelos que alternan prevalencias entre el contenido y el continente hasta fondear el éxtasis de su abandono, tope neurálgico en el que deja de prolongar las digresiones del ritmo más allá del punto de fusión, pues de insistir en la frase de inviable conjunción le haría errar el disfrute de perderse sólo por gozar de un desnaturalizado espectáculo de virtuosismo. Hay un tao sexual del verbo que enseña a deslizarse como hachedosó sobre las circunstancias y penetrar en la índole de la roca por capilaridad.

Cioran, interrogándose sobre la inspiración, la identifica con «un desequilibrio repentino, voluptuosidad irresistible de armarse o destruirse» y, confesando su predisposición a la calentura creativa, concluye: «Yo nunca he escrito una sola línea a mi temperatura normal». Como el sexo cuando es divertido, una obra acaba bien porque nunca se termina de hacer, porque no desistirla sería una interminable agonía, y acaso sea este ensamblaje tempestivamente irresoluto el motor principal de su clímax. Quizá por ello casi nunca releo, tampoco en el uso pronominal, y suelto náufrago cada mensaje de igual forma que despido mi semen: a sabiendas de que nunca lo volveré a ver.

Gozne óptico de Tim Plamper que merece consagrarse en el Museo Ilusionario.

4.3.13

LA NEUTRALIDAD IMPOSIBLE

El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti.
William BLAKE
El matrimonio del cielo y del infierno

No todo lenguaje es figurado, pero ninguno llega a ser literal, como ninguna figuración literalmente falsa. Todo acto lingüístico o comunicativo nace cargado de un propósito hegemónico, sépalo o no quien lo ejecuta, y toda intencionalidad ideológica adeuda su reclamo literario a las radiaciones emocionales que instiga. Si cada literatura, con la excepción deshecha de la tecnocientífica, no deja de componer una narración de sucesos superpuestos a los dados y hasta la ficción más patente juega con elementos verdaderos para obtener experiencia de verosimilitud en el seno de las realidades subjetivas recreadas por ese autor pasivo que es el lector, tanto la buena como la mala literatura pueden obrarse a expensas de su sentido gracias a la neutralidad imposible del discurso, tal es el artificio que interviene en los códigos que se promueven como herramientas de fidelidad significativa. No es que las cosas carezcan en sí mismas de significado, sino que su razón no está en ellas, su razón hay que buscarla en el procedimiento mediante el cual se las hurta de entidad atribuyéndoles indebidamente interpretaciones de prioridad excluyente. Sin evaluar aquí la licitud de fundar teorías definitivas sobre hechos no verificados, o sobre si los métodos de verificación se corresponden a una de esas teorías que se pretenden exclusivas, lo que puede comprobarse por doquier es que los hechos no presentan mayor problema por fundarse sobre ilusiones teóricas. La cuestión a dirimir, por consiguiente, apunta a revelar qué clase de función se resuelve como una función de clase en el entreacto mistificador de la importancia, si la estética de la ideología o la ideología de la estética. Para mí —es decir, para mi regusto antiautoritario—, el valor último de esa función dependerá del ingenio con que el régimen conceptual implicado se atreva a reírse de sí mismo traicionando el respeto a su propia finalidad como artefacto político, y eso que no me privo de advertir que esta bufonada bien puede ser, en efecto, el tropo menos descifrable de su inducción dominante.

Paisaje desflecado de una campiña manchega perteneciente a la serie Limited area de Robert Schlaug.

3.3.13

MARGINALIA

El poeta pobre de Carl Spitzweg repasa su romancero sepulcral.
Nada más insensato que una sabiduría a destiempo, ni nada más imprudente que una prudencia fuera de lugar. Obra mal el que no toma las cosas como vienen, el que no baja a andar por la calle, el que no quiere acordarse, al menos, de aquella sabia norma de los banquetes: «O bebes, o te vas».
Erasmo de ROTTERDAM
Elogio de la locura

Salvo los trillados, que con frecuencia no lo están como se avisan, todos los caminos conducen a la filosofía, que es una casa destechable donde se duerme a desvelado seso suelto y hoy me he puesto a acicalar de polvos y pajas por penitencia higiénica o ex libris interior para hallarme la epifanía de subir el ánimo bajándome de la resaca con más andamios que sangre en vena. No del todo ausente y menos que nada natural, de presente me despierto con desigual pulcritud pero con algunos churretes de conceptos definidos tras una clase magistral que me ha calibrado no más sabio, quizá un poco más dudosamente menos dogmático. Emerger del fondo cenagoso al mosaico de la superficie sin renunciar al azar que otorga a la experiencia de reentrada su sintaxis en la deriva general, un cambio de estado coadyuvado por una disciplina de cribas sucesivas, no fue labor difícil; lo duro fue pillarme conmigo obrando en perjuicio de mí sin tener necesidad de apagarme ni hacerme pagar lamento de temeridad. Me gané, me perdí, me volví a jugar en titubeos: muy distinto es dar en acabarse que abandonarse, incertidumbre con la que nunca se acaba uno de abandonar, de redescubrirse idéntico a través de la mudanza de los seres a los que asiste un mucho de lo que quieran por donde mejor les siente.

Obrar en beneficio propio no supone necesariamente obrar en contra de otros, de esos otros que nos acusan de egoísmo para que pensemos primero en ellos y a ser posible en último lugar contra nosotros mismos; obrar en propia merced es un obrar sin volverse ajeno, sin dejar de desinteresarse por ese ajeno que uno es por bien se quiera, y búsquese el derecho en otra parte, en las sepulturas, entre los objetos perdidos que en su día fueron sujetos, pues de ventaja sólo tiene la aparente que el gato concede al ratón cuando lo tiene acorralado. Y a quien nos llegue con esta diestra de rufianes, contrariarlo de zurda, que no en vano tenemos todavía ojos en las uñas y dientes en los ojos. Lo juro por mi hipófisis.

1.3.13

DESBORRADOR

William Turner, Entierro en el mar
Y si doloroso es tener que dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poder serlo todo.
Miguel de UNAMUNO
Del sentimiento trágico de la vida

Copo a copo, el campo blanco me volvió gallináceo, un medio animal tribalmente coartado bueno para capotearse en actos de obnubilación cultural, provisto de alas cuajadas de inutilidades a mansalva que me daban un porte de gravedad estatuaria al pensar en elevarme, lo que no desentonaba en abstracto con esa ceguera de claridad en el largo alcance que apenas me permitió poner un huevo pasado por nieve, en la que hundí el rostro escabechado de mostos añejos para renovarlo, para volverlo a perder obligándome a admitir el «no soy este, pero aquí estoy». Durante el resto de la antenoche, nadie vino a favorecerme la coincidencia proscrita para poder descorcharme las almas que acumulé, y como agnóstico incurable me quité el tapón de Dios en un es o no es, ora onda, ora corpúsculo, implorándolo con una ambivalencia cuántica que desbaratase la función interrogativa del observador y añorándome, muy mío, eficiente sandez dentro de la herejía sistemática de una mentira en la que pueda creerse verdaderamente. Cansado sólo en una vida de tanta palingenesia y desde la asfixiante esperanza de estar universalmente equivocado, decidí sólo por unas horas persuadirme de que al morir uno se concede a sí mismo todos los deseos, los mayores entre los peores de los mejores, que así nos vamos yendo, de ahí que el trance sea cielo o infierno según la madurez cognitiva del que agoniza. No es demostrable, claro que no, ni se pretende —estamos más por hacer conciencia que ciencia sin con—, aunque tampoco lo son las explicaciones que proceden de las ideas que cambian históricamente la configuración del mundo pese a que el transcurso de los hechos las descubra falsas: no paso de pasar de lo condicionado a lo condicionante.

A esa edad en la que se empieza a pensar la muerte más que se la desea —un viejo tiene más que matar en sí—, uno no puede añadir mucho a lo que ya sabía acerca de lo incognoscible con quince años y, desde luego, tampoco es dado a hablar incuestionablemente de lo único que no es cuestionable, pero aborda debates internos que lo aventuran en la zona límite donde lo que antaño era obviedad, hogaño enseña las fauces abiertas que preceden a lo menos ventilado que hay en el secreto de la existencia. Por paradójico que resulte, la seriedad de vivir consiste en ir haciéndose insondable como el humor con que deshacemos la certeza incomprensible que nos va asesinando. Cada hombre, único frente a la muerte; cada muerte, absoluta frente a todos. Y es que no todo está en los sueños, sino que el sueño está presente en la vida última de todas las cosas y todas las cosas se pierden en un irreparable sueño colectivo de muerte. «Después de todo —precisa el greguero Ramón— nada importan las variaciones de nuestro destino, porque la medida del féretro va a ser la misma».
 
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