6.3.13

EVOHÉ

Entramos en la noche, donde todo se desarma, y ya no podemos mirar atrás, donde las claridades acaban de extinguirse, estamos solos con nuestras ideas y nuestras obras, a merced de su común desmesura. Sin embargo hay que marchar y no somos expertos en detenernos, hemos perdido el camino y cuando languidecemos, el camino nos arrastra.
Albert CARACO
Breviario del caos

Yo mismo he mantenido en la víscera de las situaciones menos juiciosas que «al hombre sabio todo le aprovecha», y al mismo tiempo, sin manifestarlo, me he sembrado en el invernáculo esponjoso del corazón la duda de que la sabiduría funciona como un truco para continuar anclado a la realidad que un verdadero sabio optaría por rechazar exterminándose —suponiendo que no se renazca— ante la imposibilidad filosófica y material de exprimirla en una celebración a la que no se le imponga el resignado achatamiento dentro de la proliferación cósmica de calamidades. Eximida de las técnicas y tradiciones de cultivo que la presentan cubierta de sugestivos adornos para el comportamiento, vista al desamparo que la expone libre de aditamentos en la radiografía de la supervivencia, la sabiduría se muestra como un recurso de acomodación a la dificultad, el tedio, la tortura y el desconocimiento; una forma paradójica de adaptación repujada durante generaciones para poder soportar la estupidez humana asimilándose en ella. En condiciones generales tan poco herméticas a la desolación, acepto que la mayor sabiduría se reduzca a la buena disposición para aprenderse los fallos, no mucho más, y que el menor desatino entre las inevitables lecciones por asimilar sea reventar la fe en lo absurdo por el absurdo de aceptar en cueros vivos un mundo despejado de fe en el que se bendecirá, por encima de lo demás, la delicadeza del verdugo que nos pode el alma. Para Napoleón, un tipo especulativo a través de la acción, preferentemente la criminal, «sólo hay dos palancas que muevan a los hombres: el miedo y el interés», ¿por qué la sabiduría habría de ser una ciencia de excepción? Y el hallazgo de un hombre sabio entre millones, de alguien que sepa no saber, ¿de qué serviría para la norma, de milagro, de evidencia? Lo bueno siempre se pierde, se pierde siempre al tomarlo, se toma siempre que no se retiene, y si el sabio persistiera en su sabiduría no se volvería loco, ni siquiera loco de vergüenza harto de las cerrazones ajenas: demostraría únicamente que es un caso especial de necio, del necio que es por definición cualquier hijo del mono.

Transportada por su progenitor, casi tan muerto como ella, la sabiduría se desplaza a resguardo del gentío por caminos inseguros. Pintura de Pierre-Auguste Vafflard.

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