Ralph Waldo EMERSON
Ensayos
Yo viendo fuera me adentro lejos de mí, de esta gravidez posmortuoria que me labra y me devora. Aventado por una voluntad en la que he resuelto no examinarme, con la luna me levanto hambriento de hambres ajenas y feroz de mundos impracticables me acuesto con el sol. Aunque en un sentido ectópico todo se junte y contamine, nadie escapa de la admirable ironía de estar destinado a la responsabilidad, valga también la paradoja de filmarse en inconclusa clave onírica, ciertamente fementido enclave para rodar por afirmarse. He colegido que estaba de vuelta a las vigilias de la mirada por el vencejo en llamas que se ha desintegrado al cruzar la ventana, una de cuyas hojas dejé abierta en la víspera por si hubiese necesidad de hiperventilar el camarote lapidario de mis pesadillas. Descubro al acto seis demonios siameses que me invitan a pensarlos como jinn arábigos desde las mil y una vetas de la madera que recorren longitudinalmente las puertas del armario empotrado donde escondo mis cadáveres favoritos. Han tenido que transcurrir casi diez años para poder percibirlos, no me lo explico. Vibran con líneas ahora muy nítidas que perfilan un oleaje de sonrisas maliciosas, miradas de agresivas uves reptilianas y cerebros enroscados como pagodas en miniatura o cobras perezosas que asoman por un cesto de mimbres extraviados. Más que su aparición, me tumba la extrañeza de no haber advertido la presencia custodia de estas criaturas de barbilla hendida ni siquiera cuando a causa del alto octanaje febril he debido yacer en un acolchado delirio. Por ellas sé que el universo miente por cada cosa que lo desmiente, como una totalidad cogida fatalmente por sus partes, que son vórtices de nada, por y para nada. Un universo así no puede ser objeto de ciencia ni de fe, a lo sumo puede llegar a representar un asunto exótico de conciencia, quizá una invención largamente heterodoxa; un así universal sólo puede existir como remoción para los sujetos que se hospedan cual somatizaciones del vacío en esta apostasía que al perseguirse a sí misma da origen al devenir, cuyo drama parece reproducirse hasta en los últimos estratos de la realidad. La alternativa oscila entre la muerte, que es un sueño global, y este sueño parcial y caduco propio del sujeto en promiscua adaptación a cualquier predicado, sin excluir su legendario anonimato. Puesto que nada hay que redimir a este lado de la proyección, nada más santo que la indiferencia esencial del soy frente al soy, ninguna apuesta vital es tan filosófica, tan mística y apócrifa a la vez. Somos jornadas horriblemente hermosas; horribles porque somos, hermosas porque dejaremos de ser y ni aun obviándola u olvidándola dejamos de urdir nuestra singladura trágica. Al final, la mayor hazaña del héroe es aquella que lo derrumba. Entre el horror que es maravilla dormida y el estupor que la despierta, la imaginación prodiga las reglas de un juego que pertenece no a la latencia histórica de las cosas, sino a lo impensable, un territorio de impersonal atemporalidad marcado por la impronta de esa pura contingencia que es nada y renada en el reverso deslumbrante del contraser.
Hubiera estado más acorde con mi remembranza alguna de las tallas anfibológicas de Theo Junior, como la intitulada Tam o' Sunder.
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