William BLAKE
El matrimonio del cielo y del infierno
No todo lenguaje es figurado, pero ninguno llega a ser literal, como ninguna figuración literalmente falsa. Todo acto lingüístico o comunicativo nace cargado de un propósito hegemónico, sépalo o no quien lo ejecuta, y toda intencionalidad ideológica adeuda su reclamo literario a las radiaciones emocionales que instiga. Si cada literatura, con la excepción deshecha de la tecnocientífica, no deja de componer una narración de sucesos superpuestos a los dados y hasta la ficción más patente juega con elementos verdaderos para obtener experiencia de verosimilitud en el seno de las realidades subjetivas recreadas por ese autor pasivo que es el lector, tanto la buena como la mala literatura pueden obrarse a expensas de su sentido gracias a la neutralidad imposible del discurso, tal es el artificio que interviene en los códigos que se promueven como herramientas de fidelidad significativa. No es que las cosas carezcan en sí mismas de significado, sino que su razón no está en ellas, su razón hay que buscarla en el procedimiento mediante el cual se las hurta de entidad atribuyéndoles indebidamente interpretaciones de prioridad excluyente. Sin evaluar aquí la licitud de fundar teorías definitivas sobre hechos no verificados, o sobre si los métodos de verificación se corresponden a una de esas teorías que se pretenden exclusivas, lo que puede comprobarse por doquier es que los hechos no presentan mayor problema por fundarse sobre ilusiones teóricas. La cuestión a dirimir, por consiguiente, apunta a revelar qué clase de función se resuelve como una función de clase en el entreacto mistificador de la importancia, si la estética de la ideología o la ideología de la estética. Para mí —es decir, para mi regusto antiautoritario—, el valor último de esa función dependerá del ingenio con que el régimen conceptual implicado se atreva a reírse de sí mismo traicionando el respeto a su propia finalidad como artefacto político, y eso que no me privo de advertir que esta bufonada bien puede ser, en efecto, el tropo menos descifrable de su inducción dominante.
Paisaje desflecado de una campiña manchega perteneciente a la serie Limited area de Robert Schlaug.
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