18.5.13

LA ENSENADA

Admite que no conoce la ley y, al mismo tiempo, afirma que es inocente.
Franz KAFKA
El proceso

¿Cuántos, como yo, estarán saboreando en este instante los restos interdentales de una insuperable mermelada de zarzamora, apoyados en una ventana provista de cucamonas térmicas para encuadrar sin escalofríos la tormenta, mientras suena una pieza envolvente de Josquin des Prés y una gata veteada de cobre se relame a baba suelta tras haber apurado el aliño de guindilla en aceite de oliva que no pasó la barrera encefálica de mi frugalidad, aderezo suplicante en su abandono de la miga carbohidratada que no lo embebió?

Todo lo que haces, te deshace; todo lo que deshaces, te da forma y lima que lima te afila en el tránsito de desperdiciar potenciales, sobrarte sin pesar y pisar de consumado perdón la tijereta que cruzó el quicio reactivando la sensación incógnita que ostentas al escuchar la canción de un grupo ochentero, más oculto que de culto, cuyas protuberancias te propulsan a bailar en busca de esa intimidad umbilical donde el todo me la suda inculca magistralmente el padecimiento justo de fusión, así hasta que te cansas de trotar con los ojos encallados en blanco y vuelves a preguntarte, una pizca fodolí, por qué las mejores rosas huelen a violeta recién parida y los bebés, cuando están limpios y jugosos, a promesa tierna de lechón asado...

Cesa la música. En un váyase la luz vino el pozo. A vicio de verdad, esto decae: creo oportuno —y quizá más— citar un aforismo que yo mismo clasifiqué de segundo o tercer nivel hace años, cuando lo escribí, a saber en qué condiciones de lacrimosa transparencia:

«Dar por hecho que no hay nada tras la muerte también es un acto de fe que responde a la necesidad de consolar nuestra irremediable ignorancia frente a los contenidos claves de la existencia. Nada demuestra, en efecto, que algún fragmento de conciencia sobreviva a la muerte biológica, pero desde la misma exigencia de imparcialidad tampoco faltan motivos para sospechar que la indeleble angustia de que pueda haber algo peor que la desaparición ha condicionado la idea de estirar la pata sin solución de continuidad. Deseo y realidad se confunden en las maneras de pensar la muerte y ni siquiera la postura que pasa por ser la más escéptica se libra de querer imponer como certeza lo que no se sabe, en vez de admitir la impotencia esencial para comprender lo que nos espera al cruzar la última frontera».

Al desvanecerse la zonga imaginaria equivoqué el axioma; tenía intención de hacer fluir mi influencia con otro menos intempestivo:

«No estoy seguro de lo que quiero, pero sí lo estoy de lo que detesto. El odio define mejor la personalidad que cualquier otro baremo de acotación psicológica. Lo que tiene más peso, por tanto, no es lo que un sujeto hace con su vida, sino lo que deshace y quiere deshacer con ella; no los hechos, sino los desechos».

Ni atlántico ni mediterráneo, me tiro un beso salado —ex lenguado— que robé a una copa esquivando el brindis de la zupia ya seca. Ea. Gratuito de mí, además de puta, pespunte en boca.

La encantadora de serpientes de Henri Rousseau.

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