La naturaleza humana es intrincada; los objetivos de la sociedad son de una complejidad máxima; y, por lo tanto, ninguna simple disposición o dirección del poder puede avenirse con la naturaleza humana o con el tipo de asuntos que le conciernen.
Edmund BURKE
Reflexiones sobre la Revolución en Francia
Puesto que toda ficción compartida es ya una fuente de realidad, podría colegirse a la inversa que toda realidad que deja de serlo se disipa sin más, pero no: como mínimo, se comparte con uno mismo, cuyo punto de vista no se achica a rebotar aisladamente dentro del campo abstracto de la subjetividad e influye de lleno en lo observado por rutas a menudo impensables. Las representaciones de la realidad son parte sustantiva de ella, el nexo que une simultáneamente necesidad y aleatoriedad en la textura imprevisible de los hechos, ajenos por su estructura interna al muy humano propósito de nivelación simplificadora incapaz de contener la relación mutante que media entre ellos. Algunos han querido penetrar en este orden nada obvio de procesos en constante variación atribuyéndolo a una supuesta trascendencia universal definida por la retribución, de manera que lo individual es contemplado como un momento de reajuste o compensación de lo general. Según las leyes del karma, con su frondosa pero desasosegante filosofía intrínseca que adjudica no sólo a cada acción, sino a la misma raíz del pensamiento un valor moral absoluto, en su más profunda identidad uno es responsable de alternar tiempos, seres y lugares trazando un atlas intergeneracional —el irrefrenable samsara— de forma análoga a como se combinan las experiencias vividas, soñadas e imaginadas en la memoria singular donde florece la dimensión espiritual del sujeto. Para los que así piensan, lo coercitivo no está reñido con lo cognoscitivo, y creen legítimo justificar lo que por naturaleza no tiene razón de ser, como el sistema cerrado de castas que determina antes de su nacimiento los límites estrictos en los que ha de moverse la existencia concreta, convertida así en inerte predicado material de una aberración metafísica donde no hay espacio —ni mental ni social— para la inventiva, ni se concibe la inestabilidad que, al margen de cualquier dogma, sirve con sus incertidumbres de matriz prodigiosa a lo real, que se expande inagotable siempre que la mirada trata de abarcarlo.
El descubrimiento de la miel por Baco, de Piero di Cosimo, pintura que luce en el Worcester Art Museum.
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