Cuando el ser vivo ama se arriesga a sí mismo al hacerlo, pero vive entregado a la energía de su voluntad y pretende realizar con su empuje actos más luminosos. Impelido a superarse continuamente, continuamente tendrá que revolverse contra su propio amor y escupir sobre sus huellas doradas, aniquilando su querer con otro querer o permitiendo que se marchite tras el último temblor. No es una ley de vida (la vida se muestra caprichosa, irregular, desmesurada y rara vez legal), sino una partida viciada donde el perseguidor termina siendo burlado. «El mal sumo forma parte de la bondad suma», esto lo dijo también el Agudo Bigotudo y yo, sin modestia, con un dolor abismal, lo confirmo. Se trata de la infame sabiduría del verdugo.
Con Suicidio romántico de Leonardo Alenza, discípulo poco divulgado del Goya más alucinado, cierro esta serie concisa de episodios monográficos dedicados a las sinuosas sendas que han de recorrer los amantes, cazadores y presas de su pasión.
He dudado mucho acerca de la conveniencia personal de publicar esta reflexión, ya que estoy recibiendo algunas críticas muy duras procedentes de personas de mi entorno por las interpretaciones circunstanciales a la que dan lugar mis ideas. Pido desde aquí que nadie se dé por aludido: a nadie en particular van dirigidos mis pensamientos y de ningún modo aspiro a lesionar con ellos a sujetos de carne y mente. Creo que el origen de estos malentendidos hay que buscarlo en el hecho conocido de que las vivencias íntimas proporcionan descubrimientos que pueden ser extrapolados hasta adquirir proporciones de validez general, de igual forma que no pocos razonamientos generales pueden ser aplicados con éxito a situaciones privadas. Por decirlo desde otro ángulo, las máscaras parecen tener rostro, pero el rostro que se oculta tras ellas también es una máscara. En resumen, podéis buscarle si queréis cinco pies al gato, es la prerrogativa de todo lector inteligente; lo que os ruego es que no le pongáis nombre y apellidos, puesto que nunca los ha tenido.
ResponderEliminarLa gracia de hablar en clave estriba en que nadie puede acusar racionalmente de querer decir tal cosa, puesto que la metáfora nunca es unívoca y tampoco lo es la ensoñación. Por mi parte, yo, desde luego, no me doy por aludido...
ResponderEliminarA modo de contribución a la legalidad de la vida:
ResponderEliminar"La naturaleza es sólo equilibrada en ciertas cosas y loca e ignorante en las demás, con lo cual, en conjunto, no permite fiarse de ella"
De El Maratón, en el libro No Ficción, de Vicente Verdú.