5.1.16

EL ENTE REFORMULADO

Pieter Boel, Alegoría de la vanidad
Encontraremos la llave de nuestras conductas en los abismos bajo nuestros pies, nunca sobre nuestras cabezas.
Albert CARACO
Breviario del caos

De nuestra especie lo menos improcedente que puede colegirse es la condición que activa en cada ejemplar al omnívoro ideológico, depredador de sí en abstracto como preámbulo de lo corpóreo, que ejercita su mayor animalidad en la noción diferencial de lo humano y acecha en la reformulación de su naturaleza su mayor carestía espiritual.

Nuestro mundo no es solo el mundo, sino ante y sobre todo aquello que nos contamos unos a otros acerca de cómo es ese mundo. Entre estos cuentos interminables, la dicotomía que separa lo casual de lo causal parece más el fruto de una limitación de nuestro aparato cognitivo que una realidad intrínseca del ser. Si tuviésemos la capacidad de contemplar el recorrido de la propia vida de una forma compacta y simultánea, como en una suerte de carta ontológica de navegación, a fin de poder saltar más allá de la puntada que avanza de espaldas al futuro por las coordenadas temporales, comprenderíamos en su descarnada evidencia de qué fabulosa materia estamos hechos. Por fortuna para la supervivencia y por desgracia para la vocación de saber, la biología nos ha obturado la memoria del porvenir, de manera que nos movemos en un territorio cambiante donde creemos hacer lo que bien puede estar concluido desde el principio: lo avala el presagio, por supuesto indemostrable, de que origen y final conectan en todo y cero, en uno y nada.

Si cuanto ocurre sucede por necesidad, el resultado nos resulta tan psíquicamente mercurial y científicamente impredecible como un azar de proporciones alucinógenas; tan cósmicamente borroso y filosóficamente inaprehensible como una deidad gratuita. Ajustándonos a lo empírico, que no obedece a reglas simples y abarca infinitos términos medios, cada evento estudiado nos remite a un acontecimiento general, replegado sobre sí mismo hasta lo indeterminable, del que ni siquiera puede establecerse su relevancia en un sentido absoluto porque el concepto de valor varía según la escala de observación y los presupuestos del observador, uno de los cuales postula que observación y observador son hechos distintos o, al menos, aptos para ser desglosados. Sin embargo, ninguna postura que precie la elucidación relativa de nuestro puesto en el embrollo fenomenológico debería obviar el dato de partida que nos presenta como entes efímeros atrapados en una onda evolutiva cuya detonación ha despertado una conciencia conminada por los algoritmos de la existencia a mutilarse, so pena de que el engaño donde se sujeta deje de sostenerla.

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