19.11.15

VIGOLEROS DE PARROQUIA

Carlos de Haes, Restos de un naufragio
El enemigo es la personificación de nuestro propio emblema.
Carl SCHMITT

Cunde en Occidente un prejuicio engañoso, fruto de esa manipulación que halla goloso combustible en el despiste, según el cual existe un islam moderado que es adverso a otro espurio e integrista, cuando lo cierto es que las escuelas musulmanas vinculadas a una lectura blanda o esotérica del Corán no refrendan los versículos que advierten contra la desfiguración del mensaje revelado por Alá. De ellas todo lo que puede admitirse en su descargo es la suposición de haber elaborado interpretaciones que proceden por reacción a la extenuante puerilidad del texto original, que yo he manejado a la sazón en la versión castellana de Isa García.

Y no mezclen la verdad con falsedades ni oculten la verdad a sabiendas (La Vaca 2, 42).

Insultante para el estudioso de la obra, salvo que entienda el objeto de su análisis como una confesión de sarcasmo, ha de resultar que la escritura dictada al iletrado Mahoma por el «Compasivo con toda la creación, el Misericordioso con los creyentes» (El Inicio 1, 1) contenga suficientes exhortaciones contra el infiel como para justificar, sin titubeos, cualquier iniciativa destinada al exterminio del disidente:

Den muerte donde quiera que los encuentren, y expúlsenlos de donde los han expulsado a ustedes, porque la opresión es más grave que combatirlos (La Vaca 2, 191).

A los que rechacen la verdad, de nada les servirán sus bienes materiales ni sus hijos ante Dios. Serán combustible del Fuego (La Familia de Imran 3, 10).

A quien desobedezca a Dios y a Su Mensajero y no cumpla con Sus leyes, Él lo introducirá en el Infierno donde morará por toda la eternidad y sufrirá un castigo humillante (La Mujer 4, 14).

Quien combata a Dios y a Su Mensajero sepa que Dios es severo en el castigo. Eso es lo que merecen recibir, y sepan que los que se niegan a creer recibirán el castigo del Infierno (Los Botines 8, 13-14)

Si se arrepienten será mejor para ustedes, pero si se rehúsan no podrán escapar de Dios. A los que se negaron a creer anúnciales que recibirán un castigo doloroso (El Arrepentimiento 9, 3)

¡Oh, Profeta! Lucha contra los incrédulos y los hipócritas, y se severo con ellos (El Arrepentimiento 9, 73) 

Dios ha comprado a los creyentes, a cambio del Paraíso, sus vidas y sus bienes materiales que ofrecen por la causa de Dios hasta vencer o morir (El Arrepentimiento 9, 111)

¡Oh, creyentes! Combatan a aquellos incrédulos enemigos que habitan a su alrededor, que comprueben su severidad (El Arrepentimiento 9, 123)

Quien obedezca a Dios y a Su Mensajero, Él lo introducirá en jardines por donde corren ríos. Pero a quien deserte, Dios le dará un castigo doloroso (La Victoria 48, 17).

Los verdaderos creyentes son quienes creen en Dios y en Su Mensajero, y luego no vacilan; quienes luchan por la causa de Dios con sus bienes materiales y sus personas (Las Moradas 49, 15).

¿Qué valor de antítesis conceder entonces a los momentos en que se vuelven explícitos los límites del encono?

Y combatan por la causa de Dios a quienes los agredan, pero no se excedan, porque Dios no ama a los agresores (La Vaca 2, 190).

Por otra parte, el integrismo de los yihadistas no es muy distinto del practicado fuera de sus fronteras por los sobrinos de Sam, nuestros amigos, en su piadoso empeño por globalizar la visión mercachiflada del mundo y una cultura que se asusta más del sexo que de los rifles. Entre la avaricia de las alianzas atlánticas y la ira de la fraternidad muslim, con la amenaza terrorista de fondo reinyectada como excusa preventiva para poner el funcionamiento del Estado en modo dictatorial, los espíritus menos inflamados de ardores dogmáticos nos vemos atrapados en la tenaza de dos concepciones fundamentalistas dignas de ganarse el desprecio de cualquier razonador independiente. ¿Fin de las ideologías? ¿Disolución de las ortodoxias? ¡Ojalá! Si el nihilismo fuese un punto de partida interior más popular, mínima audiencia tendría la fauna rezandera con su flora de idolatrías compitiendo por la hegemonía de esta malnacida peonza desprovista de apeadero. «Pensar es difícil; es por eso que la mayoría de la gente prefiere juzgar», podría ilustrar Jung. De las fuerzas que los humanos desplegamos como animales paradójicos obligados a actuar entre los problemáticos límites de nuestra naturaleza y las posibilidades ilimitadas del pensamiento, decisiva es la facilidad para abrazar un socorro de trascendencia, por absurdo que sea, antes que aceptar la ausencia de un sentido intrínseco al ser confrontado consigo mismo en todas sus variaciones de indigencia.

Transmisión profética de la kalima

Dentro del marco de la mentalidad monoteísta no debe obviarse que situación análoga a la señalada dentro del movimiento sarraceno ocurre en las filas del catolicismo, pues no son extraños los devotos de esta ficción clavada a dos tarugos que sienten honesta vergüenza cada vez que se traen a colación los crímenes impulsados de hecho o amparados en lo moral por la Iglesia, como fue el apoyo al genocidio liderado por Franco durante la represión postbélica en España, por no remontarnos demasiado en el historial delictivo del clero. Gente decente la hubo incluso en las porquerizas del nacionalsocialismo, pero eso no dice nada en favor de las creencias profesadas, solo ejemplifica que el buen temple subsiste a pesar de ellas. En el caso aludido, se trata de creyentes provistos de sensibilidad que representan, a lo sumo, una aventura por cuenta propia y de ninguna manera una demostración de que la Biblia carezca de ingredientes definidos por el odio sanguinario al hereje. Basten para dar contraste las siguientes perlas de fanatismo escogidas entre otros llamamientos a la barbarie:

Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros al filo de la espada (Levítico 26, 7).

Tomamos todas sus ciudades y dimos al anatema todos sus lugares de habitación, hombres, mujeres y niños, sin dejar con vida uno solo (Deuteronomio 2, 34)

Así hará también Yavé, tu Dios, con todos los pueblos que tú temes. Aun tábanos mandará Yavé, tu Dios, contra ellos, hasta hacer perecer a los sobrevivientes o a los que se escondiesen (Deuteronomio 7, 19-20)

Los hijos de Israel quemaron la ciudad con todo cuanto en ella había, salvo la plata y el oro y todos los objetos de bronce y de hierro, que pusieron en el tesoro de Yavé (Josué 6, 24).

No piensen que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada (Mateo 10, 34)

Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lucas 14, 26).

A falta de perjurio que las disienta, las tres religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo y mahometismo, por orden cronológico de invención) disponen de sobrados elementos doctrinales para fomentar la guerra santa contra quien se atreva a plantear resistencia a las actitudes canonizadas en sus respectivos manuales de ayuda a zelotes y pirómanos. No parece improcedente, en consecuencia, que Bergoglio haya calificado de blasfemos a quienes usan la violencia con fines propagandísticos y que el presidente de la Conferencia Episcopal Española, con ecolalia de papagayo, tampoco se haya demorado en subrayar las palabras del jesuita animando públicamente a no atribuir a los recientes atentados de París una motivación fervorosa, sino un acto de profanación, quizá por temor a que se aplique a su secta la misma lógica que podría dejar a sus jerarcas en la más bochornosa evidencia de culpabilidad si en la balanza, además de ponerlos como beneficiarios de negocios sucísimos relacionados con los cárteles de la droga y el tráfico de armas, se los muestra como los legítimos herederos materiales e intelectuales de matanzas cuya envergadura histórica bien quisieran ostentar como trofeo sus rivales más temerarios en la lucha por el monopolio de Dios. En compensación, honrado es reconocer que, privado de la astucia papal, jamás hubiese prosperado en los surcos de las centurias un régimen axiológico que se resume en menos de diez vocablos: «El que no está conmigo, está contra mí» (Mateo 12, 30).

Agitado en la explosiva confusión entre literariedad y literalidad, cuanto más incuestionable aspira a ser un culto menos solvencia espiritual desarrollan sus apologetas. En una sociedad consciente de la amplitud y perseverancia de la maldición humana, bajo el mérito buscado de que nadie sea dueño de nadie, debería ser un mínimo moral no añadir sufrimiento al sufrimiento. ¿Puede alguno de los credos mencionados ajustarse a este criterio elemental de convivencia?

3 comentarios:

  1. Al parecer el atributo blockquote que he usado para ajustar el párrafo de las citas genera problemas en la versión móvil del blog. Al comprobarlo he advertido que existen otros errores causados por tener habilitada una plantilla para dispositivos de pantalla pequeña sin haberla personalizado previamente, de manera que he optado por desactivarla mientras resuelvo el inconveniente. Tras este cambio, el sitio aparecerá por defecto en su versión web, que es más fiel a mi estética pero menos práctica cuando se visita desde teléfonos y tabletas. Disculpad las molestias a que pueda dar lugar esta decisión.

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  2. Me alegra coincidir contigo en el análisis sobre esa superchería que es, en su superficie, porque no tiene fondo alguno, el mensaje mahometano. Mi desengaño ha sido monumental. Amigo de los arabescos, amante de la poesía de Ibn Hazm y de Omar Kheyyam, devoto de los paisajes desérticos y de sus espejismos, jamás me hubiera imaginado que hallara tal atonía, tal cúmulo de redundancias y tanta insipidez en una obra capaz de arrastrar tras de sí a tantos millones de cándidas almas. La sensualidad del catolicismo, la obra de Fray Luis de Granada y su Introducción del símbolo de la fe, el Cantar de los Cantares de Juan de la Cruz, el propio original de la Biblia y tantos y tantos textos que arrancan de la Biblia judía me parecen admirables frente al catecismo ripaldiano que es ese Corán cuyo aprendizaje de memoria y aceptación acrítica granjea a los memoriones un estatus único dentro de su religión. Literariamente, admitiría la comparación con todos los epígonos del realismo mágico de Cien años de soledad. El original, deslumbraba; los epígonos aburrían hasta las heces. Encantado, David, de estar en tu compañía crítica adversa a ese monumento a la sumisión... Ahora de lo que me han venido ganas es de leer la novela de Houellebecq... A ver si la encuentro de segunda mano, que es mi mano literaria preferida.

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    1. El encantado soy yo, porque amén de añadirle compañía, y de qué nivel, a la decepción que me ha supuesto el contacto con las mahomías reveladas a tales hijos de Dios, las observaciones juiciosas arriesgadas a la luz pública por mis lectores aquilatan, de primera mano, el contenido de este espacio, donde buena comparanza se hará con el marabuto de un solitario frente al silencio del cosmos.

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