¿Qué es un hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente alejado de comprender los extremos, el fin de las cosas y su principio le están invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable, igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido sacado y el infinito en que se halla sumido.
Blaise PASCAL
Pensamientos
Entre los relámpagos de oscuridad que jalonan la existencia no hay pensamientos verdaderos ni falsos, solo grados de implicación entre visiones fatales e inanes fantasmagorías. ¿Hemos de encarecer que a lo largo de estos dos milenios Lovecraft haya sido el único autor de mérito capaz de imaginar nuevos dioses si, para ello, tuvo que zambullirse sin remilgos en un horror que se extiende, en efecto, más allá de la realidad convencional, pero siempre desde el más humano rapto de consciencia del acá? Con el cristianismo y su deidad trivalente el teatro del empíreo dejó de ser un espectáculo digno del hombre, quien hubo de replegarse sobre las convulsiones de su propia mente para colmar las necesidades derivadas de su incurable mitomanía. Considérese con rigor lo que hemos perdido a partir de entonces y, antes que acomodarse a la idea de que Dios se ha retirado de la función o reabsorbido en la escena, debería uno plantearse si tamaño engendro aún no ha nacido, o si acaso sus dolores de parto coinciden con la agonía de la interioridad a manos de la primera persona del plural. Secuelas o precuelas de un extraño gnosticismo a tenor del cual no puede renunciarse al teorema de que «vivimos en el sueño de un retrasado», tal como alega el compañero de nihilencias del heterónimo firmamente.
Blaise PASCAL
Pensamientos
Entre los relámpagos de oscuridad que jalonan la existencia no hay pensamientos verdaderos ni falsos, solo grados de implicación entre visiones fatales e inanes fantasmagorías. ¿Hemos de encarecer que a lo largo de estos dos milenios Lovecraft haya sido el único autor de mérito capaz de imaginar nuevos dioses si, para ello, tuvo que zambullirse sin remilgos en un horror que se extiende, en efecto, más allá de la realidad convencional, pero siempre desde el más humano rapto de consciencia del acá? Con el cristianismo y su deidad trivalente el teatro del empíreo dejó de ser un espectáculo digno del hombre, quien hubo de replegarse sobre las convulsiones de su propia mente para colmar las necesidades derivadas de su incurable mitomanía. Considérese con rigor lo que hemos perdido a partir de entonces y, antes que acomodarse a la idea de que Dios se ha retirado de la función o reabsorbido en la escena, debería uno plantearse si tamaño engendro aún no ha nacido, o si acaso sus dolores de parto coinciden con la agonía de la interioridad a manos de la primera persona del plural. Secuelas o precuelas de un extraño gnosticismo a tenor del cual no puede renunciarse al teorema de que «vivimos en el sueño de un retrasado», tal como alega el compañero de nihilencias del heterónimo firmamente.
Frente a la imparable molienda del yermo y su reptante asedio de arena ni siquiera ya es factible contraatacar parapetado en la supuesta inviolabilidad del sujeto. Incluso para adaptarse a los sistemas de agregación que esta época exige el individuo ha de horadarse a sí mismo de talones a coronilla. No sorprende que los puentes que tendemos hacia los demás acaben siendo derruidos por quienes están llamados a transitar por ellos, es solo cuestión de tiempo que irrumpa la circunstancia favorable a tal desastre, de ahí que el sentido prístino de la fidelidad estribe en una infrecuente disposición para ir y venir a la intimidad del otro con delicadeza, actitud que se sitúa en las antípodas de la posesividad y de la absurda disipación de fuerzas que supone hacer de la prepotencia un principio normativo sobre el resto de los enfoques. ¿Puede darse noticia de una atmósfera más aborrecible que la de un espacio superpoblado de egos que se afanan en multiplicarse a través de medios virtuales después de haber polucionado a rebosar los cauces orgánicos de seres? Quizá haya una relación directa entre la ineptitud de los contemporáneos para crear dioses y su facilidad, ciertamente morbosa, para procrear pobres diablos. Abocados como estamos a lo último, donde nada vale nada y todo está en pugna de puja, la confianza en los cálculos de la racionalidad no es menos engañosa que la embriaguez de ir en pos de cualquier invitación a diluirse en lo irracional.
Corresponde al cuerdo ocuparse de ocultar con categorías como la unidad, la finalidad, la utilidad, la seguridad y la pervivencia los restos de una anquilosada concepción moral del mundo que el loco, en plena fosforescencia extática, no puede renunciar a constatar de modo controvertible, pues sabe como ninguno que somos hijos del yerro y no se le escapa que nadie anda más equivocado que quien se siente ufano en sus fueros por la filiación a un patrimonio de poderes incuestionados. Hablando en plata, plomo: la aversión y la adoración mantienen a cada uno larvado dentro de su cráneo así como la Tierra, calavera nodriza, contiene en un abrazo invisible la totalidad de las cabezas, rehenes crujientes a la espera de ser aplastados. ¿Qué somos sino un estrato geológico ambulante próximo a quedar sepultado tras el frenesí de la movilización planetaria que ha pretendido optimizar hasta el colapso el rendimiento de cada minucia en provecho de una noción triunfalista del devenir? Nadie podrá decir que como fenómeno histórico fuimos admirables porque como modelo evolutivo somos un descalabro que el conocimiento, en tanto que ambiciosa topología del vacío, solo puede conducir al suicidio de una rebelión estéril. Nadie descifrará la piedra de los vestigios humanos porque nuestro futuro es tan apodíctico como el olvido del olvido que lo vaticina...
Más fácil es vencer con deshonor que perder con altura. Lo importante no es haber tirado la toalla, todos debemos hacerlo por mandato cósmico; importa la gracia de caer componiendo una figura donde se aprecie que allí se muere sin culpa porque se ha vivido sin miedo, porque se asume que bien puede ser este el instante postrero y hoy no toca espantarse por cosa tan rancia.
Hace más de quince vidas, cuando todavía escarbaba pictogramas en la médula de lo inconcebible, di color a esta Momia, que se asemeja en estilo a otras incursiones gráficas que guardo en el desván, como son las presentadas en Susurros y libaciones y en el Glosario.
Esto es virtuosismo: " Nadie descifrará la piedra de los vestigios humanos porque nuestro futuro es tan apodíctico como el olvido del olvido que lo vaticina". Disculpe una pregunta, ¿ Usted se sitúa en otras dimensiones del pensar, no?. A mi me recuerda la vida a veces a la película que siempre ha parecido tan extraña, " El Planeta de los Simios".
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