30.11.15

A TODO JOB

Y sollozas con la violencia del torturado para quien las mismas letras tiene un no que un sí.
Juan POZ
Lo inefable

Nada existente factura apoteosis libre de humillación; nada encumbrado por la existencia permanece fuera del dolor donde afirma sus apoyos y donde los perderá. La libertad frente al tormento no yace en un almadraque relleno de esperanzas, ni embozada está en el amor a las partes abofeteables del sí mismo; ni siquiera los heroicos mitigantes de laboratorio o alguno de sus análogos endógenos sirven para poco más que refrigerar el ánimo quemado y barnizar con impasibilidad los daños contraídos, pero es legítimo recurrir a todos ellos, y aun a otros de discutible catalogación y nombradía, mientras no se haya dispuesto atentar contra el padecimiento de vivir. A la fuerza, el primer acto de libertad coincide con el último.

No alientan por lo común las dichas un estado superior, en duración y en resistencia, al de una burbuja jabonosa que flota inconsciente del reventón que la busca. Sufrido indicador de que la realidad es la jugada maestra de la pesadilla lo proporciona el optimismo antropológico cada vez que intenta ajustarla al sueño de una utopía, sea en la política, en los negocios, en la moral, en el coto del hogar o en el pontón proscrito de la identidad personal, espacios cenagosos donde la gravedad de la materia y la fatuidad del ideal tienden a maridarse con métodos a los que debemos una prolífica historia de penuria y ajusticiamiento. Parece que el Demiurgo tuvo presentes en el estro de su alfarería directrices semejantes a las de Richelieu, quien opinaba que conviene hacer «caminar a la pena delante de la recompensa porque, si es menester privarse de una de las dos, será mejor deshacerse de la postrera que de la primera».

Pongo como un hecho inequívoco que nadie, por benévolo que se quiera, perdona los descalabros ajenos, si por perdonar se capitula la entrega del lamento y de su causa a un recipiente emocional no emparentado con el fastidio. Porque desgracias cercanas turban las propias y la empatía, leal en el infortunio, acusa también molestia en la premura por zanjar el mal, acciones dirigidas a asaltar a quien sufre para dedignarlo después de haber mosconeado a placer sus llagas, por no mencionar los gestos arrojados a competir en el papel de víctima cuando acezan modos gangrenados de envidia, no son estilos adicionales de respuesta, sino los corrientes, inconfundiblemente humanos procederes con el lastimado. La calamidad del otro atrae en un principio y termina por importunar. Si el sujeto estragado no encaja en el concluyente dictamen de que «algo habrá hecho para merecerlo», tiene a su favor una enorme probabilidad de que algo hará para desmerecer nuestra ayuda. No por capricho, los filtros biológicos y culturales de la selección han premiado a los serviciales solo en el caso de invertir sus esfuerzos en seres reconocibles como progenie; para el primado de los genes lo que cuenta es que las pendejadas del ciclo de la reproducción sean exitosas. Es trivial que revienten durante su labor, lo crucial es relevar a los remeros para que la galera prosiga su derrota.

Otra forma de contemplar la evolución es descifrando su astucia al haber afilado uñas con caricias y dientes con besos. Solo en ambientes muy restringidos la generosidad y el cuidado mutuo definen la norma, así que nada tiene de anómalo que una especie criada en la mentira lisonjera de hallarse en el ático de la cadena trófica dé pábulo a la industria criminal de la naturaleza. La vida sin relato es un cuento, puro terror que despedaza tantos personajes como autores... ¡Que el azar nos proteja de aquellos que trabajan por nuestro bien!

Cada uno pinta el paraíso a la medida de lo que le falta. No debía andar escaso de cabalgadas de alcoba el artista desconocido que entre músicas, manjares y coloquios galantes puso incluso un dragoncito panza arriba en este asexuado Edén. La obra está datada hacia 1410 y se conserva en el Städel Museum de Fráncfort del Meno.

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