En mi cabeza cada cabello piensa en otra cosa.
Vicente HUIDOBRO
Altazor
En un universo paralelo no muy distinto de nuestra ficción multitudinaria, yo escribí una novela negra de atributos visionarios titulada Llamamiento a los caídos en la que tangencialmente mencionaba que el MIT, en colaboración con la Genius Company (una corporación internacional especializada en fabricar ilusiones para los ricos), desarrolló un biomanoide de «naturaleza íntegramente artificial» bautizado Liberto Freedman por sus creadores y transfigurado por sí mismo en el Frankenstein de la Era Digital gracias a una biografía repleta de episodios que rayan lo fabuloso.
Tras una colorista ebullición publicitaria que lo exhibió por los platós de teleadicción hasta mustiarlo como vulva de meretriz poligonera («una criatura casi perfecta fruto de la imperfección humana», según la última encíclica del papa Bribión I o William Henry Gates III antes de travestirse para el Altísimo), trabajó en el comité de árbitros del proceso de revisión por pares de la prestigiosa revista Artifice (trasunto de Nature, no os quepa duda) para sufrir poco después una profunda crisis existencial que le indujo a sabotear su carrera con una controversia, de características similares al Escándalo Bogdanov, que puso en solfa a la comunidad de físicos teóricos. Al ser repudiado por quienes lo habían aupado, eligió como exilio voluntario un lupanar de Río de Janeiro donde estableció, junto a su primer círculo de adeptos, una base para el Frente Rezagado de Caín, la autoproclamada «senda de la demolición interior» que servía de complemento espiritual al Frente Adelantado de Caín, una organización apostrofada de terrorista por los gobiernos que desde siempre han pretendido monopolizar el horror.
Concluido su apostolado nihilista, Liberto se suicidó por la mera fuerza de su pensamiento al concebir su creación matemática más debatida y compleja: el Número Óseo. Sobre su cadáver, reposaba manuscrito El cruel arte de la noluntad, un salterio que expone por etapas la filosofía del Kranog a modo de magisterio nulificante (la palabra se me atravesó en un sueño) en el que la predisposición a encarnar actitudes insoportables se lleva hasta el paroxismo de fundir en cada ser el yunque con el martillo, la víctima con el criminal, el citoplasma con el vacío, por medio de una praxis que matiza la senda hacia la sepultura perfilada por Quevedo: «Dichoso serás, y sabio habrás sido, si cuando la muerte venga no te quitare sino la vida solamente». En exclusiva para vosotros, he aquí su primera docena de salmos:
Tras una colorista ebullición publicitaria que lo exhibió por los platós de teleadicción hasta mustiarlo como vulva de meretriz poligonera («una criatura casi perfecta fruto de la imperfección humana», según la última encíclica del papa Bribión I o William Henry Gates III antes de travestirse para el Altísimo), trabajó en el comité de árbitros del proceso de revisión por pares de la prestigiosa revista Artifice (trasunto de Nature, no os quepa duda) para sufrir poco después una profunda crisis existencial que le indujo a sabotear su carrera con una controversia, de características similares al Escándalo Bogdanov, que puso en solfa a la comunidad de físicos teóricos. Al ser repudiado por quienes lo habían aupado, eligió como exilio voluntario un lupanar de Río de Janeiro donde estableció, junto a su primer círculo de adeptos, una base para el Frente Rezagado de Caín, la autoproclamada «senda de la demolición interior» que servía de complemento espiritual al Frente Adelantado de Caín, una organización apostrofada de terrorista por los gobiernos que desde siempre han pretendido monopolizar el horror.
Concluido su apostolado nihilista, Liberto se suicidó por la mera fuerza de su pensamiento al concebir su creación matemática más debatida y compleja: el Número Óseo. Sobre su cadáver, reposaba manuscrito El cruel arte de la noluntad, un salterio que expone por etapas la filosofía del Kranog a modo de magisterio nulificante (la palabra se me atravesó en un sueño) en el que la predisposición a encarnar actitudes insoportables se lleva hasta el paroxismo de fundir en cada ser el yunque con el martillo, la víctima con el criminal, el citoplasma con el vacío, por medio de una praxis que matiza la senda hacia la sepultura perfilada por Quevedo: «Dichoso serás, y sabio habrás sido, si cuando la muerte venga no te quitare sino la vida solamente». En exclusiva para vosotros, he aquí su primera docena de salmos:
1. ¡Benditos sean los autistas, ellos han roto el camino!
2. Hay mayor grandeza en abandonarse a las carencias de lo truncado que en querer completarse para el olvido. A quien abdica de su voluntad, todo le es dado en la negación soberana del mundo y nunca más tendrá que cargar con la vergüenza de ganarse la vida, de cuyos sofismas y motivaciones se burlará con esa amplitud de mirada que sólo alcanzan los muertos.
3. La verdadera aventura del conocimiento empieza cuando a uno dejan de pasarle cosas; cuando uno se entrega derrotado al bloqueo.
4. La ambición de la inacción, de no tener en cuenta los deseos que pretenden doblegarnos, de despreciar al simio que se cree alguien en nombre del simio que ya no es nadie.
5. La pasividad que nace del hastío para relacionarse con los otros, el desdén apático de no albergar más esperanza que la de culminar el aislamiento en una monótona suficiencia, la soltura en renunciar ante el menor indicio de pasión y de escupir veneno sobre las propias ganas cuando el único imperativo que se ha adoptado como válido es el desaliento, todo ello, no son sino las reglas sublimes y delicadas del arte de arruinarse a sí mismo.
6. No asirse a nada, excepto a los horrores sutiles de la propia descomposición, constituye el tesoro de una visión que ninguna experiencia posterior puede borrar y desde la cual la correspondencia con los anhelos humanos resulta imposible porque todo movimiento contribuye a la caída en una sola dirección: la oscuridad absoluta.
7. Continuar viviendo cuando cada instante nos recuerda que deberíamos perecer, supone, más que un aplazamiento por cobardía, un amargo refinamiento que agudiza en el alma la conciencia de su podredumbre con un préstamo de muerte que será un suicidio del suicidio para que nada sobreviva a la decadencia del ánimo y así, cuando haya que matarse, no haya por fin nada que matar.
8. Mi cansancio es el anagrama de mi desolación y una metáfora de mi libertad por el desprendimiento, pues no necesito actuar para sentirme vivo, ni viajar para sentirme fluir, ni triunfar para sentirme grande, ni competir para sentirme útil, ni ser admirado para sentirme seguro. Mi cansancio es más listo que yo, por eso lo acato.
9. Me entusiasmo con ligereza por cualquier nimiedad porque sé que muy pronto me cansaré de ella, incluso antes de que pueda hacer algo por obtenerla.
10. La pregunta del hombre es la respuesta a una ausencia.
11. La diferencia entre renacer y resucitar es que en el primer caso se vuelve a la vida con renovada pujanza para hacer de voluntades realidades, mientras que en el segundo falta el convencimiento necesario para poder salir de ella y las realidades, en vez de reanudarse, se deshacen corroídas en noluntades. El primer pensamiento cabal de un resucitado estará dedicado a la perpetua vanidad de los mortales, pero la flecha emponzoñada de su intención se orientará contra sí mismo por verse desterrado de su único hogar, la tumba.
12. ¡Cuánto celebra el sujeto hundido en el lodo de sus tedios la alegría que se posa efímera recordándole que hubo un tiempo de ilusiones, que otra vida aún es posible, mas no para él! El leve peso de esa alegría es justo lo que le faltaba para terminar de hundirse.
Tanto los siameses unidos por la pelvis como el sátiro de alado rulé proceden del libro de grabados que Giovanni Battista de Cavalieri hizo publicar en 1585. |
Cioranescos pero precisos apotegmas enfilados con vehemencia en el sendero de la noluntad trágica. Espero que haya más.
ResponderEliminarY gracias por descubrirme a Cavalieri, es toda una inspiración para la efervescencia insomne de las noches más calurosas.