7.4.13

EL PARADERO INESCRUTABLE

Al pasar bajo el arco de la eternidad, en la suprema comprensión de nuestra vida mortal está el premio y está el castigo.
Ramón María del VALLE-INCLÁN
La lámpara maravillosa

Ronda el humano su culpa como una mariposa la candela que ha de abrasarla. De cabo a rabo somos culpables, pero sólo de sentirnos culpables, y si el más zopenco soñador, sabiendo que toda voluntad de enmienda es inoperante, considera absurdo arrepentirse de las acciones desempeñadas durante sus fantasías oníricas, ¿en razón de qué sinrazón hasta el individuo menos moralista sigue apegado en alguna de sus andanzas al aflictivo hábito de reconcomerse cuando se conduce por este lado igualmente escénico de la vida, y no busca en el castigo la química lacerante de un placer prohibido secretado en forma de remordimientos? «La comprensión acertada de un asunto y la comprensión desacertada del mismo asunto no se excluyen completamente», le explica el cura a Josef K en El proceso, y ante la frondosidad envolvente del paradero inescrutable de nuestras irrealidades realizadas no basta con perder el juicio para recuperarlo después: punto por punto, sus leyes deben ser abolidas para afianzar lo desconocido que se extiende no tanto más allá, sino más que nada en el acá interior de cada uno.

Se constata una acantilada diferencia de nivel entre el esfuerzo mutilador de quien busca empequeñecer el mundo periférico para sentirse grande, y el efecto integrador de sentirse menos pequeño por haber ampliado el céntrico mundo transpersonal; para todos, sí obstante, las horas ruedan porque el momento, que es único, cae irremisiblemente en el silencio del cosmos, nudo mudo que sirve de expresión a la incontrolable relatividad dentro de la cual divagamos cual larvas existenciales de otros seres o pareceres en los que dormimos hasta el eso que la muerte nos depare.

Quiero y no quiero, sin llegar a acantonarme en el concepto, dispensar el medio pensar del espíritu que asume volverse pupa de su despertar; no quiero y quiero, sin gloriar penas, rajar el vientre de lo manifestado para sacar a la luz una imagen de la existencia que la distinga, con mejor gracia, por encima de esa tiranía de hostilidades que, desgraciada, la define.

La caída de los malditos de Dirk Bouts, cuyos horrores ilustran con alusiones deformes el retorno de la identidad reprimida.

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