1.4.13

RISE & FALL

A Ramón Millán, señor del kitasato

Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Antonio MACHADO
El viajero

No soy un monstruo por la relativa deformidad de mis atributos físicos o mentales, tampoco por las desviaciones de mi conducta o las transgresiones a la moral del común cuyas discutibles ventajas no acato ni reconozco; ígnea y principalmente lo soy por la enormidad de las cosas que rechazo. Invirtiendo la declaración de intenciones expresada por un personaje de Palahniuk, quiero que el mundo entero odie lo que adora, desde la adicción a los teléfonos móviles a los estadios deportivos, desde las inseminaciones a señoras muy dignas, pero muy ajadas, a las procesiones que celebrando la patética muerte y ascensión de un poseso descalifican, más allá de lo admisible —incluso como espectáculo—, la existencia no menos funeraria de sus fieles: tal es mi incentivo clandestino de cara a la sociedad, y dado que más vale una guerra sucia que una guarra paz, a las texturas y contexturas imaginarias de la realidad añado diariamente una mimosa transfusión de dinamita.

Hecho por facilidad del dicho un símil vegetativo, la monstruosidad no consiste en tener tan desmesurada copa como raíces, sino en verse mutilado de ambas o en padecer la sobreabundancia de alguno de sus extremos en detrimento del otro. Me viene al serrín la truculencia de los yoshiwaras japoneses con sus felatrices de cinco años especializadas en la succión de los característicos penes diminutos de un pueblo propenso a compensar sus complejos mediante ensañamientos sadomasoquistas, entre los cuales mancha el sentimiento recordar el folclórico ritual del bukkake. Y aun así, lo ominoso no constituye un fenómeno punible por sí mismo, lo punible es el firmamento donde cabe institucionalizar el despliegue de traumas que representa, haciendo norma de lo execrable y de la conciencia discrepante una excrecencia. Si os parece aberración y contrahechura que haya altares consagrados a lo abominable, haced justicia por vuestra propia mano, instilad enmiendas en la combinación de naturaleza y cultura que está en su causa o exigidle una reparación a Dios, caso de aceptar que haya puesto sus fétidas manos sobre la materia caliginosa del espíritu humano. De haber creador, hasta la criatura más horrenda es inocente, eternamente inocente, y con la mutua exposición a la crueldad de nuestras obras es Ello quien nos está pidiendo insistentemente un castigo proporcional al sufrimiento acumulado durante la historia; reprensión equivalente, por otra parte, a imprimir huellas en el viento o sombras en la oscuridad...

Human pardon de Félicien Rops, compinche decadentista de Baudelaire.

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