13.6.13

LOS EMPEDERNIDOS

Un acontecimiento histórico justificará el haberse producido cuando sea entendido. Esto podría significar que las cosas suceden, que la historia existe únicamente para obligar a los hombres a entenderlas.
Mircea ELIADE
Diarios

Dos décadas atrás, coyuntura en la que yo ponía puntos suspensivos a mi adolescencia, un hombre que recortara su vello corporal por higiene, comodidad o alteridad estética solía ser evaluado por sus camaradas de género como un amariconado y, difícilmente, podría resultar apuesto a una mujer de su generación; en la actualidad, al varón que no se depile desde el gañote hasta las pezuñas, la mayoría de las féminas en edad de reproducirse y una proporción en aumento de los nacidos con pene lo invalidarán como sucio, descuidado, asqueroso, cual si fuese un organismo apestado o el portavoz de un repelente anacronismo.

Testimonio multitudinario de inanidad antes que contribución a la complejidad de los perfiles privados, uno de los problemas contemporáneos más insoportables, merecedor de provocar enfurecimiento a todo individuo que ame su soberanía frente a la enajenación publicitaria, es que la sociedad está manejada por tendencias, lucrativos patrones de identidad agregados a la demanda pasiva de fetiches, que contagian con sus cíclicos cambios de apariencia las múltiples facetas de la actividad humana para que la estructura de consumo, deudora de la mentalidad mágica, permanezca inalterable funcionando al mayor rendimiento creíble. Aunque a rasgos generales la vida cotidiana se mostrase más sencilla antes, cuando las masas estaban adocenadas por tradiciones que convenían a otro régimen de producción de bienes, iconos y valores, los moldes que delimitaban la convivencia y los programas que regulaban la forma de relacionarse no eran menos sofocantes para la conciencia crítica, ya que la tradición poco difiere de una tendencia anquilosada en la costumbre que se reverencia por su iterativa resistencia al desgaste, signo de aguante a la mutación cultural que proyecta para muchos un horizonte casi mítico cuyo carácter normativo da la impresión de ajustarse lapidariamente, de principio a fin, al espíritu intemporal de lo que debe ser.

Indefinidos por condición o condicionados por indefinición, venimos a ser inconclusos para la peripecia. Ninguna tradición, por sagrada que se la precie, sirve de escudo con sus precedentes contra los avatares de la existencia que cada uno debe padecer, recorrer y, en el mejor de los casos, comprender, reinventando las claves de su asimilación; ninguna tendencia, por sugestivo que sea su realce, proporciona mayor sentido que el absurdo convenido como simulacro de aceptación. Cancaneando con el diapasón estridente de las nuevas tendencias o arrastrándose al compás percusivo de las antiguas tradiciones, el humano demuestra siempre su insalvable disposición para alabar la vigencia de la estupidez.

Quienes comentan con desenfado este veraniego recreo a orillas del Sena donde los bañistas acudían a compartir banalidades entre chapoteos, no advierten la ironía de Monet, que atravesaba por entonces un periodo de angustia vital en el que no faltaban las estrecheces económicas. El título, La Grenouillère, significa charca de ranas...

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