Juan RULFO
Pedro Páramo
Mordaz, nunca canjearía el fuste de mi solemnidad por una filfa de genialidades. Mis ocurrencias audaces, las que allego sin exir de la fiambrera, ni exigen ni excluyen entendimiento, ganan el barlovento de reaprenderse en la certitud que improvisan, desembarazan y sobrepasan como ninguna de mis experiencias puede atinar a ensartar las niñas de la verdad, esas covachas del rupestre mirar galeote de un vivo porque no vivo. Pensar en esto es pensar en lo otro y en los más de los menos fulcros que afloran por acullá, entre las últimas fundas de humanidad que acabo de arrojar al suelo, junto a la libido, viéndolas flotar tersas con la imaginación, ceñidas perfectamente a mi fe de proletario icástico, exento ya de ambición, para no atiplarse con el helio que hace ascender este principio de fecal exceso de confianza en el que despido, a una honda y somera vez, todo fulgor de coexistencia:
Alrededor de tres cuartas partes, si no más, de las personas con quienes se adeuda la desgracia de entablar contacto a lo largo y baldío de la vida procuran abusar de uno. ¿Por qué inflar ilusiones de cambio político cuando la guerra civil late disonante de proximidades y el mayor alivio cotidiano se computa celebrando la extinción de los vecinos?
Scabiosa simplex, ornamento de filosofía natural que corre parejo a cada parpadeo del Guadiana.
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