26.12.15

DE TOMAS Y DACAS

Eckart Hahn, Solid State
El humano es un experimento y los demás animales también lo son. El tiempo dirá si han merecido la pena.
Mark TWAIN
Las cartas de Satán desde la Tierra

Aparte de que el hombre es el único bicho que come, piensa, copula y duerme donde defeca —¿es esta la confirmación definitiva de que somos criaturas especiales?—, con la evolución hemos adquirido, por un lado, impulsos cooperativos que refuerzan las recompensas derivadas de aliarse y, por otro, inhibiciones casi inamovibles contra los actos que lesionan los intereses de la comunidad, pero eso no nos convierte en seres benévolos por naturaleza, solo hace de nosotros animales que se sienten más seguros ayudándose que peleando, y que sometidos a circunstancias en que los vínculos sociales suponen un imperativo menor frente a otras urgencias adoptarán, incluso a expensas de su propia conservación, la conducta que les cause menos fricciones mentales.

La bondad como tal no existe y, sin embargo, cuán deseable encontramos la facilidad de confundirla con la tendencia innata a la empatía, característica de los antropoides, que suele ser expresada en forma de apoyo a quienes nos contagian emocionalmente. Presenciar el sufrimiento ajeno nos duele y el motivo de ello hay que buscarlo, antes que en la preocupación consciente por el bienestar del otro, en los mecanismos de alerta que se activan frente a situaciones de peligro latente o manifiesto para nuestra relativa tranquilidad anímica: detestamos los desequilibrios innecesarios, la ruptura de los escenarios previsibles y las alteraciones fuera de propósito, de modo que no es impreciso aseverar que primero fue la necesidad de dar o recibir consuelo; después, la doctrina.

Si la moralidad centrada en la compasión y la solidaridad fuese un fenómeno plenamente desarrollado en mamíferos políticos como nosotros, no sería necesario insistir con el molde cultural en las ventajas del comportamiento altruista, al que desde luego estamos habituados por una suerte de satisfacción personal bordada en un telar de ininterrumpidas reciprocidades. Nuestra biología nos ha programado para eludir los estados que nos abruman y, a tal fin, sabemos desplegar barreras de contención entre las que ha de incluirse, cómo no, el socorro al damnificado.

Dicho esto, mi sensibilidad hacia los problemas sociales no es producto de actitudes proclives a la defensa de catecismos humanistas o deudora de una visión idílica de la justicia, sino partícipe del hecho de que un clima dominado por la conmoción colectiva, además de fomentar una presión intragrupal donde la convivencia se torna más conflictiva y asquerosa, reduce mi colección de decepciones a un apéndice irrisorio insertado en la monstruosidad generalizada.

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