21.4.17

LA HOGAZA DEL DÍA

Georg Flegel, Naturaleza muerta con queso y cerezas
Quien no se quiere perder
no se desmande sin tiento
y tenga conocimiento
cada uno de su ser.
Alonso GUAJARDO FAJARDO
Proverbios morales

Más relevante que el origen étnico, el grupo sanguíneo, la complexión o cualquier otro rasgo genético a los que usualmente se recurre con el propósito de catalogar a la fauna humana, su complejidad se presenta fraccionada —no seccionada—, después del dimorfismo de la condición sexual —el transgénero lo veo más apropiado para la condición mental—, y aplicando el modelo mostrado por muchos taxones vegetales, en cuatro subespecies bien diferenciadas que podrían abrir el campo a sucesivas fisonomías de nuestra naturaleza sin ser causa de exclusión del interesante recorrido alrededor de la tectónica de sus familias psicológicas, que merecería el abordaje sistemático de un saber enciclopédico que no poseo. De manera sucinta, esas cuatro subespecies de personas según su aclimatación al mundo son:

Sativa, a la que pertenece la mayoría social amante de la cautividad moral, de los denominadores comunes y del conglomerado civil, incluso dentro de los clanes nómadas o seminómadas de esos pueblos, hoy recesivos, que se han caracterizado por vivir como cazadores y recolectores sin conocer la necesidad de fijar por escrito sus conocimientos ni de atarse al cultivo del agro. Los sativos florecen en público, el ocio en soledad los intoxica y son tan gregarios en sus preferencias que no conciben una existencia dotada de sentido si ha de desarrollarse a una distancia significativa de los demás. Ellos dan el grano y la paja.

Arvense, que viene determinada por el conjunto, asociado o no, de los individuos que crecen autónomos entre los sativos, de los que dependen en varia medida y a los que han acabado adaptándose lo indispensable, sea para evitar complicaciones mayores, sea para obtener algunas ventajas de la participación en las relaciones de reciprocidad.

Silvestre, una rama difícil de desentrañar por la diversidad intrínseca de caracteres comprendidos en ella y donde podríamos contemplar, provistos en ocasiones de camuflajes libres de la menor sospecha de adustez, a sujetos con estilos de conducta lo bastante indómitos, inaprensibles, disociativos e incluso agresivos como para resultar temibles a juicio de sus coetáneos. Formarían parte de esta categoría no pocos vagabundos con vocación de intemperie, que los hay, además de los eremitas, algunos aventureros del espíritu y ciertos automarginados convertidos en cimarrones por intolerancia a las desmesuras colectivas. Tampoco serían anomalías en el cómputo los depredadores calificados como psicópatas, aunque puedan estar integrados en papeles prominentes dentro de la estructura jerárquica del pillaje organizado y llegar a medrar con las finanzas de un siglo sometido, quizá como ningún otro, a la antropofagia del capital que a todos insufla ambiciones de posesión para seguir alimentando el impúdico apremio de fabricar excedentes en un ciclo no restringido a la mercancía inerte, pues el humano es deglutido como objeto de consumo y expelido como desecho conforme a irresponsabilidades que han adquirido fuerza de necesidad.

Oficinal, extraordinaria no solo por ser la más resiliente y creativa de las subespecies, sino también porque las potencias cruciales del alma y del cuerpo concentran en sus ejemplares la visión del vate, el instinto del explorador, la sapiencia del mistagogo y el consuelo del sanador.

Si para concluir la mascadura de esta ocurrencia mañanera os dijera, con palabras hurtadas a Darwin, que «los animales me miran fijamente a la cara, sin etiquetas ni epitafios científicos», dispondríais de una elevada probabilidad de saber a cuál de los referidos emplazamientos soy afín. 

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