23.7.13

MEDIATECES

Como el espacio es curvo, a lo largo de su curva hacíamos correr los átomos como bolitas, y el que mandaba más lejos su átomo ganaba.
Italo CALVINO
Las cosmicómicas

Recojo los trastos de haber cenado que, como de rutina, ha sido una breve colación subrayada con el color violáceo de tragos más luengos; no un bocado escueto por temor a las calorías, sino por no revolver mi hastío con el hartazgo. A veces la soledad vuelve los dientes contra uno sin reconocer, ni falta le hace, las caricias de quien la amamanta. Muy allá de mi circunstancia, sacudo los puntos suspensivos de basmati y seta de cardo sobre el cajón de la basura, pero al desprenderse de la escudilla una llovizna de frases sueltas, advierto que sin llegar a exhalar efluvios de hogar colonizado van formando en el fondo una superficie de postulados:


La realidad nace de la locura y sólo una locura mayor puede aprobarla.

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El demente ve lo que cree y el sensato cree lo que ve. Así pues, ambos están ciegos.

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Revoloteo sin armar revuelo. Tiento flores al azar que se posen en mí. Es muy fácil leer lo que quiere un hombre a la vista de su semblante, incluso aislado de la fisonomía que encuadernan sus acciones; en cambio, lo que quiere una mujer no puede verse ni a la tea de su historial, hay que palparlo o padecerlo adivinando su mobiliario invisible.

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Así como nadie escapa de un resfriado ocasional, nadie está libre de recibir una crítica malsana, siendo la más difícil de curar la que introduce sus gérmenes con sonrisas. No es pequeña virtud evitar sucumbir al poder del halago, ni poca la entereza que se precisa para sortear el enredo de la ofensa; ahora bien, la auténtica proeza consiste en no fecundar con una conducta indiscreta la coyuntura que engendra el babeo y las raspas, especialmente cuando el primero suaviza el paso a las segundas.

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¿Afeitarme? Sólo me gusta la proximidad de la cuchilla cuando va montada en la guillotina que siega la cabeza del tirano; un gusto que vería redoblado si se tratara de un tirano elegido a la usanza democrática, porque simbólicamente serían desbrozados de un tajo varios millones de panolis.

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El gentilicio español habría que usarlo en diminutivo: dentro de sus fronteras traicioneras, los nativos y advenedizos hemos pasado de estar en la parra a estar en la parrilla.

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Ese hombre tan adelantado acabará mal: a poco que se descuide, lo coronarán rey de los suyos... 

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¿Encontráis hermosa la expresión hacer fortuna? ¿Tenéis presente al sentirla así cuánta insensible avidez, sacrificios sin pausa y violencias de toda especie hay que introducir en el mundo para obtener el rendimiento que tan atractiva os la muestra? Estad seguros de que todo cuanto posee de rara una gran fortuna puede presumirlo de costosa, mas no de cara.

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Me juzgan antisocial por no esconder mi fastidio entre algodones, cuando de lo que más harto estoy es de no poder bostezar sin tropezar con las almohadas, rellenas de chinches y hormigón, de un mundo que ronca mientras sueña con sábanas de seda.

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Lo mismo que a unos premia, a otros castiga. Por eso las buenas excusas invitan a quedarse a lo inexcusable.

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Me falta mucho para ser heroico, pero me sobra más para no serlo.

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¿Cómo se pinta en la cara la indiferencia sin que se note el pincel? Nada se ajusta a quien busca su justa medida.

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No ha de infundir desconcierto la confusión que media entre el sujeto y sus predicados, porque vivir da para una abundante transfusión de contenidos. Uno nunca es lo que hace, aunque lo crea; uno siempre hace lo que es, aunque no lo crea, aunque no haga lo que crea, esto es.

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Sólo por debilidad nos adaptamos con orgullo a la intriga de preferir ser un problema para uno mismo que una amenaza para los demás.

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Hay técnicas de mercado que no se enseñan en las escuelas de negocios. Lo omitido por corazón vale más que lo sumado por convicción.

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Bajo la atenta presencia de criaturas nacidas del vientre de la sombra que no se prestan al fraude de los sentidos normales, las fuentes de la inspiración manan oscuras.

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«La vida fácil destruye a los hombres», soltó uno, a solas con su razón, en el trance inverso de nacer. No parando en la objeción a ese genio tramposo que se camufla en el reposo, entre tanto zombi me pregunto si alguna vez fuimos hombres...

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He pagado caros mis errores sin regatear el precio que establecieron sus recaudadores, pero hay gentes que no escatiman gastos por cometer uno de mayor gravedad que todos juntos: resucitarme en una vieja deuda con intereses. Lejos de la justicia histórica, esto es una burda especulación revisionista.

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Brevísima receta de sociabilidad: mezclar una parte genuina por cada nueve de adulterantes, remover todo en caliente hasta obtener una masa homogénea y tragar el resultado adoptando una sonrisa que no desmientan los ojos.

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Ni de puro chance puede fiarse uno del hombre, salvo de los matices de sus mentiras por la verdad que desvalijan. Es certidumbre que no figura en las escrituras de ninguna religión que yo conozca.

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Sólo un malvado aplaudirá como buenas las barbaries de la guerra, pero sólo un necio creerá que puede vivirse sin aprender a hacerla o resistirla.

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A un miembro del vulgo se lo identifica porque basta repetirle que ostenta mejor condición de la que tiene para que se humille más. Basta, por ejemplo, invitarlo a votar cada varios años para que crea disfrutar como libertad lo que no es sino el modo más seguro de echarla a perder. Lo que agrada a una bestia, al bruto le suena a elogio.

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Todos los príncipes destiñen con el roce de la proximidad y, cuando esto ocurre, sólo un canalla querrá estar cerca del villano que no puede ocultar sin sus afeites.

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Buscando la amnesia perfecta, escarbo con su rostro mi propia tajada entre la salsa de las sábanas. En lugar de las exequias de la tensión, un auge de la misma a dos bandas hasta que una de mis voces, la mosaica, vuela por los aires los intentos ajenos de apropiación indebida: «No llores, no lo soporto; sobre todo sabiendo que no soy el causante de tu llanto». Mi orgullo dura lo que dura el del otro. El entendimiento vendrá después, con el sobresalto de un retardo inesperado. Cuando se quiere por debilidad, sólo un gesto de desamor puede devolver la fortaleza.

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Cuestiono la existencia, luego existo —sí, estoy seguro, ya lo escribí—. Cuestiono el recuerdo de la existencia, luego recuerdo haber no existido, aunque no me sepa el dónde y en el ahora, guardando un dudoso equilibrio sobre este atolón de virtualidad por el que no se cansa de emerger el contenido de la nada, se anuncie indecisa la perspectiva entre aceptar el virtuosismo de su capital de ilusiones y la tentación brutal de perderlo todo de una vez.

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Llegado uno a la repugnancia de construir palacios de cristal para sus más deslumbrantes engaños, comprueba descorazonado que también agotó el placer, superior a cualquier otro, con que solía reducirlos a añicos aprovechando cada muda de piel.


Bello monstruo y más bella dama en Drainsm de Jacqueline Gallagher.

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