3.1.13

UN TRAZO GRUESO

A Teresa, recolectora de sorpresas

Quien ha descubierto que este mundo no supera las ilusiones no tiene más que dos caminos: volverse religioso, salvándose del mundo, o salvarlo destruyéndose.
Emil CIORAN
El libro de las quimeras


Mal que me arda en principios, que se agravan al dedillo por la colusión comburente entre medios y fines, y por más que sostenga en las acometidas de optimismo que la naturaleza está condicionada mágicamente por el observador, que podría modificar con sus creencias la forma en que se produce un suceso, en la lisura de andar por casa se me da bien desanimar, así que el mejor modo de contribuir a que alguien se conforte cuando sus miraderos lo anuncian triste es no hacer nada por intentarlo. O «less is more» en este caso, o mi filosofía sólo es lícita para almas desgarradas. Entiéndanme: ser hiperconsciente de las propias tinieblas y bailar de pegadito con ellas no significa estar cegado en mientes, tarantelas y confesos por la ventosa de su aliento petrolífero. Vivo lúdica, sensualmente, porque pienso feroz, trágicamente. Ni siquiera soy valetudinario en lontananza, pues gané mi salud de barbicano con los achaques de niño, y gracias a la ignorancia laureada por los regateos con la edad he aprendido a no desear el suicidio, sino el derrape de su aplazamiento... ¡Django y compañía, ración de cosquillas para todos los felinos calenturientos del cabaré!

Pueden estar tranquilos, no me suicidaré en masa como me ha sugerido una excelente amiga que nunca me perdonará la centésima arruga de mi frente, justo la que me parte el espinazo. De hacerlo, infundiría al acto una supuesta vocación justiciera que no se lleva bien con la buena fe de mi misantropía e incurriría, además, en la peor que necia utilidad de despedirme por la ejemplar, y para hablar con franqueza —es decir, sin franquicias—, prefiero que la pelona me acontezca sin ser desflorada por el retumbo de un provecho; total, ¿para qué? En la agonía, como en la mafia, todos nos cedemos educadamente la vez mientras el verdugo recibe instrucciones. La muerte, por el hecho de quitarla, siempre nos dará la razón.

¡Ay, pero qué rebién le siento al vino!

Mosaico de la Basílica de San Marcos donde se ventila la cogorza catecumenal de Noé.

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